¡Tengamos fe!, porque mucha gente dice “y yo ¿cómo voy a confesarme ante otro hombre?” Te estás equivocando. Es un hombre, sí, pero no es un hombre cualquiera. ¡Es Cristo que está en ese sacerdote y esa es su misión!
Reflexión de Mons. Rubén Oscar Frassia
Domingo 22 de febrero de 2009
7º domingo durante el año
Evangelio según San Marcos 2, 1-12 (Ciclo B)
Evangelio: Jesús cura a un paralítico
Este relato evangélico es muy conmovedor. En primer lugar tenemos a Jesús que ya es reconocido por muchos en su pueblo. Luego, cuatro hombres que se acercan, como los buenos samaritanos, para que el paralítico pueda estar más cerca de Aquel que cura, de Aquel que sana, de Aquel que está allí y tiene autoridad.
Había mucha gente, estaba colmado y ellos se las ingenian. Se imaginan ustedes que las casas no eran como los edificios de ahora en nuestras ciudades, sino que era más fácil levantar parte del techo, de condiciones más precarias, y con mucho ingenio hacen descender al paralítico por el agujero del techo para que pueda estar más cerca de Jesús. Y Jesús, conmovido por la ayuda de ellos, lo cura.
Uno se imagina a la gente que acompaña a las Iglesias a tantos enfermos, como vimos en la parroquia de Lourdes, tanta gente que acompaña a tanta otra con tanto dolor, o que sufre a través de una discapacidad, limitaciones, y que siempre hay un buen samaritano que acompaña para que estén más cerca. Hacen de puente para unir las dos realidades y no fomentar la exclusión.
Jesús toca un tema que es muy fuerte. Escuchó la crítica: “¿quién es este que quiere perdonar los pecados?”, pero les dice “¿qué es más fácil decir ‘tus pecados te son perdonados o levántate, toma tu camilla y camina’?”, y hace las dos cosas.
Este es el punto central: Cristo viene a perdonarnos.
Cristo viene a darnos el rostro misericordioso de Dios Padre.
Cristo viene a tener misericordia con nosotros.
Cristo viene a darnos su Amor y a salvarnos; a darnos su Amor y perdonarnos.
Y carga sobre sus espaldas nuestro pecado y el pecado del mundo, nos sana y nos libera.
¡Se los carga para El!
¡El paga nuestra deuda!
Por eso uno tiene, frente a Cristo, la gratitud. La gratitud de algo que nosotros jamás vamos a poder completar o devolver totalmente, porque Dios nos salva por su Gracia y por la gratitud de se Amor. Dios asume nuestro pecado y lo cancela. Lo asume y lo perdona. Lo asume y crea algo nuevo.
¡Cristo no restaura, Cristo hace nueva todas las cosas! Restaurar es tomar un objeto precioso que se rompe por un accidente, viene el restaurador y lo restaura, disimula como si todo estuviera bien. ¡Dios no disimula nada, no restaura nada! ¡Dios crea una condición nueva! ¡Hace nueva todas las cosas! Esto es lo más importante.
Al mundo de hoy, que no quiere reconocer que Dios perdona y por lo tanto no quiere reconocer que uno es pecador y que tiene pecados, que no quiere aceptar esta realidad porque pareciera que es de otra época; a este mundo yo le digo que lo más hermoso es reconocer que Dios tiene misericordia. Presentémosle a El nuestras miserias para que El las cancele, que nos perdone y nos haga vivir una vida nueva.
¡Vayamos al sacerdote!
¡No importan las cualidades o aptitudes que tenga dicho sacerdote!
¡Es Cristo quien perdona, nos reconcilia, nos readmite a Dios, a la comunidad y a nosotros mismos!
¡Tengamos fe!, porque mucha gente dice “y yo ¿cómo voy a confesarme ante otro hombre?” Te estás equivocando. Es un hombre, sí, pero no es un hombre cualquiera. ¡Es Cristo que está en ese sacerdote y esa es su misión!
Acerquémonos al sacramento de la penitencia, de la reconciliación, para vivir la riqueza de la misericordia. Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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