Reflexión de Mons. Rubén Oscar Frassia
Domingo 1 de febrero de 2009
4º domingo durante el año(Ciclo B)
Evangelio según San Marcos 1, 21-28
Jesús cura a un endemoniado
Estamos ante un tema importante y difícil, porque el Señor viene a quitarnos de la esclavitud del pecado, pero también viene a extirpar el mal luchando contra los espíritus impuros.
A veces, de alguna manera, miramos las cosas muy pragmáticamente: existe sólo lo que se ve y lo que no se ve no existe; existe sólo lo que es visible, lo que es invisible no existe. Y nos equivocamos. Porque también hay un mundo, de lo invisible, que está presente y que de alguna manera incide en el comportamiento y en las actitudes de las personas: es la presencia del mal y del malo, porque muchas veces pueden incidir en las personas.
Jesús viene a sacarnos del pecado y a darnos una vida nueva. Jesucristo es un verdadero profeta. Es el Profeta por excelencia. Es Él quien hace las cosas. Él no las recibe, Él las hace.
El profeta no es aquel que devela el futuro, el pitoniso, aquel que dice lo que va a pasar, sino que el verdadero profeta es un intermediario de lo absoluto, que sabe y que vive en Dios, que escucha con atención la Palabra de Dios y hace Su voluntad.
Cristo viene a condenar todo el culto externo, todos los sacrificios falsos, la hipocresía, la injusticia. Y con esta verdadera liberación, con este “sacarnos de”, con este resolver los nudos que están en las personas y en las almas, da inicio al nuevo Pueblo de Dios.
La vida de Cristo, la actitud de Cristo, es una actitud crítica. La dimensión profética es muy importante tenerla en cuenta. No es una iniciativa de la Iglesia sino que es del Espíritu Santo. ¡El Espíritu es propio de Dios!
Y el Espíritu viene a nosotros, en la Iglesia, a confrontar, a discernir, a observar, a dilucidar, a distinguir, a clarificar, a definir. Por eso define, separa qué cosa es importante, qué cosa es esencial, qué cosa no lo es.
Y el signo no es esta realidad del curarlo y nada más, sino que nos obliga a mirar más allá. Por eso el Evangelio dice “habla y obra con autoridad, no como los escribas”. Los escribas hablaban, pero Él tiene autoridad. Él es e inicia con su victoria, y fundamentalmente el poder, sobre el mal. Que se completará con la resurrección.
Los demonios, los espíritus impuros, creen y por eso le tienen miedo a Dios, le tienen terror y dice el hombre poseído “¿qué quieres de nosotros Jesús nazareno?, ¿has venido para acabar con nosotros?, ya sé quien eres: el Santo de Dios”. Jesús, con autoridad, le dice “¡Cállate y sal de este hombre; no lo perturbes más!”
El poder de Dios en la Iglesia no es el poder de la Iglesia, sino el poder de Dios en la Iglesia y les puedo asegurar que uno lucha como sacerdote, como Obispo, no por las cosas meramente visibles sino también con aquellas cosas que son invisibles pero que están presentes y son reales.
Pidamos al Señor que nos de fuerzas para descubrir -escuchando su Palabra, cumpliéndola, haciendo la voluntad de Dios- con capacidad y prontitud separarnos del mal, de todo aquello que es pernicioso, que nos hace mal, que nos aparta de Dios, que nos aparta de nosotros mismos, que nos separa de los demás. El malo quiere dividir, quiere romper la unidad, quiere que vivamos falsamente, que vivamos con máscaras; en cambio Dios quiere que vivamos de un modo transparente.
Pidamos al Señor que nos purifique de todo aquello que sea malo en nosotros, para que también nosotros podamos vivir como verdaderos hijos de Dios. El Señor tiene poder y tiene autoridad; y esa autoridad es un servicio y una entrega
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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El profeta no es aquel que devela el futuro, el pitoniso, aquel que dice lo que va a pasar, sino que el verdadero profeta es un intermediario de lo absoluto, que sabe y que vive en Dios, que escucha con atención la Palabra de Dios y hace Su voluntad.
Cristo viene a condenar todo el culto externo, todos los sacrificios falsos, la hipocresía, la injusticia. Y con esta verdadera liberación, con este “sacarnos de”, con este resolver los nudos que están en las personas y en las almas, da inicio al nuevo Pueblo de Dios.
La vida de Cristo, la actitud de Cristo, es una actitud crítica. La dimensión profética es muy importante tenerla en cuenta. No es una iniciativa de la Iglesia sino que es del Espíritu Santo. ¡El Espíritu es propio de Dios!
Y el Espíritu viene a nosotros, en la Iglesia, a confrontar, a discernir, a observar, a dilucidar, a distinguir, a clarificar, a definir. Por eso define, separa qué cosa es importante, qué cosa es esencial, qué cosa no lo es.
Y el signo no es esta realidad del curarlo y nada más, sino que nos obliga a mirar más allá. Por eso el Evangelio dice “habla y obra con autoridad, no como los escribas”. Los escribas hablaban, pero Él tiene autoridad. Él es e inicia con su victoria, y fundamentalmente el poder, sobre el mal. Que se completará con la resurrección.
Los demonios, los espíritus impuros, creen y por eso le tienen miedo a Dios, le tienen terror y dice el hombre poseído “¿qué quieres de nosotros Jesús nazareno?, ¿has venido para acabar con nosotros?, ya sé quien eres: el Santo de Dios”. Jesús, con autoridad, le dice “¡Cállate y sal de este hombre; no lo perturbes más!”
El poder de Dios en la Iglesia no es el poder de la Iglesia, sino el poder de Dios en la Iglesia y les puedo asegurar que uno lucha como sacerdote, como Obispo, no por las cosas meramente visibles sino también con aquellas cosas que son invisibles pero que están presentes y son reales.
Pidamos al Señor que nos de fuerzas para descubrir -escuchando su Palabra, cumpliéndola, haciendo la voluntad de Dios- con capacidad y prontitud separarnos del mal, de todo aquello que es pernicioso, que nos hace mal, que nos aparta de Dios, que nos aparta de nosotros mismos, que nos separa de los demás. El malo quiere dividir, quiere romper la unidad, quiere que vivamos falsamente, que vivamos con máscaras; en cambio Dios quiere que vivamos de un modo transparente.
Pidamos al Señor que nos purifique de todo aquello que sea malo en nosotros, para que también nosotros podamos vivir como verdaderos hijos de Dios. El Señor tiene poder y tiene autoridad; y esa autoridad es un servicio y una entrega
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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