Su nombramiento como Obispo de Saigón fue recibido como una ofensa por el gobierno comunista de Vietnam. De inmediato se ordenó el arresto.
Por Juan Pedro Oriol
Enviado y comentado por Eduardo Palacios Molina
Trece años en la cárcel. Por el crimen de ser sacerdote. Por el crimen de obedecer y ser fiel al Papa. Espero que alguien se anime a hacer una película de la vida de este sacerdote entregado y fiel que ha conmovido a todos con su libro "Cinco panes y dos peces".
Su nombramiento como Obispo de Saigón fue recibido como una ofensa por el gobierno comunista de Vietnam. De inmediato se ordenó el arresto, aunque no tenían pruebas de que hubiera cometido delito alguno más que el de servir y predicar. Tampoco le permitieron llevarse nada. La comunidad católica no tardó en reaccionar y para calmar un poco las aguas, permitieron a Van Thuan escribir un mensaje en un papel. Al final del mensaje decía: "Por favor, necesito algo de vino como medicina para el dolor de estómago". Entre las ropas escondieron algunas ostias. El paquete llegó a la cárcel y el policía que lo revisaba preguntó extrañado: "¿Le duele el estómago? Pues aquí le mandan su medicina".
Cuando Van Thuan predicó los ejercicios espirituales a Juan Pablo II en marzo de 2000, recordó emocionado ese momento: "No podía expresar mi alegría al saber que ya podía celebrar Misa. Cada día podía arrodillarme ante la cruz de Jesús y beber con Él su cáliz. Cada día, al recitar la consagración confirmé con todo mi corazón y toda mi alma un nuevo pacto eterno entre Jesús y yo, a través de su Sangre mezclada con la mía".
Todos los días con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebraba la Eucaristía. Poco después de su arresto, lo llevaron al norte de Vietnam en barco con otros mil quinientos prisioneros hambrientos y desesperados. A las nueve y media de la noche, celebraba Misa en la cama común que compartía con otros cinco presos. De rodillas, con los grilletes en las manos y en los pies, un poco encorvado y repitiendo las palabras de memoria, consagraba y repartía la comunión a los que le rodeaban.
El lunes pasado murió un sacerdote que estuvo nueve años en aislamiento total encerrado entre cuatro paredes de cemento sin ventana alguna, con un foco encendido por la policía durante largas horas o apagado durante semanas, que le provocaba una tortura mental, caminando de un lado al otro de la pequeña celda para evitar enfermedades, teniendo solo un pequeño agujero para la respiración en la parte baja del muro, que cuando llovía se llenaba de agua y hacía entrar todo tipo de insectos que le picaban y le mordían porque no le quedaba fuerza para impedirlo.
Pasó cuatro años más trabajando en las montañas que rodeaban a la prisión. Un día pidió un alambre de la valla eléctrica que los acorralaba y, ayudado por otros prisioneros, cortó el alambre en pequeños pedazos, los enzarzó y formó una pequeña cadena y la cruz que formaron el pectoral que llevaba siempre colgado el Obispo Javier Van Thuan, prisionero desde 1975 hasta el año 1988.
No supo guardar rencores. Logró numerosas conversiones de guardias y prisioneros compañeros suyos. Pregonó el camino del perdón hasta el final. Un día uno de los guardias le preguntó: "¿Es verdad que usted nos ama? No me lo creo.
Cuando quede en libertad, seguro que enviará a sus fieles a quemar nuestras casas y a golpear a nuestras familiares".Le respondió: "Sí, claro que los amo, aunque me maten, porque Jesús me ha enseñado a amar a todos, también a los enemigos. Y si no lo hago, no soy digno de llevar el nombre de cristiano".
Van Thuan vivió a fondo su vocación. Como lo han hecho y lo siguen haciendo tantos hoy, en su respectiva vocación y, gracias a ellos se mantiene izada la bandera de la santidad de la Iglesia. Son los que permiten a los católicos presentarnos ante el mundo sin demasiada vergüenza.
* * *
Cuando finalicé de leer este texto pensé en el padre Christian von Wernich. Fue como un toque de atención que me mostró, una vez más, como el comunismo se ensaña con nuestros sacerdotes.
Cuantos cientos y cientos de sacerdotes y religiosos han exterminado en su insaciable odio. Como existen jueces prevaricadores como Juan Carlos Rozansky, fiscales merodeadores que con odio satánico se lanzan con falsos testigos a esta persecución contra los ministros de Cristo.
La cárcel injusta, el abandono de la sociedad, la soledad del sacerdote inocente, el hombre perseguido, humillado , tratado como un delincuente, el apóstol de Cristo maltratado por ser de Cristo, por ser sacerdote. Y no somos Vietnam, pero mereceríamos serlo.
El régimen terrorista continúa, los presos políticos inocentes siguen clamando por su libertad y por sus derechos humanos conculcados.
Rezar al padre Javier Van Tuhan y pedirle que interceda desde el cielo por los sacerdotes perseguidos y por todos aquellos laicos o religiosos que están presos en el mundo por cumplir con su deber.
Eduardo Palacios Molina
Fuente http://www.catholicnet.com/
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