jueves, 17 de octubre de 2002

EL GRAN EXCOMULGADOR (2002)

Las reglas de comunión del obispo Kelly dividen a las familias y violan el derecho canónico

Por el padre Anthony Cekada


Nota introductoria de Diario 7: A partir del año 1989, el Obispo Clarence Kelly (ex FSSPX, al igual que el padre Cekada) comenzó a negar la Sagrada Comunión a cualquier feligrés que asistiera a las Misas de la SSPV, si provenían de otras congregaciones de sacerdotes Independientes, el CMRI o de cualquier otro sacerdote del que pudiera rastrear su linaje hasta el Arzobispo Thuc. El padre Anthony Cekada hizo las investigaciones correspondientes y derribó las objeciones del Obispo Kelly.


Los jóvenes católicos tradicionales se preocupan a menudo por encontrar al cónyuge adecuado: ¿encontraré una pareja con la que pueda compartir y practicar mi fe?

Esta preocupación se agrava a menudo debido a las divisiones que existen entre los diversos grupos católicos tradicionales, una situación producida por la deserción de la jerarquía en el Vaticano II, que de otro modo estaría ahora manteniendo el orden entre los católicos fieles.

En Cincinnati, donde trabajo ahora, esta dificultad es particularmente aguda debido a la presencia de una parroquia dirigida por la Sociedad de San Pío V (SSPV) del obispo Clarence Kelly y sus Hijas de María. 

La política de su organización es negar la Sagrada Comunión a personas que asisten a mi Misa, y tratarlos como no católicos. A menudo hay una desagradable escena pública en su iglesia... cuando un sacerdote de la SSPV interroga a un comulgante sospechoso en la barandilla, pasa de largo si responde mal.

(La víctima más reciente: una abuelita de 90 años de Cincinnati, visitando una iglesia de la SSPV en Cleveland).

El director de la escuela local de la SSPV incluso exige un juramento por escrito de los padres que ellos y sus hijos no recibirán sacramentos en mi iglesia.

Pueden imaginarse las dificultades que surgen cuando, por ejemplo, un joven de la parroquia de la SSPV se interesa por una joven de mi parroquia y se avecina el matrimonio.

El clero de la SSPV presiona al joven y a su familia para que la joven se "convierta", es decir, renuncie formalmente a cualquier relación conmigo y acepte educar a sus hijos en "su" iglesia.

La razón que da la SSPV para esta política es que yo y los diversos clérigos con los que trabajo no somos católicos, estamos excomulgados o manchados, debido a asociaciones (no importa lo remotas que sean) con personas o grupos que la SSPV considera objetables: El Arzobispo P.M. Ngô-dinh-Thuc, los sacerdotes del Monte San Miguel (CMRI) y otros.

A los laicos a veces les parece convincente este panorama sombrío —después de todo, los católicos tradicionales tienden a ser pesimistas— o al menos lo suficientemente inquietante como para aceptar la política de la SSPV.

Pero la "política" de una organización concreta no debería ser la norma última de actuación para nadie.

Como católicos tradicionales, la pregunta debe ser siempre: "¿Qué normas establece la Iglesia".

La respuesta a esta pregunta se encuentra en su Código de Derecho Canónico (un cuerpo de 2.414 leyes individuales, complementadas por algunas otras legislaciones), tal como lo explican los "canonistas" (juristas), teólogos y papas.

Aquí descubrimos que un católico tiene derecho a recibir la Eucaristía, que el sacerdote tiene la obligación de dar la Comunión a un católico, y que el sacerdote puede negar a alguien la Eucaristía sólo si la ley prohíbe que esa persona la reciba.

Y la ley define con precisión lo que hace que alguien tenga "prohibido por ley" recibir la Sagrada Comunión.

Esto lo describiré en detalle a continuación.

También enumeraré las diversas razones que la SSPV ha dado a lo largo de los años para negar a mis feligreses la Comunión. Demostraré que la SSPV ha inventado un crimen o principio que no se encuentra en el derecho canónico, o ha sido malinterpretado algún principio que sí se encuentra.

Para asegurar al lector escéptico de una capilla de la SSPV que yo mismo no he malinterpretado de alguna manera las leyes eclesiásticas, proporcionaré gratuitamente a quien me escriba fotocopias de la documentación que cito a continuación, con todos los pasajes citados subrayados.

Animo a los jóvenes con amigos en las capillas de la SSPV a difundir este artículo y la documentación que lo acompaña. Así también a las familias que han sido desgarradas por las políticas de la SSPV

La ley de la Iglesia Católica, como verá, es mucho más misericordiosa e indulgente de lo que SSPV le quiere hacer creer...


El derecho a recibir la Comunión

PREGUNTA: ¿La ley eclesiástica permite a la SSPV negar la Comunión a mis feligreses?

1. Usted tiene derecho a la Comunión a menos que la ley se lo prohíba.

- Ley de la Iglesia: "Todo bautizado no prohibido por el derecho puede y debe ser admitido a la Sagrada Comunión". (Canon 853)

- Explicación: "Todo bautizado tiene derecho divino a recibir la sagrada Comunión, porque el bautismo le otorgó este derecho... Todos son llamados por Cristo a su banquete, y por lo tanto los sacerdotes están en el deber de ofrecer todas las oportunidades a los fieles para recibir la Comunión y deponer los escrúpulos irrazonables y jansenistas". Canonista C. Augustine, Commentary on the New Code of Canon Law, 1921, 4:225.

Aplicación: Mis feligreses pueden y deben ser admitidos a la Comunión, a no ser que la ley se lo prohíba. La ley citada favorece su derecho a recibir, salvo prueba en contrario, y este derecho es de ley divina.

Un sacerdote de la SSPV, a su vez, tiene el deber de darles la Comunión. Si tiene la intención de negarles la Comunión, debe demostrar que alguna ley eclesiástica les prohíbe recibirla. La carga de probar la indignidad de mis feligreses recae sobre la SSPV.

2. La ley prohíbe comulgar a los "públicamente indignos"

- Ley de la Iglesia: "No se puede dar la Sagrada Eucaristía a los públicamente indignos, por ejemplo, a los excomulgados, interdictos y notoriamente infames, a no ser que hayan dado señales de arrepentimiento y enmienda y hayan reparado el escándalo públicamente dado". Canon 855.1.

Aplicación: Un sacerdote de la SSPV debe demostrar que mis feligreses son "públicamente indignos". Esto lo puede hacer demostrando que están "excomulgados, interdictos o notoriamente infamados", o que entran en alguna otra categoría que la ley dice que los hace "públicamente indignos".

3. ¿Son mis feligreses "públicamente indignos" según la ley eclesiástica debido a:

A. ¿Excomunión? El Código de Derecho Canónico de 1917 enumera 44 delitos por los que los católicos incurren en excomunión automática.

Ver lista, Canonista Ayrinhac, Penal Legislation in the New Code of Canon Law, 1936, 326-329.

La SSPV debe identificar específicamente: (1) Cuáles de los 44 delitos cometieron mis feligreses. (2) Cuándo y cómo lo cometieron.

B. ¿Interdicción? El Code of Canon Law de 1917 enumera 4 delitos por los que los católicos incurren en interdicto automático. Ver Ayrinhac, 329-30. La SSPV debe identificar específicamente: (1) Cuál de las 4 ofensas cometieron mis feligreses. (2) Cuándo y cómo la cometieron.

C. ¿"Infamia notoria"? El Code of Canon Law de 1917 enumera 7 delitos por los que los católicos incurren automáticamente en "infamia de ley". Canonista Ayrinhac, 121. N.B., la "infamia de hecho" sólo puede ser declarada por su obispo diocesano.

La SSPV debe identificar específicamente: (1) Cuál de las 7 ofensas cometieron mis feligreses. (2) Cuándo y cómo las cometieron.

D. ¿Otra ley eclesiástica? No tengo conocimiento de tal ley.

Si un sacerdote de la SSPV sostiene que se aplica alguna otra ley de este tipo, debe identificar específicamente: (1) La fecha en que se promulgó la ley. (2) Los párrafos que definen la ofensa e imponen la prohibición de la comunión. (3) Cuándo y cómo mis feligreses cometieron la ofensa.

E. ¿Ser pecadores públicos y notorios? "Los pecadores públicos y notorios no deben ser admitidos a la Sagrada Comunión...". Éstos se definen como pecadores que "(a) si han sido declarados tales por un juez eclesiástico, o (b) si han confesado públicamente sus delitos, o como decimos nosotros, 'se han declarado culpables', o (c) si han cometido de palabra o de obra un delito que aún perdura y es conocido por el público como no expiado y, por lo tanto, es fuente de escándalo". Papa Benedicto XIV, en Augustine.

La SSPV debe identificar específicamente: (1) La especie del pecado que mis feligreses cometieron. (2) Cuándo y cómo lo cometieron. (3) Cómo perdura y sigue siendo conocido por el público.

4. Resumen y conclusión:

"Todo bautizado no prohibido por la ley puede y debe ser admitido a la Sagrada Comunión".

Mis feligreses deben ser admitidos salvo prohibición legal. La ley de la Iglesia favorece su derecho a recibir la Sagrada Comunión. Si la SSPV pretende rechazarlos, debe probar que hay alguna ley eclesiástica que les prohíbe recibir.

La ley eclesiástica prohíbe a los "públicamente indignos" comulgar. Uno se convierte en "públicamente indigno" bajo la ley a través de: (1) excomunión, (2) interdicto, (3) infamia notoria, (4) una ofensa contra alguna otra ley que resulte en la prohibición de la Comunión, o (5) ser un pecador público y notorio.

La ley de la Iglesia establece en detalle cómo se incurre en cada uno de ellos. Un sacerdote de la SSPV que pretenda negar la comunión a mis feligreses, debe especificar: (1) La ofensa cometida. (2) La ley que violó. (3) Cuándo se cometió.

Ningún sacerdote de la SSPV lo ha hecho, a pesar de mis repetidas peticiones públicas. La SSPV no puede hacerlo.

La conclusión es clara: la ley eclesiástica no permite a la SSPV negar la comunión a mis feligreses. En consecuencia, sus miembros están obligados por el canon 853 a dar la comunión a mis feligreses.

Pasamos ahora a varias acusaciones y objeciones.


¿No católicos o cismáticos?

OBJECIÓN: Mis feligreses tienen "prohibido por ley" recibir la comunión porque el Arzobispo Thuc o los miembros del CMRI o el Obispo Dolan, etc. eran/son "no católicos" o son "cismáticos".

1. Definición de "miembro de la Iglesia Católica".

Enseñanza Papal: “Sólo deben ser incluidos como miembros de la Iglesia aquellos que han sido bautizados y profesan la verdadera fe, y que no han tenido la desgracia de separarse de la unidad del Cuerpo, o han sido excluidos por autoridad legítima por causa de graves faltas cometidas”. Papa Pío XII, Mystici Corporis, Enseñanzas Pontificias 1022.

Si la SSPV sostiene que el Arzobispo Thuc, o los miembros de CMRI o el Obispo Dolan, o yo, etc. éramos "no católicos", debe demostrar que tal persona ya no es un "miembro de la Iglesia Católica" según la definición de Pío XII. La SSPV debe demostrar que persona

(1) Se ha separado de la "asamblea del Cuerpo" (cisma), o

(2) Ha sido excomulgado por una autoridad legítima.

Comenzamos con la acusación más grave de que tales personas eran/son "no católicos" porque eran/son "cismáticos".

2. Definición de "cismático".

 Ley de la Iglesia: "Si uno, después de la recepción del bautismo, conservando el nombre de cristiano, rechaza pertinazmente... la sumisión al Sumo Pontífice o rechaza la comunión con los miembros de la Iglesia sometidos a éste, es cismático". Canon 1325.2.

La ley de la Iglesia no contiene otra definición. Esta es la que debe seguir la SSPV.

3. Si un sacerdote de la SSPV llama "cismático" a un católico bautizado, debe por lo tanto identificar cuándo y cómo esa persona

(1) Rechazó estar sujeta al Romano Pontífice; O

(2) Rechazó la comunión con los miembros de la Iglesia sujetos a él, Y

(3) Lo hizo "pertinazmente" ("lo que presupone mala fe, tal que el cismático, a sabiendas y voluntariamente, rompe en pedazos la unidad de la Iglesia") (1). Canonista Coronata, Institutiones Juris Canonici, 4:1858).

4. Los sacerdotes de la SSPV debe identificar cada una de las siguientes ocasiones:

- El Arzobispo Thuc: ¿Cuándo "rechazó la sujeción al Romano Pontífice" o "rechazó la comunión con miembros de la Iglesia sujetos al Romano Pontífice"? ¿Fue "pertinaz", presuponiendo mala fe, "a sabiendas, voluntariamente" desgarrando la unidad de la Iglesia?

- Cualquier miembro de la CMRI es un "cismático": Ídem: ¿Cuándo? ¿Cómo?

- El Obispo Dolan: Idem: ¿Cuándo? ¿Cómo?

- ¿Yo? o cualquiera de mis feligreses: Lo mismo digo: ¿Cuándo? ¿Cómo?

- Tu novia o novio: Lo mismo digo: ¿Cuándo? ¿Cómo?

5. Si un sacerdote de la SSPV no puede hacerlo, ciertamente no puede afirmar que alguno de los anteriores fue/es "cismático".

6. Resumen y Conclusión.

Pío XII enseña que un bautizado que profesa la verdadera fe es miembro de la Iglesia Católica a menos que esté separado de ella por excomunión o cisma.

La ley de la Iglesia da una definición precisa para el término "cismático". Cualquiera que en la SSPV te llame cismático debe cumplir los criterios de esta definición.

No pueden demostrar que el Arzobispo Thuc, los miembros del CMRI, el Obispo Dolan o mis feligreses cumplan estos criterios. La SSPV no puede afirmar que tales personas eran/son "no católicos" o "cismáticos".

Por lo tanto, la SSPV no puede negarles la Comunión por estos motivos.


¿Excomunión contagiosa?

OBJECIÓN: Mis feligreses tienen "prohibido por ley" recibir la comunión porque el Arzobispo Thuc, los Obispos Carmona, Pivarunas, Dolan, etc. fueron/son "excomulgados".

1. Identifique la Excomunión en la que incurrió el Arzobispo Thuc:

A. ¿El Código de Derecho Canónico? Enumera 44 ofensas. Ver Canonista Ayrinhac. 

La SSPV debe identificar específicamente: (1) Cuál de las 44 ofensas cometió el Arzobispo Thuc. (2) Cuándo y cómo lo cometió.

B. Decreto del Santo Oficio (1951) Cuando los comunistas se apoderaron de China en la década de 1940, encarcelaron a obispos y clérigos católicos fieles al Papa. A los obispos y clérigos dispuestos a renunciar a la autoridad papal se les permitió formar la "Asociación Patriótica Católica China", que luego eligió sacerdotes para dirigir las diócesis vacantes por los obispos encarcelados. Estos sacerdotes recibieron consagración episcopal de los obispos de la Asociación Patriótica.

En 1951, por lo tanto, el Santo Oficio del Vaticano emitió una nueva ley imponiendo la excomunión automática por "La Consagración de un obispo sin nombramiento canónico".

El término "nombramiento canónico" (en latín provisio o institutio canonica) es un término técnico que se refiere no a la recepción del sacramento de la consagración episcopal, sino a la obtención del poder jurisdiccional como cabeza de una diócesis.

He hablado de este decreto en "Pío XII, la excomunión y los obispos católicos tradicionales".

En respuesta a la acusación bastante fantástica de la SSPV de que el Arzobispo Thuc incurrió de alguna manera en excomunión en virtud de este decreto:

(1) La excomunión automática se aplica sólo al caso de un obispo consagrado ilícitamente como ordinario sobre una diócesis

"Desde el punto de vista de la finalidad pretendida por el Santo Oficio, el decreto parece abarcar sólo a los consagrados como obispos residenciales, pues éste es el caso real que la Santa Sede desea condenar". Canonista Regatillo, Institutiones Iuris Canonici, 1956, 2:1031, trans. en Cekada.

(2) Las leyes como ésta que establecen una sanción deben interpretarse en sentido estricto:

"En las penas debe seguirse la interpretación más benigna". Canon 2219.1.

"Las palabras de la ley deben tomarse en su sentido propio ciertamente, pero no extenderse más allá de éste". Canonista Ayrinhac, Penal Legislation, 39.

(3) La SSPV debe demostrar que el Arzobispo Thuc consagró a a alguien como obispo residencial de una diócesis sin el nombramiento de la Santa Sede.

¿A quién? ¿Cuándo? ¿Al Obispo Guerard? ¿Al Obispo Carmona?

La consagración del Obispo Michel-Louis Guerard des Lauriers (izquierda) el 7 de mayo de 1981, en la humilde casa del Arzobispo Pierre-Martin Ngo-Dinh-Thuc en Toulon, Francia.

C. Ad Apostolorum Principis (1958)? Esta larga epístola de Pío XII también iba dirigida contra el problema de la instalación ilícita por parte de la Asociación Patriótica de obispos cismáticos al frente de diócesis vacantes en China.

El argumento de la SSPV aquí es que en este documento se castigaba las consagraciones en general que se hacían "precipitadamente" o "irresponsablemente". El Arzobispo Thuc habría realizado consagraciones "precipitadamente" o "irresponsablemente". Por lo tanto, el Arzobispo Thuc estaría excomulgado por ello.

En respuesta:

(1) El término latino es ex arbitrio. No significa "precipitadamente por un impulso estúpido e irresponsable", sino "por su propia autoridad" (Cassells New Latin Dictionary, 55), que fue el delito del clero chino al nombrar a los jefes diocesanos títeres.

(2) La Epístola no establece ninguna nueva causa de excomunión (¿para obispos "impulsivos"?), sino que se limita a referirse a la aplicabilidad del Decreto de 1951.

(3) Pío XII condena como "contrarias a la ley y al derecho" consagraciones del tipo descrito en el párrafo precedente, en las que aquellos no tienen "autoridad alguna" 

a. "anulan el nombramiento canónico" [institutio canonica] hecho por un papa.

b. "Reclaman el derecho de nombrar obispos" para algún grupo de sacerdotes o laicos. ("Obispo" en el Código, significa un Ordinario, a menos que se especifique lo contrario).

c. Conferir la consagración sin "el mandato de la Sede Apostólica".

2. Incluso si el Arzobispo Thuc hubiera incurrido personalmente en la excomunión, no la incurrirían los clérigos que derivan sus órdenes de él.

A. Las sanciones no son "contagiosas". “No está permitido extender las penas de persona a persona o de caso a caso, aunque la razón sea igual o más fuerte” Cánon 2219.3.

B. Recibir órdenes de un excomulgado incurre únicamente en suspensión. (Prohibición de ejercer lícitamente las órdenes.) Los que presumen recibir órdenes de un excomulgado, o suspendido, o interdicto, después de haberle dictado sentencia declaratoria, o de un notorio apóstata, hereje o cismático, incurren ipso facto en una suspensión a divinis reservada a la Santa Sede; quien de buena fe es ordenado por tal persona tiene prohibido ejercer las órdenes así recibidas hasta que sea dispensado”. Cánon 2372.

C. Esta suspensión ni siquiera se aplicaría de todos modos, porque:

(1) Nadie con autoridad emitió una sentencia declaratoria sobre el Arzobispo Thuc, los Obispos Carmona, Pivarunas, etc. declarándolos excomulgados, suspendidos o interdictos.

(2) Thuc, etc. no fueron/son “notorios apóstatas, herejes, cismáticos”. (Si un sacerdote de la SSPV afirma lo contrario, debe probar su afirmación con las definiciones de esos términos en el canon 1325.

(3) “Presume” es un término técnico que estipula que la mala fe debe estar presente para que se aplique una sanción.

3. Y en todo caso, un católico puede recibir sacramentos de un sacerdote excomulgado de todos modos:

Excepto lo dispuesto en el § 3 (2) los fieles pueden por cualquier causa justa pedir sacramentos o sacramentales de quien está excomulgado, especialmente si no hay otro para dárselos; y en tales casos el excomulgado así solicitado puede administrarlos, y no está obligado a preguntar el motivo de la solicitud”. Cánon 2261.2.

4. Resumen y Conclusión:

El Arzobispo Thuc no incurrió en excomunión bajo el Código de Derecho Canónico, el decreto del Santo Oficio de 1951 o Apostolorum Principis.

De todos modos, una excomunión no es "contagiosa", y no pasaría al clero que deriva sus órdenes de él.

Incluso si lo hiciera, el Canon 2261 permite a los católicos recibir sacramentos de un clérigo excomulgado.

Por lo tanto: La SSPV no puede negar la comunión a mis feligreses con el argumento de que el Aezobispo Thuc, los Obispos Carmona, Pivarunas, Dolan, etc. fueron/son “excomulgados”.


¿El pecado del escándalo?

OBJECIÓN: Mis feligreses tienen “prohibido por ley” recibir la comunión por el pecado de “escándalo”.

1. Lo que no es el pecado de escándalo.

En el lenguaje común, "escándalo" significa conmoción o perplejidad que experimenta la gente como resultado de alguna violación del decoro o de las normas comunes.

2. Cuál es el pecado de escándalo:

Definición: “Alguna palabra o acción (ya sea por omisión o comisión) que (1) es mala en sí misma, o (2) tiene la apariencia de mal, Y (3) proporciona una ocasión de pecado para otro”. Teólogo Prümmer, Moral Theology, 230.

Comentario: Para que alguien cometa el pecado de escándalo, su palabra o acto debe en primer lugar: (1) ser malo, o (2) tener apariencia de mal.

3. ¿Qué “acto malo”, real o aparente, cometieron mis feligreses que les hace “prohibido por ley” recibir la comunión?

A. ¿Un delito contra la ley de la Iglesia? Si es así, ¿se castiga con excomunión automática, interdicto o infamia notoria? Señálelo, entonces.

B. ¿Un pecado público? Proporcione el número del mandamiento y las especies de pecado, por favor.

C. ¿Recepción de los sacramentos de un “cismático”? Falsa acusación ya refutada. ¿Quién es el “cismático”? ¿Cómo encaja él en la definición del canon 1325?

D. ¿Recepción de sacramentos del clérigo “excomulgado”?. Falsa acusación de excomunión ya refutada. El canon 2261 permite la recepción del ministro excomulgado de todos modos.

4. Sin una mala acción específica, real o aparente, sólo hay la “toma de escándalo pasivo”.

DefiniciónEl escándalo pasivo se toma cuando no resulta de una acción mala sino de una acción buena que es aceptada por otro como ocasión de pecado, ya sea por: (1) Ignorancia (escándalo de los débiles), O (2) Malicia (escándalo farisaico). Ver teólogo Prümmer.

5. El “escándalo” dado a otros por la recepción de los sacramentos de mis feligreses en Santa Gertrudis, en consecuencia, es solo un “escándalo pasivo”, que surge de:

R. Ignorancia. Los laicos afiliados a la SSPV han sido adoctrinados con distorsiones de la ley de la Iglesia para ver el acto de mis feligreses como malvado. Esto es escándalo de los débiles.

B. Malicia. El clero de la SSPV no puede identificar las leyes o mandamientos contra los cuales mis feligreses han cometido sus delitos o pecados. El clero de la SSPV, sin embargo, persiste en sostener que el “escándalo” está presente. Su escándalo, entonces, es un escándalo farisaico.

6. No hay obligación de evitar dar a otros una ocasión de escándalo farisaico.

Explicación: “Esto se sigue del hecho de que el escándalo farisaico es causado por la malicia de la persona que se escandaliza”. Teólogo Prümmer.

7. Resumen y Conclusión:

Para que ocurra un verdadero pecado de escándalo, mis feligreses tendrían que haber cometido algún acto malo o aparentemente malo en primer lugar. La SSPV no puede identificar la ley o el mandamiento que han violado. El “escándalo” que se lleva el clero de la SSPV es, por lo tanto, sólo farisaico.

Por lo tanto: La SSPV no puede negar la comunión a mis feligreses por haber cometido el pecado de “escándalo”.


¿Ordenación de hombres indignos?

OBJECIÓN: Mis feligreses tienen "prohibido por ley" recibir la comunión porque el Arzobispo Thuc confirió órdenes a algunos hombres indignos.

La consagración del Obispo Moises Carmona y del Obispo Adolfo Zamora el 17 de octubre de 1981, en la casa de Thuc en Toulon, Francia.

1. Principio general sobre la ordenación de hombres indignos.

- Ley de la Iglesia  "El ministro que se atreviere [ausus fuerit] a administrar sacramentos a personas a quienes la ley divina o eclesiástica prohíbe recibirlos, será suspendido de la administración de los sacramentos por el tiempo que determine el prudente arbitrio del Ordinario, y castigado con otras penas según la gravedad de la falta, sin perjuicio de las penas especiales previstas por el derecho contra ciertos delitos de esta clase". Canon 2364.

2. Puntos a tener en cuenta:

A. “Se atreviera [ausus fuerit] a administrar…” “Si la ley contiene las palabras: praesumpserit, ausus fuerit, scienter, studiose, temerarie, consulto egerit, u otras expresiones similares que requieren pleno conocimiento y deliberación, cualquier disminución de imputabilidad en la parte del intelecto o de la voluntad exime de penas latae sententiae” Canon 2229.2. “En este último caso, incluso la ignorancia afectada del hecho probablemente excusa”. Canonista Bouscaren, Canon Law: Text & Commentary, 1957, 853.

Para incurrir en la pena, Arzobispo Thuc tendría que haber tenido pleno conocimiento de que el ordenando no era digno y lo hizo de todos modos. Esto no ha sido probado.

B. La Pena: No excomunión, sino sólo suspensión (prohibición de ejercer órdenes). Ni siquiera es automático. Debe ser impuesta por un superior con jurisdicción ordinaria. Otros ordenandos no pudieron "atraparlo" y pasarlo de todos modos.

3. Resumen y Conclusión:

Este cargo es simplemente un intento de culpabilidad por asociación.

A los católicos no se les “prohíbe por ley” recibir la Comunión si han recibido sacramentos de otros clérigos que en algún lugar, de alguna manera, en su línea de sucesión apostólica descienden de un obispo que “pudo” haber sido suspendido por haber ordenado a alguien indigno, si ese obispo hubiera tenido pleno conocimiento de la indignidad del ordenando, y si el propio Ordinario de ese obispo le hubiera impuesto una sentencia.

Si la SSPV tiene una ley que diga lo contrario, que proporcionen la referencia.

Por lo tanto: La SSPV no puede negar la comunión a mis feligreses con el argumento de que el Arzobispo Thuc confirió órdenes a algunos hombres indignos.


¿Cooperación con los crímenes?

OBJECIÓN: Mis feligreses tienen “prohibido por ley” recibir la comunión porque al recibir los sacramentos del clero que traza la sucesión apostólica del Arzobispo Thuc, ellos se convierten en “cooperadores” de sus “malas obras”, “crímenes”, etc.

1. Acusaciones refutadas anteriormente:

Ese Arzobispo Thuc era no-católico, cismático, excomulgado, culpable de crímenes, etc.

2. Incluso si el Arzobispo Thuc hubiera sido culpable de una acción criminal, recibir órdenes de él no constituye cooperar en una acción criminal, incluso si uno aprobara sus crímenes.

Principio: “La aprobación de una acción criminal, la participación en el botín, el encubrimiento del delincuente, y todas aquellas acciones realizadas después de consumado el delito, pueden constituir en sí mismas nuevas infracciones si hubiere penas previstas en la ley; pero no constituyen cooperación en el delito ni hacen responsable de él, a menos que el apoyo o el estímulo hayan sido prometidos de antemano y en ese sentido hayan precedido a la mala acción”. Canonista Ayrinhac, Penal Legislation, 19.

3. Resumen y conclusión:

Este cargo es simplemente culpabilidad por asociación nuevamente.

A los católicos no se les “prohíbe por ley” recibir la Comunión a través de la “cooperación en el crimen” si han recibido sacramentos de otros clérigos que en algún lugar, de alguna manera, en su línea de sucesión apostólica descienden de un obispo que cometió o pudo haber cometido un crimen.

Si la SSPV tiene una ley que diga lo contrario, que proporcionen la referencia.

Por lo tanto: La SSPV no puede negar la comunión a mis feligreses con el argumento de que al recibir los sacramentos del clero que traza la sucesión apostólica del Arzobispo Thuc, se convierten en “cooperadores” de sus “malas obras”, “crímenes”, etc.


¿Simplemente siguiendo un curso más seguro?

OBJECIÓN: Mis feligreses tienen “prohibido por ley” recibir la comunión con el argumento de que la SSPV simplemente está siguiendo “el curso más seguro”.

I. Principio sobre “el curso más seguro”:

Teología moral: “No consiste en un camino más seguro comparado con otro que también es seguro, sino un curso más seguro frente a otro que no lo es. Porque no estamos obligados a seguir el curso más seguro cuando otro curso que también es seguro” (3). Teólogos Aertnys-Damen, Theol. Moralis, 1958, 1:86.

II. ¿Quién está realmente siguiendo “el curso más seguro”?

• Los principios que he expuesto anteriormente son “seguros”, porque se emplean en el derecho canónico de la Iglesia y en las obras de sus teólogos morales.

• He demostrado ampliamente anteriormente que las acusaciones sobre el Arzobispo Thuc que forman la base para negar la comunión a mis feligreses, sin embargo, no tienen una base objetiva en el derecho canónico católico y la teología moral.

• Tales principios no pueden ser un camino “más seguro”, ni siquiera “seguro”, porque no provienen de la autoridad de la Iglesia, sino que la contradicen.

• El verdadero “camino inseguro” es el de la SSPV: inventa sus propias reglas y rechaza los sacramentos católicos en base a ellas.

III Conclusión:

Por lo tanto: La SSPV no puede negar la comunión a mis feligreses con el argumento de que están siguiendo "el curso más seguro". Ellos no lo son.


¿El padre está siguiendo su conciencia?

OBJECIÓN: Mis feligreses tienen “prohibido por ley” recibir la comunión con el argumento de que los sacerdotes de la SSPV están “siguiendo sus conciencias”.

I. Qué es la conciencia:

Teología moral: “Juicio o dictado del intelecto práctico que decide a partir de principios generales la bondad o maldad de algún acto que se va a hacer aquí y ahora o se ha hecho en el pasado”. Teólogo Prümmer, Moral Theology, 135.

II. Estándar por el cual juzga:

Teología moral: “La conciencia deriva su juicio de principios generales… La conciencia no juzga las verdades de la fe y la razón, sino que decide si el acto a realizar (o que se ha realizado) es conforme a la ley justa existente”. Ibídem.

III. El sacerdote debe conformar sus decisiones prácticas con el “justo derecho existente” de la Iglesia.

IV. La “justa ley existente” de la Iglesia prescribe:

Ley de la Iglesia: “Toda persona bautizada que no esté prohibida por la ley puede y debe ser admitida a la Sagrada Comunión”. Canon 853.

V. La SSPV no puede señalar ninguna ley eclesiástica bajo la cual mis feligreses tengan “prohibido” recibir la Comunión.

VI. Conclusión.

• Por lo tanto, los miembros de la SSPV deben conformar sus conciencias a la “ley justa existente” y admitir a mis feligreses a la Comunión.


¿Obispos inválidos?

OBJECIÓN: Mis feligreses tienen “prohibido por ley” recibir la comunión porque las consagraciones episcopales del Arzobispo Thuc realizadas en 1981 eran "dudosas" o "inválidas".

El tema central aquí es la validez de las dos consagraciones episcopales que el Arzobispo PM. Ngô-dinh-Thuc confirió en 1981:

• Obispo M.L. Guérard des Lauriers OP, 7 de mayo de 1981 (de quien Mons. Sanborn deriva su consagración).

• Mons. Moises Carmona Rivera, 17 de octubre de 1981 (de quien Mons. Dolan deriva su consagración).

Moisés Carmona Rivera, el Arzobispo Ngo Dinh Thuc y Adolfo Zamora Hernández, el día de su ordenación como Obispos

En 1983, cuando yo era miembro de la FSSPX, escribí un extenso artículo criticando a Mons. Thuc, sus participaciones, etc.

Sin embargo, no abordé el tema de la validez de las consagraciones que realizó: “Se necesitaría más investigación para determinar qué teólogos y canonistas consideran evidencia suficiente para la validez en tal caso”. Roman Catholic 5, (enero de 1983), 8.

Comenzamos a investigar este tema de la SSPV a raíz de la visita del padre Donald Sanborn a Brasil, en abril de 1985. El tema era la vigencia de las consagraciones de los Obispos Guérard y Carmona.

Se eligieron dos sacerdotes para investigar la cuestión: el padre Sanborn, que favorecía la validez de las consagraciones y favorecía la participación, y yo, que creía que las consagraciones eran dudosas y me oponía a la participación.

Los temas clave que nos propusimos investigar en 1985 fueron:

(1) Sin certificados: aparentemente no se emitió ninguno. ¿Qué hacer? Esta fue la principal objeción mía y del padre Kelly.

(2) ¿Se requerían entonces “testigos calificados”? El padre Kelly sostuvo que se necesitaría "evidencia del uso de la materia y la forma correctas", de lo contrario, una consagración episcopal tendría que considerarse "dudosa".

(3) ¿Había otras reglas especiales para dar fe del hecho de una consagración episcopal? ¿Algo aparte de las normas usuales para determinar que un sacramento tuvo lugar?

(4) ¿Tenía la “intención sacramental” el Arzobispo Thuc? ¿Qué suposiciones nos pedían los teólogos, canonistas, etc. que hiciéramos?

Mis conclusiones en 1988, basadas en la investigación que había hecho, fueron las siguientes:

(1) Certificado: No se requiere asumir que un rito dado tuvo lugar y fue válido. Todos los certificados tradicionalistas son canónicamente "no oficiales" de todos modos, porque no somos pastores canónicos.

(2) Testigos Calificados. Nada en el derecho canónico requiere "testigos calificados", evidencia positiva del uso de la materia y la forma. El término “testigo calificado”, de hecho, tiene un significado técnico especial en el derecho canónico que se refiere a dar testimonio en un juicio eclesiástico, y no tiene nada que ver con la determinación de la validez de un sacramento.

(3) Reglas especiales. No las hay para determinar el hecho de una consagración episcopal.

(4) ¿La “intención sacramental” del Arzobispo Thuc? No existe justificación para atacarlo bajo ningún principio aceptado de derecho canónico y teología moral.

Concluí que estamos obligados a considerar las consagraciones como válidas, y posteriormente:

(1) Escribí un artículo (1991) presentando mi investigación y conclusiones (disponible en www.Traditionalmass.org)

(2) Fue descubierto el certificado emitido por el Arzobispo Thuc de la consagración del Obispo Carmona.

En relación con esto último, cabe señalar lo siguiente: el padre Kelly utilizó la ausencia de un certificado como principal objeción para impugnar la validez de las consagraciones del Arzobispo Thuc. Cuando finalmente pude encontrar uno en 1993, el padre Kelly lo ignoró y luego cambió su principal objeción a la consagración atacando el “estado mental” del Arzobispo Thuc.

1. Procedimiento estándar para verificar la recepción de un sacramento:

A. Lo que un sacerdote determinará:

(1) Hecho de que ocurrió una ceremonia, a través de (a) certificado (la forma habitual) o (b) otra prueba confiable (una foto sería suficiente).

(2) Ministro que realizó el rito. ¿Era un sacerdote católico válidamente ordenado? Le preguntas al destinatario o a los padres.

(3) Rito utilizado¿Era el rito tradicional o post-Vaticano II? Le preguntas al destinatario o a los padres.

B. Lo que concluye el sacerdote:

Una vez que un sacerdote católico tradicional determina en un caso dado (por ejemplo, alguien que afirma que un niño fue bautizado) que ocurrió una ceremonia, que otro sacerdote católico válidamente ordenado la realizó y que el sacerdote usó un rito tradicional, lo trata como válido sin más preguntas.

Esta es una práctica sacramental estándar.

2. Aplicación a las Consagraciones de Thuc de 1981:

A. Lo que puede determinar:

(1) Hecho de que ocurrieron las ceremonias. Establecido por:

a. Certificado de consagración para el Obispo Carmona, escrito por Thuc:

    i. Manualmente.

    ii. En latín.

    iii. Con fecha 18 de octubre de 1981.

    IV. Firmado por testigos presenciales.

b. Fotos publicadas de las consagraciones de Guérard y Carmona.

C. Numerosos artículos y una “excomunión” vaticana.

(2) Ministro que realizó el rito: Arzobispo Thuc, obispo católico válidamente consagrado.

(3) Rito Utilizado: Rito de Consagración Episcopal, Pontifical Romano de 1908. Establecido por:

a. Fotos de la ceremonia publicadas con subtítulos    indicando que las consagraciones realizadas por el Arzobispo Thuc fueron según The Roman Pontifical (edición de 1908) (4).

b. Una entrevista realizada bajo juramento, con el Dr. Kurt Hiller, quien estuvo presente en ambas consagraciones y quien sostuvo el libro ritual (The Roman Pontifical) mientras el Arzobispo Thuc realizaba el rito de consagración (5).

c. Una declaración jurada del Dr. Eberhard Heller, quien también estuvo presente en ambas consagraciones, certificando que los padres Guérard, Carmona y Zamora fueron consagrados Obispos por el Arzobispo Thuc y que “Las consagraciones siguieron The Roman Pontifical (Roma: 1908)” (6).

d. Una entrevista publicada con el Obispo Guérard. Atestigua que el Arzobispo Thuc lo consagró el 7 de mayo de 1981, que “la consagración fue válida”, que “se siguió íntegramente el rito tradicional (excepto la lectura de un mandato romano)”, y que “Mons. Thuc y yo teníamos la intención de hacer lo que hace la Iglesia” (7).

e. Una entrevista con el Obispo Guérard afirmando de nuevo que había sido consagrado el 7 de mayo de 1981 y que el rito se había seguido íntegramente (8).

B. Por lo que se debe concluir:

Que (1) la ceremonia de consagración episcopal ocurrió en dos ocasiones, (2) un obispo válidamente consagrado las realizó cada vez, y (3) usó el Rito Tradicional de Consagración Episcopal cada vez.

Por lo tanto, ambas consagraciones deben considerarse válidas.

3. A partir de entonces, debe presumirse la validez y probarse la nulidad.

A. Generalmente en Derecho Canónico: Es “la reina de las presunciones, que tiene por válido el acto o contrato, hasta que se pruebe la nulidad”. Canonista Wanenmaker, Canonical Evidence in Marriage Cases, (1935), 408.

B. Para las Ordenaciones: “…un acto, especialmente uno tan solemne como una ordenación, debe tenerse por válido, mientras no se demuestre claramente su nulidad”. Canonista Cardenal Gasparri, (también compilador del Code of Canon Law), Tractatus de Sacra Ordinatione (1893), 1:970. (9)

C. Se presume la intención correcta: “Este principio se afirma como cierta doctrina teológica, enseñada por la Iglesia, negar lo cual sería teológicamente temerario… Se presume que el ministro tiene la intención de lo que significa el rito”. Teólogo Leeming, Principles of Sacramental Theology, (1956) 482.

4. Defectos que invalidarían una consagración episcopal:

A. Materia: El obispo consagrante no impone manos.

B. Forma: El obispo consagrante no pronuncia la fórmula esencial de 16 palabras.

C. Intención retenida: El obispo que consagra internamente retiene la intención de hacer un obispo o “hacer lo que hace la Iglesia” al realizar el rito.

D. Intención Ausente: Consagrar un obispo no es realizar un acto humano porque le falta:

(1) Incluso la mera atención externa: Él no sabe que está realizando un acto sacramental (una consagración episcopal). (Ningún acto del intelecto).

(2) Incluso intención virtual: Su acción externa de realizar un acto sacramental (una consagración episcopal) no ha sido producido por ningún acto directo de su voluntad. (Ningún acto de voluntad).

• Ejemplo de no atención externa o intención virtual: Realizar una acción sacramental mientras se está sonámbulo. Ninguna atención del intelecto, ninguna intención de la voluntad. No hay sacramento porque no es un acto humano.

• La intención virtual es el “nivel” mínimo de intención requerido y suficiente para la validez. Garantiza que un sacramento es válido, incluso si el sacerdote u obispo está internamente distraído antes y durante todo el rito sacramental.

Explicación: “La doctrina común es ésta: La intención virtual es necesaria y suficiente en el ministro para conferir los sacramentos… La intención virtual, como ya hemos visto, es una intención actual que opera junto con la distracción. Tal intención está ciertamente presente en alguien que realiza regularmente acciones sacramentales, por ejemplo, un sacerdote que va temprano a la iglesia, se pone las vestiduras, va al altar, celebra la Misa y consagra una hostia u hostias que se le presentan, aunque no piensa en la intención de consagrar”. Canonista Coronata, De Sacramentis: Tractatus Canonicus 1943, 1:56. (10)

Este mínimo, obviamente, no es muy difícil de cumplir.

5. En las consagraciones del Arzobispo Thuc no hay evidencia de un defecto en materia, forma o intención de "hacer lo que hace la Iglesia".

6. La calumnia del “estado mental”:

A. Fotos de Ceremonias: Mire las fotos de las consagraciones publicadas en Einsicht. ¿El Arzobispo Thuc parece un robot aturdido o un sonámbulo, que no sabe dónde está o qué está haciendo?

— ¿uno tendría que demostrar el “estado mental” en el que estaba en el momento de las consagraciones si se alega que eran dudosas o inválidas?

En la Ordenación del padre Bruno Schaeffer: ¿también era un autómata?

El Arzobispo Thuc también dio una conferencia pública en México bajo los auspicios de Trento al año siguiente. ¿Era también un autómata que no sabía dónde estaba ni qué estaba haciendo?

B. Certificado de Consagración para el Obispo Carmona. Mire la escritura en el certificado reproducido en el Capítulo 1 de este libro. Es firme y claro, y el documento está en latín.



Nosotros, Peter Martin Ngô-dinh-Thuc, Arzobispo titular de Bulla Regia, comunicamos a todos lo siguiente: el día 17 del mes de octubre del año 1981, conferimos el rango episcopal de la Iglesia Católica al Padre Moisés Carmona Rivera, con todos los derechos propios de dicho cargo. Dado el día 18 del mes de octubre, del año de Nuestro Señor de 1981. [firma] +Peter Martin Ngô-dinh-Thuc Los testigos oculares fueron: Doctor Kurt Hiller y Doctor Eberhard Heller. [firma] Dr. Kurt Hiller [firma] Dr. E. Heller.

¿Es también esta escritura en latín obra de algún sonámbulo confundido con una mitra, que el día anterior no pudo manejar la pizca de conciencia e intención que los teólogos dicen que es “necesaria y suficiente” para conferir un sacramento válido?

C. Otros Documentos Manuscritos en LatínUnos meses después de la consagración, escribió a Mons. Carmona agradeciendo por sus saludos de Año Nuevo, y al año siguiente, un documento proclamando la vacante de la Santa Sede. Véase Einsicht.

Una vez más, los documentos están en latín y la letra del arzobispo es firme y clara. ¿Es este el trabajo de un sonámbulo o un autómata? ¿Puede elaborar documentos en latín?

D. Conclusión: Cualquiera capaz de todo esto poseía el “estado mental” requerido para conferir un sacramento válido. Un sacerdote que dice lo contrario es ignorante de los principios de la teología sacramental o deshonesto, porque lo sabe bien, pero se niega a abandonar su posición tonta.

6. Resumen y Conclusión:

A. Procedimiento estándar que usa un sacerdote para verificar la recepción del sacramento:

(1) Él comprueba: (a) El hecho de que ocurrió la ceremonia (por certificado u otra prueba). (b) Si el ministro que realizó el rito fue un sacerdote católico válidamente ordenado. (c) El rito utilizado: ¿era el rito tradicional?

(2) El sacerdote entonces lo trata como válido. No hay más preguntas.

B. Para las consagraciones de Thuc:

(1) Fácilmente podemos determinar: (a) Hecho de que ocurrieron las ceremonias: Certificado escrito a mano por el Arzobispo Thuc, fotos, artículos. (b) Un obispo real. (c) Rito utilizado: Rito tradicional de consagración episcopal. (Declaraciones juradas, etc)

(2) Conclusión: Las consagraciones fueron válidas.

C. En adelante se debe presumir la validez o se debe probar la nulidad, basándose en lo que enseñan los canonistas sobre: (1) Principios generales, (La “reina de las presunciones”). (2) Ordenaciones. (3) Intención correcta.

D. Defectos que invalidan los sacramentos: (1) Materia. (2) Forma. (3) Intención de retención. (4) Intención ausente: no tiene idea de lo que está haciendo y no realiza ningún acto de voluntad.

E. Para las Consagraciones del Arzobispo Thuc: No hay evidencia de defecto de materia, forma o intención de hacer lo que hace la Iglesia.

F. Calumnia del “estado mental” — El  Arzobispo Thuc era incapaz de tener la intención sacramental - es refutado por: (1) Fotos. (2) Documentos escritos a mano después de la consagración. (3) Especialmente el certificado de consagración que escribió en latín el día después de la consagración del Obispo Carmona.

G. Tales ataques fueron deshonestos todo el tiempo. Y aquí pasamos brevemente de la ley de la iglesia a una anécdota personal.

En mi artículo de 1991, recordé cómo en una reunión de sacerdotes de la SSPV de septiembre de 1988, el padre Sanborn nos había presentado un informe sobre los principios teológicos que se aplicarían a las consagraciones de Thuc, y como le dije en privado al padre Kelly más tarde, en el día que el informe (especialmente un pronunciamiento del Papa León XIII) parecía demoler todas mis objeciones y las del padre Kelly también.

El padre Kelly respondió: “No podemos decir que las consagraciones [de los obispos de Thuc] son válidas, o algunos de nuestros sacerdotes querrán involucrarse con ellas”.

En ese momento tuve una pequeña revelación.

Me convenció de que no importa qué principios descubramos de la ley de la iglesia, canonistas, moralistas, teólogos y papas, el padre Kelly lo ignoraría todo y se ceñiría a otra agenda.

Las objeciones del padre Kelly, en otras palabras, serían siempre intelectualmente deshonestas - ¿ni siquiera León XIII puede moverte de lo que ya has decidido? Tenga esto en cuenta cuando las políticas del padre Kelly y de la SSPV dividan a su familia o rompan su compromiso.

H. Única conclusión posible: Nos guste o no, los principios del derecho canónico y de la teología sacramental obligan a considerar las consagraciones de Thuc de los Obispos Guérard y Carmona como válidos, y considerar como verdaderos obispos a los que les atribuyen su sucesión apostólica.


Objeción final: no me siento bien

OBJECIÓN: "No me siento bien" con lo que ha dicho, todo esto es muy complicado, no puedo resolver todo esto y confío en la SSPV, así que si sus sacerdotes piensan que sus feligreses tienen "prohibido por ley" recibir la Comunión, eso está bien para mí.

RESPUESTA PARA LOS LAICOS DE LA SSPV:

No te “sientes bien” porque durante más de diez años la SSPV te ha estado alimentando con historias de terror de Thuc/CMRI y principios falsos disfrazados de derecho canónico y teología moral.

He expuesto sistemáticamente estos principios como falsos, les he ofrecido fotocopias de los principios correctos tal como aparecen en los libros de derecho canónico y lo he reunido todo para ustedes.

Mi argumento se basa en la ley eclesiástica, no en la emoción, en falsas tácticas de culpabilidad por asociación y en una obstinada deshonestidad intelectual.

La SSPV, al negar la Comunión a mis feligreses, viola no sólo el derecho canónico, sino también la ley de Dios, que da a los católicos - tus amigos y familiares - el derecho a recibir la Eucaristía.

Y esto -no las historias de terror de hace veinte años sobre personas que ni usted ni yo hemos conocido- es el verdadero mal que debería preocuparle.


Apéndice: Certificado de consagración

Certificado manuscrito expedido por el Arzobispo Thuc para la consagración del Obispo Carmona:

Nosotros, Peter Martin Ngô-dinh-Thuc, Arzobispo Titular de Bulla Regia, notificamos a todos lo siguiente: el día 17 del mes de octubre del año 1981, conferimos el rango episcopal de la Iglesia Católica al Padre Moisés Carmona Rivera, con todos los derechos inherentes a dicho rango. Dado a los 18 días del mes de octubre del año de Nuestro Señor 1981.

[firma] +Peter Martin Ngô-dinh-Thuc

Los testigos presenciales fueron:

Doctor Kurt Hiller y Doctor Eberhard Heller.

[firma] Dr. Kurt Hiller

[firma] Dr. E. Heller.


Comentario

Como se señaló en el artículo anterior, la principal objeción que el padre Kelly ofreció contra el reconocimiento de la validez de las consagraciones del Arzobispo Thuc fue una supuesta falta de "prueba documental" por medio de un certificado de consagración.

En ausencia de esto, nos aseguró, se requeriría tener "testigos calificados" para atestiguar que "la materia y la forma se aplicaron correctamente".

La última objeción, nos enteraríamos más tarde, era pura palabrería. El término “testigo calificado” tenía un significado técnico especial en el derecho canónico que se refería a ciertas clases de funcionarios eclesiásticos que daban testimonio en un juicio eclesiástico, y no tenía nada que ver con determinar la validez de un sacramento.

La cita principal del padre Kelly en la que solía apoyar su afirmación (Jone, Moral Theology. 472), además, resultó ser una mera recomendación de que, en los casos en que el bautismo de emergencia fuera administrado por un laico (cismático, hereje, judío, pagano, partero, catequista), alguien esté presente para atestiguar que el laico realizó el bautismo correctamente. Esto fue confirmado al consultar el pasaje en la obra latina más larga de Jone (Commentarium in C.J.C, 1954, 2:24) que fue la fuente del breve resumen en inglés en el que el padre Kelly se contentó con confiar.

En cualquier caso, una vez que salió a la luz el certificado de consagración adjunto, la "prueba documental" que el padre Kelly había sostenido anteriormente que faltaba para reconocer las consagraciones, la ignoró.

Otros miembros de la SSPV despreciaron su importancia. (“Una prueba, tal vez, pero no la prueba”, etc.)

Pero después del comentario que el padre Kelly me hizo en 1988: "No podemos decir que las consagraciones son válidas", esta respuesta intelectualmente deshonesta no fue una completa sorpresa para mí.

[Octubre de 2002]


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Notas finales:

1. “quae malam fidem supponit et qua schismaticus sciens volens unitatem Ecclesiae dilaniat”.

2. “Pero de un vitandus excomulgado o de uno contra quien haya una sentencia declaratoria o condenatoria, los fieles sólo pueden pedir la absolución sacramental en peligro de muerte según los cánones 882 2252, y también otros sacramentos y sacramentales en caso de que no haya otra persona para administrarlos” (Canon 2261.3). Esto se refiere a aquellos que han sido condenados por nombre por el Papa o por un juez eclesiástico.

3. Etenim non accipit tutiorem partem comparative ad aliam, quae etiam tuta est, sed adversative ad aliam quae not est tuta: quia non adstringimur partem tutiorem sequi, quando altera est tuta”.

4. Einsicht 11 (marzo de 1982), 14. Para el texto original, ver fn. en el artículo en el sitio web.

5. Clarence Kelly, et al., Entrevista con el Dr. Kurt Hiller, Munich, febrero de 1988, passim.

6. Eberhard Heller, “Eidesstattliche Erklärung zu den Bischofsweihen von I.E. Monseñor. ML Guérard des Lauriers, Mons. Moisés Carmona y Mons. Adolfo Zamora”, Einsicht 21 (julio de 1991), 47. “Um noch bestehende Zweifel an den von S.E. Mgr. Pierre Martin Ngo-dinh-Thuc gespendeten Bischofsweihen. die z.B. von bestimmten Personen und Gruppen in den U.S.A. geäußert werden, und weil seine Excellenz inzwischen verstorben ist, er sich also dazu selbst nicht mehr äußern kann, erkläre ich an Eides statt, da ich den betreffenden Konsekrationen durch Mgr. Ngo-dinh-Thuc persönlich beiwohnte: Ich bezeuge, daß S.E. Mgr. M.L. Guérard des Lauriers O.P. am 7.Mai 1981, I.E. Mgr. Moises Carmona und Mgr. Adolfo Zamora am 17 Oktober 1981 in Toulon/ Frankreich von S.E. Mgr. Pierre Martin Ngo-dinh-Thuc zu Bischöfen der hl. katholischen Kirche geweiht wurden. Die Konsekrationen erfolgten nach dem ‘Pontificale Romanum’ (Rom 1908). Mgr. Ngo-dinh-Thuc spendete die Weihen im Vollbesitz seiner geistigen Kräfte und in der Absicht, der Kirche aus ihrer Notsituation herauszuhelfen, die er in seiner ‘Declaratio’ über die Sedisvakanz vom 25. Februar 1982 präzisierte. München, den 10. Juli 1991. E. Heller”.

7. Sodalitium 4 (mayo de 1987), 24. Énfasis suyo. Ver artículo en la web para el texto.

8. Joseph F. Collins, Notes of Interview with Guérard, La Charité (France), agosto de 1987.

9. “…tum quia actus, praesertim adeo solemnis qualis est ordinatio, habendus est ut validus, donec invaliditas non evincatur”.

10. “Unde doctrina communis est ad sacramenta conficienda in ministro eam requiri et sufficere intentione quam virtualem diximus; … Virtualis enim intentio, ut iam vidimus, est intentio ipsa actualis quae cum distractione operatur. Talis intentio certe habetur in eo qui de more ponit actiones sacramentales., e.g. sacerdos qui mane adit Ecclesiam, paramenta sumit, ad altare progreditur, Missam celebrat et in ea consecrat hostiam aut hostias praesentatas, etsi nihil de intentione consecrandi cogitat”.



miércoles, 16 de octubre de 2002

ROSARIUM VIRGINIS MARIAE (16 DE OCTUBRE DE 2002)


CARTA APOSTÓLICA

ROSARIUM VIRGINIS MARIAE

DEL SUMO PONTÍFICE

JUAN PABLO II

AL EPISCOPADO, AL CLERO

Y A LOS FIELES

SOBRE EL SANTO ROSARIO


INTRODUCCIÓN

1. El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (duc in altum!), para anunciar, más aún, 'proclamar' a Cristo al mundo como Señor y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización» [1].

El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio [2]. En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor.

Los Romanos Pontífices y el Rosario

2. A esta oración le han atribuido gran importancia muchos de mis Predecesores. Un mérito particular a este respecto corresponde a León XIII que, el 1 de septiembre de 1883, promulgó la Encíclica Supremi apostolatus officio [3], importante declaración con la cual inauguró otras muchas intervenciones sobre esta oración, indicándola como instrumento espiritual eficaz ante los males de la sociedad. Entre los Papas más recientes que, en la época conciliar, se han distinguido por la promoción del Rosario, deseo recordar al Beato Juan XXIII [4] y, sobre todo, a Pablo VI, que en la Exhortación apostólica Marialis cultus, en consonancia con la inspiración del Concilio Vaticano II, subrayó el carácter evangélico del Rosario y su orientación cristológica.

Yo mismo, después, no he dejado pasar ocasión de exhortar a rezar con frecuencia el Rosario. Esta oración ha tenido un puesto importante en mi vida espiritual desde mis años jóvenes. Me lo ha recordado mucho mi reciente viaje a Polonia, especialmente la visita al Santuario de Kalwaria. El Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo. Hace veinticuatro años, el 29 de octubre de 1978, dos semanas después de la elección a la Sede de Pedro, como abriendo mi alma, me expresé así: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. [...] Se puede decir que el Rosario es, en cierto modo, un comentario-oración sobre el capítulo final de la Constitución Lumen gentium del Vaticano II, capítulo que trata de la presencia admirable de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesús a través –podríamos decir– del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana» [5].

Con estas palabras, mis queridos Hermanos y Hermanas, introducía mi primer año de Pontificado en el ritmo cotidiano del Rosario. Hoy, al inicio del vigésimo quinto año de servicio como Sucesor de Pedro, quiero hacer lo mismo. Cuántas gracias he recibido de la Santísima Virgen a través del Rosario en estos años: Magnificat anima mea Dominum! Deseo elevar mi agradecimiento al Señor con las palabras de su Madre Santísima, bajo cuya protección he puesto mi ministerio petrino: Totus tuus!

Octubre 2002 - Octubre 2003: Año del Rosario

3. Por eso, de acuerdo con las consideraciones hechas en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que, después de la experiencia jubilar, he invitado al Pueblo de Dios «a caminar desde Cristo» [6], he sentido la necesidad de desarrollar una reflexión sobre el Rosario, en cierto modo como coronación mariana de dicha Carta apostólica, para exhortar a la contemplación del rostro de Cristo en compañía y a ejemplo de su Santísima Madre. Recitar el Rosario, en efecto, es en realidad contemplar con María el rostro de Cristo. Para dar mayor realce a esta invitación, con ocasión del próximo ciento veinte aniversario de la mencionada Encíclica de León XIII, deseo que a lo largo del año se proponga y valore de manera particular esta oración en las diversas comunidades cristianas. Proclamo, por tanto, el año que va de este octubre a octubre de 2003 Año del Rosario.

Dejo esta indicación pastoral a la iniciativa de cada comunidad eclesial. Con ella no quiero obstaculizar, sino más bien integrar y consolidar los planes pastorales de las Iglesias particulares. Confío que sea acogida con prontitud y generosidad. El Rosario, comprendido en su pleno significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana y ofrece una oportunidad ordinaria y fecunda espiritual y pedagógica, para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la nueva evangelización. Me es grato reiterarlo recordando con gozo también otro aniversario: los 40 años del comienzo del Concilio Ecuménico Vaticano II (11 de octubre de 1962), el «gran don de gracia» dispensada por el espíritu de Dios a la Iglesia de nuestro tiempo [7].

Objeciones al Rosario

4. La oportunidad de esta iniciativa se basa en diversas consideraciones. La primera se refiere a la urgencia de afrontar una cierta crisis de esta oración que, en el actual contexto histórico y teológico, corre el riesgo de ser infravalorada injustamente y, por tanto, poco propuesta a las nuevas generaciones. Hay quien piensa que la centralidad de la Liturgia, acertadamente subrayada por el Concilio Ecuménico Vaticano II, tenga necesariamente como consecuencia una disminución de la importancia del Rosario. En realidad, como puntualizó Pablo VI, esta oración no sólo no se opone a la Liturgia, sino que le da soporte, ya que la introduce y la recuerda, ayudando a vivirla con plena participación interior, recogiendo así sus frutos en la vida cotidiana.

Quizás hay también quien teme que pueda resultar poco ecuménica por su carácter marcadamente mariano. En realidad, se coloca en el más límpido horizonte del culto a la Madre de Dios, tal como el Concilio ha establecido: un culto orientado al centro cristológico de la fe cristiana, de modo que «mientras es honrada la Madre, el Hijo sea debidamente conocido, amado, glorificado» [8]. Comprendido adecuadamente, el Rosario es una ayuda, no un obstáculo para el ecumenismo.

Vía de contemplación

5. Pero el motivo más importante para volver a proponer con determinación la práctica del Rosario es por ser un medio sumamente válido para favorecer en los fieles la exigencia de contemplación del misterio cristiano, que he propuesto en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte como verdadera y propia 'pedagogía de la santidad': «es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración» [9]. Mientras en la cultura contemporánea, incluso entre tantas contradicciones, aflora una nueva exigencia de espiritualidad, impulsada también por influjo de otras religiones, es más urgente que nunca que nuestras comunidades cristianas se conviertan en «auténticas escuelas de oración» [10].

El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Iniciado en Occidente, es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la «oración del corazón», u «oración de Jesús», surgida sobre el humus del Oriente cristiano.

Oración por la paz y por la familia

6. Algunas circunstancias históricas ayudan a dar un nuevo impulso a la propagación del Rosario. Ante todo, la urgencia de implorar de Dios el don de la paz. El Rosario ha sido propuesto muchas veces por mis Predecesores y por mí mismo como oración por la paz. Al inicio de un milenio que se ha abierto con las horrorosas escenas del atentado del 11 de septiembre de 2001 y que ve cada día en muchas partes del mundo nuevos episodios de sangre y violencia, promover el Rosario significa sumirse en la contemplación del misterio de Aquél que «es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad» (Ef 2, 14). No se puede, pues, recitar el Rosario sin sentirse implicados en un compromiso concreto de servir a la paz, con una particular atención a la tierra de Jesús, aún ahora tan atormentada y tan querida por el corazón cristiano.

Otro ámbito crucial de nuestro tiempo, que requiere una urgente atención y oración, es el de la familia, célula de la sociedad, amenazada cada vez más por fuerzas disgregadoras, tanto de índole ideológica como práctica, que hacen temer por el futuro de esta fundamental e irrenunciable institución y, con ella, por el destino de toda la sociedad. En el marco de una pastoral familiar más amplia, fomentar el Rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para contrastar los efectos desoladores de esta crisis actual.

« ¡Ahí tienes a tu madre! » (Jn 19, 27)

7. Numerosos signos muestran cómo la Santísima Virgen ejerce también hoy, precisamente a través de esta oración, aquella solicitud materna para con todos los hijos de la Iglesia que el Redentor, poco antes de morir, le confió en la persona del discípulo predilecto: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19, 26). Son conocidas las distintas circunstancias en las que la Madre de Cristo, entre el siglo XIX y XX, ha hecho de algún modo notar su presencia y su voz para exhortar al Pueblo de Dios a recurrir a esta forma de oración contemplativa. Deseo en particular recordar, por la incisiva influencia que conservan en el vida de los cristianos y por el acreditado reconocimiento recibido de la Iglesia, las apariciones de Lourdes y Fátima [11], cuyos Santuarios son meta de numerosos peregrinos, en busca de consuelo y de esperanza.

Tras las huellas de los testigos

8. Sería imposible citar la multitud innumerable de Santos que han encontrado en el Rosario un auténtico camino de santificación. Bastará con recordar a san Luis María Grignion de Montfort, autor de un preciosa obra sobre el Rosario [12] y, más cercano a nosotros, al Padre Pío de Pietrelcina, que recientemente he tenido la alegría de canonizar. Un especial carisma como verdadero apóstol del Rosario tuvo también el Beato Bartolomé Longo. Su camino de santidad se apoya sobre una inspiración sentida en lo más hondo de su corazón: «¡Quien propaga el Rosario se salva!» [13]. Basándose en ello, se sintió llamado a construir en Pompeya un templo dedicado a la Virgen del Santo Rosario colindante con los restos de la antigua ciudad, apenas influenciada por el anuncio cristiano antes de quedar cubierta por la erupción del Vesubio en el año 79 y rescatada de sus cenizas siglos después, como testimonio de las luces y las sombras de la civilización clásica.

Con toda su obra y, en particular, a través de los «Quince Sábados», Bartolomé Longo desarrolló el meollo cristológico y contemplativo del Rosario, que ha contado con un particular aliento y apoyo en León XIII, el «Papa del Rosario».


CAPÍTULO I

CONTEMPLAR A CRISTO

CON MARÍA

Un rostro brillante como el sol

9. «Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol» (Mt 17, 2). La escena evangélica de la transfiguración de Cristo, en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor, puede ser considerada como icono de la contemplación cristiana. Fijar los ojos en el rostro de Cristo, descubrir su misterio en el camino ordinario y doloroso de su humanidad, hasta percibir su fulgor divino manifestado definitivamente en el Resucitado glorificado a la derecha del Padre, es la tarea de todos los discípulos de Cristo; por lo tanto, es también la nuestra. Contemplando este rostro nos disponemos a acoger el misterio de la vida trinitaria, para experimentar de nuevo el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo. Se realiza así también en nosotros la palabra de san Pablo: «Reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más: así es como actúa el Señor, que es Espíritu» (2 Co 3, 18).

María modelo de contemplación

10. La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7).

Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?» (Lc 2, 48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf. Jn 2, 5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la 'parturienta', ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf. Jn 19, 26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).

Los recuerdos de María

11. María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: «Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19; cf. 2, 51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el 'rosario' que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.

Y también ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su 'papel' de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los 'misterios' de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María.

El Rosario, oración contemplativa

12. El Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI: «Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: "Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad" (Mt 6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza» [14].

Es necesario detenernos en este profundo pensamiento de Pablo VI para poner de relieve algunas dimensiones del Rosario que definen mejor su carácter de contemplación cristológica.

Recordar a Cristo con María

13. La contemplación de María es ante todo un recordar. Conviene sin embargo entender esta palabra en el sentido bíblico de la memoria (zakar), que actualiza las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación. La Biblia es narración de acontecimientos salvíficos, que tienen su culmen en el propio Cristo. Estos acontecimientos no son solamente un 'ayer'; son también el 'hoy' de la salvación. Esta actualización se realiza en particular en la Liturgia: lo que Dios ha llevado a cabo hace siglos no concierne solamente a los testigos directos de los acontecimientos, sino que alcanza con su gracia a los hombres de cada época. Esto vale también, en cierto modo, para toda consideración piadosa de aquellos acontecimientos: «hacer memoria» de ellos en actitud de fe y amor significa abrirse a la gracia que Cristo nos ha alcanzado con sus misterios de vida, muerte y resurrección.

Por esto, mientras se reafirma con el Concilio Vaticano II que la Liturgia, como ejercicio del oficio sacerdotal de Cristo y culto público, es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza» [15], también es necesario recordar que la vida espiritual «no se agota sólo con la participación en la sagrada Liturgia. El cristiano, llamado a orar en común, debe no obstante, entrar también en su interior para orar al Padre, que ve en lo escondido (cf. Mt 6, 6); más aún: según enseña el Apóstol, debe orar sin interrupción (cf. 1 Ts 5, 17)» [16]. El Rosario, con su carácter específico, pertenece a este variado panorama de la oración 'incesante', y si la Liturgia, acción de Cristo y de la Iglesia, es acción salvífica por excelencia, el Rosario, en cuanto meditación sobre Cristo con María, es contemplación saludable. En efecto, penetrando, de misterio en misterio, en la vida del Redentor, hace que cuanto Él ha realizado y la Liturgia actualiza sea asimilado profundamente y forje la propia existencia.

Comprender a Cristo desde María

14. Cristo es el Maestro por excelencia, el revelador y la revelación. No se trata sólo de comprender las cosas que Él ha enseñado, sino de 'comprenderle a Él'. Pero en esto, ¿qué maestra más experta que María? Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad de Cristo (cf. Jn 14, 26; 15, 26; 16, 13), entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio.

El primero de los 'signos' llevado a cabo por Jesús –la transformación del agua en vino en las bodas de Caná– nos muestra a María precisamente como maestra, mientras exhorta a los criados a ejecutar las disposiciones de Cristo (cf. Jn 2, 5). Y podemos imaginar que ha desempeñado esta función con los discípulos después de la Ascensión de Jesús, cuando se quedó con ellos esperando el Espíritu Santo y los confortó en la primera misión. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la 'escuela' de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje.

Una escuela, la de María, mucho más eficaz, si se piensa que Ella la ejerce consiguiéndonos abundantes dones del Espíritu Santo y proponiéndonos, al mismo tiempo, el ejemplo de aquella «peregrinación de la fe» [17], en la cual es maestra incomparable. Ante cada misterio del Hijo, Ella nos invita, como en su Anunciación, a presentar con humildad los interrogantes que conducen a la luz, para concluir siempre con la obediencia de la fe: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).

Configurarse a Cristo con María

15. La espiritualidad cristiana tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro (cf. Rm 8, 29; Flp 3, 10. 21). La efusión del Espíritu en el Bautismo une al creyente como el sarmiento a la vid, que es Cristo (cf. Jn 15, 5), lo hace miembro de su Cuerpo místico (cf. 1 Co 12, 12; Rm 12, 5). A esta unidad inicial, sin embargo, ha de corresponder un camino de adhesión creciente a Él, que oriente cada vez más el comportamiento del discípulo según la 'lógica' de Cristo: «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo» (Flp 2, 5). Hace falta, según las palabras del Apóstol, «revestirse de Cristo» (cf. Rm 13, 14; Ga 3, 27).

En el recorrido espiritual del Rosario, basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo –en compañía de María– este exigente ideal de configuración con Él se consigue a través de una asiduidad que pudiéramos decir 'amistosa'. Ésta nos introduce de modo natural en la vida de Cristo y nos hace como 'respirar' sus sentimientos. Acerca de esto dice el Beato Bartolomé Longo: «Como dos amigos, frecuentándose, suelen parecerse también en las costumbres, así nosotros, conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, al meditar los Misterios del Rosario, y formando juntos una misma vida de comunión, podemos llegar a ser, en la medida de nuestra pequeñez, parecidos a ellos, y aprender de estos eminentes ejemplos el vivir humilde, pobre, escondido, paciente y perfecto» [18].

Además, mediante este proceso de configuración con Cristo, en el Rosario nos encomendamos en particular a la acción materna de la Virgen Santa. Ella, que es la madre de Cristo y a la vez miembro de la Iglesia como «miembro supereminente y completamente singular» [19], es al mismo tiempo 'Madre de la Iglesia'. Como tal 'engendra' continuamente hijos para el Cuerpo místico del Hijo. Lo hace mediante su intercesión, implorando para ellos la efusión inagotable del Espíritu. Ella es el icono perfecto de la maternidad de la Iglesia.

El Rosario nos transporta místicamente junto a María, dedicada a seguir el crecimiento humano de Cristo en la casa de Nazaret. Eso le permite educarnos y modelarnos con la misma diligencia, hasta que Cristo «sea formado» plenamente en nosotros (cf. Ga 4, 19). Esta acción de María, basada totalmente en la de Cristo y subordinada radicalmente a ella, «favorece, y de ninguna manera impide, la unión inmediata de los creyentes con Cristo» [20]. Es el principio iluminador expresado por el Concilio Vaticano II, que tan intensamente he experimentado en mi vida, haciendo de él la base de mi lema episcopal: Totus tuus [21]. Un lema, como es sabido, inspirado en la doctrina de san Luis María Grignion de Montfort, que explicó así el papel de María en el proceso de configuración de cada uno de nosotros con Cristo: «Como quiera que toda nuestra perfección consiste en el ser conformes, unidos y consagrados a Jesucristo, la más perfecta de la devociones es, sin duda alguna, la que nos conforma, nos une y nos consagra lo más perfectamente posible a Jesucristo. Ahora bien, siendo María, de todas las criaturas, la más conforme a Jesucristo, se sigue que, de todas las devociones, la que más consagra y conforma un alma a Jesucristo es la devoción a María, su Santísima Madre, y que cuanto más consagrada esté un alma a la Santísima Virgen, tanto más lo estará a Jesucristo» [22]. De verdad, en el Rosario el camino de Cristo y el de María se encuentran profundamente unidos. ¡María no vive más que en Cristo y en función de Cristo!

Rogar a Cristo con María

16. Cristo nos ha invitado a dirigirnos a Dios con insistencia y confianza para ser escuchados: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá» (Mt 7, 7). El fundamento de esta eficacia de la oración es la bondad del Padre, pero también la mediación de Cristo ante Él (cf. 1 Jn 2, 1) y la acción del Espíritu Santo, que «intercede por nosotros» (Rm 8, 26-27) según los designios de Dios. En efecto, nosotros «no sabemos cómo pedir» (Rm 8, 26) y a veces no somos escuchados porque pedimos mal (cf. St 4, 2-3).

Para apoyar la oración, que Cristo y el Espíritu hacen brotar en nuestro corazón, interviene María con su intercesión materna. «La oración de la Iglesia está como apoyada en la oración de María» [23]. Efectivamente, si Jesús, único Mediador, es el Camino de nuestra oración, María, pura transparencia de Él, muestra el Camino, y «a partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios» [24]. En las bodas de Caná, el Evangelio muestra precisamente la eficacia de la intercesión de María, que se hace portavoz ante Jesús de las necesidades humanas: «No tienen vino» (Jn 2, 3).

El Rosario es a la vez meditación y súplica. La plegaria insistente a la Madre de Dios se apoya en la confianza de que su materna intercesión lo puede todo ante el corazón del Hijo. Ella es «omnipotente por gracia», como, con audaz expresión que debe entenderse bien, dijo en su Súplica a la Virgen el Beato Bartolomé Longo [25]. Basada en el Evangelio, ésta es una certeza que se ha ido consolidando por experiencia propia en el pueblo cristiano. El eminente poeta Dante la interpreta estupendamente, siguiendo a san Bernardo, cuando canta: «Mujer, eres tan grande y tanto vales, que quien desea una gracia y no recurre a ti, quiere que su deseo vuele sin alas» [26]. En el Rosario, mientras suplicamos a María, templo del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 35), Ella intercede por nosotros ante el Padre que la ha llenado de gracia y ante el Hijo nacido de su seno, rogando con nosotros y por nosotros.

Anunciar a Cristo con María

17. El Rosario es también un itinerario de anuncio y de profundización, en el que el misterio de Cristo es presentado continuamente en los diversos aspectos de la experiencia cristiana. Es una presentación orante y contemplativa, que trata de modelar al cristiano según el corazón de Cristo. Efectivamente, si en el rezo del Rosario se valoran adecuadamente todos sus elementos para una meditación eficaz, se da, especialmente en la celebración comunitaria en las parroquias y los santuarios, una significativa oportunidad catequética que los Pastores deben saber aprovechar. La Virgen del Rosario continúa también de este modo su obra de anunciar a Cristo. La historia del Rosario muestra cómo esta oración ha sido utilizada especialmente por los Dominicos, en un momento difícil para la Iglesia a causa de la difusión de la herejía. Hoy estamos ante nuevos desafíos. ¿Por qué no volver a tomar en la mano las cuentas del rosario con la fe de quienes nos han precedido? El Rosario conserva toda su fuerza y sigue siendo un recurso importante en el bagaje pastoral de todo buen evangelizador.


CAPÍTULO II

MISTERIOS DE CRISTO,

MISTERIOS DE LA MADRE

El Rosario «compendio del Evangelio»

18. A la contemplación del rostro de Cristo sólo se llega escuchando, en el Espíritu, la voz del Padre, pues «nadie conoce bien al Hijo sino el Padre» (Mt 11, 27). Cerca de Cesarea de Felipe, ante la confesión de Pedro, Jesús puntualiza de dónde proviene esta clara intuición sobre su identidad: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 17). Así pues, es necesaria la revelación de lo alto. Pero, para acogerla, es indispensable ponerse a la escucha: «Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio» [27].

El Rosario es una de las modalidades tradicionales de la oración cristiana orientada a la contemplación del rostro de Cristo. Así lo describía el Papa Pablo VI: «Oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora, el Rosario es, pues, oración de orientación profundamente cristológica. En efecto, su elemento más característico –la repetición litánica del "Dios te salve, María"– se convierte también en alabanza constante a Cristo, término último del anuncio del Ángel y del saludo de la Madre del Bautista: "Bendito el fruto de tu seno" (Lc 1,42). Diremos más: la repetición del Ave María constituye el tejido sobre el cual se desarrolla la contemplación de los misterios: el Jesús que toda Ave María recuerda es el mismo que la sucesión de los misterios nos propone una y otra vez como Hijo de Dios y de la Virgen» [28].

Una incorporación oportuna

19. De los muchos misterios de la vida de Cristo, el Rosario, tal como se ha consolidado en la práctica más común corroborada por la autoridad eclesial, sólo considera algunos. Dicha selección proviene del contexto original de esta oración, que se organizó teniendo en cuenta el número 150, que es el mismo de los Salmos.

No obstante, para resaltar el carácter cristológico del Rosario, considero oportuna una incorporación que, si bien se deja a la libre consideración de los individuos y de la comunidad, les permita contemplar también los misterios de la vida pública de Cristo desde el Bautismo a la Pasión. En efecto, en estos misterios contemplamos aspectos importantes de la persona de Cristo como revelador definitivo de Dios. Él es quien, declarado Hijo predilecto del Padre en el Bautismo en el Jordán, anuncia la llegada del Reino, dando testimonio de él con sus obras y proclamando sus exigencias. Durante la vida pública es cuando el misterio de Cristo se manifiesta de manera especial como misterio de luz: «Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo» (Jn 9, 5).

Para que pueda decirse que el Rosario es más plenamente 'compendio del Evangelio', es conveniente pues que, tras haber recordado la encarnación y la vida oculta de Cristo (misterios de gozo), y antes de considerar los sufrimientos de la pasión (misterios de dolor) y el triunfo de la resurrección (misterios de gloria), la meditación se centre también en algunos momentos particularmente significativos de la vida pública (misterios de luz). Esta incorporación de nuevos misterios, sin prejuzgar ningún aspecto esencial de la estructura tradicional de esta oración, se orienta a hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria.

Misterios de gozo

20. El primer ciclo, el de los «misterios gozosos», se caracteriza efectivamente por el gozo que produce el acontecimiento de la encarnación. Esto es evidente desde la anunciación, cuando el saludo de Gabriel a la Virgen de Nazaret se une a la invitación a la alegría mesiánica: «Alégrate, María». A este anuncio apunta toda la historia de la salvación, es más, en cierto modo, la historia misma del mundo. En efecto, si el designio del Padre es de recapitular en Cristo todas las cosas (cf. Ef 1, 10), el don divino con el que el Padre se acerca a María para hacerla Madre de su Hijo alcanza a todo el universo. A su vez, toda la humanidad está como implicada en el fiat con el que Ella responde prontamente a la voluntad de Dios.

El regocijo se percibe en la escena del encuentro con Isabel, dónde la voz misma de María y la presencia de Cristo en su seno hacen «saltar de alegría» a Juan (cf. Lc 1, 44). Repleta de gozo es la escena de Belén, donde el nacimiento del divino Niño, el Salvador del mundo, es cantado por los ángeles y anunciado a los pastores como «una gran alegría» (Lc 2, 10).

Pero ya los dos últimos misterios, aun conservando el sabor de la alegría, anticipan indicios del drama. En efecto, la presentación en el templo, a la vez que expresa la dicha de la consagración y extasía al viejo Simeón, contiene también la profecía de que el Niño será «señal de contradicción» para Israel y de que una espada traspasará el alma de la Madre (cf. Lc 2, 34-35). Gozoso y dramático al mismo tiempo es también el episodio de Jesús de 12 años en el templo. Aparece con su sabiduría divina mientras escucha y pregunta, y ejerciendo sustancialmente el papel de quien 'enseña'. La revelación de su misterio de Hijo, dedicado enteramente a las cosas del Padre, anuncia aquella radicalidad evangélica que, ante las exigencias absolutas del Reino, cuestiona hasta los más profundos lazos de afecto humano. José y María mismos, sobresaltados y angustiados, «no comprendieron» sus palabras (Lc 2, 50).

De este modo, meditar los misterios «gozosos» significa adentrarse en los motivos últimos de la alegría cristiana y en su sentido más profundo. Significa fijar la mirada sobre lo concreto del misterio de la Encarnación y sobre el sombrío preanuncio del misterio del dolor salvífico. María nos ayuda a aprender el secreto de la alegría cristiana, recordándonos que el cristianismo es ante todo evangelion, 'buena noticia', que tiene su centro o, mejor dicho, su contenido mismo, en la persona de Cristo, el Verbo hecho carne, único Salvador del mundo.

Misterios de luz

21. Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que se pueden llamar de manera especial «misterios de luz». En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es «la luz del mundo» (Jn 8, 12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino. Deseando indicar a la comunidad cristiana cinco momentos significativos –misterios «luminosos»– de esta fase de la vida de Cristo, pienso que se pueden señalar: 1. su Bautismo en el Jordán; 2. su autorrevelación en las bodas de Caná; 3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4. su Transfiguración; 5. institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.

Cada uno de estos misterios revela el Reino ya presente en la persona misma de Jesús. Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por nosotros (cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17 par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera. Misterio de luz es el comienzo de los signos en Caná (cf. Jn 2, 1-12), cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente. Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1, 15), perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2, 3-13; Lc 7,47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia. Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor. La gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo «escuchen» (cf. Lc 9, 35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo. Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad «hasta el extremo» (Jn 13, 1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio.

Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf. Mc 3, 31-35; Jn 2, 12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo. La revelación, que en el Bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los «misterios de luz».

Misterios de dolor

22. Los Evangelios dan gran relieve a los misterios del dolor de Cristo. La piedad cristiana, especialmente en la Cuaresma, con la práctica del Via Crucis, se ha detenido siempre sobre cada uno de los momentos de la Pasión, intuyendo que ellos son el culmen de la revelación del amor y la fuente de nuestra salvación. El Rosario escoge algunos momentos de la Pasión, invitando al orante a fijar en ellos la mirada de su corazón y a revivirlos. El itinerario meditativo se abre con Getsemaní, donde Cristo vive un momento particularmente angustioso frente a la voluntad del Padre, contra la cual la debilidad de la carne se sentiría inclinada a rebelarse. Allí, Cristo se pone en lugar de todas las tentaciones de la humanidad y frente a todos los pecados de los hombres, para decirle al Padre: «no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42 par.). Este «sí» suyo cambia el «no» de los progenitores en el Edén. Y cuánto le costaría esta adhesión a la voluntad del Padre se muestra en los misterios siguientes, en los que, con la flagelación, la coronación de espinas, la subida al Calvario y la muerte en cruz, se ve sumido en la mayor ignominia: Ecce homo!

En este oprobio no sólo se revela el amor de Dios, sino el sentido mismo del hombre. Ecce homo: quien quiera conocer al hombre, ha de saber descubrir su sentido, su raíz y su cumplimiento en Cristo, Dios que se humilla por amor «hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 8). Los misterios de dolor llevan el creyente a revivir la muerte de Jesús poniéndose al pie de la cruz junto a María, para penetrar con ella en la inmensidad del amor de Dios al hombre y sentir toda su fuerza regeneradora.

Misterios de gloria

23. «La contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado!» [29]. El Rosario ha expresado siempre esta convicción de fe, invitando al creyente a superar la oscuridad de la Pasión para fijarse en la gloria de Cristo en su Resurrección y en su Ascensión. Contemplando al Resucitado, el cristiano descubre de nuevo las razones de la propia fe (cf. 1 Co 15, 14), y revive la alegría no solamente de aquellos a los que Cristo se manifestó –los Apóstoles, la Magdalena, los discípulos de Emaús–, sino también el gozo de María, que experimentó de modo intenso la nueva vida del Hijo glorificado. A esta gloria, que con la Ascensión pone a Cristo a la derecha del Padre, sería elevada Ella misma con la Asunción, anticipando así, por especialísimo privilegio, el destino reservado a todos los justos con la resurrección de la carne. Al fin, coronada de gloria –como aparece en el último misterio glorioso–, María resplandece como Reina de los Ángeles y los Santos, anticipación y culmen de la condición escatológica del Iglesia.

En el centro de este itinerario de gloria del Hijo y de la Madre, el Rosario considera, en el tercer misterio glorioso, Pentecostés, que muestra el rostro de la Iglesia como una familia reunida con María, avivada por la efusión impetuosa del Espíritu y dispuesta para la misión evangelizadora. La contemplación de éste, como de los otros misterios gloriosos, ha de llevar a los creyentes a tomar conciencia cada vez más viva de su nueva vida en Cristo, en el seno de la Iglesia; una vida cuyo gran 'icono' es la escena de Pentecostés. De este modo, los misterios gloriosos alimentan en los creyentes la esperanza en la meta escatológica, hacia la cual se encaminan como miembros del Pueblo de Dios peregrino en la historia. Esto les impulsará necesariamente a dar un testimonio valiente de aquel «gozoso anuncio» que da sentido a toda su vida.

De los 'misterios' al 'Misterio': el camino de María

24. Los ciclos de meditaciones propuestos en el Santo Rosario no son ciertamente exhaustivos, pero llaman la atención sobre lo esencial, preparando el ánimo para gustar un conocimiento de Cristo, que se alimenta continuamente del manantial puro del texto evangélico. Cada rasgo de la vida de Cristo, tal como lo narran los Evangelistas, refleja aquel Misterio que supera todo conocimiento (cf. Ef 3, 19). Es el Misterio del Verbo hecho carne, en el cual «reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica insiste tanto en los misterios de Cristo, recordando que «todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio» [30]. El «duc in altum» de la Iglesia en el tercer Milenio se basa en la capacidad de los cristianos de alcanzar «en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2, 2-3). La Carta a los Efesios desea ardientemente a todos los bautizados: «Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor [...], podáis conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios» (3, 17-19).

El Rosario promueve este ideal, ofreciendo el 'secreto' para abrirse más fácilmente a un conocimiento profundo y comprometido de Cristo. Podríamos llamarlo el camino de María. Es el camino del ejemplo de la Virgen de Nazaret, mujer de fe, de silencio y de escucha. Es al mismo tiempo el camino de una devoción mariana consciente de la inseparable relación que une Cristo con su Santa Madre: los misterios de Cristo son también, en cierto sentido, los misterios de su Madre, incluso cuando Ella no está implicada directamente, por el hecho mismo de que Ella vive de Él y por Él. Haciendo nuestras en el Ave Maria las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel, nos sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en María, entre sus brazos y en su corazón, el «fruto bendito de su vientre» (cf. Lc 1, 42).

Misterio de Cristo, 'misterio' del hombre

25. En el testimonio ya citado de 1978 sobre el Rosario como mi oración predilecta, expresé un concepto sobre el que deseo volver. Dije entonces que «el simple rezo del Rosario marca el ritmo de la vida humana» [31].

A la luz de las reflexiones hechas hasta ahora sobre los misterios de Cristo, no es difícil profundizar en esta consideración antropológica del Rosario. Una consideración más radical de lo que puede parecer a primera vista. Quien contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre también en Él la verdad sobre el hombre. Ésta es la gran afirmación del Concilio Vaticano II, que tantas veces he hecho objeto de mi magisterio, a partir de la Carta Encíclica Redemptor hominis: «Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado» [32]. El Rosario ayuda a abrirse a esta luz. Siguiendo el camino de Cristo, el cual «recapitula» el camino del hombre [33], desvelado y redimido, el creyente se sitúa ante la imagen del verdadero hombre. Contemplando su nacimiento aprende el carácter sagrado de la vida, mirando la casa de Nazaret se percata de la verdad originaria de la familia según el designio de Dios, escuchando al Maestro en los misterios de su vida pública encuentra la luz para entrar en el Reino de Dios y, siguiendo sus pasos hacia el Calvario, comprende el sentido del dolor salvador. Por fin, contemplando a Cristo y a su Madre en la gloria, ve la meta a la que cada uno de nosotros está llamado, si se deja sanar y transfigurar por el Espíritu Santo. De este modo, se puede decir que cada misterio del Rosario, bien meditado, ilumina el misterio del hombre.

Al mismo tiempo, resulta natural presentar en este encuentro con la santa humanidad del Redentor tantos problemas, afanes, fatigas y proyectos que marcan nuestra vida. «Descarga en el señor tu peso, y él te sustentará» (Sal 55, 23). Meditar con el Rosario significa poner nuestros afanes en los corazones misericordiosos de Cristo y de su Madre. Después de largos años, recordando los sinsabores, que no han faltado tampoco en el ejercicio del ministerio petrino, deseo repetir, casi como una cordial invitación dirigida a todos para que hagan de ello una experiencia personal: sí, verdaderamente el Rosario «marca el ritmo de la vida humana», para armonizarla con el ritmo de la vida divina, en gozosa comunión con la Santísima Trinidad, destino y anhelo de nuestra existencia.


CAPÍTULO III

« PARA MÍ LA VIDA ES CRISTO »

El Rosario, camino de asimilación del misterio

26. El Rosario propone la meditación de los misterios de Cristo con un método característico, adecuado para favorecer su asimilación. Se trata del método basado en la repetición. Esto vale ante todo para el Ave Maria, que se repite diez veces en cada misterio. Si consideramos superficialmente esta repetición, se podría pensar que el Rosario es una práctica árida y aburrida. En cambio, se puede hacer otra consideración sobre el Rosario, si se toma como expresión del amor que no se cansa de dirigirse a la persona amada con manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión, son siempre nuevas respecto al sentimiento que las inspira.

En Cristo, Dios ha asumido verdaderamente un «corazón de carne». Cristo no solamente tiene un corazón divino, rico en misericordia y perdón, sino también un corazón humano, capaz de todas las expresiones de afecto. A este respecto, si necesitáramos un testimonio evangélico, no sería difícil encontrarlo en el conmovedor diálogo de Cristo con Pedro después de la Resurrección. «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Tres veces se le hace la pregunta, tres veces Pedro responde: «Señor, tú lo sabes que te quiero» (cf. Jn 21, 15-17). Más allá del sentido específico del pasaje, tan importante para la misión de Pedro, a nadie se le escapa la belleza de esta triple repetición, en la cual la reiterada pregunta y la respuesta se expresan en términos bien conocidos por la experiencia universal del amor humano. Para comprender el Rosario, hace falta entrar en la dinámica psicológica que es propia del amor.

Una cosa está clara: si la repetición del Ave Maria se dirige directamente a María, el acto de amor, con Ella y por Ella, se dirige a Jesús. La repetición favorece el deseo de una configuración cada vez más plena con Cristo, verdadero 'programa' de la vida cristiana. San Pablo lo ha enunciado con palabras ardientes: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia» (Flp 1, 21). Y también: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20). El Rosario nos ayuda a crecer en esta configuración hasta la meta de la santidad.

Un método válido...

27. No debe extrañarnos que la relación con Cristo se sirva de la ayuda de un método. Dios se comunica con el hombre respetando nuestra naturaleza y sus ritmos vitales. Por esto la espiritualidad cristiana, incluso conociendo las formas más sublimes del silencio místico, en el que todas las imágenes, palabras y gestos son como superados por la intensidad de una unión inefable del hombre con Dios, se caracteriza normalmente por la implicación de toda la persona, en su compleja realidad psicofísica y relacional.

Esto aparece de modo evidente en la Liturgia. Los Sacramentos y los Sacramentales están estructurados con una serie de ritos relacionados con las diversas dimensiones de la persona. También la oración no litúrgica expresa la misma exigencia. Esto se confirma por el hecho de que, en Oriente, la oración más característica de la meditación cristológica, la que está centrada en las palabras «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador» [34], está vinculada tradicionalmente con el ritmo de la respiración, que, mientras favorece la perseverancia en la invocación, da como una consistencia física al deseo de que Cristo se convierta en el aliento, el alma y el 'todo' de la vida.

... que, no obstante, se puede mejorar

28. En la Carta apostólica Novo millennio ineunte he recordado que en Occidente existe hoy también una renovada exigencia de meditación, que encuentra a veces en otras religiones modalidades bastante atractivas [35]. Hay cristianos que, al conocer poco la tradición contemplativa cristiana, se dejan atraer por tales propuestas. Sin embargo, aunque éstas tengan elementos positivos y a veces compaginables con la experiencia cristiana, a menudo esconden un fondo ideológico inaceptable. En dichas experiencias abunda también una metodología que, pretendiendo alcanzar una alta concentración espiritual, usa técnicas de tipo psicofísico, repetitivas y simbólicas. El Rosario forma parte de este cuadro universal de la fenomenología religiosa, pero tiene características propias, que responden a las exigencias específicas de la vida cristiana.

En efecto, el Rosario es un método para contemplar. Como método, debe ser utilizado en relación al fin y no puede ser un fin en sí mismo. Pero tampoco debe infravalorarse, dado que es fruto de una experiencia secular. La experiencia de innumerables Santos aboga en su favor. Lo cual no impide que pueda ser mejorado. Precisamente a esto se orienta la incorporación, en el ciclo de los misterios, de la nueva serie de los mysteria lucis, junto con algunas sugerencias sobre el rezo del Rosario que propongo en esta Carta. Con ello, aunque respetando la estructura firmemente consolidada de esta oración, quiero ayudar a los fieles a comprenderla en sus aspectos simbólicos, en sintonía con las exigencias de la vida cotidiana. De otro modo, existe el riesgo de que esta oración no sólo no produzca los efectos espirituales deseados, sino que el rosario mismo con el que suele recitarse, acabe por considerarse como un amuleto o un objeto mágico, con una radical distorsión de su sentido y su cometido

El enunciado del misterio


29. Enunciar el misterio, y tener tal vez la oportunidad de contemplar al mismo tiempo una imagen que lo represente, es como abrir un escenario en el cual concentrar la atención. Las palabras conducen la imaginación y el espíritu a aquel determinado episodio o momento de la vida de Cristo. En la espiritualidad que se ha desarrollado en la Iglesia, tanto a través de la veneración de imágenes que enriquecen muchas devociones con elementos sensibles, como también del método propuesto por san Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales, se ha recurrido al elemento visual e imaginativo (la compositio loci) considerándolo de gran ayuda para favorecer la concentración del espíritu en el misterio. Por lo demás, es una metodología que se corresponde con la lógica misma de la Encarnación: Dios ha querido asumir, en Jesús, rasgos humanos. Por medio de su realidad corpórea, entramos en contacto con su misterio divino.

El enunciado de los varios misterios del Rosario se corresponde también con esta exigencia de concreción. Es cierto que no sustituyen al Evangelio ni tampoco se refieren a todas sus páginas. El Rosario, por tanto, no reemplaza la lectio divina, sino que, por el contrario, la supone y la promueve. Pero si los misterios considerados en el Rosario, aun con el complemento de los mysteria lucis, se limita a las líneas fundamentales de la vida de Cristo, a partir de ellos la atención se puede extender fácilmente al resto del Evangelio, sobre todo cuando el Rosario se recita en momentos especiales de prolongado recogimiento.

La escucha de la Palabra de Dios

30. Para dar fundamento bíblico y mayor profundidad a la meditación, es útil que al enunciado del misterio siga la proclamación del pasaje bíblico correspondiente, que puede ser más o menos largo según las circunstancias. En efecto, otras palabras nunca tienen la eficacia de la palabra inspirada. Ésta debe ser escuchada con la certeza de que es Palabra de Dios, pronunciada para hoy y «para mí».

Acogida de este modo, la Palabra entra en la metodología de la repetición del Rosario sin el aburrimiento que produciría la simple reiteración de una información ya conocida. No, no se trata de recordar una información, sino de dejar 'hablar' a Dios. En alguna ocasión solemne y comunitaria, esta palabra se puede ilustrar con algún breve comentario.

El silencio

31. La escucha y la meditación se alimentan del silencio. Es conveniente que, después de enunciar el misterio y proclamar la Palabra, esperemos unos momentos antes de iniciar la oración vocal, para fijar la atención sobre el misterio meditado. El redescubrimiento del valor del silencio es uno de los secretos para la práctica de la contemplación y la meditación. Uno de los límites de una sociedad tan condicionada por la tecnología y los medios de comunicación social es que el silencio se hace cada vez más difícil. Así como en la Liturgia se recomienda que haya momentos de silencio, en el rezo del Rosario es también oportuno hacer una breve pausa después de escuchar la Palabra de Dios, concentrando el espíritu en el contenido de un determinado misterio.

El «Padrenuestro»

32. Después de haber escuchado la Palabra y centrado la atención en el misterio, es natural que el ánimo se eleve hacia el Padre. Jesús, en cada uno de sus misterios, nos lleva siempre al Padre, al cual Él se dirige continuamente, porque descansa en su 'seno' (cf Jn 1, 18). Él nos quiere introducir en la intimidad del Padre para que digamos con Él: «¡Abbá, Padre!» (Rm 8, 15; Ga 4, 6). En esta relación con el Padre nos hace hermanos suyos y entre nosotros, comunicándonos el Espíritu, que es a la vez suyo y del Padre. El «Padrenuestro», puesto como fundamento de la meditación cristológico-mariana que se desarrolla mediante la repetición del Ave Maria, hace que la meditación del misterio, aun cuando se tenga en soledad, sea una experiencia eclesial.

Las diez «Ave Maria»

33. Este es el elemento más extenso del Rosario y que a la vez lo convierte en una oración mariana por excelencia. Pero precisamente a la luz del Ave Maria, bien entendida, es donde se nota con claridad que el carácter mariano no se opone al cristológico, sino que más bien lo subraya y lo exalta. En efecto, la primera parte del Ave Maria, tomada de las palabras dirigidas a María por el ángel Gabriel y por santa Isabel, es contemplación adorante del misterio que se realiza en la Virgen de Nazaret. Expresan, por así decir, la admiración del cielo y de la tierra y, en cierto sentido, dejan entrever la complacencia de Dios mismo al ver su obra maestra –la encarnación del Hijo en el seno virginal de María–, análogamente a la mirada de aprobación del Génesis (cf. Gn 1, 31), aquel «pathos con el que Dios, en el alba de la creación, contempló la obra de sus manos» [36]. Repetir en el Rosario el Ave Maria nos acerca a la complacencia de Dios: es júbilo, asombro, reconocimiento del milagro más grande de la historia. Es el cumplimiento dela profecía de María: «Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc1, 48).

El centro del Ave Maria, casi como engarce entre la primera y la segunda parte, es el nombre de Jesús. A veces, en el rezo apresurado, no se percibe este aspecto central y tampoco la relación con el misterio de Cristo que se está contemplando. Pero es precisamente el relieve que se da al nombre de Jesús y a su misterio lo que caracteriza una recitación consciente y fructuosa del Rosario. Ya Pablo VI recordó en la Exhortación apostólica Marialis cultus la costumbre, practicada en algunas regiones, de realzar el nombre de Cristo añadiéndole una cláusula evocadora del misterio que se está meditando [37]. Es una costumbre loable, especialmente en la plegaria pública. Expresa con intensidad la fe cristológica, aplicada a los diversos momentos de la vida del Redentor. Es profesión de fe y, al mismo tiempo, ayuda a mantener atenta la meditación, permitiendo vivir la función asimiladora, innata en la repetición del Ave Maria, respecto al misterio de Cristo. Repetir el nombre de Jesús –el único nombre del cual podemos esperar la salvación (cf. Hch 4, 12)– junto con el de su Madre Santísima, y como dejando que Ella misma nos lo sugiera, es un modo de asimilación, que aspira a hacernos entrar cada vez más profundamente en la vida de Cristo.

De la especial relación con Cristo, que hace de María la Madre de Dios, la Theotòkos, deriva, además, la fuerza de la súplica con la que nos dirigimos a Ella en la segunda parte de la oración, confiando a su materna intercesión nuestra vida y la hora de nuestra muerte.

El «Gloria»

34. La doxología trinitaria es la meta de la contemplación cristiana. En efecto, Cristo es el camino que nos conduce al Padre en el Espíritu. Si recorremos este camino hasta el final, nos encontramos continuamente ante el misterio de las tres Personas divinas que se han de alabar, adorar y agradecer. Es importante que el Gloria, culmen de la contemplación, sea bien resaltado en el Rosario. En el rezo público podría ser cantado, para dar mayor énfasis a esta perspectiva estructural y característica de toda plegaria cristiana.

En la medida en que la meditación del misterio haya sido atenta, profunda, fortalecida –de Ave en Ave – por el amor a Cristo y a María, la glorificación trinitaria en cada decena, en vez de reducirse a una rápida conclusión, adquiere su justo tono contemplativo, como para levantar el espíritu a la altura del Paraíso y hacer revivir, de algún modo, la experiencia del Tabor, anticipación de la contemplación futura: «Bueno es estarnos aquí» (Lc 9, 33).

La jaculatoria final

35. Habitualmente, en el rezo del Rosario, después de la doxología trinitaria sigue una jaculatoria, que varía según las costumbres. Sin quitar valor a tales invocaciones, parece oportuno señalar que la contemplación de los misterios puede expresar mejor toda su fecundidad si se procura que cada misterio concluya con una oración dirigida a alcanzar los frutos específicos de la meditación del misterio. De este modo, el Rosario puede expresar con mayor eficacia su relación con la vida cristiana. Lo sugiere una bella oración litúrgica, que nos invita a pedir que, meditando los misterios del Rosario, lleguemos a «imitar lo que contienen y a conseguir lo que prometen» [38].

Como ya se hace, dicha oración final puede expresarse en varias forma legítimas. El Rosario adquiere así también una fisonomía más adecuada a las diversas tradiciones espirituales y a las distintas comunidades cristianas. En esta perspectiva, es de desear que se difundan, con el debido discernimiento pastoral, las propuestas más significativas, experimentadas tal vez en centros y santuarios marianos que cultivan particularmente la práctica del Rosario, de modo que el Pueblo de Dios pueda acceder a toda auténtica riqueza espiritual, encontrando así una ayuda para la propia contemplación.

El 'rosario'

36. El instrumento tradicional para rezarlo es el rosario. En la práctica más superficial, a menudo termina por ser un simple instrumento para contar la sucesión de las Ave Maria. Pero sirve también para expresar un simbolismo, que puede dar ulterior densidad a la contemplación.

A este propósito, lo primero que debe tenerse presente es que el rosario está centrado en el Crucifijo, que abre y cierra el proceso mismo de la oración. En Cristo se centra la vida y la oración de los creyentes. Todo parte de Él, todo tiende hacia Él, todo, a través de Él, en el Espíritu Santo, llega al Padre.

En cuanto medio para contar, que marca el avanzar de la oración, el rosario evoca el camino incesante de la contemplación y de la perfección cristiana. El Beato Bartolomé Longo lo consideraba también como una 'cadena' que nos une a Dios. Cadena, sí, pero cadena dulce; así se manifiesta la relación con Dios, que es Padre. Cadena 'filial', que nos pone en sintonía con María, la «sierva del Señor» (Lc 1, 38) y, en definitiva, con el propio Cristo, que, aun siendo Dios, se hizo «siervo» por amor nuestro (Flp 2, 7).

Es también hermoso ampliar el significado simbólico del rosario a nuestra relación recíproca, recordando de ese modo el vínculo de comunión y fraternidad que nos une a todos en Cristo.

Inicio y conclusión

37. En la práctica corriente, hay varios modos de comenzar el Rosario, según los diversos contextos eclesiales. En algunas regiones se suele iniciar con la invocación del Salmo 69: «Dios mío ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme», como para alimentar en el orante la humilde conciencia de su propia indigencia; en otras, se comienza recitando el Credo, como haciendo de la profesión de fe el fundamento del camino contemplativo que se emprende. Éstos y otros modos similares, en la medida que disponen el ánimo para la contemplación, son usos igualmente legítimos. La plegaria se concluye rezando por las intenciones del Papa, para elevar la mirada de quien reza hacia el vasto horizonte de las necesidades eclesiales. Precisamente para fomentar esta proyección eclesial del Rosario, la Iglesia ha querido enriquecerlo con santas indulgencias para quien lo recita con las debidas disposiciones.

En efecto, si se hace así, el Rosario es realmente un itinerario espiritual en el que María se hace madre, maestra, guía, y sostiene al fiel con su poderosa intercesión. ¿Cómo asombrarse, pues, si al final de esta oración en la cual se ha experimentado íntimamente la maternidad de María, el espíritu siente necesidad de dedicar una alabanza a la Santísima Virgen, bien con la espléndida oración de la Salve Regina, bien con las Letanías lauretanas? Es como coronar un camino interior, que ha llevado al fiel al contacto vivo con el misterio de Cristo y de su Madre Santísima.

La distribución en el tiempo

38. El Rosario puede recitarse entero cada día, y hay quienes así lo hacen de manera laudable. De ese modo, el Rosario impregna de oración los días de muchos contemplativos, o sirve de compañía a enfermos y ancianos que tienen mucho tiempo disponible. Pero es obvio –y eso vale, con mayor razón, si se añade el nuevo ciclo de los mysteria lucis– que muchos no podrán recitar más que una parte, según un determinado orden semanal. Esta distribución semanal da a los días de la semana un cierto 'color' espiritual, análogamente a lo que hace la Liturgia con las diversas fases del año litúrgico.

Según la praxis corriente, el lunes y el jueves están dedicados a los «misterios gozosos», el martes y el viernes a los «dolorosos», el miércoles, el sábado y el domingo a los «gloriosos». ¿Dónde introducir los «misterios de la luz»? Considerando que los misterios gloriosos se proponen seguidos el sábado y el domingo, y que el sábado es tradicionalmente un día de marcado carácter mariano, parece aconsejable trasladar al sábado la segunda meditación semanal de los misterios gozosos, en los cuales la presencia de María es más destacada. Queda así libre el jueves para la meditación de los misterios de la luz.

No obstante, esta indicación no pretende limitar una conveniente libertad en la meditación personal y comunitaria, según las exigencias espirituales y pastorales y, sobre todo, las coincidencias litúrgicas que pueden sugerir oportunas adaptaciones. Lo verdaderamente importante es que el Rosario se comprenda y se experimente cada vez más como un itinerario contemplativo. Por medio de él, de manera complementaria a cuanto se realiza en la Liturgia, la semana del cristiano, centrada en el domingo, día de la resurrección, se convierte en un camino a través de los misterios de la vida de Cristo, y Él se consolida en la vida de sus discípulos como Señor del tiempo y de la historia.


CONCLUSIÓN

«Rosario bendito de María, cadena dulce que nos unes con Dios»

39. Lo que se ha dicho hasta aquí expresa ampliamente la riqueza de esta oración tradicional, que tiene la sencillez de una oración popular, pero también la profundidad teológica de una oración adecuada para quien siente la exigencia de una contemplación más intensa.

La Iglesia ha visto siempre en esta oración una particular eficacia, confiando las causas más difíciles a su recitación comunitaria y a su práctica constante. En momentos en los que la cristiandad misma estaba amenazada, se atribuyó a la fuerza de esta oración la liberación del peligro y la Virgen del Rosario fue considerada como propiciadora de la salvación.

Hoy deseo confiar a la eficacia de esta oración –lo he señalado al principio– la causa de la paz en el mundo y la de la familia.

La paz

40. Las dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo Milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo Alto, capaz de orientar los corazones de quienes viven situaciones conflictivas y de quienes dirigen los destinos de las Naciones, puede hacer esperar en un futuro menos oscuro.

El Rosario es una oración orientada por su naturaleza hacia la paz, por el hecho mismo de que contempla a Cristo, Príncipe de la paz y «nuestra paz» (Ef 2, 14). Quien interioriza el misterio de Cristo –y el Rosario tiende precisamente a eso– aprende el secreto de la paz y hace de ello un proyecto de vida. Además, debido a su carácter meditativo, con la serena sucesión del Ave Maria, el Rosario ejerce sobre el orante una acción pacificadora que lo dispone a recibir y experimentar en la profundidad de su ser, y a difundir a su alrededor, paz verdadera, que es un don especial del Resucitado (cf. Jn 14, 27; 20, 21).

Es además oración por la paz por la caridad que promueve. Si se recita bien, como verdadera oración meditativa, el Rosario, favoreciendo el encuentro con Cristo en sus misterios, muestra también el rostro de Cristo en los hermanos, especialmente en los que más sufren. ¿Cómo se podría considerar, en los misterios gozosos, el misterio del Niño nacido en Belén sin sentir el deseo de acoger, defender y promover la vida, haciéndose cargo del sufrimiento de los niños en todas las partes del mundo? ¿Cómo podrían seguirse los pasos del Cristo revelador, en los misterios de la luz, sin proponerse el testimonio de sus bienaventuranzas en la vida de cada día? Y ¿cómo contemplar a Cristo cargado con la cruz y crucificado, sin sentir la necesidad de hacerse sus «cireneos» en cada hermano aquejado por el dolor u oprimido por la desesperación? ¿Cómo se podría, en fin, contemplar la gloria de Cristo resucitado y a María coronada como Reina, sin sentir el deseo de hacer este mundo más hermoso, más justo, más cercano al proyecto de Dios?

En definitiva, mientras nos hace contemplar a Cristo, el Rosario nos hace también constructores de la paz en el mundo. Por su carácter de petición insistente y comunitaria, en sintonía con la invitación de Cristo a «orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1), nos permite esperar que hoy se pueda vencer también una 'batalla' tan difícil como la de la paz. De este modo, el Rosario, en vez de ser una huida de los problemas del mundo, nos impulsa a examinarlos de manera responsable y generosa, y nos concede la fuerza de afrontarlos con la certeza de la ayuda de Dios y con el firme propósito de testimoniar en cada circunstancia la caridad, «que es el vínculo de la perfección» (Col 3, 14).

La familia: los padres...

41. Además de oración por la paz, el Rosario es también, desde siempre, una oración de la familia y por la familia. Antes esta oración era apreciada particularmente por las familias cristianas, y ciertamente favorecía su comunión. Conviene no descuidar esta preciosa herencia. Se ha de volver a rezar en familia y a rogar por las familias, utilizando todavía esta forma de plegaria.

Si en la Carta apostólica Novo millennio ineunte he alentado la celebración de la Liturgia de las Horas por parte de los laicos en la vida ordinaria de las comunidades parroquiales y de los diversos grupos cristianos [39], deseo hacerlo igualmente con el Rosario. Se trata de dos caminos no alternativos, sino complementarios, de la contemplación cristiana. Pido, por tanto, a cuantos se dedican a la pastoral de las familias que recomienden con convicción el rezo del Rosario.

La familia que reza unida, permanece unida. El Santo Rosario, por antigua tradición, es una oración que se presta particularmente para reunir a la familia. Contemplando a Jesús, cada uno de sus miembros recupera también la capacidad de volverse a mirar a los ojos, para comunicar, solidarizarse, perdonarse recíprocamente y comenzar de nuevo con un pacto de amor renovado por el Espíritu de Dios.

Muchos problemas de las familias contemporáneas, especialmente en las sociedades económicamente más desarrolladas, derivan de una creciente dificultad para comunicarse. No se consigue estar juntos y a veces los raros momentos de reunión quedan absorbidos por las imágenes de un televisor. Volver a rezar el Rosario en familia significa introducir en la vida cotidiana otras imágenes muy distintas, las del misterio que salva: la imagen del Redentor, la imagen de su Madre santísima. La familia que reza unida el Rosario reproduce un poco el clima de la casa de Nazaret: Jesús está en el centro, se comparten con él alegrías y dolores, se ponen en sus manos las necesidades y proyectos, se obtienen de él la esperanza y la fuerza para el camino.

... y los hijos

42. Es hermoso y fructuoso confiar también a esta oración el proceso de crecimiento de los hijos. ¿No es acaso, el Rosario, el itinerario de la vida de Cristo, desde su concepción a la muerte, hasta la resurrección y la gloria? Hoy resulta cada vez más difícil para los padres seguir a los hijos en las diversas etapas de su vida. En la sociedad de la tecnología avanzada, de los medios de comunicación social y de la globalización, todo se ha acelerado, y cada día es mayor la distancia cultural entre las generaciones. Los mensajes de todo tipo y las experiencias más imprevisibles hacen mella pronto en la vida de los chicos y los adolescentes, y a veces es angustioso para los padres afrontar los peligros que corren los hijos. Con frecuencia se encuentran ante desilusiones fuertes, al constatar los fracasos de los hijos ante la seducción de la droga, los atractivos de un hedonismo desenfrenado, las tentaciones de la violencia o las formas tan diferentes del sinsentido y la desesperación.

Rezar con el Rosario por los hijos, y mejor aún, con los hijos, educándolos desde su tierna edad para este momento cotidiano de «intervalo de oración» de la familia, no es ciertamente la solución de todos los problemas, pero es una ayuda espiritual que no se debe minimizar. Se puede objetar que el Rosario parece una oración poco adecuada para los gustos de los chicos y los jóvenes de hoy. Pero quizás esta objeción se basa en un modo poco esmerado de rezarlo. Por otra parte, salvando su estructura fundamental, nada impide que, para ellos, el rezo del Rosario –tanto en familia como en los grupos– se enriquezca con oportunas aportaciones simbólicas y prácticas, que favorezcan su comprensión y valorización. ¿Por qué no probarlo? Una pastoral juvenil no derrotista, apasionada y creativa –¡las Jornadas Mundiales de la Juventud han dado buena prueba de ello!– es capaz de dar, con la ayuda de Dios, pasos verdaderamente significativos. Si el Rosario se presenta bien, estoy seguro de que los jóvenes mismos serán capaces de sorprender una vez más a los adultos, haciendo propia esta oración y recitándola con el entusiasmo típico de su edad.

El Rosario, un tesoro que recuperar

43. Queridos hermanos y hermanas: Una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece de veras ser recuperada por la comunidad cristiana. Hagámoslo sobre todo en este año, asumiendo esta propuesta como una consolidación de la línea trazada en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, en la cual se han inspirado los planes pastorales de muchas Iglesias particulares al programar los objetivos para el próximo futuro.

Me dirijo en particular a vosotros, queridos Hermanos en el Episcopado, sacerdotes y diáconos, y a vosotros, agentes pastorales en los diversos ministerios, para que, teniendo la experiencia personal de la belleza del Rosario, os convirtáis en sus diligentes promotores.

Confío también en vosotros, teólogos, para que, realizando una reflexión a la vez rigurosa y sabia, basada en la Palabra de Dios y sensible a la vivencia del pueblo cristiano, ayudéis a descubrir los fundamentos bíblicos, las riquezas espirituales y la validez pastoral de esta oración tradicional.

Cuento con vosotros, consagrados y consagradas, llamados de manera particular a contemplar el rostro de Cristo siguiendo el ejemplo de María.

Pienso en todos vosotros, hermanos y hermanas de toda condición, en vosotras, familias cristianas, en vosotros, enfermos y ancianos, en vosotros, jóvenes: tomad con confianza entre las manos el rosario, descubriéndolo de nuevo a la luz de la Escritura, en armonía con la Liturgia y en el contexto de la vida cotidiana.

¡Qué este llamamiento mío no sea en balde! Al inicio del vigésimo quinto año de Pontificado, pongo esta Carta apostólica en las manos de la Virgen María, postrándome espiritualmente ante su imagen en su espléndido Santuario edificado por el Beato Bartolomé Longo, apóstol del Rosario. Hago mías con gusto las palabras conmovedoras con las que él termina la célebre Súplica a la Reina del Santo Rosario: «Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo de amor que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno, puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás. Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía. Para ti el último beso de la vida que se apaga. Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre, oh Reina del Rosario de Pompeya, oh Madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores, oh Soberana consoladora de los tristes. Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en el cielo».

Vaticano, 16 octubre del año 2002, inicio del vigésimo quinto de mi Pontificado.

JUAN PABLO II


Notas

[1] Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 45.

[2] Pablo VI, Exhort. ap. Marialis cultus, (2 febrero 1974) 42, AAS 66 (1974), 153.

[3] Cf. Acta Leonis XIII, 3 (1884), 280-289.

[4] En particular, es digna de mención su Carta ap. sobre el Rosario Il religioso convegno del 29 septiembre 1961: AAS 53 (1961), 641-647.

[5] Angelus: L'Osservatore Romano ed. semanal en lengua española, 5 noviembre 1978, 1.

[6] AAS 93 (2002), 285.

[7] En los años de preparación del Concilio, Juan XXIII invitó a la comunidad cristiana a rezar el Rosario por el éxito de este acontecimiento eclesial; cf. Carta al Cardenal Vicario del 28 de septiembre de 1960: AAS 52 (1960), 814-817.

[8] Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 66.

[9] N. 32: AAS 93 (2002), 288.

[10] Ibíd., 33: l. c., 289.

[11] Es sabido y se ha de recordar que las revelaciones privadas no son de la misma naturaleza que la revelación pública, normativa para toda la Iglesia. Es tarea del Magisterio discernir y reconocer la autenticidad y el valor de las revelaciones privadas para la piedad de los fieles.

[12] El secreto admirable del santísimo Rosario para convertirse y salvarse, en Obras de San Luis María G. de Montfort, Madrid 1954, 313-391.

[13] Beato Bartolo Longo, Storia del Santuario di Pompei, Pompei 1990, p.59.

[14] Exhort. ap. Marialis cultus (2 febrero 1974), 47: AAS 66 (1974), 156.

[15] Const. sobre Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, 10.

[16] Ibíd., 12.

[17] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 58.

[18] I Quindici Sabati del Santissimo Rosario,27 ed., Pompeya 1916), p. 27.

[19] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 53.

[20] Ibíd., 60.

[21] Cf. Primer Radiomensaje Urbi et orbi (17 octubre 1978): AAS 70 (1978), 927.

[22] Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, 120, en: Obras. de San Luis María G. de Montfort, Madrid 1954, p.505s.

[23] Catecismo de la Iglesia Católica, 2679.

[24] Ibíd., 2675.

[25] La Suplica a la Reina del Santo Rosario, que se recita solemnemente dos veces al año, en mayo y octubre, fue compuesta por el Beato Batolomé Longo en 1883, como adhesión a la invitaciòn del Papa Leon XIII a los católicos en su primera Encíclica sobre el Rosario a un compromiso espiritual orientado a afrontar los males de la sociedad.

[26] Divina Comedia, Par. XXXIII, 13-15.

[27] Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 20: AAS 93 (2001), 279.

[28] Exort. ap. Marialis cultus (2 febrero 1974), 46: AAS 66 (1974), 155.

[29] Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 28: AAS 93 (2001), 284.

[30] N. 515.

[31] Angelus del 29 de octubre 1978: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 5 noviembre 1978, 1.

[32] Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 22.

[33] S. Ireneo de Lyon, Adversus haereses, III, 18,1: PG 7, 932.

[34] Catecismo de la Iglesia Católica,2616.

[35] Cf. n. 33: AAS 93 (2001), 289.

[36] Carta a los artistas (4 abril 1999), 1: AAS 91 (1999), 1155.

[37] Cf. n. 46: AAS 66 (1974), 155. Esta costumbre ha sido alabada recientemente por la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. Principios y orientaciones (17 diciembre 2001), n.201.

[38] «...concede, quæsumus, ut hæc mysteria sacratissimo beatæ Mariæ Virginis Rosario recolentes, et imitemur quod continent, et quod promittunt assequamur»: Missale Romanum (1960) in festo B. M. Virginis a Rosario.

[39] Cf. n. 34: AAS 93 (2001), 290.