martes, 14 de noviembre de 2000

AD GRAVISSIMA AVERTENDA (10 DE MAYO DE 1884)


INSTRUCCIÓN DEL SANTO OFICIO

AD GRAVISSIMA AVERTENDA

DECLARACIÓN SOBRE LA SECTA DE LOS MASONES

Para evitar los gravísimos males que la secta de los masones y otras que han surgido de ella han traído a la Iglesia y a todos los órdenes de ciudadanos, Su Santidad el Papa León XIII, con sabia intención, ha dirigido recientemente a todos los obispos del mundo entero la carta encíclica Humanum genus. En esta carta descubrió las doctrinas de tales sectas, su fin, sus designios; cuenta el cuidado que tuvieron los Pontífices romanos para librar a la familia humana de tan dañina plaga; a su vez, Él mismo imprime a estas sectas la marca de la condena y la censura, y enseña también con qué medios, con qué armas deben ser combatidas, con qué remedios deben ser curadas las heridas que han hecho.

Como Su Santidad consideró que este cuidado debía dar finalmente un fruto saludable, y que en un asunto de tan gran importancia debían emplearse en un esfuerzo unánime los trabajos, consejos y labores de todos los pastores de la Iglesia, ha encargado a esta suprema Congregación de la Santa Inquisición Universal y Romana que proponga a los pastores las medidas más eficaces y convenientes. En virtud de este mandato del Sumo Pontífice, como es justo y conveniente, los Eminentísimos Cardenales, actuando conmigo como Inquisidores Generales, han creído conveniente dar esta instrucción a todos los obispos y demás ordinarios de las diócesis:

1. El Clementísimo Pontífice, deseando ante todo proveer a la salvación de las almas, siguiendo las huellas de nuestro Salvador Jesucristo, que no vino a llamar a los justos sino a los pecadores a la penitencia, invita con su voz paternal a todos los que se han unido a la masonería y a otras sectas condenadas a purgar las manchas de sus almas y a volver al seno de la misericordia divina. Para ello, haciendo uso de la misma generosidad que su predecesor León XII, en el plazo de un año completo, a partir de la fecha de la publicación regular de las mencionadas Cartas Apostólicas, en cada diócesis, suspende la obligación de denunciar a los corifeos y a los líderes ocultos de estas sectas, y también la reserva de las censuras, concediendo a todos los confesores aprobados por los ordinarios locales la facultad de absolver de estas censuras y de reconciliar con la Iglesia a todos los que hayan llegado verdaderamente a la resipiscencia y hayan abandonado las sectas. Por lo tanto, corresponde a los sagrados pastores anunciar esta generosidad del Sumo Pontífice a los fieles que les han sido confiados. También harían algo digno de su solicitud pastoral si, a lo largo de este año, que el Pontífice quiere dedicar a una clemencia especial, animaran a su rebaño a meditar sobre las verdades eternas y a volver a la rectitud de espíritu.

2. La intención de Su Santidad es que la encíclica se publique con el mayor celo, para que todos los cristianos comprendan el terrible veneno que circula entre ellos, la pérdida que les amenaza a ellos y a sus hijos si no toman las debidas precauciones. Por lo tanto, se debe tener el cuidado más exacto y activo para aplicar los remedios propuestos por el Pontífice y los que la prudencia de cada uno aconseje. En primer lugar, hay que despertar el ingenio y el celo de los párrocos para este fin, hacer entonces un llamamiento general a todos aquellos a los que Dios, autor de todo bien, les ha concedido la facultad de hablar y escribir, y a los que se les ha confiado la tarea de proclamar la palabra divina, de purificar al pueblo cristiano de sus faltas o de instruir a la juventud, para que también ellos dediquen sus trabajos a desenmascarar la masonería, y para hacer volver al camino de la salvación a los que, bien por temeridad o imprudencia, bien por reflexión y deliberación, se han adentrado en ella, y para dar consejos preliminares a los que aún no han caído en estas trampas.

3. Para que no haya lugar a error a la hora de determinar cuáles de estas sectas perniciosas son objeto de censura y cuáles de simple prohibición, es absolutamente cierto que la masonería y las otras sectas nombradas en el cap. 4 de la Constitución Pontificia Apostolicæ Sedis, están sujetos a la excomunión latæ sententiæ, así como los que amenazan a la Iglesia o a los poderes legítimos, ya sea que actúen abierta o secretamente, y que exijan o no a sus miembros un juramento de secreto.

4. Además de éstas, hay otras sectas prohibidas que deben ser evitadas bajo pena de pecado grave, entre las que se encuentran las que exigen a sus miembros un secreto que no debe ser revelado a nadie, y que exigen una obediencia sin reservas a los líderes ocultistas. También debemos tener cuidado de que hay algunas sociedades que, aunque no podemos definir con certeza si están o no relacionadas con las que hemos mencionado, son sin embargo sospechosas y llenas de peligro, tanto por las doctrinas que profesan como por su modo de actuar y por los líderes en torno a los cuales se agrupan y que los comandan. Los ministros de la religión, que deben tener en el corazón sobre todo la intacta fidelidad a Cristo y la integridad de las costumbres, deben saber apartar a su rebaño de ellas, y esto con tanto más cuidado, cuanto que la apariencia de honestidad que conservan estos grupos puede hacer más difícil de percibir y de prevenir el peligro que se oculta en ellos para los hombres sencillos o para los jóvenes.

5. Por lo tanto, los sagrados pastores harán algo sumamente útil a los fieles y agradable a Su Santidad si, al modo ordinario y habitual de instrucción pública, que debe conservarse absolutamente, añaden el que es habitual para la defensa de las verdades católicas, y que es tan apto para disipar los errores cuya más amplia propagación, con grave perjuicio de las almas, se deplora en la encíclica Humanum genus. Este modo de instrucción pública será muy saludable para el pueblo cristiano, y también, mediante la refutación de los errores, expondrá clara y metódicamente la fuerza y la utilidad de la doctrina cristiana, y excitará en las almas de los oyentes el amor a la Iglesia católica, que preserva la doctrina en su integridad y pureza.

6. Dado que los jóvenes, los artesanos pobres y los trabajadores son fácilmente seducidos y engañados por las detestables artimañas y la perfidia de estas sectas, hay que tener especial cuidado con ellos. En el caso de la juventud, hay que procurar especialmente desde los primeros años, tanto en el seno de la familia como en los templos y las escuelas, formarles cuidadosamente en la fe y la moral cristianas, instruirles abundantemente en los medios de precaverse contra las trampas tendidas por estas sectas oscuras, mostrándoles que si caen en esas redes, tendrán que servir después vergonzosamente a los amos injustos, con pérdida de la salvación eterna y de la dignidad humana. La protección de los jóvenes puede ser muy útil organizando sociedades bajo la advocación de la Santísima Virgen u otro patrón celestial. En estas reuniones, como en los gimnasios, sobre todo si se ponen al frente sacerdotes o laicos notables por su sabiduría y capacidad, los jóvenes adquirirán el gusto por cultivar la virtud, por profesar la religión abiertamente, despreciando la burla de los impíos, y, al mismo tiempo, se acostumbrarán a detestar todo lo que es contrario a la verdad y santidad católica.

7. También es muy útil que los padres, por una parte, y las madres, por otra, se unan en un pacto fraternal con este fin, para que su fuerza combinada les permita dedicarse más adecuadamente y con mayor eficacia a la salvación eterna y a la buena educación de sus hijos. Varias asociaciones de este tipo, ya sea de hombres o de mujeres, se han formado en varios lugares, bajo la tutela de algún poder celestial, y están produciendo felices frutos de religión y piedad.

8. En cuanto a los artesanos y obreros, de entre los cuales se acostumbra a reclutar a los que tienen por objeto socavar los fundamentos de la religión, los ministros de la religión deben traer ante sus ojos aquellos antiguos colegios de artesanos o universidades o gremios de obreros que, bajo el patrocinio celestial, fueron en otros tiempos el ilustre adorno de las ciudades, y contribuyeron al crecimiento de las artes superiores o más humildes. Es necesario restablecer estas y otras reuniones, incluso entre los hombres que se dedican a los negocios del comercio o a los estudios superiores, y es necesario que los asociados sean cuidadosamente instruidos y formados en los deberes de la religión, y que al mismo tiempo se presten ayuda mutua en las necesidades humanas que la enfermedad, la vejez o la pobreza suelen traer. Los presidentes de estas asociaciones cuidarán mucho de que los asociados se distingan por su integridad moral, su destreza técnica en el trabajo, su docilidad y su asiduidad en el mismo, para que puedan obtener más fácilmente lo necesario para la vida. Los ministros de la religión no se negarán a velar por las sociedades de este tipo, a proponer o aprobar sus reglamentos, a conciliar la generosidad de los ricos, a tomarlos bajo su patrocinio, a ayudarlos con sus cuidados.

9. Su benevolencia particular no faltará en esta admirable Sociedad de oraciones y obras, que, nacida en algunos lugares, ha comenzado ya a prosperar en otros. Hay que cuidar con supremo celo de enrolar en ella a todos los que tienen buenos sentimientos religiosos. Como su objetivo es alentar y desarrollar, mediante un esfuerzo general de las almas, en toda la extensión de la Iglesia universal, las obras de religión y de piedad, para aplicarse asiduamente a aplacar la cólera divina, es fácil comprender su utilidad en estos tiempos desgraciados. Entre las fórmulas de oración, los obispos recomendarán especialmente la que toma su nombre del Rosario de la Madre de Dios, que Nuestro Santo Padre, hace poco tiempo, recomendó y aconsejó tan encarecidamente, con tan amplios elogios, como la más importante. Entre las obras de piedad, deben dar preferencia a la de la Tercera Orden de San Francisco: deben procurar que se adhieran a ella el mayor número posible de miembros, así como a la de San Vicente de Paúl o a la de los Hijos de María, a fin de que las brillantes obras realizadas por ellos, para aplauso del mundo católico y en beneficio de las almas, se difundan cada día más.

10. Por último, sería muy conveniente, allí donde las condiciones del lugar y del pueblo lo permitan, establecer academias católicas, para celebrar estas útiles asambleas o congresos, como se les llama, a las que se envían los mejores hombres de una o varias regiones, a los que los pastores no deben desdeñar honrar con su presencia, para que bajo sus auspicios se adopten las resoluciones convenientes para el desarrollo del movimiento católico, las medidas más útiles a los intereses de la religión y del interés público. No estaría de más que aquellos que, con sus escritos y su trabajo, han adquirido esta especialidad de defender los derechos de Dios y de la Iglesia, de cortar de raíz los nuevos errores y calumnias que surgen cada día, se unieran para luchar, bajo la dirección de los obispos.

Si todas las fuerzas que, gracias a Dios, siguen vivas y activas en la Iglesia, trabajaran juntas hacia el mismo objetivo, es imposible que no se recogieran de ellas frutos muy abundantes, para redimir a la actual sociedad de los hombres del desastroso contagio de las sectas inicuas, y devolverla a la libertad cristiana.

11. El objetivo que proponemos hoy sólo se realizará plenamente si las fuerzas están unidas, si los arzobispos, junto con sus sufragáneos, toman resoluciones y medidas sobre lo que debe hacerse para responder a los deseos del Pastor Supremo.

Es el deseo de estos últimos y de esta suprema congregación que cada uno de ellos, sin demora y en el futuro, siempre que haga un informe sobre el estado de las diócesis, no omita indicar lo que, individualmente o de acuerdo con sus colegas en el episcopado, habrá hecho, y qué resultados habrá obtenido su celo.

Dado en Roma, en la Cancillería del Santo Oficio, el 10 de mayo de 1884.

Cardenal Raphael MONACO



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