Menos de una década después de elogiar los Ejercicios Ignacianos como un camino probado hacia la santidad, el Papa Pío XII advirtió contra su dilución. Dirigiéndose a la Obra Diocesana de Ejercicios Parroquiales de Barcelona del padre Francisco de Paolo Vallet, destacó en que los Ejercicios no eran reliquias del pasado ni exclusivos del clero, sino un arma de eficacia comprobada para todos los católicos.
Discurso a un grupo de 'La Obra Diocesana de Ejercicios Parroquiales de Barcelona'
Papa Pío XII
Viernes 15 de junio de 1956.
Crecimiento y valor de los Ejercicios Parroquiales
No se han cumplido todavía diez años, hijitos queridos, desde que el IV Centenario de la aprobación pontificia del Libro de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola, coincidiendo con las bodas de plata de vuestra Obra Diocesana de Ejercicios Parroquiales de Barcelona, nos brindó la gozosa ocasión de recibiros en esta casa del Padre común; para bendeciros y para expresaros en pocas palabras la satisfacción que sentíamos por la bella labor apostólica que vuestra organización desarrollaba, exhortándoos a seguir siempre adelante por el camino de la fidelidad a las ideas y métodos ignacianos, como garantía de vitalidad y eficacia.
Desde entonces, así como vuestro número ha crecido y el campo de vuestra obra se ha ampliado, así también nosotros podríamos aumentar y extender nuestra alabanza, como lo haríamos con el mayor placer, si no fuera porque vuestra presencia nos sugiere una idea que deseamos exponer claramente, como un Padre que conversa dulcemente con hijos que sabe que lo aman entrañablemente.
Los Ejercicios: Un arma de santidad para todos
Pues, en efecto, que los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola son un arma providencial, rebosante de sabiduría celestial, que en cuatro siglos ha dado frutos inestimables de santidad, es un asunto que apenas parece necesario repetir. Sin embargo, en la práctica de los Ejercicios —especialmente en ese retiro, en esa consagración completa, en la grandeza de los objetivos propuestos y, en general, en todas las condiciones que exigen, que tanto sirven cuando se observan fielmente—, existen tales exigencias que podrían parecer algo reservado para quienes ya se han retirado del clamor del mundo, o al menos como una práctica exclusiva de ciertos grupos especialmente selectos, y por lo tanto menos numerosos y extendidos, restringiendo así su campo de acción.
Nada podría ser más falso, hijos muy amados, como claramente lo demuestra vuestra presencia aquí, especialmente cuando os consideramos como una digna representación de las decenas de miles de almas que se han beneficiado de la práctica de los Ejercicios a través de vuestra Obra.
Los Ejercicios se adaptan a todos, dando frutos en cada vida
Concederíamos sin reservas que el fruto no será el mismo en quien, por ejemplo, se compromete con el mes completo —que, para nuestro gran consuelo, vemos cada vez más extendido— que en quien, por necesidad, debe limitarse al ciclo clásico de ocho, cinco o incluso menos días, dentro de la infinita gama de posibilidades a las que se presta el método ignaciano. De igual modo, podríamos admitir que no se busca el mismo propósito cuando los Ejercicios se imparten a niños o jóvenes que cuando se imparten, por ejemplo, a quienes buscan discernir su futuro estado de vida o necesitan una reforma radical.
Pero lo que afirmamos sin dudar es que siempre, en todo caso, y para todas las personas, habrá una participación en ese fruto que consiste en “ordenar la propia vida” después de “superarse a sí mismo”, quitando “todos los afectos desordenados [...] para buscar y encontrar la voluntad divina en la disposición de la propia vida”. Siempre se saldrá de ellos con una mayor práctica de oración y examen de conciencia, con un mayor deseo de mortificación, con una formación moral más profunda; siempre el ejercitante se sentirá después más dispuesto “en todas las cosas a amar y servir a Su Divina Majestad”. Siempre, en resumen, quien haya realizado bien un retiro de Ejercicios se sentirá impulsado a dar un gran paso adelante en el camino de la perfección cristiana, hacia esa meta que no está cerrada a nadie y en la que cada uno puede ocupar un lugar diferente según la manera en que se sienta capaz de responder a esa llamada tan admirablemente descrita por el propio Santo.
Un llamado a la expansión universal de los Ejercicios
Vuestra Obra, precisamente por ser parroquial, proclama que tal bien no es exclusivo de nadie; vuestra Obra, con los abundantes frutos recogidos en su no breve existencia, declara lo que puede realizarse en tan vasto campo; vuestra Obra, precisamente en este centenario ignaciano, debe ser reconocida como un estímulo para todos los que anhelan trabajar en la difusión de la práctica de los Ejercicios Espirituales entre todas las clases sociales, entre toda clase de personas, y de modo muy especial en esa célula de vida cristiana que es la parroquia.
Ojalá pronto la viéramos aplicada en todas las parroquias de la cristiandad, para sostener y acrecentar la vida cristiana de los fieles y hacerla florecer de nuevo donde haya decaído y languidecido. Nuestros tiempos exigen métodos ágiles y racionales, atractivos y profundos, universales y personales; métodos en los que ningún elemento quede sin utilizar, ningún problema sin resolver, ningún anhelo sin satisfacer; métodos avalados por la experiencia de siglos, pero con la flexibilidad suficiente para adaptarse a las exigencias modernas. Precisamente por esta razón, como hemos declarado repetidamente, los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola aún tienen una palabra que decir, una palabra de la que el mundo no debe privarse en absoluto.
Bendición final y encargo apostólico
Salid, pues, hijos amados, y arrodillaos ante la tumba de aquel cuyo nombre está inseparablemente ligado a los Ejercicios Espirituales, e implorad su poderosa intercesión ante el trono del Altísimo, para que su Obra siga creciendo en número, fervor y eficacia apostólica. Allí, renovad vuestros propósitos apostólicos. Pero sobre todo, aseguradle que es vuestra deliberada intención “dedicarse y consagrarse en todo servicio al Rey eterno y Señor universal”, reconociendo “tantas bendiciones recibidas, (para que) en todo amen y sirvan a Su Divina Majestad”.
Muchas gracias, hijitos queridos, por vuestros dones: la generosidad de los hijos amplía las posibilidades de la caridad del Padre y os hace partícipes de ella, con un bendito intercambio de dones y de gracias espirituales.
Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo —esa augusta Trinidad a quien el Patriarca de Loyola se encomendó diariamente en Manresa— os acompañe, como imploramos por vosotros. Que haga fructificar su Obra en abundantes frutos de santidad, como deseamos. Una bendición especial también para vuestro amado Prelado aquí presente, para los sacerdotes que trabajan en esta Obra, para vuestras familias y amigos, para vuestras intenciones y deseos, y para todo aquello que en este momento desean ver bendecido.
Discorsi e Radiomessaggi, vol. XVIII, págs. 287-289.
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