Por Mundabor
No voy a mentir, temo el momento de la fumata blanca. Temo el momento en que me siente frente al televisor (si ocurre cuando esté en casa), y lo que anuncien sea un tipo que considero un candidato bastante seguro para el infierno.
Después de más de 12 años del difunto Payaso Malvado de Argentina, uno no mira con ninguna expectación la elección de los que él ha elegido como “cardenales”.
Así que temo ese momento. ¿Qué voy a hacer?
Haré lo que he hecho tantas veces en estos años: Resuelvo vivir y morir en la religión propia de mis antepasados, independientemente de la parodia que los próximos uno, dos, tres o treinta papas puedan hacer del catolicismo.
Si sale elegido un Tagle, o un Grech, o alguien aún peor que ellos, dedicaré aún más energía a profundizar en mi conocimiento del auténtico catolicismo. Dedicaré más tiempo al estudio de las encíclicas anteriores al Vaticano II. Releeré y revisitaré libros que no leo desde hace tiempo, como Iota Unum. Volveré a abordar con energía renovada a mi teólogo favorito, Garrigou-Lagrange. Intentaré leer todo lo que pueda de Santo Tomás. Revisitaré el “abandono a la divina Providencia” y otros devocionarios. En resumen, aumentaré mi consumo de conocimiento católico, para que el alimento que proviene de esta comida católica pueda contrarrestar el veneno que viene del Vaticano, veneno al que estaré doblemente expuesto porque tengo la intención de seguir escribiendo sobre ello.
También utilizaré la muerte de Francisco como una preparación más para la muerte. No puedo quitarme de la cabeza la imagen de Francisco pidiendo un vaso de agua, bebiéndoselo y, de repente, perdiendo el conocimiento, quedándose en blanco sin previo aviso, su alma inmortal en quién sabe -pero todos podemos imaginar- qué lugar... Me propondré trabajar todos los días para que ese momento -si es que tal momento está señalado para mí: una súbita pérdida de conciencia, para no recuperarla jamás, sin previo aviso- no me pille desprevenido.
¿Cuánto me queda? ¿Cuánto nos queda? No mucho, es mi respuesta ahora que tengo más de sesenta años. La respuesta puede tender hacia un tiempo más largo, pero será igual de incierta.
¿Recuerdas cuando de niño te decían que te comieras las espinacas para que, algún día, te convirtieras en un hombre tan fuerte como Popeye? Entonces te comías las espinacas (a medias) de buena gana, porque te veías como un adulto fuerte en un futuro muy lejano.
Yo quiero hacer lo mismo ahora. Quiero que esta tragedia de la Iglesia sea mis espinacas, para que, cuando llegue el momento y entre en la vida que realmente cuenta, el momento me encuentre como un adulto fuerte.
Dejemos que los “cardenales” monten el “lío” que quieran. Tenemos un patrimonio indestructible que nunca podrá ser tocado, nunca podrá ser alterado. Tenemos la moneda real para siempre, y nunca necesitaremos las monedas falsas del Diablo.
Resolvamos que, pase lo que pase, nos vamos a comer nuestras espinacas, y seremos fuertes cuando llegue el momento.
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