Por Hugh O'Brien
La pista que me llevó al descubrimiento de la espada de Santa Juana de Arco me la dio Dom Gueranger, quien señala en su Liturgical Year (Año Litúrgico) que la Doncella de Orleans recibió su espada de forma milagrosa en Sainte-Catherine-de-Fierbois, una iglesia dedicada a Santa Catalina de Alejandría en un pueblo del mismo nombre.
Aún hoy, el pueblo de Sainte-Catherine-de-Fierbois sigue siendo pequeño (unos 750 habitantes) y es famoso sobre todo por el altar bajo el que Santa Juana encontró su espada del Cielo. Santa Catalina de Alejandría fue una de las santas que ayudaron y aconsejaron a la doncella de Orleans, por lo que no es de extrañar que se sepa el papel que desempeñó en la obtención de la espada por parte de la doncella.
Tras su encuentro con el Delfín en Chinon en 1429, Carlos dispuso que se le hiciera una armadura. Pero la Doncella rechazó su oferta de una espada porque sus “Voces” le dijeron dónde encontraría la que el Cielo había elegido para ella. Sabemos esto porque ella habló de la espada durante el proceso de su Juicio de Condena en 1431 (en inglés aquí).
Se llamaba “Espada de Santa Catalina” y tenía cinco cruces en la hoja. Sus inquisidores le preguntaron por esta espada con el fin de inducirla a admitir que tenía poderes “mágicos”. Ella no quiso hacerlo, pero les explicó con palabras sencillas la verdad de su maravilloso origen.
Cuando estaba en Chinon, sus “Voces” le habían dicho que encontraría su espada en la iglesia de Santa Catalina de Fierbois, detrás del altar. Envió una carta al párroco y pidió que la buscaran y le enviaran la espada. La encontraron exactamente donde ella había indicado, enterrada en un lugar detrás del altar, toda cubierta de óxido.
Un comerciante de armas de Tours fue enviado a recuperarla para la Pucelle, y los prelados de Tours y Santa Catalina mandaron hacer preciosas fundas para ella, una de terciopelo rojo y otra de tela de oro, pero ella prefirió usar la de cuero fuerte que había mandado hacer.
Preguntada cómo supo que esta espada estaba allí, respondió,
“Esta espada estaba en la tierra, toda oxidada, y había sobre ella cinco cruces, y yo la conocí por mis voces, y nunca había visto al hombre que fue a buscar esta espada.Escribí a los prelados del lugar que, si les parecía bien, me diesen la espada, y me la enviaron. No estaba muy profunda bajo tierra, detrás del altar, según me parece, pero no sé exactamente dónde estaba: delante o detrás del altar.Una vez encontrada esta espada, los prelados del lugar la hicieron frotar, y enseguida se le cayó el óxido sin dificultad. Hubo un mercader de armas de Tours que fue a buscarla, y los Prelados de aquel lugar me dieron una vaina y los de Tours también, con ellos, mandaron hacer dos vainas para mí: una de terciopelo rojo y otra de paño de oro. Y yo misma me hice otra de cuero bien fuerte.Pero cuando fui capturada, no era esa espada la que tenía. Siempre llevé esa espada hasta que me retiré de Saint-Denis después del asalto a París” (1).
La espada fue encontrada donde San Miguel había indicado a Juana, pero entonces, un segundo milagro: la gruesa capa de óxido del hierro enterrado se desprendió sin esfuerzo con un paño.
Ella explica que había llevado la espada de Fierbois al menos hasta que se retiró de Saint-Denis tras el asalto a París en septiembre de 1429, donde comenzó su revés de fortuna. Durante el ataque, Juana fue herida por un virote de ballesta en el muslo, sacada contra su voluntad del campo de batalla y, sin su presencia para animar a las tropas, Carlos VII ordenó la retirada cuatro horas más tarde.
Es decir, la llevó al menos hasta llegar a Lagny el 29 de marzo de 1430. Fue capturada en Compeigne dos meses más tarde. (2). ¿Fue el conocimiento de la traición que se avecinaba lo que impulsó a La Pucelle a esconder su Espada de Santa Catalina? Una vez había comentado que “sólo temía la traición”. Y, al final, fue por traición por lo que fue capturada y entregada a los ingleses, que la quemaron en Rouen.
No dijo a nadie dónde había colocado la Espada de Santa Catalina, y tomó en su lugar una espada más pequeña y manejable que, según dijo a sus inquisidores, había tomado de un soldado borgoñón llamado Franquet d'Arras. Y añadió:
“Me la quedé porque era una buena espada de guerra, buena para dar fuertes golpes”.
Si propinaba golpes fuertes, solía ser a las prostitutas a las que echaba del campamento, ya que declaró bajo juramento que nunca había matado a nadie.
Cuando sus jueces la interrogaron sobre el paradero de la Espada de Fierbois, pues no querían que quedara ninguna “reliquia” que el pueblo pudiera honrar, se negó a dar una respuesta, alegando que no concernía al caso. La única información que daría es que se había perdido y que sus hermanos tenían el resto de sus bienes, sus caballos y espadas (3).
Como se sabía que había dejado una armadura y una espada en la iglesia de San Dionisio como acto de devoción, los jueces volvieron a preguntar por esa espada. Ella respondió que no había ofrecido la espada de Santa Catalina de Fierbois (4).
Muchos rumores circularon por Francia sobre el destino de esta espada. Incluso se ha llegado a publicar la historia de que la hoja de la espada se rompió cuando expulsaba a las prostitutas del campamento, lo que era habitual en ella. Juana de Arco negó esta historia durante el proceso con sus interrogadores.
La leyenda de sus orígenes
Una leyenda sobre los orígenes de la Espada del Cielo es que perteneció a Carlos Martel, abuelo de Carlomagno, que detuvo la invasión musulmana en Europa en la batalla de Tours (o Poitiers) en 732. Fue allí donde se ganó el apellido Martel (o Martillo) por su feroz azote al enemigo.
Se dice que, en acción de gracias, el comandante franco dejó su espada en el altar de Santa Catalina de Fierbois. Temiendo que se la robaran, decidió enterrarla en secreto detrás del altar.
La Doncella de Orleans murió sin revelar el paradero de la Espada del Cielo. Queda por saber si volverá a ser encontrada milagrosamente por un nuevo héroe de Francia que surgirá durante el Gran Castigo para salvar una vez más a la Primera Hija de la Iglesia.
Notas:
1) Regine Pernoud, Joan of Arc: By Herself and Her Witnesses, Lanham MD: Scarborough House, 1966, p. 61-62
2) Lance Bernard, The Sword from Heaven, Los Gatos, 2001.
3) Trial of Condemnation, February 27, 1431, Fourth Session
4) Ibid.
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