7 de Noviembre: San Willibrordo, obispo
(✞ 739)
El apostólico prelado San Willibrordo nació por los años del Señor de 658, en la isla de la Gran Bretaña y reino de Northumberland.
A los siete años no cumplidos de edad, le mandaron sus padres al célebre monasterio de Ripon, gobernado por San Wilfrido, el cual poco antes lo había fundado.
Habiéndose así acostumbrado desde niño a llevar el yugo del Señor, lo halló después todo el resto de su vida muy blando y ligero; y para mejor conservar los frutos de la religiosa educación que en el monasterio había recibido, tomó en él el hábito de religioso a edad muy temprana.
Hizo tan rápidos progresos en las letras humanas y divinas, que mereció ser elevado a la dignidad del sacerdocio, la cual recibió en Irlanda.
Se juntaron con él algunos compañeros a quienes abrasaba un mismo deseo de ganar almas para Cristo, y con gran celo predicaron el Evangelio a los Frisones, en cuyo santo ministerio se destacó, tanto por su ardor apostólico, como por su rara modestia, humildad, apacible conversación e igualdad de ánimo.
Habiendo llegado la fama de sus virtudes a oídos de Pepino el Heristal, señor de aquellas regiones, le escogió para la silla episcopal de Utrecht, y esta elección agradó tanto al Sumo Pontífice, que le llamó a Roma para consagrarle por sí mismo, obispo de aquella diócesis.
Emprendió luego el santo con nuevo fervor la conversión de los gentiles, dilatando el campo de sus correrías apostólicas hasta las incultas regiones del Septentrion; y acompañándose después con otros muchos sacerdotes y algunos obispos, para exterminar por completo las supersticiones del paganismo en la Zelandia, y después en Holanda.
Para conservar los frutos de estas santas misiones, ordenaba como sacerdotes solamente a aquellos en quienes veía las más sólidas virtudes, y procuraba encender en sus corazones la llama del celo de las almas, que en el suyo ardía.
Llegando en estas empresas de tanta gloria de Dios, a una ciudad harto avanzada, eligió, entre sus sacerdotes, a uno que tomó por auxiliar, y a quien encomendó el gobierno de la diócesis; y él se retiró a hacer una vida solitaria, para emplear los últimos tiempos de su vida en prepararse para la eternidad.
Finalmente, lleno de días y méritos, y precedido por una innumerable muchedumbre de almas que había sacado de la servidumbre del demonio y ganado para Cristo, entregó la suya al Creador.
Reflexión:
¡Feliz el alma que siguiendo las huellas de este apostólico prelado, se dedica en cuanto puede, a las obras de celo y de caridad! Con razón puede esperar una perfecta bienaventuranza en el reino de los cielos. ¿Qué cosa habrá que le parezca dulce, en comparación con la gloria que le espera? ¿Qué cosa podrá igualar a la verdad y perpetuidad de tal bienaventuranza? ¿Qué cosa, de cuantas hay en este valle de lágrimas, será capaz de atraerla, cuando contempla los bienes verdaderos que le dará el Señor en la tierra de los vivientes?
Oración:
Te suplicamos, oh Dios omnipotente, que en la venerable solemnidad de tu confesor y pontífice San Willibrordo, acrecientes en nosotros el espíritu de piedad y el deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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