21 de Noviembre: La Presentación de Nuestra Señora
Desde los primeros tiempos de la ley de Moisés, fue religiosa costumbre entre los hebreos ofrecerse a sí mismos, y también a sus hijos, al Señor; unas veces, irrevocablemente y para siempre; otras, reservándose la facultad de rescatarlos con dones y sacrificios.
A este fin había alrededor del templo varios edificios, con sus estancias y aposentos, destinados unos para hombres, y otros para mujeres; unos para niños, y otros para niñas, donde moraban todos hasta cumplir el voto que ellos o sus padres, por ellos, habían hecho.
Allí se ocupaban en servir a los ministros sagrados y en labrar los ornamentos y en otros muchos oficios necesarios para el servicio de Dios en el templo.
Así leemos sobre Ana, mujer de Elcana, que ofreció a su hijo Samuel; y en el segundo libro de los Macabeos se hace mención de las doncellas que se criaban en el templo; y en San Lucas dice que Ana profetisa, desde que enviudó, no salía del templo.
A ejemplo de aquella Ana, madre de Samuel, Santa Ana, madre de nuestra Señora, y San Joaquín, hicieron voto al Señor, que si les daba algún fruto de bendición, librándolos del estigma de la esterilidad, lo consagrarían a su servicio en el templo; y el Señor, que quería fuese todo milagroso en aquella Santa Niña, a quién desde la eternidad había destinado para madre de su unigénito Hijo, oyó benignamente sus oraciones, y los hizo padres de aquella bienaventurada criatura.
Llegando la bendita Niña a la edad de tres años, cumplieron religiosamente su voto San Joaquín y Santa Ana, llevándola ellos mismos para presentarla, y dejarla para el servicio de Dios en el templo.
Después que quedó la bendita Niña entre las sagradas vírgenes, ¿qué lengua podrá declarar el buen olor de santidad que allí derramó y la excelencia de sus virtudes? De las cuales hablando San Jerónimo, dice así:
“Procuraba la Virgen ser en las vigilias de la noche, la primera; en la ley de Dios, la más enseñada; en la humanidad, la más humilde; en los cantares de David, la más elegante; en la caridad, la más ferviente; en la pureza, la más pura; y en la virtud, la más perfecta. Todas sus palabras eran llenas de gracias, porque siempre en su boca estaba Dios; continuamente oraba y meditaba en la ley del Señor día y noche. Tenía también cuidado de sus compañeras, que ninguna hablase palabra mal hablada, que no levantase su voz en la risa; que no dijese palabra injuriosa ni soberbia a su compañera”.
Y San Ambrosio añade:
“No deseaba que otras doncellas le diesen conversación la que tenía buena compañía de santos pensamientos; antes entonces estaba menos sola cuando estaba sola, porque, ¿cómo se puede decir que estaba sola la que tenía consigo tantos libros devotos, tantos arcángeles y tantos profetas”.
Reflexión:
La vida de la Virgen en el templo es dechado y modelo perfecto de la vida de todas las doncellas; las cuales deben imitarla en todas las virtudes que son propias de las doncellas y ornamento de su estado. Pero especialmente las vírgenes, que, consagraron su virginidad a Jesucristo o que, al conocer la vanidad del mundo se acogen en la soledad de la religión deben tener por su reina y princesa a esta Niña, y pedirle devotamente su favor para imitarla en la guarda del voto que hicieron, como la imitaron en hacerlo, y seguir en todas las cosas su glorioso ejemplo.
Oración:
Oh Dios, que quisiste que la bienaventurada María siempre Virgen, en la cual habitaba el Espíritu Santo, fuese hoy presentada en el templo, concédenos que por su intercesión, merezcamos nosotros ser representados en el templo de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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