3 de Octubre: San Gerardo, Abad
(✞ 959)
El ejemplarísimo abad san Gerardo, fue hijo de Estancio, varón ilustre dela casa de Haganón, duque de la Austracia inferior, y de Plectrudis, hermana de Esteban, Obispo de Lieja.
Sus padres le hicieron seguir desde muy joven la carrera de las armas, propia de mancebos nobles, y le enviaron a la corte de Berengario, conde de Namur, donde resplandeció tanto por la modestia de sus costumbres como por la discreción de sus palabras y la natural elegancia de su persona.
Le tomó tanto amor el conde, que le llevó a su casa, y se servía de él para muchas cosas de importancia, y así le envió a Francia como su embajador para tratar con el príncipe Roberto un negocio muy grande que se le ofrecía.
Luego que llegó a París, dejando allí sus criados, se fue solo al monasterio de San Dionisio para retirarse en él algunos días; y quedó tan edificado por la virtud de los monjes, y tan aficionado por el sosiego y felicidad de la vida religiosa, que determinó dar libelo de repudio a todas las cosas del mundo, para recogerse a servir a Dios en aquel monasterio.
Trató los negocios por los que iba, y volviendo para dar cuenta de ellos al conde Berengario, le suplicó que le diese licencia para profesar en dicho monasterio; y aunque con mucha dificultad y tristeza del conde, obtuvo su beneplácito.
Se vistió pues con el hábito de San Benito, y a partir de allí fue espejo de toda santidad y virtud.
Allí comenzó a estudiar desde las primeras letras como un niño, y aprovechó tanto en las letras humanas como en las divinas, que a los nueve años de su conversión se ordenó como sacerdote con gran gozo de su espíritu y aprovechamiento de los otros monjes, entre los cuales era tenido en gran estima.
Fue el primer abad del célebre monasterio de Broñá, a cuya iglesia trasladó con gran solemnidad muchas reliquias de santos cuerpos.
Un día vino al monasterio una mujer ciega y pidió le diesen del agua con que el santo diciendo Misa se había lavado los dedos: se lavó con ella los ojos, y luego recobró la vista.
Habiendo recibido el marqués Arnulfo, señor de Flandes, de mano del santo la Comunión, se vio enteramente libre de un mal de piedra que le fatigaba mucho, y le encomendó el gobierno de todas las abadías que tenía en su Estado, y el santo las reformó, y tuvo a su cargo dieciocho monasterios, en los cuales floreció la más perfecta observancia religiosa.
Finalmente, se recogió en su pobre monasterio de Broñá, y cargado de merecimientos, dio su espíritu al Señor, el cual le ilustró con muchos milagros.
Reflexión:
Siempre han sido las Órdenes Religiosas semillero de santos y la vida ejemplar de sus miembros, poderosos alicientes para atraer las almas a la virtud. Si no tienes valor, oh cristiano, para despojarte, a imitación de San Gerardo, de las cosas del mundo (que tarde o temprano te ha de arrebatar la muerte), tenlo al menos para poner tu principal cuidado en amar y servir a Dios solamente. Porque, ¿de qué nos sirve ganar todo el mundo, si perdemos el alma? Esta máxima bien ponderada hizo de Gerardo un apóstol; esta máxima ha poblado el Cielo de santos, y esta máxima debe ser la única norma de todas nuestras acciones. ¡Dichoso quien se guía por ella, pues tiene asegurada su eterna salvación, único negocio para el cual estamos en este mundo y que nos debe preocupar seriamente!
Oración:
Te rogamos, Señor, que nos recomiendes delante de Ti la intercesión del bienaventurado abad Gerardo, para que alcancemos con su patrocinio lo que no podemos conseguir con nuestros méritos. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
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