4 de Octubre: San Francisco de Asís, fundador
(✞1226)
El seráfico patriarca San Francisco, uno de los más grandes santos que venera la Iglesia, fue natural de Asís, en la provincia de Umbría, y nació en un establo como su divino modelo Jesucristo.
Sus padres, que eran mercaderes, le llamaron Juan en el Bautismo, pero después le dieron el nombre de Francisco por la facilidad con que aprendió la lengua francesa, necesaria para los negociantes en Italia.
Pasó los años de su mocedad en el comercio y en las armas, y saliendo un día a pasear a caballo por las cercanías de Asís, halló un pobre leproso que le llenó de asco y horror, más para vencerse a sí mismo, se apeó, abrazó y besó a aquel pobre y le dio todo el dinero que llevaba.
Deshaciéndose un día en lágrimas por sus culpas, se le apareció Jesucristo crucificado como cuando estaba próximo a expirar, por lo que se propuso desde aquel momento en su corazón, imitar en su vida la pobreza y los trabajos de su adorable Redentor.
Muchas veces cambió los vestidos por los andrajos de los pobres, y siendo de edad de veinticinco años, oyendo en la Iglesia el Evangelio en que Jesucristo dijo a sus discípulos: “No queráis tener oro, ni plata, ni dinero, ni en vuestros viajes llevéis alforja, dos túnicas, ni calzado, ni báculo (Mat. X), de repente, se sintió tocado por Dios para tomar aquellas palabras como Regla de vida y Constitución de la Orden que fundó con sus doce compañeros, llamados “los penitentes de Asís”.
Inocencio III aprobó su Instituto, después de haber visto en un sueño misterioso como San Francisco sostenía sobre sus hombros la Iglesia de San Juan de Letrán, que se desplomaba; y habiendo el santo recibido de los monjes de San Benito una pequeña posesión con una ermita, de una porción de terreno de Santa María de Porciúncula, residió allí como en su primer convento, más creció tanto su Orden que en menos de tres años se fundaron más de sesenta monasterios.
Santa Clara lo tuvo por maestro de su espíritu, y autor de la Regla de sus Religiosas, llamadas al principio “Señoras Pobres”.
Encendido en deseos de martirio, partió hacia Siria con algunos Religiosos y llegado a Damiata, se presentó ante el Sultán, y le declaró la falsedad de la ley de Mahoma, más asombrado el príncipe infiel por la santidad de Francisco, le honró y le ofreció ricos presentes, rogando que le encomendase a Dios.
Habiendo el santo renunciado al generalato, se retiró al monte Alvernia, y hasta el fin de la cuaresma de San Miguel que hacía todos los años, recibió la impresión de la sagradas llagas en las manos, pies y costado, y desde allí en adelante, todos le llamaban El Patriarca Seráfico.
Finalmente después de haber asombrado al mundo con sus virtudes, austeridades y prodigios de todo género, quiso morir en suma pobreza y desnudez como Jesús; más tomando por obediencia su túnica vieja, tendido en el suelo, y puestos los brazos en Cruz, entregó su alma al Creador a la edad de cuarenta y cinco años.
Reflexión:
Movidas por los sermones y por los ejemplos de San Francisco y de Santa Clara, innumerables personas de uno y otro sexo deseaban retirarse a los claustros, pero nuestro Santo les enseñó cómo en todos los estados se podían santificar, y les señaló cierta forma de vida medida con su condición, y esta fue la Tercera Orden; la cual florece hoy en el mundo con gran honra para Dios y para la Santa Iglesia
Oración:
¡Oh Dios! Que por los méritos de San Francisco fecundaste a tu Iglesia con una nueva familia, danos la gracia para que a su imitación, despreciemos las cosas de la tierra y nos gocemos siempre en la participación de los dones celestiales. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
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