lunes, 7 de octubre de 2024

EL INFANTICIDIO Y LA NEGACIÓN DE LA HUMANIDAD DE LOS CONCEBIDOS

Lo que cambia es que las víctimas, totalmente ocultas en el útero, no pueden ser vistas ni oídas. Así pues, “ojos que no ven, corazón que no siente”.

Por Fabio Fuiano


En los últimos días se está hablando de un crimen que ha afectado profundamente a muchas personas. Una mujer de 21 años de Parma, Chiara Petrolini, fue detenida por doble infanticidio tras aparecer los restos de sus dos hijos enterrados en el jardín de su casa. 


Hace apenas un año, Monia Bortolotti, de 27 años, cometió una tragedia similar (la noticia en italiano aquí). Sólo que, en este último caso, los niños tenían respectivamente cuatro y dos meses. 


En el caso de Parma, fueron asesinados y enterrados justo después de nacer. Este asunto tensa aún más las cuerdas emocionales, y quizá aún más teniendo en cuenta que en el extranjero se debate acaloradamente si se pueden practicar abortos hasta el noveno mes y si se pueden eliminar o no las protecciones para los bebés sobrevivientes de un aborto.

Los comentarios de psicólogos, psiquiatras, periodistas y ciudadanos de a pie se han detenido en las sospechosas circunstancias de los asesinatos, en cómo fue posible que una chica ocultara su embarazo incluso a sus padres y a su novio. Preguntas cruciales para esclarecer la dinámica real de los asesinatos, pero no para comprender el verdadero porqué de lo ocurrido. Curiosamente, un buen número de personas, escandalizadas por el doble infanticidio, se preguntaban por qué las chicas no habían recurrido al aborto

Vivimos en un contexto cultural tan adicto a la ideología que uno ni siquiera se da cuenta de que el aborto y el infanticidio comparten la misma naturaleza

El primero no es más que una forma “más segura”, con la aprobación de una ley estatal, de eliminar a esos mismos seres humanos en una fase diferente de su desarrollo

Lo que cambia es que las víctimas, totalmente ocultas en el útero, no pueden ser vistas ni oídas. Así pues, “ojos que no ven, corazón que no siente” y se sigue aceptando indefinida y pacíficamente la destrucción de millones de inocentes en nombre de la “libertad de elección” de la mujer. 

Libertad limitada, sin embargo, por los plazos y procedimientos previstos en las leyes abortistas: permitido absolutamente dentro del tercer mes, por cualquier motivo, o hasta el quinto mes cuando el concebido es culpable de no pertenecer a “los perfectos”, siempre que sea en un “centro autorizado”

Fuera de este perímetro, el aborto se convierte en “un delito inaceptable”: ¿quizás porque se suprime a un ser humano inocente? No, porque se actúa fuera de lo previsto por la norma. En las leyes abortistas no se juzga el aborto en sí, sino sólo las circunstancias en que se practica.

Muchos afirman que los plazos impuestos por las leyes abortistas fueron dictados por “razones científicas”. Si así fuera, sería difícil entender por qué estos límites varían tanto de un país a otro: desde Portugal, donde hay un límite de 10 semanas, hasta España, con 14 semanas, pasando por Suecia, con 18 semanas, Noruega, con 22 semanas, y el Reino Unido, con 24 semanas. En algunos estados norteamericanos, el aborto es legal sin límites gestacionales. No parece que el criterio que guía a los legisladores abortistas de todo el mundo sea tan unánime, y mucho menos “científico”. 

Pero entonces, ¿qué dice realmente la ciencia sobre el concebido? La disciplina que se ocupa específicamente de estudiar las diferentes etapas del desarrollo humano es la embriología. Hay innumerables referencias en los libros de embriología sobre cuándo comienza realmente la vida de un nuevo ser humano. 


En un documento de 1982 titulado The Human Life Bill, en el que se informa sobre las audiencias ante el Subcomité de Separación de Poderes del Comité Judicial del Senado de Estados Unidos, hay varios testimonios, entre ellos los del profesor Jérôme Lejeune (1926-1994), el profesor Hymie Gordon (1926-1995) y la profesora Micheline Mathews-Roth (1934-2020). Esta última, en particular, citó numerosas referencias bibliográficas de textos de embriología que demostraban como un hecho científicamente establecido que la vida humana comienza en la concepción (pp. 14-17). Sus testimonios se resumieron esencialmente en las palabras de Lejeune, que concluyó afirmando que él y sus colegas se habían limitado a afirmar lo que en todo el mundo se enseña como un hecho: la humanidad del concebido.

Como ejemplo, consideremos lo siguiente en el libro de Keith L. Moore, Ph.D. y T.V.N. Persaud, Md., The Development of the Human Being: Clinically Oriented Embryology (El Desarrollo del Ser Humano: Embriología con orientación clínica), Eighth Edition, (Philadelphia, W.B. Saunders Company, 2008): “El desarrollo humano comienza en el momento de la fecundación, proceso durante el cual el gameto masculino o espermatozoide se une con un gameto femenino u óvulo para formar una única célula llamada cigoto. Esta célula totipotente altamente especializada marca nuestro inicio como individuo único” (p. 15).

De nuevo, en T.W. Sadler, Langman's Medical Embryology (Embriología médica de Langman), décima edición, Filadelfia: Lippincott Williams & Wilkins, 2006, se afirma lo siguiente: “el desarrollo de un ser humano comienza con la fecundación, proceso mediante el cual dos células altamente especializadas, el espermatozoide del varón y el ovocito de la mujer, se unen para dar lugar a un nuevo organismo, el cigoto” (p. 11).

Si la embriología no basta, la genética también acude al rescate. El Venerable Lejeune también escribió un interesante libro titulado Il messaggio della vita (El mensaje de la vida) (Edizioni Cantagalli, Siena, 2002). En él afirmaba que “el objeto de la genética es precisamente captar de la vida lo que anima la materia bruta, y describir la información que produce y controla miríadas de moléculas capaces de canalizar esta energía hormigueante para conformarla a nuestras necesidades. Hay un mensaje en la vida, y si este mensaje es humano, ésta es la vida de un hombre” (pp. 21-22).

En el mismo volumen, a la pregunta de si es científicamente posible establecer si un embrión es un ser humano, o si se trata de una afirmación infundada, Lejeune responde tajantemente: “Objetivamente, sólo hay una definición posible de ser humano: un ser humano es un miembro de nuestra especie. Su naturaleza está determinada por el patrimonio genético de la especie humana que recibe de sus progenitores; el embrión forma parte, pues, de la especie humana. La fecundación marca el comienzo de la vida, es decir, la aparición de un nuevo ser humano perfectamente único y diferenciado. La primera célula humana y sus 46 cromosomas contienen ya toda la información necesaria y suficiente de la que surgirá, unos meses después, ese niño que tendrá nombre y características propias”.

Y añadió que “el método desarrollado en Inglaterra por Alec Jeffreys durante años para leer el ADN de los cromosomas humanos permite identificar con precisión las características de un individuo. Proporciona una prueba científicamente irrefutable del carácter estrictamente único de cada individuo. No hay diferencia de naturaleza entre el embrión, el feto y el niño después de su nacimiento: se trata, en cada caso, de una misma persona tomada en las diferentes etapas de su desarrollo” (pp. 41-42).

Llegados a este punto, todavía se podría afirmar que no se ha visto lo que está oculto. Sin embargo, existe un sitio web científicamente inobjetable, The Endowment for Human Development (La Fundación para el Desarrollo Humano), que permite una visión interactiva del desarrollo prenatal a través de una línea de tiempo que no sólo muestra qué estructuras fisiológicas se desarrollan en cada etapa del embarazo, sino que también permite una visión de cada etapa fetal a través de extractos de un documental de National Geographic titulado The Biology of Prenatal Development (La biología del desarrollo prenatal). Realizado en 2006 en colaboración con expertos en desarrollo humano, “comunica la maravilla del desarrollo humano desde la fecundación hasta el nacimiento. Utilizando seis tecnologías de imagen médica, el programa presenta una videografía directa extraordinariamente poco frecuente del embrión humano vivo y del feto en las primeras fases de su desarrollo dentro del útero, de 4½ a 12 semanas después de la fecundación”.

Bien podemos afirmar, a hombros de gigantes, que el abortismo no sólo es contradictorio e inmoral, sino también profundamente anticientífico. Hechos como el de Parma y similares no hacen sino atestiguarlo cada vez más. 




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