11 de Septiembre: San Pafnucio, obispo y confesor
(✞ hacia el año 356)
El ilustre confesor de Cristo y venerable Obispo de la Tebaida superior, San Pafnucio, fue natural de Egipto e hijo de padres cristianos y muy virtuosos.
Oyendo desde niño la admirable vida que llevaban los santos anacoretas en los desiertos de la Tebaida, se sintió tocado por el Señor para imitar sus ejemplos; y llegado a la mocedad, dio libelo de repudio a todas las cosas del mundo, para servir solo a Dios en la soledad, debajo de la disciplina y magisterio del gran San Antonio Abad.
Teniendo delante de los ojos aquel perfectísimo ejemplar de todas las virtudes, hizo tan grandes progresos en el camino de la perfección, que extendiéndose la fama de su gran santidad y de sus divinas letras, le obligaron a recibir las Ordenes Sagradas, y poco después de haber sido ordenado como sacerdote, fue elegido por común consentimiento para la Silla Episcopal de la Tebaida.
Gobernaba santísimamente su Iglesia como verdadero Pastor del rebaño de Jesucristo, cuando los tiranos Galerio Maximiano, Marco Aurelio Maximiano y Galerio Valerio Maximino (nacido como Daia) comenzaron las más grandes y sangrientas persecuciones que afligieron aquella santa cristiandad. Entonces fue preso y cargado de cadenas.
El venerable Obispo Pafnucio fue el primero de los santos confesores a quien cortaron los nervios de la parte trasera de su rodilla izquierda, y le sacaron el ojo derecho y lo condenaron después a trabajar en las minas.
Pero habiendo sucedido a la persecución de los tiranos, la paz que dio a la Iglesia el emperador Constantino, el santo volvió a su Silla de nuevo con celo y con gran júbilo de todos los fieles de su diócesis; los cuales le recibieron como a su amado Obispo y como a valeroso confesor de la fe.
Por este título le hicieron también mucha honra los Padres del Concilio de Nicea, en el cual se halló y señaladamente, el emperador Constantino el Grande, que se holgaba conversando con él largas horas, jamás se despedía del siervo de Dios sin besarle con reverencia el hueco del cual le habían arrancado el ojo.
Gozó el santo del tan gran autoridad en aquel Concilio, que viendo desasosegados los ánimos en cierta controversia de nuevas doctrinas en las cosas de la fe, se levantó y dijo en voz alta:
- Nada se mude. Estad firmes en las Sagradas Tradiciones.
Y todos se aquietaron y le obedecieron. Fue San Pafnucio familiar amigo de San Atanasio y estuvo con él en el Concilio de Tiro, donde al ver seducido por los arrianos al Obispo Máximo, llegó hasta él y tomándolo de la mano, lo sacó de entre ellos diciéndole;
- No puede sufrir entre herejes un Obispo que ha padecido por la fe.
Y oídas las razones de Pafnucio, el obispo Máximo volvió a confesar la Fe Católica.
Pero habiendo sucedido a la persecución de los tiranos, la paz que dio a la Iglesia el emperador Constantino, el santo volvió a su Silla de nuevo con celo y con gran júbilo de todos los fieles de su diócesis; los cuales le recibieron como a su amado Obispo y como a valeroso confesor de la fe.
Por este título le hicieron también mucha honra los Padres del Concilio de Nicea, en el cual se halló y señaladamente, el emperador Constantino el Grande, que se holgaba conversando con él largas horas, jamás se despedía del siervo de Dios sin besarle con reverencia el hueco del cual le habían arrancado el ojo.
Gozó el santo del tan gran autoridad en aquel Concilio, que viendo desasosegados los ánimos en cierta controversia de nuevas doctrinas en las cosas de la fe, se levantó y dijo en voz alta:
- Nada se mude. Estad firmes en las Sagradas Tradiciones.
Y todos se aquietaron y le obedecieron. Fue San Pafnucio familiar amigo de San Atanasio y estuvo con él en el Concilio de Tiro, donde al ver seducido por los arrianos al Obispo Máximo, llegó hasta él y tomándolo de la mano, lo sacó de entre ellos diciéndole;
- No puede sufrir entre herejes un Obispo que ha padecido por la fe.
Y oídas las razones de Pafnucio, el obispo Máximo volvió a confesar la Fe Católica.
Finalmente, después de haber gobernado muchos años santamente su Iglesia entregó su espíritu en manos del Creador.
Reflexión:
Por ventura te parecerá cosa extraña que un Obispo como Máximo que había sido confesor de la fe y había padecido por ella como nuestro San Pafnucio, cayese en los errores de los herejes arrianos; pero has de recordar que la Fe es siempre libre en sus actos, y que es sobremanera pestilencial la herejía y maligno su veneno. Para librarnos pues del contagio de toda herejía e impiedad, es menester creer con fortaleza las verdades que nos enseña la Santa Iglesia depositaria legítima de la doctrina de Dios, y estimarlas sobre toda doctrina humana y preferirlas a nuestras propias ideas y discursos; porque es insensata soberbia querer poner la verdad de Dios en tela de juicio y gran presunción el pretender tragar a la ponzoña de los herejes e impíos sin envenenarse.
Oración:
Concédenos, oh Dios Todopoderoso, que la venerable solemnidad del bienaventurado Pafnucio, tu confesor y pontífice, acreciente en nosotros la gracia de la devoción y de la sabiduría eterna. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
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