10 de Septiembre: San Nicolás de Tolentino, confesor
(✞ 1246)
El fervorosísimo y religioso sacerdote San Nicolás de Tolentino, ornamento de la Sagrada Orden de San Agustín, nació en la ciudad de Fermo, que está en la provincia de la Marca de Ancona.
Los padres ya eran mayores cuando, cuando un ángel visitó a la madre de nuestro santo y le aconsejó ir a visitar el sagrado cuerpo de San Nicolás, Obispo, que está en la ciudad de Bari en el reino de Nápoles. Fueron entonces en peregrinación hasta aquella tumba y pidieron la gracia divina de un niño.
Todo se cumplió así: porque mientras iba el niño creciendo en edad, así iba adelantándose en virtud y ciencia; y orando un día en el templo vio a Cristo, Nuestro Señor con los ojos corporales.
A la edad de seis años comenzó a ir a la escuela parroquial y era encargado de la distribución de la limosna a los pobres. A los doce años de edad, ingresó al oblato en el convento local de los ermitaños de Bréttino, que luego tras fundirse, dio origen a Orden de los Agustinos Ermitaños. Hizo votos solemnes cuando tenía menos de diecinueve años.
Treinta años estuvo en el convento de Tolentino sin comer carne ni huevos, ni peces, ni derivados de la leche, ni aún manzanas, ahora estuviese sano, ahora enfermo.
Visitaba con gran caridad a los enfermos, consolaba a los afligidos, reconciliaba a los discordes, socorría a los pobres y libraba a los cautivos y encarcelados.
Fue devotísimo de las ánimas del Purgatorio por una visión que tuvo, en la cual vio gran número de ánimas que con gran instancia le pedían el sufragio de sus oraciones y Misas, y habiéndolas dicho, le dieron las gracias por ello.
El Señor le ilustró con muchos y grandes milagros, porque dio maravillosamente la salud a muchos enfermos que estaban afligidos de varias dolencias, alumbró ciegos y libró muchos endemoniados.
Toda la vida de San Nicolás fue de hombre perfectísimo y venido del Cielo, y como tal, le favoreció y regaló mucho nuestro Señor.
Seis meses antes que muriese, a la hora de Maitines, le hacían escuchar música los ángeles; y él entendió que se acercaba la hora de su dichosa muerte, y así la profetizó y avisó de ella a sus Hermanos Religiosos.
Les rogó que le perdonasen sus faltas y al Prior, que le diese la absolución de todos los pecados, y le administrase los Santos Sacramentos de la Iglesia; los cuales recibió con grandísima devoción y abundancia de lágrimas.
Después se hizo traer una cruz en la que estaba un pedazo de la de Nuestro Redentor, la cual adoró con profundísima humildad.
Se regocijaba su espíritu en aquella hora sobremanera; y como los frailes le preguntasen por qué estaba tan contento y alegre respondió:
- Porque mi Señor Jesucristo, acompañado de su dulce Madre y de nuestro padre San Agustín me convida a la partida, y me dice que me alegre y entre en el gozo de mi Dios.
Y luego dijo aquellas palabras:
- En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
Y levantando las manos y los ojos hacia la cruz que tenía presente, con maravillosa tranquilidad dio su alma al Señor a la edad de setenta años.
Se le considera protector de las almas del Purgatorio, e intercesor por la justicia, la maternidad, la infancia y la salud. Su protección es invocada por las víctimas de las pestes.
La Iglesia Católica lo canonizó el 5 de junio de 1446, al atribuírsele más de trescientos milagros acaecidos tanto en vida como después de su muerte. Fue el primer agustino canonizado.
Su cuerpo incorrupto fue presentado en 1345.
Reflexión:
Léese también en la Vida de los Santos, que hallándose una vez gravemente enfermo, la Virgen Santísima le bendijo unos bocados de pan diciéndole - Pide en caridad, en nombre de mi Hijo, el pan. Cuando lo hayas recibido, lo comerás después de haberlo mojado en agua, y gracias a mi intercesión recuperarás la salud, y comiéndolos San Nicolás, quedó de repente sano. En memoria de esta maravilla todos los años se bendice en el día de su fiesta en las iglesias de su Orden los panecillos que llaman “de San Nicolás”, con ciertas oraciones aprobadas por el papa Eugenio IV, comunicando Dios a estos panecillos, maravillosa virtud contra todo género de enfermedades.
Oración:
Oye, Señor, benignamente las humildes súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu bienaventurado confesor Nicolás, para que los que no confiamos en nuestras virtudes, seamos ayudados por los méritos de este santo que fue tan agradable a tus divinos ojos. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
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