Por el padre Curzio Nitoglia
Introducción
Un antiguo seguidor de la escuela de Guénon, Jacques-Albert Cuttat, definió la doctrina de Guénon como “un neotradicionalismo, como si Guénon hubiera recuperado e incorporado, en un conocimiento más amplio de Oriente, las tres tesis fundamentales del tradicionalismo de principios del siglo XIX (especialmente las de Joseph de Maistre y Lamennais), a saber: el antirracionalismo, la unanimidad tradicional como criterio de verdad y, sobre todo, la primacía espiritual de Oriente” (1).
Es bien sabido que Guénon relativiza y reduce la mística cristiana (que, por cierto, no es sólo occidental) al sentimentalismo o al devocionismo (que nada tiene que ver con la verdadera mística, pero tiene puntos de contacto con la falsa mística), lo que demuestra el escaso conocimiento que el propio Guénon tiene de la teología ascética y mística católica o su espíritu anticristiano. De hecho, en la obra de Guénon, los principales dogmas de la religión católica son malinterpretados y vaciados de su verdadero significado. Guénon, impregnado de esoterismo cabalístico y masónico, intentó infiltrarse en los círculos católicos tradicionales con la falsa idea de una “tradición primordial universal y fundamental” que engloba a todas las diferentes religiones, manteniendo en secreto su afiliación al sufismo monista y a la masonería escocesa.
Con el concilio Vaticano II, “la intelectualidad católica se orienta hacia una perspectiva que tiene en cuenta el deseo de unidad de las nuevas generaciones (...) que da prioridad a los puntos de encuentro con las religiones no cristianas. El tono ya no es de refutación y exclusión, sino, por el contrario, de asunción de la diversidad del potencial humano y del patrimonio religioso universal” (2). Así, el tradicionalismo masónico-esotérico abraza el modernismo masónico-esotérico (3).
Infancia
Renè Guénon nació en Blois el 15 de noviembre de 1886. Su salud era precaria. Cursó sus primeros estudios en una escuela católica donde, a pesar de sus numerosas ausencias, se convirtió en un alumno brillante. En otoño de 1901, se produjo un incidente trivial, pero muy significativo para su personalidad: René era el primero de su clase, pero su profesor, Simon Davancourt, le clasificó segundo en francés. René convirtió este hecho en una tragedia, hasta el punto de quedar postrado en cama con fiebre alta. Su padre lo retiró de la escuela y lo inscribió en el colegio Augustin-Thierry (5).
James comenta: “Vemos que ya en el instituto, Guénon tenía una NECESIDAD OBSESIVA DE SER EL PRIMERO, y cuando volvió de vacaciones, nuestro joven perfeccionista se debatió siempre con la misma obsesión, o mejor dicho, con el sentimiento de culpa, la angustia por no ser más que el cuarto. Irritado, el joven René reaccionó con gran susceptibilidad, y se produjo una escena que, a los ojos de algunos, tendría su cumplimiento definitivo treinta años más tarde, cuando Guénon partió para siempre hacia las tierras del Islam” (6).
René Guénon, entonces un joven soltero, conoció al canónigo Ferdinand Gombault, doctor en filosofía escolástica. Durante más de treinta años, hasta la marcha de Guénon a El Cairo, estos dos intelectuales mantuvieron contactos regulares (ambos eran partidarios de la Acción Francesa), aunque trabajaban en dos campos diferentes, incluso opuestos: el canónigo, tomista estrecho, se ocupaba de la apología del cristianismo; Guénon, influido por las corrientes masónico-ocultistas, se orientaba hacia la gnosis. Según James, el canónigo, así como todos los amigos católicos de Guénon, ignoraron su elección al menos hasta los años treinta.
Los maestros de René Guénon
Hacia los veinte años, Guénon se introdujo en la Escuela Hermética dirigida por Papus (seudónimo del Dr. Encausse) y siguió los cursos que se ofrecían. Fue recibido en la orden Martinista y en las diversas organizaciones masónico-ocultistas vinculadas a ella. En 1908, colaboró en la preparación del Congreso espiritista y masónico. Sin embargo, tendió a distanciarse de la línea general (que calificó de materialista) de los ambientes ocultistas de su época y se posicionó en contra de algunas ideas de Papus.
La hipótesis más probable, sin pruebas decisivas, es que Guénon, a más tardar en 1909 (época de su elevación al episcopado gnóstico bajo el nombre de Palingenius), se benefició de contactos decisivos con hindúes de la corriente vedantista; ese mismo año ingresó en la logia masónica Thèbah (Gran Logia de Francia). En 1912, se inició en el sufismo y se casó... ¡por el rito católico! Ese mismo año, confirmó su afiliación masónica a la Logia Thèbah, rama de la Gran Logia de Francia del Rito Escocés Antiguo, y fue aceptado. De 1913 a 1914, colaboró con la revista La France Chrétienne Anti-Maçonnique bajo el seudónimo de “La Esfinge”. Justo en esa época (como una verdadera “esfinge”), entabló una polémica con Charles Nicoullaud y Gustave Bord, colaboradores de la Revista Internacional de las Sociedades Secretas, sobre la cuestión de los “Superiores Desconocidos”.
En 1915, Guénon conoció a una joven estudiosa tomista: Noele Maurice-Denis, quien, en 1916, le presentó a Jacques Maritain. Ese mismo año, suspendió su participación activa en los trabajos de su Logia, que siguió dirigiendo durante su colaboración con “La France Chrétienne Antimaçonnique”. Esta suspensión no fue una pausa, sino simplemente una “hibernación táctica” para “llevar al catolicismo a respaldar a una élite tradicional, llamada a redescubrir, desde una perspectiva sincretista, la fuente única perdida... la verdadera metafísica, de esencia gnóstica. Y así es como, hasta principios de los años treinta, Guénon se abstuvo de tratar directa y abiertamente a la masonería, limitándose a deplorar su degeneración y a denunciar las tendencias antitradicionales de las que él mismo era víctima” (8). Según Guénon, el catolicismo no era más que una de las formas parciales y veladas a través de las cuales la Tradición primordial y fundamental se manifestaba en su plenitud. Para él, en efecto, el cristianismo tuvo en sus orígenes un carácter esotérico-iniciático “del que se sabe poco porque los orígenes del cristianismo están rodeados de una oscuridad casi impenetrable. Oscuridad deseada por quienes dirigieron la transformación de la Iglesia de una organización oscura y reservada, en una organización abierta a todos, puramente exotérica. Sin embargo, esta transformación del cristianismo en una religión exotérica fue providencial porque el mundo occidental se habría quedado sin Tradición si no hubiera existido la religión cristiana, ya que la tradición grecorromana, entonces predominante, había llegado a una gran degeneración. El cristianismo enderezó el mundo occidental, pero a condición de que perdiera su carácter esotérico” (9).
Los círculos católicos, tras una breve vacilación debida al carácter de “quinta columna” de los trabajos de Guénon en aquellos años, rechazaron sus teorías y Guénon, viendo fracasar su proyecto de infiltración, emigró a El Cairo. Sin embargo, prosiguió su tarea de formar una élite occidental tradicional en un intento de hacer converger la metafísica oriental, llamada “universal” (o gnosis esotérica), con el catolicismo, idéntico en lo esencial (para Guénon). La gnosis debía basarse en la Tradición fundamental, que es esencialmente la misma en todas partes, a pesar de las diferentes formas que adopta cuando se rebaja a religión para adaptarse a cada raza y época. El objetivo esotérico de Guénon era, pues, reinterpretar, reducir, minimizar y llevar el cristianismo a un fondo común “tradicional” de inspiración gnóstica, ya que, si bien en sus orígenes tenía un carácter esencialmente esotérico e iniciático, desde Constantino y el Concilio de Nicea lo había perdido y se había convertido en una religión en el sentido propio del término, con sus dogmas, su moral universal y sus ritos públicos. Por lo tanto, Guénon negó la divinidad y la infalibilidad de la Iglesia, su trascendencia en relación con otras culturas, el valor universal del Evangelio, la comprensión de la doctrina evangélica sin cambios, tal como fue revelada por Cristo. Pero como escribió Maurice-Denis: “Ciertamente su ignorancia e incomprensión del cristianismo era total” (11). Pero ¿era realmente ignorancia? Eso es lo que veremos.
Guénon y la Revue Internationale des Sociètès Secrètes de Monseñor Ernest Jouin
El Padre Jouin, último de cinco hermanos, nació el 21 de diciembre de 1844 en Angers. De salud precaria y huérfano de padre desde los cuatro años, en 1862 se unió a su hermano Amedeo en el noviciado dominico de Saint-Maximin, luego trasladado a Flavigny. En agosto de 1866, la mala salud le obligó a abandonar la austera vida dominicana y se dirigió al seminario de Angers, donde fue ordenado sacerdote en febrero de 1868 (12). En julio de 1882, fue nombrado párroco en Joinville-le-Pont (Sena), donde sufrió los ataques de los círculos anticlericales y comenzó las primeras luchas antimasónicas. En 1910, adquirió una importante biblioteca masónico-ocultista de unos 30.000 volúmenes y, en enero de 1912, fundó la Revue Internationale des Sociètès Secrètes, compuesta por una sección judeo-masónica (la sección gris) y una sección ocultista (la sección rosa).
El padre Jouin no fue el primero en sostener la tesis de la inspiración judía de la masonería. En el siglo XIX, le precedieron el abate Barruel, monseñor Deschamps, Cretineau-Joly, Gougenot des Mousseaux, monseñor Delassus y monseñor Meurin. Partidario de un catolicismo integral, estaba convencido de que “los grupos nacionalistas y fascistas no tienen poder por sí solos para curar el mal. La guerra es religiosa. Nuestra conversión es el único remedio” (15).
Él mismo había escrito: “Cuando los católicos ya no vacilen, cuando se llenen de valor con la práctica de las virtudes, cuando emprendan el camino del sacrificio para seguir a su pobre y sufriente Mesías hasta el Gólgota, cuando ya no mendiguen su salvación a diestra y siniestra, sino que formen el partido de Dios, como pedía Su Santidad Pío X, la cuestión judía quedará resuelta. (...) Pero los católicos deben ser muy conscientes de que están echando una mano a los judíos si viven, en esencia, como lo hacen... ¡preparando... el reinado despótico de un Qahal universal!” (16).
R. I. S.S. (Revista Internacional de las Sociedades Secretas) (1912-1939)
La R.I.S.S. trataba los aspectos externos de la secta infernal en su parte gris (judeo-masónica); y los aspectos internos en su parte rosa (ocultista). Fue conocida en todo el mundo y se nutrió de las informaciones de Monseñor Umberto Benigni, fundador del Sodalitium Pianum. Si por orden cronológico Monseñor Jouin criticó primero la labor política o externa de las sectas secretas, por orden de dignidad prefirió estudiar su labor secreta, esotérica e interna. Creía, con razón, que sólo un motivo religioso y a menudo sobrenatural podía explicar plenamente el frenesí de destrucción de todo bien que caracteriza el proceso revolucionario dirigido por las sociedades secretas, cuyo origen es el judaísmo posterior al Templo, cuyo padre, como reveló Jesús, es el diablo (17).
Divergencias en el seno del movimiento antimasónico
Entre los antimasones, sin embargo, existía una división: por una parte, los nacionalistas antimasónicos (Copin-Albancelli y Clarin de la Rive) que sólo querían luchar contra la secta sobre la base de la defensa de los valores nacionales y patrióticos; para ellos, la lucha antimasónica debía ser esencialmente política o nacional. Por otra, los antimasones religiosos (Nicollaud, Jouin, Benigni), según los cuales la masonería era una “contraiglesia” que pretendía ridiculizar la investigación del elemento preternatural en las logias secretas (a la vista de la maniobra Taxil). Según el padre Jouin, para ser antimasón hay que ser cristiano, ya que la masonería es un mono de Dios y de la Iglesia; monseñor Jouin chocó con Copin-Albancelli y Clarin de la Rive, que según él no eran adversarios íntegros del enemigo; el fondo del desacuerdo era el hecho de que los antimasones nacionalistas se negaban a estudiar la influencia satánica en la dirección ocultista de la masonería. Así, el proyecto de federación antimasónica fracasó y la polémica entre antimasones continuó, con graves efectos para la buena lucha, alimentada por un recién llegado... el francmasón René Guénon, alias “Esfinge”.
La colaboración de Guénon con La France Antimaçonique
En 1896, Clarín de la Rive se convierte en director de La France Chrétienne Antimaçonnique, sucediendo a Leo Taxil. De 1913 a 1914, ¡el francmasón Guénon colaboró con esta revista! “Aun suponiendo que Clarin de la Rive no tuviera ocasión de consultar las actas de la Gran Logia de Francia en 1912, no pudo sin embargo ignorar la conferencia del Francmasón Guénon sobre ‘La Enseñanza Iniciática’, publicada en Symbolisme en enero de 1913. El RISS menciona esta conferencia en su índice de documentos (febrero de 1913, página 561)” (18). ¿Cómo explicar entonces la colaboración de Guénon con Clarín de la Rive, directamente en el campo antimasónico? ¿Cómo Guénon pudo consultar, con el permiso de Clarín de la Rive, el dossier sobre el caso Taxil (antiguo director de La France Antimaçonnique) a partir del cual argumentaría que afirmar la influencia del satanismo en la masonería era una contrainiciación, y que si existían algunos grupos luciferinos y satanistas, estaban lejos de la masonería, que es una organización tradicional que quería denigrarse a toda costa? Parece que Clarín de la Rive y los amigos católicos de Guénon subestimaron su iniciación en la secta, como si Guénon hubiera roto completamente con la masonería.
Guénon quiso astutamente cambiar el pensamiento antimasónico desde dentro e inspirar una corriente católica a favor de la masonería tradicional, revisada y corregida a la luz de la metafísica oriental. Para ello, “por una parte, hay que llevar a los francmasones a la comprensión de sus principios y a la toma de conciencia de sus funciones, y por otra, hay que hacer admitir a los católicos que se equivocaron al combatir a la francmasonería en sí misma y que deben, al mismo tiempo que combaten a los francmasones degenerados, esperar la restauración de una francmasonería auténtica” (19). Y “tras recordar la opinión ya expresada por Joseph de Maistre, afirmó que: 'todo anuncia que la masonería vulgar es una rama separada y posiblemente corrompida de un tronco antiguo y respetable', y que la masonería moderna no es más que el producto de una desviación” (20). El golpe pasó por Clarín de la Rive, pero fue detenido por Mons. Jouin.
Los “Superiores Desconocidos”
Hubo un largo debate entre Guénon, alias “Esfinge”, en La France Antimaçonnique, y Charles Nicollaud junto con Gustave Bord para el R.I.S.S. sobre la misteriosa cuestión de los Superiores Desconocidos, de los que Bord negaba su existencia como simples hombres de carne y hueso. Umberto Benigni, replicó (14 y 28 de septiembre de 1913) que el juicio de Bord era un poco precipitado y que no se había presentado ningún argumento convincente contra el poder central oculto y humano de la secta, que quizás consistía en un entendimiento continuo entre los jefes para dirigir la masa de las diferentes sectas, la más conocida y extendida de las cuales es la masonería. Charles Nicollaud replicó en el R.I.S.S. del 20 de octubre de 1913 que si el redactor de los Quaderni Romani entendía por líderes a hombres corrientes de carne y hueso, se equivocaba. Para los verdaderos iniciados, los Superiores Desconocidos existen, pero viven en el Astral (son ángeles caídos o agentes de Satanás, es decir, hombres que se han entregado en cuerpo y alma al diablo y son, por lo tanto, su instrumento privilegiado). Y es allí donde, a través de la magia, dirigen a los líderes de las sectas, constituyendo una especie de entendimiento continuo entre los líderes humanos de las diferentes sectas. Sin embargo, para Gustave Bord, al existir una rivalidad entre los diferentes ritos masónicos, no existe un poder humano central (lo que no excluye una dirección preternatural). En este punto, Guénon, alias “Esfinge”, entró en escena y sostuvo que Nicollaud y Bord eran dos antimasones muy extraños, y atacó la teoría del “misticismo” diabólico como raíz de la masonería. Guénon rehabilitó a los Superiores Desconocidos como inspiradores y guardianes de la iniciación y de la tradición esotérica. En 1914, Bord replicó, en las páginas de R. I. S. S., que los antimasones se dividían en dos bandos: los que creen que el poder central de la masonería está representado por unos pocos líderes de carne y hueso llamados Superiores Desconocidos o miembros de logias secretas; y los que creen que la masonería está impulsada por una idea nefasta y que los Superiores Desconocidos son el diablo o sus agentes. Y él se alinea con estos últimos. Bord añadió que nunca había encontrado rastros de los jefes humanos supremos y conocidos de toda la masonería; al contrario, había descubierto la existencia de lo contrario: obediencias masónicas que luchaban entre sí, fundadas por personas conocidas. Guénon sostuvo que esa cuestión no podía ser respondida por los historiadores que pretendían basarse exclusivamente en hechos positivos, probados por documentos escritos, y que los Superiores Desconocidos habían dejado huellas precisas de su acción en diversas circunstancias, pero no dijo cuáles ni dónde. Serían seres ya no ligados a esta vida, libres de todo límite, establecidos en un estado incondicional y absoluto, en contacto directo con el Principio primordial del Universo, ¡seres de carne y hueso que han alcanzado las más altas cimas de la realización espiritual, dotados, según la tradición del Extremo Oriente, de longevidad, posteridad, gran ciencia y perfecta soledad! Los superiores de incógnito son los verdaderos amos del mundo y no hombres corrientes.
Ante este cúmulo de argumentos, el pobre lector de La France Antimaçonnique no sabía dónde meterse. La “Esfinge” había logrado su resultado, había enturbiado las aguas, sembrado la discordia entre los antimasones (incluso utilizando a los Quaderni Romani e intentando ponerlos en contra de los RISS); en resumen, había hecho un trabajo de despiste.
Guénon y el Instituto Católico de París
En 1915, Guénon obtuvo la licencia de letras en la Sorbona y se matriculó en otoño con su amigo Pierre Germain (también afiliado a la Iglesia gnóstica) en el curso de filosofía de la ciencia del profesor Milhaud. Allí, como ya se ha dicho, conoció a una joven tomista de diecinueve años formada por el padre Sertillanges O.P. y por Maritain. Noele Maurice-Denis (más tarde Boulet), fue quien presentó a Guénon y a Maritain en 1916. Durante el verano, Germain, que había redescubierto su fe en Lourdes, informó a Noele Maurice-Denis sobre el pasado de Guénòn. Le regaló la colección completa de La Gnose. Noele Maurice-Denis, aunque no compartía las ideas de Guénon, admiraba su claridad expositiva y la seriedad de su pensamiento. El hecho de que fuera consagrado obispo gnóstico a los veintitrés años no la sorprendió. Ella sólo lo veía como un error de juventud. Como Germain, la joven tomista ignoró la “confirmación” o “crismación” de Guénon en la Gran Logia masónica de Francia y su iniciación en el sufismo en 1912. Sabía que Guénon ya no utiliza el opio y el hachís como ayuda para... “las contemplaciones” ¡y eso le pareció suficiente!
En diciembre de 1916, Noele Maurice-Denis intentó publicar la tesis de Guénon en la Revue de Philosophie: el padre Peillaube, director de la revista, estaba a favor, pero Maritain no. Había conocido a Guénon durante seis meses y comprendía su orientación filosófica, pero esto no desanimó a la joven e ingenua Noele Maurice-Denis.
Introducción al estudio de las doctrinas hindúes
En junio de 1920, Guénon terminó la edición de la Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes y salió en busca de un editor. Para ello, se puso en contacto con el judío Levy-Bruhl. Llevó entonces el manuscrito a Marcel Rivière, que aceptó publicarlo.
En febrero de 1921, Noele Maurice-Denis publicó un artículo sobre la naturaleza de la mística, pero en una carta fechada el 27 de marzo, Guénon reafirmó su posición según la cual la “metafísica” es más sobrenatural que la mística. Noele Maurice-Denis atribuyó la posición de Guénon a una ignorancia sustancial de la doctrina católica, a pesar de la educación religiosa que Guénon había recibido, minimizando una vez más la amplitud de su error, que no se debía a una simple ignorancia del cristianismo, sino a una hostilidad hacia el Evangelio y el espíritu cristiano, como declararía más tarde Henri de Lubac (22). Noele Maurice-Denis respondió con dos artículos publicados en la Revue Universelle (15 de julio de 1921) con el título Les Doctrines Hindoues; Maritain tomó parte, pues quería que el autor afirmara que la “metafísica” guénoniana es radicalmente incompatible con la fe católica. Y él mismo escribió la última frase de la conclusión del primer artículo de Denis: “René Guénon querría que el Occidente degenerado fuera a pedir lecciones de metafísica y de intelectualidad a Oriente. Pero, por el contrario, sólo en su Tradición y en la Religión de Cristo encontrará Occidente la fuerza para reformarse” (23). Además, “si Guénon, a pesar de todas sus críticas, conserva cierto aprecio por Grecia, Roma, por el contrario, no le inspira más que desprecio” (24). La reacción de Guénon, dado su carácter, fue muy resentida.
Pero intentemos ver el contenido del artículo de Guénon. La “metafísica” hindú era para él un gnosticismo perfecto y absoluto (aunque Guénon nunca mencionó la palabra gnosis, sí utilizó la palabra sánscrita jnana, que es su equivalente, y prefirió utilizar el término “metafísica” que, guénonianamente, significa “conocimiento” o... gnosis), porque, de hecho, la “metafísica” hindú desemboca en el panteísmo. Para Guénon, la moral debía excluirse de la filosofía, “la moral es mala”, mientras que para la metafísica aristotélica, la moral natural o filosófica existe y la ética deriva de ella. Además, la contemplación puede hacerse con técnicas humanas sin la ayuda de la gracia (que para un cristiano es inadmisible); por último, la religión era una tendencia “sentimental” o devocionalista a la que estaba ligada la moral, mientras que para la teología católica, la religión no es una emoción de la sensibilidad, sino una disposición de la voluntad y del intelecto, por la que el hombre, sabiendo que existe un primer principio, se inclina a querer rendirle el culto debido a su excelencia. En el otoño de 1922, Guénon había abandonado toda esperanza de iniciar a su joven amiga, porque la consideraba incapaz de recibir una filosofía perenne fuera de la forma específicamente cristiana.
Contribución de Guénon a la revista Regnabit
En 1925 (agosto-septiembre), Guénon preparó un artículo titulado Le Sacré-Cœr et La Legende du Saint Graal, publicado en la revista Regnabit, para mostrar la perfecta armonía de la Tradición católica con otras formas de tradición universal, es decir, la unidad trascendente y fundamental de todas las religiones, sobre la base homogénea de la Tradición Primordial. En 1925-1926, en tres artículos sucesivos, teorizó que los documentos masónicos anteriores a 1717 (destruidos por Anderson y Dèsaguiliers) contenían la fórmula de fidelidad a Dios, a la Iglesia y al Rey, e invitó, por lo tanto, a los lectores de Regnabit a vislumbrar el origen católico de la masonería original (¡!) y a combatir las tendencias de la masonería actual, religiosa pero pro-protestante en los países anglófonos e incluso antirreligiosa en los latinos. La hostilidad de algunos círculos neoescolásticos en 1927 impidió a Guénon seguir escribiendo en la revista Regnabit.
El rey del mundo
Al mismo tiempo que Regnabit publicaba su último artículo, Guénon escribía Le Christ, pretre et roi, en la revista Christ-Roi (mayo-junio de 1927) y Le Roi du monde (25), donde Guénon presentaba su versión del misterioso centro iniciático “Agartha”, centro del mundo real y simbólico a la vez, invisible, subterráneo, donde gobierna el “Rey del Mundo”. La teología católica ve en el “Rey del Mundo” guénoniano al “Príncipe de este Mundo” del que habla el Evangelio y que no es otro que el diablo.
La crisis del mundo moderno
En 1927, Guénon publicó La Crise du Monde Moderne (La crisis del mundo moderno), en la que recorría el proceso que condujo a la civilización occidental y reiteraba su llamamiento a la constitución de una “élite tradicional” sensible a la verdadera intelectualidad que siempre se había conservado en Oriente, la única que podría devolver a Occidente su tradición específica, una especie de “cristianismo” revisado y corregido. El error y la degeneración comenzaron en Occidente, por lo que es su responsabilidad regenerarse a través de las doctrinas “metafísicas” orientales.
Autoridad espiritual y poder temporal
En este libro, Guénon afirmaba con razón en parte (no existe el error absoluto) que la autoridad espiritual (de los sacerdotes) es superior a la autoridad temporal (de los reyes). Pero en el conjunto de la Tradición católica, Jesucristo es considerado el Señor del Universo, mientras que “nunca consideró la concepción medieval que hace al Papa Vicario de Cristo y titular del mismo poder temporal de manera directa o indirecta” (26). Pío XI, en la Encíclica Quas Primas, afirmó que no hay esperanza de paz duradera si los individuos y las naciones no reconocen la realeza social de Jesucristo. Sólo Él, como verdadero Dios y verdadero hombre, es nuestro Supremo Señor y Rey en las cosas espirituales y temporales, aunque se negó a ejercer el poder en las cosas temporales, dejando la autoridad temporal a los laicos mientras ejercía el poder espiritual. Con su Ascensión a los cielos, dejó en esta tierra una persona que debía ocupar su lugar: el Papa, que tiene poder en las cosas espirituales y lo ejerce; y en las temporales (directo para Santo Tomás e indirecto para San Roberto Belarmino), pero que, como Cristo, no quiere ejercerlo (salvo en algunos casos y lugares concretos) y lo deja en manos de la autoridad temporal, que debe ejercerlo para el bien común temporal y subordinado a la consecución del fin sobrenatural del hombre. Si la autoridad temporal abusa de su poder, el Papa puede intervenir para ponerla en orden y, si no lo corrige, puede destituirla. Pero éste no es en absoluto el concepto de Guénon. “Para la Iglesia católica, el Rey del mundo es siempre y únicamente Cristo. (...) Estamos, pues, muy lejos de la concepción de Guénon, que reconocía en el Rey del mundo al legislador primordial y al custodio de la tradición primordial. Guénon le devolvió la ortodoxia tradicional del catolicismo con una filiación simbólica y vio en ello, por supuesto, una tradición legítima, pero siempre una de tantas derivadas de la tradición primordial siempre viva. (...) Las visiones del rey del mundo de Guénon y de la Iglesia católica son claramente diferentes” (27).
La triple prueba de 1928, su marcha a El Cairo y su muerte
En enero de 1928, la esposa de Guénon murió de meningitis y, al cabo de nueve meses, también su tía Madame Duru, que vivía con ellos. Guénon se quedó solo con su sobrina de catorce años, Françoise Belile, cuya madre, viuda y con muchos hijos, le pidió que volviera a casa (28). Se hizo íntimo de Madame Dina, nacida Marie W. Shillito, hija del rey de los ferrocarriles canadienses y viuda del riquísimo Hassan Dina Farid, un ingeniero egipcio que tenía cierto interés por las cuestiones ocultas. Esta mujer, admiradora entusiasta de Guènon, puso su fortuna al servicio de la causa del esoterismo “tradicional”.
Entre las pirámides y La Meca
El 5 de marzo de 1930, Guénon partió hacia El Cairo con Madame Dina, que regresó sola a Francia al cabo de tres meses. Poco después, su mecenas se casó con el ocultista Ernest Britt, miembro de un grupo hostil a él. En Egipto, Guénon, que se hace llamar jeque Abdel Wahed Yahia desde 1912, lleva una vida modesta y decente y se pasa al Islam exotéricamente: su “conversión” está relacionada con la intención secreta de la que nunca ha dejado rastro escrito; por otra parte, concediendo gran importancia a los rituales de la “tradición” exotérica, siempre respetará escrupulosamente su exoterismo islámico. Su apostasía se explica más por una razón de conveniencia espiritual que por una verdadera conversión, porque para él todas las formas tradicionales son equivalentes. El islam le parece un vínculo entre Oriente y Occidente; tiene el mérito de parecer (superficialmente) compatible con el cristianismo, porque respeta a Jesucristo como profeta (pero niega su divinidad). Así pues, para el guenoniano, se puede ser musulmán y seguir siendo cristiano. El Islam, en el siglo XX, tendría que desempeñar el papel que la masonería había desempeñado en el XVIII: ser el refugio de los cristianos que querían escapar a la disciplina jerárquica de la Iglesia, simplemente manteniendo un cierto vínculo con una mística vaga (y falsa) y con una “tradición” espuria y “primordial”.
¿Se puede ser guenonés y católico? (30)
Guénon ejerció una influencia innegable y, por desgracia, a veces muy profunda en los ambientes vinculados a la Tradición católica (31). A lo largo del artículo hemos visto que la cuestión ya se planteó en vida de nuestro personaje, que colaboró en revistas católicas y monárquicas de tendencia antimasónica y tradicionalista. Sin embargo, la reacción de los católicos integrales (R.I.S.S.) pronto obligó a Guénon a retirarse (no sin antes causar mucho daño) a Egipto. Hoy, muchos guénonianos, como admite también la revista Le sel de la Terre de los dominicos de Avrillé, se han infiltrado en los círculos de la Fraternidad San Pío X de monseñor Lefebvre (32).
Sin embargo, existe una irreconciliabilidad radical entre el guénonismo (y todas las formas de esoterismo en general) y el catolicismo. En efecto, ¡Guenon se presentaba como un autor “espiritual”, portador de una sabiduría oriental superior incluso a la de la Iglesia Católica! Despreciaba la idea de salvación o condenación eterna, característica del catolicismo, y se convirtió en defensor de la gnosis o “metafísica” que conduce a la identificación con el Supremo Absoluto indiferenciado (el lector disculpará estas palabras, pero los iniciados deben ocultar la nada de su espiritualidad tras una cortina de humo).
La naturaleza de la espiritualidad de Guénon
Para desarrollar este tema, me baso en el interesante artículo de Antoine de Montreff, antiguo guenoniano convertido al catolicismo (33), según el cual la vía espiritual propuesta por Guénon incluye tres condiciones que se configuran como tres etapas. Para Guénon, “la iniciación implica tres condiciones sucesivas: 1°) la cualificación, consistente en ciertas posibilidades inherentes a la propia naturaleza del individuo, y que constituyen la materia prima sobre la que debe realizarse el trabajo de iniciación; 2°) la transmisión (mediante la pertenencia a una organización tradicional) de un influjo espiritual que proporciona al iniciado la iluminación que le permitirá ordenar y desarrollar las posibilidades de las que es portador; 3°) el trabajo interior a través del cual, con la ayuda de auxiliares o apoyos externos, se llevará a cabo gradualmente este desarrollo, conduciendo al individuo al término final de Liberación o Identidad Suprema” (34). En resumen, en la primera etapa hay una profunda diferencia entre la mística cristiana, que es pasiva, y la iniciación, que es activa; en la segunda, que es la más importante, la “influencia espiritual” se recibe durante la iniciación.
Otro medio de progresar hacia una iniciación efectiva es el encantamiento, que se distingue claramente de la plegaria: en efecto, “no es una petición, y ni siquiera presupone la existencia de una realidad exterior; es una aspiración del individuo hacia lo Universal para obtener una iluminación interior. El fin último a alcanzar es siempre la realización del propio Hombre Universal” (35).
“Uno de los propósitos que el propio Guénon reconocía tener era permitir a los francmasones (que aún transmitían la iniciación virtual) alcanzar la iniciación efectiva” (36).
La necesidad de estar vinculado a una organización iniciática
“La iniciación misma consiste en la transmisión de un influjo espiritual, transmisión que no puede hacerse a través de una organización tradicional regular, de modo que nadie podría hablar de iniciación fuera de un vínculo con la organización iniciática” (37). Pero, ¿qué organizaciones iniciáticas siguen siendo válidas hoy en Europa? Según Guénon, sólo quedaban dos: la Francmasonería y la Compañía: “De todas las organizaciones que se pretenden iniciáticas y que están diseminadas por Occidente, sólo hay dos que puedan reivindicar un antiguo origen tradicional y una verdadera transmisión iniciática; ambas no eran más que una sola cosa al principio, y son la Compañía y la Francmasonería” (38). A través de la cadena iniciática, el iniciado recibe un influjo espiritual cuyo origen no es humano (39). El influjo espiritual no tiene nada de mágico porque, para Guénon, la iniciación se produce en un nivel espiritual superior al de la magia, que, por el contrario, tiene lugar en un nivel animal o psíquico. Por eso Guénon despreciaba a los que buscaban poderes mágicos, un defecto de los occidentales muy apegados a los fenómenos. La magia nos deja en un estado individual, mientras que la iniciación nos hace pasar de la individualidad a lo Universal. Sin embargo, el iniciado debe tomar conciencia progresivamente de este influjo espiritual, y en esto la vía iniciática difiere de la de la religión: “En el campo exotérico, no hay inconveniente en que el influjo recibido nunca se perciba conscientemente, porque no se trata de lograr un desarrollo espiritual efectivo; en cambio, cuando se trata de la iniciación, las cosas son muy diferentes, como consecuencia del trabajo interior realizado por el iniciado. Los efectos de este influjo deben conocerse, y esto es lo que constituye el paso de la verdadera iniciación” (40).
No es posible seguir el camino iniciático sin estar conectado con el Esoterismo
“Este punto es muy importante y poco conocido. Para Guénon, no se trata de permanecer solo en la vía iniciática. Al mismo tiempo, es necesario practicar un exoterismo, a través de una práctica religiosa. El propio Guénon practicó la religión musulmana en sus últimos años” (44). Dice: “Es admisible que un exoterista ignore el esoterismo, pero, por otra parte, es inaceptable que cualquiera que pretenda ser iniciado en el esoterismo desee ignorar el exoterismo; de hecho, cuanto más abarca, menos” (45). Y por eso los guenonianos se infiltran incluso en los círculos católicos tradicionalistas.
La influencia espiritual no es una gracia gratuita que viene de Dios
Si la influencia espiritual no es una gracia que viene de Dios, es o bien una autosugestión o bien una influencia que viene de un ángel. En efecto, por encima del hombre sólo está Dios o los ángeles. “La primera solución es posible en teoría, y cabría esperar que muchos de los que se someten a la ceremonia de iniciación no reciban nada. Pero es mucho más probable que el iniciado reciba realmente un 'influjo espiritual de origen no humano'”. Esta es la opinión de los mayores conocedores de la Francmasonería, como Charles Nicollaud, autor de L'Initiation Maçonnique, (Perrin, París, 1931), con prefacio de Monseñor Jouin: “Estos hechos extraordinarios [la presencia percibida de Satanás] son el triste privilegio de unos pocos. Son los Superiores Desconocidos, como los llamaba la secta en el siglo XVIII. Agentes directos de Satanás, son sus instrumentos habituales, y es a través de ellos como penetra y se difunde en el seno de las sociedades secretas. Son los sacerdotes de la Contra-Iglesia. La Iglesia de Cristo tiene sus santos; Satanás, el simio de Dios, tiene sus iniciados” (p. 145) ... Se podría objetar que esta influencia espiritual podría proceder de un ángel, pero los ángeles son ministros de Dios. Si actúan sobre los hombres, es para conducirlos hacia Nuestro Señor Jesucristo y su Iglesia. Ahora bien, la lucha contra la Iglesia es una constante de la masonería, y el caso de Guénon nos mostró que la iniciación, lejos de conducirle a conocer mejor la Santísima Trinidad, Nuestro Señor Jesúcristo y la Iglesia, le condujo a una especie de obtusidad intelectual a este respecto y a la apostasía” (46).
La causa de la apostasía de Guénon
Santo Tomás enseña que “la infidelidad nace de la soberbia” (47). Es el más grave de los pecados después del odio a Dios.
La verdadera razón de una elección errónea respecto del fin último se encuentra, por lo tanto, en las malas obras, en la vida, en el acto de la voluntad que también puede ser sólo interno, como el orgullo intelectual. Las obras malas no son sólo la inmoralidad grosera, sino también la inmoralidad sutil: la exaltación del yo, la búsqueda de la gloria humana y del honor mundano. Así como el ladrón huye de la luz y ama las tinieblas para poder actuar sin ser molestado, el orgulloso odia la luz, la doctrina pública y ama las tinieblas, la doctrina y las prácticas esotéricas. Las tinieblas sirven para encubrir su doctrina infernal y su comportamiento perverso, y odia la luz porque desenmascara su perversidad interior y oculta. Por lo tanto, se puede concluir que una mala vida es la causa de toda incredulidad, especialmente entre los heresiarcas y los “grandes iniciados”, como lo fue ciertamente René Guénon. Así como el diablo se convirtió en ángel caído a causa de su mala voluntad (con la que prefirió imponerse, aun estando condenado, antes que someterse a la voluntad de Dios que le pedía un acto de obediencia y humildad), de la misma manera el “gran iniciado” prefirió rechazar la doctrina pública de Jesús para poder regodearse en su oscura y confusa “tradición primordial y común que se pierde en la noche de los tiempos...” ¡y que tanto gratifica su orgullo de poder llamarse Maestro! Mientras Jesús nos advertía: “Sólo uno es el Maestro: vuestro padre que está en los cielos”.
¿Puede el diablo influir en el hombre?
Según Santo Tomás y los teólogos católicos, el diablo no puede actuar directamente sobre el intelecto y la voluntad del hombre, sino sólo sobre los sentidos externos e internos (memoria e imaginación) y a través de los sentidos puede intentar influir indirectamente en el intelecto y la voluntad (48). La ceremonia de iniciación bien podría ser el punto de partida de esta acción diabólica. “Dios permite al diablo una cierta libertad de acción en tales ceremonias debido a su carácter supersticioso: hay, de hecho, al menos una invocación implícita al diablo siempre que se espera un efecto espiritual de una causa que no puede producirlo por sí misma. Tales ceremonias sólo producen sus efectos en la medida en que Dios lo permite, como castigo por el pecado de superstición (...) El hecho de estar vinculado a una organización iniciática regular hace que el pecado de superstición sea aún más grave, pero nada impide que el demonio actúe incluso fuera de esta cadena iniciática. Sin embargo, la iniciación busca una atmósfera favorable a la actividad del diablo” (49).
Notas:
1) J.-A.Cuttat, en el Anuario de E. P. H. E. , (Vème Section: Sciences religieuses), 1958-1959, pag. 68.
2) M.-F. James, Esotèrisme et Christianisme autour de Renè Guènon, Nouvelles Editiones Latines, Paris, 1981, pág. 17. En este artículo me baso sustancialmente en el libro de James (que recomiendo a los lectores que deseen profundizar en el tema) y lo integro con varios otros ensayos y con la lectura de las principales obras de Guénon.
3) Es sintomática la relación que vincula a Guénon con una pensadora judía, que pretende presentarse como cercana a la conversión al catolicismo: Simone Weil. En realidad, en su pensamiento hay varios elementos de la Cabalá espuria y del sistema talmúdico. “Probablemente no conoció a Guénon, a quien nunca hace referencia, pero algunas de sus notas, reflexiones y meditaciones se corresponden de manera única con el pensamiento de Guénon. y un libro como Lettre à un religieux prueba que el joven filósofo consideraba al menos igualmente probables muchas cosas que Guénon consideraba ciertas”. (P. Sèrant, Renè Guènon. La vita e l'opera di un grande iniziato, Convivio, Florencia, 1990, página 29). El religioso que respondió a la carta de Weil fue el padre Guèrard des Lauriers OP, y escribió que, debido a ciertas declaraciones de Weil, no podía concederle ni el bautismo ni la absolución.
4) M.-F. James, op. cit., pág. 30.
5) P. Chacornac, La vie simple de Renè Guénon, èd. traditionelles, Paris, 1958, pág.24.
6) M.-F. James, op. cit., pág. 44-45.
7) Ibid., pág. 46.
8) Ibid., pág. 42.
9) Ibid., pág. 100.
10) Cfr. A. Baggio, Renè Guènon e il Cristianesimo, en “Nuova_Realtà”, 1987, pág. 39.
11) N. M.aurice-Denis Boulet, L’èsotèriste Renè Guènon en “La Pensèe Catholique”, n° 77, 1962, pág. 23.
12) M.-F. James, Esoterisme, Occultisme, Franc-maçonerie et Christianisme aux XIX et XX siècles, Nouvelles Editiones Latines, Paris, 1981, pág. 156-157.
13) Ibid., pág. 158.
14) Cfr. Sauvetre, Un bon serviteur de l’Eglise. Moseigneur Jouin, Casterman, Paris, 1936.
15) Ivi
16) E. Jouin, Les fidèles de la Contre-Eglise: Juifs et Maçons, pag. 139.
17) Giov. VIII, 32. Cfr. C. Nitoglia, Per padre il diavolo. Un’introduzione al problema ebraico secondo la tradizione cattolica, SEB, Milano, 2002, cap. XXXIII, pág. 437-451.
18) M.-F. James, Esoterisme et Christianisme, pág. 127.
19) P. Sèrant, Renè Guènon. La vita e le opere di un grande iniziato, Convivio, Firenze, 1990, pág. 14.
20) Ivi, pág. 198.
21) Para referencias a los artículos citados, ver M.-F. James, op. cit. pág.132-162.
22) Carta de H. de Lubac a N. Maurice-Denis Boulet, 31 dic. 1962. Inédita.
23) N. Maurice-Denis, “Les Doctrines Hindoues”, La Revue universelle, 15 julio 1921, pág. 246.
24) P. Sèrant, Renè Guènon. La vita e le opere di un grande iniziato, Convivio, Firenze, 1990, pág. 100.
25) M.-F. James, op. cit. , pag. 277.
26) P. Di Vona, Evola Guénon De Giorgio, SeaR, Borzano (RE), 1993, pág. 191.
27) Ibid., pág. 195-196.
28) Ibid., pág. 295.
29) Ibid., pág. 303.
30) L. Mèroz, Renè Guènon ou la sagesse initiatique, Plon, 1962.
31) E. Valtrè, La droite du Père. Enquete sur la Tradition catholique aujourd’hui, Guy Trèdaniel, 1994.
32) Le sel de la terre, n° 13, etè 1995, pág. 34-35.
33) Antoine de Montreff, Qui a inspirè Renè Guènon? en “Le sel de la terre”, n°13, etè 1995, pág. 33-64.
34) R. Guènon, Aperçus sur l’initiation, Villain et Belhomme-èd. traditionelles, Paris, 1973, pág. 34.
35) Ibid., pág. 169.
36) A. de Montreff, cit. pág. 42.
37) R. Guènon, op. cit. , pág. 53.
38) Ibid., pág. 41.
39) Ibid. , pág. 58.
40) R. Guènon, Initiation et rèalilisation spirituelle, Villain et Belhomme-èd. traditionelles, Paris, 1974, pagg. 48-49.
41) Cfr. Aperçus sur l’Initiation, pagg. 27-28.
42) Cfr. Initiation et rèalilisation spirituelle, pagg. 81-82.
43) Ibid., pág. 78-79.
44) A. de Montreff, cit., pág. 48.
45) Cfr. Initiation et rèalisation spirituelle, pág. 71.
46) A. de Montreff, cit., pág. 57-58.
47) S. T. II-II, q. 10, a. 1, ad 3um.
48) S. T. II-II, q. 10, a. 3 in corpore. II-II q. 96, a. 1. II-II q. 97, a. 1. I q. 114. II-II q. 165 a. 1.
49) A. de Montreff, cit., pág. 61.
Controversia Catolica
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