En su diario del Concilio, del 3 de diciembre de 1962, Monseñor Borromeo, obispo de Pesaro, cerraba el relato de la intervención del cardenal de Mónaco sobre la “colegialidad” con una reflexión muy aguda sobre el modernismo, que vio bien representado en esa feroz “camarilla” compuesta por los cardenales Bea, Frings, Doefner, Alfrink, Suenens, Léger y por los prelados de Francia, Alemania, Holanda y Bélgica. Creemos que es muy útil informar sobre esta página del diario, porque aquellos sobre quienes escribía Monseñor Borromeo, fueron quienes, con el apoyo de Roncalli y Montini, hicieron del concilio, el lugar donde triunfaron las nuevas ideas (condenadas diez años antes por Pío XII. Y como la situación catastrófica que ha caracterizado a la Iglesia Católica desde 1965 hasta hoy se basa en el concilio y sus doctrinas, es bueno releer estas líneas cuando se oye hablar de “nuevas doctrinas”: documentos “papales” que autorizan esencialmente el concubinato y las comuniones sacrílegas; que resaltan la ausencia de registros en la época de Jesús; de guiños a instancias homófilas; y otras inmundicias donde se acomoda lo peor del mundo. El lector puede extraer de ellos la lección de que el modernismo creado por el concilio es EL MISMO que impulsa la acción de Bergoglio, que no por casualidad “canonizó” a Juan XXIII y sobre todo a Pablo VI, su tan citado “inspirador”:
Cuanto más avanzamos, más debemos darnos cuenta de que el desacuerdo entre las dos corrientes no es de forma, sino de fondo: no se trata de la forma en que uno debe expresarse para enseñar la verdad, sino de la verdad misma. Estamos en medio del modernismo. No el Modernismo ingenuo, abierto, agresivo y beligerante de los días de San Pío X, no. El Modernismo de hoy es más sutil, más disimulado, más penetrante y más hipócrita. No quiere levantar otra tormenta, quiere que toda la Iglesia se torne modernista sin darse cuenta.La Revelación se salva, pero la Revelación viene de abajo, no de arriba; viene de dentro, no de fuera. Si la Revelación es divina, no lo es porque Dios personalmente, haya hablado, concepción grosera y banal, sino porque lo divino que llevamos dentro nos mueve, nos espolea, nos guía a través de incesantes experiencias religiosas, que se expresan en sentimientos, en exclamaciones, en cantos, en rituales, en fiestas. El contenido de estos actos, en la medida en que se han convertido en actos sociales y comunitarios y han adquirido con el tiempo un significado preciso y comúnmente aceptado, constituye la sustancia y el contenido del dogma religioso, formulado y propuesto por la autoridad. Porque éste es el oficio de la comunidad religiosa, elaborar y producir dogma, y éste es el oficio de la Autoridad religiosa, dar al dogma una forma precisa y definitiva para ser conservada y transmitida a las generaciones futuras a través del magisterio.Queda claro entonces por qué estos modernistas no quieren oír hablar de la Tradición como fuente de la Revelación. Entendida así, la Tradición sería anterior a la Escritura (formulación de la experiencia comunitaria) y no tendría su origen en la experiencia religiosa, sino que estaría vinculada a una enseñanza directa y superior, recibida de la Iglesia y conservada y transmitida por ella a través de su magisterio. La Tradición también es admitida por el nuevo modernista, pero consecuente a la Escritura, interpretativa de la Escritura, originaria de la Escritura y del magisterio, que originariamente sólo tenía por objeto la Escritura.
Cristo se salva en el modernismo, pero no es un Cristo histórico; es un Cristo que la conciencia religiosa ha elaborado para que una figura humana, bien delineada y concreta, pudiera soportar experiencias religiosas que no podían expresarse en su riqueza e intensidad mediante puros conceptos racionales y abstractos: el amor del hombre a Dios, la culpa, la expiación, la justificación del dolor y de la muerte no podían expresarse en el lenguaje de las matemáticas y de los silogismos. Un Dios Padre que envía a un Dios Hijo; un niño nacido de una Virgen; ángeles que cantan, pastores que adoran, reyes que vienen del misterioso oriente, etc.: éste es el lenguaje que el corazón humano y la conciencia religiosa de las multitudes necesitaban para expresar lo que sentían y a lo que aspiraban. Y todo esto es verdad; pero no en el sentido en que decimos que es verdad que Cicerón fue cónsul y gran orador o que Mussolini y Hitler fueron jefes de Estado, amigos y aliados; sino sólo en el sentido de que son verdaderos los sentimientos expresados por esas imágenes y verdadera es la eficacia expresiva de las imágenes mismas, en cuanto que reproducen con precisión, viveza y fuerza lo que fue sentido, experimentado, elaborado y expresado por la conciencia de la comunidad.
¿La inspiración de las Escrituras? Es cierto, hasta los modernistas lo creen. Pero el Espíritu Santo es el espíritu que anima todas las conciencias religiosas, como el calor que calienta y vuelve incandescentes todos los metales. El Espíritu Santo ha hablado y habla a todos los que aman y oran. El autor de la inspiración está, por lo tanto, todo dentro de la conciencia humana, y el sujeto de la inspiración no es una sola persona, Lucas, Marcos, Mateo, sino que el sujeto de la inspiración es la Comunidad. Los Autores Sagrados pueden y deben decirse inspirados en el sentido de que se han inspirado en los productos de la conciencia comunitaria, de modo que la conciencia comunitaria, y la Autoridad religiosa, han reconocido en su obra, es decir, en sus escritos; la genuina recopilación, la genuina coordinación, la genuina expresión de sus experiencias y de las expresiones más elementales y fragmentarias esas experiencias.
Así pues, el modernismo actual salva todo el cristianismo, sus dogmas, su organización, pero lo vacía todo y lo pone patas arriba. Ya no es una religión que viene de Dios, sino una religión que viene directamente del hombre e indirectamente de lo divino que hay en el hombre.
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