lunes, 2 de septiembre de 2024

LA PESADILLA CARTESIANA DEL TRANSGENERISMO

“Lejos de ser un mero episodio pasajero en la historia de la filosofía, el cartesianismo es, de hecho, la historia secreta de la civilización occidental durante los últimos trescientos años” -William Barrett, “El estudio del hombre”

Por Caitlin Smith Gilson


Durante mucho tiempo hemos perdido la realidad viva del alma y lo que significa ser la forma del cuerpo. El alma humana ya está fuera de sí misma; vive una existencia radicalmente exteriorizada. En ninguna parte es esto más evidente que en el fenómeno del “transgenerismo”. Los defensores de la transexualidad insisten en que afirmar la “identidad de género” que uno prefiere, independientemente de su sexo real o en contra de él, es “compasivo”. De hecho, es cruel y se basa en una profunda confusión antropológica. Separar la psique o el alma del cuerpo es escindir los elementos más básicos de la persona humana. Es desintegrar el yo, dejándolo sin hogar y alienado del mundo y su cultura.

Una idea tomista central aclara la confusión a la que nos enfrentamos. Para Santo Tomás, el hombre ocupa una posición única en el orden del ser. A diferencia de los ángeles, participamos de una naturaleza común pero de un modo particular porque estamos encarnados. Se trata de un nexo complejo, por lo que alcanzamos la felicidad por un camino más largo. Para nosotros, a las realidades universales siempre se accede en la experiencia particular y nunca se eluden. Nos enfrentamos a esta realidad en todo lo que hacemos y en lo que nos hacen, en cada acción y en cada acontecimiento, precisamente porque no podemos escapar de nuestra propia realidad. Accedemos al miedo, al temor, a la alegría, al amor, a la infancia, a la maternidad, a la paternidad, a la muerte, a través de nuestra propia unión de cuerpo y alma. El camino más largo hacia nuestra felicidad significa que la experiencia particular no es un mero vehículo de trascendencia, como si el estado trascendente fuera algo ajeno y despojado de particularidad. Por el contrario, la particularidad es coextensiva con la trascendencia, desvelando la realidad concreta de esta persona -no la personalidad idealizada, el ego, la identidad de género, etc.-, sino esta persona, en este momento y en este lugar. Como seres que habitan solos el horizonte entre el tiempo y la eternidad, cada uno de nosotros es partícipe de lo universal radicalizado por una santa particularidad. Dado que nuestra particularidad única sólo se actualiza, a su vez, a través de su unidad con nuestras naturalezas compartidas como seres humanos, cada uno de nosotros tiene la obligación de participar en las vastas exigencias y riquezas de la naturaleza humana.

Esta misma obligación se ve socavada por la enseñanza del transgenerismo. No sólo oscurece la naturaleza humana, sino que disminuye de forma desgarradora la particularidad única de cada persona que el “transgénero” trata tan desesperadamente de consagrar. Cada persona llega a comprenderse a sí misma a través del suelo estable de la naturaleza humana. Cuando nuestra personalidad se extrae y se separa de esa naturaleza, se encoge en algo falso y peligroso, devaluándose a sí misma. Debemos trabajar contra las caricaturas engañosas de las “identidades de género” que nos alejan de nuestra naturaleza humana, presentando falazmente la personalidad como algo que debe construirse en contra y fuera del telos rector de la naturaleza.


Del mismo modo que no podemos encontrar a las personas pasando por alto lo particular en favor de lo universal, tampoco podemos tratar de encontrar esta particularidad viva sin comprometernos con la naturaleza humana subyacente que permite que dicha particularidad florezca. Sólo accedemos a lo sobrenatural y lo describimos a través de lo natural. La rosa es la rosa y mucho más: es el signo del primer amor, el aniversario, la alegría de las horas pasadas en el jardín de la infancia, el dolor observado en la tumba, el ardor perfumado del santo, la corona de Nuestra Señora. Todos estos significados trascendentes y particulares presuponen la base biológica de la rosa. Si se elimina la rosa natural y material como fundamento, el acceso a los significados trascendentales y espirituales queda restringido, si no totalmente excluido. Las múltiples formas en que expresamos nuestra personalidad requieren el fundamento metafísico de la persona, del mismo modo que el florecimiento único y trascendente del hombre y la mujer requieren sus signaturas biológicas como base. Además, cuando el pensamiento secuestra y suprime la realidad trascendente y sus dimensiones morales y espirituales, no conserva lo natural. Lo que queda es mecanismo y pulsión ciega.

Incluso hablar de “fluidez de género” requiere lo que niega: una estabilidad básica en la que cada persona participa de la naturaleza humana. El transgenerismo se basa en eludir y atajar el camino más largo y, por lo tanto, es el principal heredero del divorcio cartesiano. Completa así, con rabiosa obediencia, todos los pasos en falso cartesianos. Utiliza una mente alejada del cuerpo y la asocia a una particularidad aislada en la que la libertad y la verdad son fuentes no racionales a las que sólo se accede mediante la Voluntad.

Este divorcio es desastroso científica, política, social, moral y metafísicamente, y estos fracasos son en sí mismos lecciones. Esta separación alienada de la mente y el cuerpo, lo universal y lo particular, la gracia y la naturaleza, como si cada co-parte existiera sin la otra, niega el significado mismo de la co-parte, y entonces crea mundos bifurcados sin mundo habitados por las sombras de la verdad. Estas sombras y sustitutos de la trascendencia siguen necesitando la verdad para su existencia -como todas las mentiras dependen de la verdad y la realidad para su defección- y esto nos quedará más claro cuando veamos el juego de lenguaje que está en la raíz de la destrucción de la identidad sexual a través de las meandrosas falacias del transgenerismo.

Cuando Descartes desvinculó diametralmente la mente y el cuerpo, tanto la libertad como la verdad se identificaron con una voluntad que ya no estaba subordinada al intelecto. Esta alienación motiva las actuales demandas sociales de un panacuerdo intratable sobre la identidad sexual y la “fluidez de género”, reforzado además por una democracia pantomima, cada vez más totalitaria a medida que influye en las empresas y la enseñanza superior. Tanto el panacuerdo forzado como su acompañante, un Estado democrático debilitado, son el resultado inevitable de una concepción de la verdad y la libertad como algo totalmente no racional y, por lo tanto, incapaz de ser examinado, defendido o rechazado por motivos racionales. Nuestra tarea consiste en dar cuerpo al cartesianismo que acecha al transgenerismo, de modo que, cuando se muestre a la luz de la razón, se puedan exponer sus maniobras perjudiciales. Esto nos permitirá presentar la formación más verdadera de la sexualidad humana, fiel al camino más largo que une lo universal y lo particular dentro de la persona humana integral.


Para que la “fluidez de género” tenga alguna credibilidad ontológica, el alma y su relación con el cuerpo deben reflejar un ocasionalismo o accidentalismo. Debe ser alguna variante del intento cartesiano de conectar lo que no puede volver a conectarse -mente y cuerpo- tras aceptar la noción de que la mente es un pensamiento que piensa por sí mismo, totalmente desligado y en desacuerdo con la corporeidad y su particularidad. Si mi mente constituye autorreferencialmente quién o qué soy, entonces la diferencia sexual sería, en cierto modo, una construcción puramente “fluida”. Sería algo que yo asigno pura y autorreferencialmente en ocasiones. El cuerpo ya no tendría ninguna relevancia a la hora de informar a la mente sobre la identidad sexual de una persona, porque una persona -desde este punto de vista- equivale a esta mente cerrada en sí misma. Del mismo modo que es insostenible sostener que Dios proporciona la ocasión de conectar un estado mental cerrado en sí mismo con las experiencias del mundo físico, también lo sería afirmar que el cuerpo desempeña esa función. Si el papel del cuerpo es sustituir a Dios como conector de ocasiones, entonces, con la misma evidencia fácil que exilió a Dios, el cuerpo también puede ser exiliado. En la ideología de género, el cuerpo ya no nos informa de nuestra diferencia sexual, la mente la realiza o asigna, pues sólo la mente, como sustancia pensante y creadora, es la única capaz de tales conexiones.

Pero el transexualismo no puede abogar plenamente por el idealismo puro porque el cuerpo real y material debe ser alterado. La mente encerrada en sí misma alcanza “de algún modo” más allá de ese mismo estado encerrado en sí misma que necesitaba para racionalizar primero la ideología transgénero y nos informa de “varios géneros” a priori como apodícticamente verdaderos, pero sólo porque son autorreferenciales. Posteriormente, esta mente solipsista determina su identidad tantas veces como considere oportuno, exigiendo que el cuerpo, que en cierto sentido no tenía ningún papel que desempeñar a la hora de informar sobre la diferencia sexual, tenga ahora todo el papel que desempeñar siguiendo su ejemplo, ya sea mediante hormonas, bloqueadores de la pubertad o cirugía. La materia importa. Pero esta teoría plantea muchas más dificultades. Aunque metafísicamente establece la posibilidad de la “fluidez de género” secuestrando la mente como una entidad separada cuya composición es irrelevante para la fisicalidad, la materialidad, la carne y la sangre (por ejemplo, la diferencia biológica), la posibilidad de tal “fluidez” se ve, al mismo tiempo, frustrada por las consecuencias necesarias de tal secuestro.

Si la “fluidez de género” ha de ser una realidad, entonces la mente no debe verse afectada por el cuerpo, no debe recibir quién o qué es a través de ningún estatus unificado. Pero si el alma es de hecho la forma del cuerpo, entonces lo físico y lo biológico siempre se elevan a lo espiritual y se entremezclan con él. Más aún, el cuerpo informaría al alma de su naturaleza como joven, viejo, hombre, mujer, etc. Puesto que el alma es el principio animador del cuerpo, su perfección consiste en estar unida a un cuerpo, en realizar su naturaleza a través de la particularidad del cuerpo como revelador de sentido. Pues no hay nada en el intelecto que no estuviera primero en los sentidos. Pero una vez que la mente y el cuerpo están secuestrados y divorciados, tenemos la estructura lingüística aparentemente ideal para el transgenerismo, donde la diferencia sexual como estado de la mente no es informada por el sexo como representante del cuerpo, sino que es realizada, asignada, decidida por el propio solipsismo encerrado en sí mismo de la mente.


El cartesianismo ha sido denunciado desde hace mucho tiempo por sus caminos erróneos, incapaces de dar cuenta del conocimiento y la acción humanos. Sin embargo, es precisamente esta filosofía errónea la que se utiliza como fundamento del transgenerismo. ¿Por qué utilizar una base errónea? Cualquier fundamento adecuado informa a sus efectos de lo que puede o no puede situarse en su terreno; disciplina la mente. Un fundamento no ideológico en verdad se despoja de lo que le es antitético y cultiva la riqueza de lo que refleja su orden y significado. El transgenerismo no podría propagarse con tanta viralidad como lo ha hecho si su fundamento fuera la identidad sexual como el significante subyacente del significado trascendente. Esta mentira autoconsumidora se propaga porque su punto de partida es flexible como “asignación” o “actuación” de “identidades” basada en la voluntad ideológica sobre la naturaleza bruta (la res extensa del “sexo” actual). El transgenerismo necesita el difícil callejón sin salida de la bifurcación cartesiana para trabajar con ella y explotarla antropológicamente. Si luchara con un fundamento real -la unidad del alma y el cuerpo para el Aquinate- se encontraría yugoado por sus propias contradicciones y reducido al absurdo. Esta es precisamente la razón por la que el transgenerismo debe apelar al dualismo cartesiano y basarse en él. De hecho, es el único sistema de ideas que puede “racionalizar” la línea divisoria antidialógica entre “sexo”, que se refiere al cuerpo, y “género”, que se refiere a la mente, así como la necesidad de que el sistema de valores asignado a esta última se eleve tan por encima de la opinión y se convierta en la posición privilegiada de un hecho cierto, pasando por alto cualquier evidencia natural.

La transexualidad es una lógica tierra de nadie. La “fluidez de género” sólo funciona a través de una mente como árbitro del significado, desconectada de un cuerpo. Pero esa posición también requiere un cuerpo que ratifique su “fluidez”; los seres encarnados promulgan esa supuesta “fluidez” a través de la ropa, las hormonas y las operaciones quirúrgicas. Sin embargo, al ratificar su posición, la mente debe tener en cuenta el cuerpo, lo mismo que socavará por completo su “fluidez” autorreferencial, ya sea por una noción genuina de que el alma y el cuerpo se informan mutuamente en la composición de la persona humana, o por la comprensión de que una vez que se promulgan tales ideas autorreferenciales, necesariamente reciben determinaciones del mundo material y encarnado.

La separación cartesiana que hace que la mente sea autorreferencial ha encontrado históricamente su compañera en una mente que ahora se identifica con la Voluntad. Y es este colapso el que trae de vuelta al cuerpo como extensión de esta mente basada en la Voluntad para realizar sus demandas ratificadas como verdaderas por pura intensidad. La mente y el cuerpo se reúnen así en cierto modo, pero de un modo en el que ninguno de los dos existe indemne. Esta nueva “unidad” existe al negar la naturaleza en favor de una autonomía sin naturaleza; esto significa que no hay ningún lugar donde crecer, donde ser, donde hacer, ya que la trascendencia no puede promulgarse en un mundo sin mundo, en el vacío. La sutura de la mente y el cuerpo en el transgenerismo es una reducción y una fusión. La unión es totalmente en el mundo reducible a su flujo material, de modo que es un mundo de mensajes sin significados e impulsos sin telos.


No somos almas sin diferencia sexual, o puramente máquinas, o cerebros en cubas o cualquier otro colapso de la unión entre alma y cuerpo. Ninguna de estas alternativas, cuando se examina adecuadamente, puede proporcionar ningún fundamento inteligible para el transgenerismo y, sin embargo, cada una de ellas se proporciona para cuadrar el círculo, para racionalizar cómo la diferencia sexual no está fundamentalmente relacionada con el “sexo”. El alma beneficia al cuerpo tanto como el cuerpo beneficia al alma. En el momento en que empezamos a pensar en las funciones biológicas como meramente o separadamente o aisladamente biológicas hemos perdido el rumbo. Lo hemos visto antes en las cárceles de los anticonceptivos y el aborto a la carta, cada uno prometiendo libertad como autonomía, sólo para violar las naturalezas, colocando así a sus víctimas en confinamientos cada vez más amplios. La diferencia sexual nos define; está profundamente inscrita en nosotros como algo fundamental de nuestra personalidad. Definir no es lo contrario de la libertad, sino su propedéutica.

Ninguno de estos colapsos proporciona la vida de la libertad, sino su éxodo. Nuestra vida biológica es espiritual, y cómo no iba a serlo, pues es a través del cuerpo como la vida y la muerte y todos los misterios intermedios se revelan a nuestros sentidos, que sólo son percibidos y realizados como sentidos gracias al alma como principio móvil. Cuando intentamos definir la feminidad y la masculinidad en la que un aspecto de la naturaleza humana adquiere una prominencia antinatural con exclusión y supresión de los demás, ya sea el biológico, el espiritual o el mental, hemos entrado en el campo de minas cartesiano sin otra salida que rechazar la división. En particular, la actual pan-supresión de las implicaciones espirituales de nuestra realidad biológica convierte a nuestra biología en una remodelación basada en la Voluntad. Pero el confinamiento en un único polo biológico -como si existiera y funcionara correctamente sin el otro- incapacita a la humanidad para dar cuenta de las trascendencias de la acción humana.

El alma es la forma del cuerpo y no se sitúa indiferentemente en la materialidad, por lo que la sexualidad del cuerpo exterioriza el alma como el alma informa al cuerpo. Cada una es la perfección y la realización de la otra. La materialidad nunca es puramente material, la biología nunca es puramente biológica, como la naturaleza nunca es pura naturaleza. La corporeidad -la corporeidad sexual- es siempre un asunto espiritual. En el momento en que aceptamos que el alma es algo sin sexo, implantado en el cuerpo, no podemos acercarnos a lo que significa ser hombre o mujer. En cierto modo, esto significaría volver al callejón sin salida platónico en el que alma y cuerpo no equivalen a la persona, sino que sólo el alma es la persona. Si el alma es el principio actualizador del cuerpo que permite que la encarnación pase de la potencialidad a la actualidad, si el alma misma no es realmente femenina o masculina, entonces no podría actualizar la identidad sexual de esa diminuta célula en el útero, y más allá del útero, a medida que crece hasta convertirse en persona. El grano de mostaza puede crecer hasta convertirse en un árbol robusto, pero no puede llegar a ser una persona. De manera similar, un alma sin sexo puede hipotéticamente producir un ser sensible, pero no tendría la actualidad para actualizar el potencial de un hombre o una mujer. La diferencia sexual es, por lo tanto, un componente intrínseco en la existencia actuante de la naturaleza de una persona.


Cada persona es única e irrepetible sólo porque existe una base estable en la que el alma y el cuerpo son co-partes destinadas únicamente a la unión, nunca a la separación. En un sentido, definir a una mujer y a un hombre parece irreflexivamente obvio. En otro sentido más verdadero, se necesita toda una vida y más para comprender lo que significa ser un hombre, lo que significa ser una mujer. Si dañamos nuestra entrada en la naturaleza mediante cirugías de “asignación de género”, aborto, anticoncepción y drogas, ¿cómo podemos esperar saber lo que es una mujer o un hombre? Hay gracia, siempre hay gracia, pero la gracia perfecciona la naturaleza y la naturaleza debe estar presente para perfeccionarse, y no tan voluntariamente herida que se incapacite libremente para esa gracia. La gracia no es un truco de magia. El intento de destruir la diferencia sexual tiene vastas implicaciones, ya que destruye potencialmente el terreno natural necesario para que la gracia perfeccione la naturaleza, precisamente porque el mandato délfico de “conócete a ti mismo” queda terriblemente oscurecido. Lo biológico nunca puede separarse de lo espiritual. En efecto, se nos asignó un camino más largo para alcanzar nuestra beatitud; mutilar nuestro sexo es ofuscar el acceso a nuestra naturaleza y deformar ese camino hasta convertirlo en un posible callejón sin salida. La revelación del alma femenina y masculina comienza y permanece dentro de nuestra carnalidad. La naturaleza signada de los cuerpos sexualmente dimórficos nos informa y anima a adentrarnos en los misterios cada vez más profundos de la feminidad y la virilidad.
En el hombre y en la mujer nos encontramos con dos tipos fundamentales de humanidad, con sus valores específicos, con sus misiones específicas y con sus dones complementarios específicos -Dietrich von Hildebrand, El hombre, la mujer y el sentido del amor.

Humanum Review

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