7 de Septiembre: Santa Reina o Regina, virgen y mártir
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La gloriosa virgen y martir Santa Reina fue natural de la ciudad de Alisia, sita en la parte septentrional de Germania; su padre era gentil y se llamaba Clemente.
Siendo de edad de quince años creía en Cristo sin que su padre lo supiese, y bien instruida en la Fe Católica, se bautizó y ofreció a Dios su virginidad y pureza.
Era tan hermosa, esmalte que divinamente sale sobre el oro de la virtud, que pasando por Alisia, el prefecto Olibrio, y viéndola, se enamoró de ella.
La hizo traer a su presencia, y sabiendo por ella misma que era cristiana, la mandó poner en la cárcel, advirtiéndole que él iba a hacer un viaje y que, si al volver de él, no había mudado de religión, experimentaría su rigor.
Volvió de su viaje y habiendo sacrificado a sus falsos dioses, hizo sacar de la cárcel a la santa virgen Reina.
La mandó sacrificar, y hallándola firme y constante en la Fe que había prometido a su Esposo Jesús, la hizo suspender en el ecúleo, después herir por mucho tiempo con varas de hierro, y atormentar y rasgar sus delicadas carnes con uñas de acero.
Tan cruel fue este martirio y con tan gran inhumanidad fue herida y despedazada la santa virgen, que el mismo Olibrio y todos los demás circunstantes cubrían sus rostros de horror por no ver tan lastimoso espectáculo.
Los arroyos de sangre que corrían no parecían posible que de tan tierno y delicado cuerpo emanasen.
Pero viéndola constante y siempre fiel, el cruel Olibrio la mandó descolgar del ecúleo y volver a la cárcel.
En ella fue admirablemente consolada por su Divino Esposo, el cual le envió una cruz de oro de maravillosa hermosura, sobre la cual tremolaba una hermosísima paloma, que sin duda era el Espíritu Santo, que bajó a consolarla y sanarla de sus heridas, y animarla para el fin de la pelea.
Pasados dos días, Olibrio la mandó otra vez poner en el ecúleo, y que debajo encendiesen una gran hoguera que la abrasase; y cuando ya el fuego había hecho su oficio, la mandó descolgar, y que, atada de pies y manos, como inocente cordero, la metiesen dentro de un baño de agua muy fría para que con la contrariedad de los tormentos padeciese más crudamente; y al entrarla en el agua hubo un horrible terremoto, y aquella hermosa paloma que en la cárcel la había consolado, bajó sobre ella.
Este prodigio fue tan patente a todos los que habían concurrido a ver el espectáculo, que se convirtieron a la Fe de Jesucristo ochocientos cincuenta gentiles.
Con esto se encendió más en furor diabólico del presidente y la hizo degollar, con lo que acabó gloriosamente su triunfo la santa virgen Reina.
Fue sepultado su glorioso cuerpo por los cristianos en la misma ciudad de Alisia, donde resplandece con milagros.
Reflexión:
En el martirio de esta santa doncella hay como en los martirios de los demás santos un gran misterio. ¿Cómo permitía el Señor que fuesen tan cruelmente atormentados con todo tipo de suplicios? ¿Por ventura no les amaba o no se acordaba de ellos? Si, mira con qué maravillas del cielo consolaba a la santa Reina, y con qué finezas de amor curaba las llagas de otros mártires. Pero no por esto les sacaba de las manos de los sayones, porque con el martirio quería darles gran gloria en los Cielos. Entendamos pues, que nunca permite el Señor que ninguno de sus escogidos padezca mucho en este mundo, sino porque está destinado a gran gloria.
Oración:
¡Oh Dios! Que entre las demás maravillas de tu poder, diste también al sexo frágil la victoria del martirio; concédenos propicio, que los que veneramos el nacimiento para el cielo de la bienaventurada Reina, tu virgen y mártir, guiados por sus ejemplos, caminemos hacia ti. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
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