Nadie puede negar que los tiempos actuales que vivimos son los últimos tiempos, o por lo menos, la recta final que nos conduce a los últimos tiempos; tiempos de apostasía y enfriamiento de la caridad entre los cristianos, tiempos difíciles para vivir la Fe Católica y más aún para ejercer el sacerdocio. Por tal motivo, queremos compartir con nuestros lectores este apartado de una serie de estudios bíblico- milenarios llamado “La proximidad de la catástrofe del mundo y el Advenimiento de la Regeneración universal” del sacerdote D. Cristino Morrondo Rodríguez, Canónigo Lectoral de la Catedral de Jaén, España, fechada del año 1922, págs. 556- 557. Les dejamos inmediatamente con éste valioso texto, dejando el comentario nuestro para el final.
Hablando de los últimos tiempos, el padre Morrondo refiere sobre el sacerdocio y las vocaciones:
“El sacerdocio entonces no podrá estar libre de aquel contagio, porque la Iglesia -dice San Agustín- ‘parecerá un pueblo formado por una multitud de impíos’, y como para conservar la conciencia incólume en las múltiples relaciones de su ministerio tendría que sostener constantemente una lucha difícil, fatigosa, que exige una virtud heroica, patrimonio de pocos, como ejemplares raros de una raza que parecerá extinguirse, es bien manifiesto que sólo aquellos que sientan en su pecho la punzada de la vocación al martirio aspiren a ser ungidos ministros del Señor, y por eso nunca faltarán sacerdotes que no doblen sus rodillas ante Baal, que ante las prevaricaciones de unos, la apostasía de otros, la cobardía y egoísmo de sus hermanos de ministerio que hablarán el lenguaje del dragón, la voz terrena y naturalista de aquel siglo, con varonil entereza prediquen la palabra divina aunque produzca repugnancia e inspire odio y persecución en las gentes; renovarán los acentos de la severidad de la moral cristiana que recibirán los pueblos con desprecio y en calidad de antiguallas; sostendrán íntegro el programa del Evangelio, el espíritu de sacrificio, los eternos derechos de la justicia y de la virtud, aunque sean reputados como nombres vanos, incompatibles con aquel ambiente doctrinal; argüirán al mundo con la eterna sanción de un cielo y de un infierno que producirán sonrisas burlonas, como leyendas disipadas por la evolución religiosa, que habrá borrado toda doctrina dogmática y trascendente; caerán a golpe de espada, será ahogada su voz robusta con el dogal de la muerte como en la serie de persecuciones de los emperadores romanos, pero la viña de la Iglesia no dejará de ostentar preciosos frutos, aunque escasos como los racimos después de la vendimia, y cuando el Anticristo llegue al término de su carrera, cómo si hubiese puesto al mundo bajo sus pies, el mundo se estremecerá en sus cimientos. Es que la promesa de Jesucristo ‘he aquí que estoy con vosotros todos los días’ no llegaba más que hasta ese instante, hasta la consumación del siglo, que entonces, presente ya en el mundo, hace juicio de vivos, de todos los prevaricadores, y surgir sobre las ruinas del Anticristo un nuevo orden de cosas, una serie de maravillas”.
COMENTARIO:
Este impresionante texto que acabamos de leer, a más de cien años de haber sido escrito tiene toda actualidad y un alcance que diríamos profético... ¡Y, en efecto, lo es! Ya que es una precisa consideración de lo que acontecerá en los últimos tiempos tal como nos hace llegar noticia la Sagrada Escritura. Estas palabras las vemos cumplidas en el actual clero del Vaticano II que, despojado de la doctrina de Cristo, ha predicado y predica hoy con más vigor las falsas ideologías humanistas, racionalistas y modernistas, que corrompen y corroen los espíritus tranquilizando las conciencias, que viven en la más impune mediocridad intelectual y espiritual; más aún, despojados del verdadero sacerdocio ni siquiera transmiten a las almas la vida de la gracia ni la virtud de los Sacramentos, pues con el nuevo rito de ordenación sacerdotal y consagración episcopal del hereje criptojudío Pablo VI (1968) han desmantelado el Sacramento del Orden haciéndole perder su validez y obstaculizando la sucesión apostólica.
Las vocaciones sacerdotales y religiosas en la Secta del Vaticano II no son más que jóvenes confundidos, llenos de esperanzas mundanales de poder ganarse la vida sin trabajar; en el mejor de los casos, los jóvenes que sí desean servir a Cristo en lo que ellos creen ser la Iglesia Católica y que llevan una vida de piedad y devoción, son corrompidos en los seminarios modernos donde les queda a estas pobres almas dos suertes: o claudicar y aceptar todas las herejías y perversiones para poder ser “ordenados” “sacerdotes”, o irse de aquellos abominables lugares para conservar la Fe.
Pero lo que preocupa más no es tanto el hecho de que éstas palabras se cumplan en el pseudo sacerdocio de la “Iglesia” modernista, preocupa que éstas palabras tengan cumplimiento también en el verdadero clero católico o tradicionalista (así también llamado en estás épocas). Aún ante la gravísima situación que vemos desplegada a nuestros ojos (Apostasía mundial, falsemia, Nuevo Orden Mundial, perversión en todos los niveles de la sociedad) hay cristianos, y peor aún sacerdotes, que conviven en una cobarde armonía con el mundo moderno, que pecan de insapiencia de la sabiduría divina (que es la única sabiduría) que son reacios al apostolado, que se dedican, o a lo menos no obstaculizan, a la práctica tan usual en el “tradicionalismo” de los chismes, calumnias, dimes y diretes, tan contrarios a la caridad cristiana y a la Unidad de la Iglesia; un clero ignorante de la Palabra de Dios, y más aún de la profecía tocante a nuestros tiempos... de las vocaciones sacerdotales y religiosas que no toman conciencia de la vida eclesiástica, de la gravedad del estado al que se sienten llamados, que son, en fin, el futuro clero mediocre y apocado que ningún problema serán ni dolor de cabeza para el Anticristo.
Esto, con mucho dolor, es la realidad del remanente que ha quedado de la Iglesia: división y un clero apocado y pusilánime que engendra católicos alocados y pusilánimes, pues bien lo decía San Juan Crisóstomo en su comentario a la Profecía de Malaquías: “Muchas veces los sacerdotes no se pierden por sus propios pecados, sino por los pecados de otros que no han impedido” (tomado del comentario de Straubinger a Mal. 2, 6 donde cita al Santo Doctor).
Quien haga un recorrido, aunque sea breve, por la historia de Israel se dará cuenta que la apostasía entró al pueblo por la infidelidad de los sacerdotes que o callaban la verdad que tenían que predicar en bien de sus almas, o bien, predicaban el culto de los ídolos porque les resultaba más redituable; la situación con el sacerdocio del Nuevo Testamento no cambió mucho, la relajación de las costumbres y de la moral del pueblo cristiano se debe a un sacerdocio o que calla o que predica la contrario.
Por eso queremos subrayar aquella frase del padre Morrondo que dice que sólo los que sintieran vocación al martirio podrían aspirar al sacerdocio, ya sea moral o físico. Para soportar el martirio es menester estar embebidos de éste espíritu, para poder servir santamente al Señor, porque si alguno cree tener vocación, tenga conciencia de que no se hace ministro del Señor para aprovecharse de la lana y la carne de las ovejas (a imitación de los falsos pastores) sino que lo hace por amor de Dios y de sus prójimos, para Gloria de Dios y salvación de las almas (que son estos el supremo fin de la Santa Iglesia), imitando en todo el Corazón de Jesús, el Buen Pastor, que vive y se desvive por sus ovejas, hasta el punto de dar la vida por ellas.
Sean estas palabras un llamado a la santidad de nuestro estado de cristianos, muy especialmente del estado sacerdotal, pues en estos tiempos hace falta testimonio de cristianos verdaderos, siempre ha hecho falta, pero mucho más en estos tiempos en que la caridad se ha enfriado, la Fe de Cristo ha terminado en la sección de fabulas para el mundo moderno y esas fábulas han pasado a engrosar el credo mundano. Oremos, pues, para que haya santos sacerdotes y santas vocaciones que hagan resplandecer en los pechos cristianos la llama de la Verdad y de la Caridad de Nuestro Señor Jesucristo.
Corazón Eucarístico de Jesús, ¡dadnos santos sacerdotes y santas vocaciones que dispongan nuestras almas para vuestra Parusía! ¡Ven Señor Jesús!
Las Lenguas Catolicas
Sean estas palabras un llamado a la santidad de nuestro estado de cristianos, muy especialmente del estado sacerdotal, pues en estos tiempos hace falta testimonio de cristianos verdaderos, siempre ha hecho falta, pero mucho más en estos tiempos en que la caridad se ha enfriado, la Fe de Cristo ha terminado en la sección de fabulas para el mundo moderno y esas fábulas han pasado a engrosar el credo mundano. Oremos, pues, para que haya santos sacerdotes y santas vocaciones que hagan resplandecer en los pechos cristianos la llama de la Verdad y de la Caridad de Nuestro Señor Jesucristo.
Corazón Eucarístico de Jesús, ¡dadnos santos sacerdotes y santas vocaciones que dispongan nuestras almas para vuestra Parusía! ¡Ven Señor Jesús!
Las Lenguas Catolicas
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