lunes, 1 de julio de 2024

SOBRE JUZGAR A LOS DEMÁS: CON RAZÓN Y SIN ELLA

Es un error no considerar que una persona está haciendo algo maloSería una abdicación de nuestro sentido moral como seres humanos.

Por Robert Royal


Jesús dijo (Mateo 7:1): “No juzguéis para que no seáis juzgados”. Y mucha gente desde entonces, incluidos muchos cristianos catequizados por la cultura modernista, han traducido esto en el sentido de que toda la ley y los profetas -de hecho, toda la enseñanza del cristianismo, es que los cristianos simplemente deben abstenerse de evaluar lo que los demás son y hacen. Especialmente, al parecer, si lo que son y hacen contradice al cristianismo. Es una locura diabólica, por supuesto. E incluso, por pura lógica, es tan obviamente imposible y contradictorio que cuesta creer que semejante disparate haya llegado a ser tan ampliamente aceptado como la esencia misma de lo que significa ser cristiano.

Y, sin embargo, así ha sido. Y se ha reforzado -intencionadamente o no- incluso dentro de la Iglesia. Se ha vuelto cansino tener que señalar cómo incluso el “papa” actual y otros cercanos a él alimentan estas confusiones. Pero ciñámonos la cintura y, una vez más, tratemos de dar sentido a este asunto crucial.

La raíz del reciente problema comenzó, por supuesto, con el infame comentario del “papa” - “¿Quién soy yo para juzgar?” - en un avión de regreso de Brasil a principios de su pontificado. Un periodista le preguntó por Battista Ricca, un “prelado” con un pasado notoriamente homosexual en Uruguay, a quien Francisco acababa de nombrar director de la Casa Santa Marta, la casa de huéspedes del Vaticano donde el “papa” ha elegido vivir. (En realidad, el comentario de Francisco no era un juicio sobre la homosexualidad en general. Fue -propiamente- condicional: “Si alguien es gay y está buscando al Señor y tiene buena voluntad, entonces ¿quién soy yo para juzgarlo?”).

La respuesta sabelotodo a “¿Quién soy yo para juzgar?”, sin embargo, se ha dado desde siempre: “¿Quién tienes que ser tú?”. Y de todos modos, el periodista no había preguntado qué pensaba Francisco sobre la homosexualidad. Si usted es el Papa, es quien tiene que decidir quién es apto, y quién no, para muchos puestos delicados al servicio del pueblo fiel de Dios en la Iglesia -como el lugar donde usted y muchos de sus colegas van a vivir-. En este momento, no se le pregunta por el destino eterno de nadie. Entonces, ¿por qué recurrir a un tópico de actualidad?

No se puede evitar hacer juicios de este tipo, que pueden resultar acertados -o, como en este caso, no, dada la previsible mala interpretación de las palabras del “papa”-. Y en la Iglesia, como en todas las instituciones humanas, tales juicios implican ineludiblemente no sólo competencia, sino moral.

Jesús no prohibió tomar decisiones sobre tales asuntos porque es una pura imposibilidad. No podemos evitar juzgar, por ejemplo, que un maltratador de niños o un golpeador de mujeres o un político corrupto está haciendo “mal” en términos terrenales, diga lo que diga sobre el estado del alma de una persona. De hecho, es un error no considerar que están haciendo algo malo. Sería una abdicación de nuestro sentido moral como seres humanos. ¿Puede alguien que no esté moralmente ciego no hacer tales juicios?

Y, sin embargo, destacados “eclesiásticos” defienden tales absurdos. Paolo Ruffini, prefecto del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano, se alteró notablemente hace poco en Atlanta cuando le preguntaron si debían retirarse las “obras de arte” de Marko Rupnik, vinculadas a las blasfemas perversiones sexuales que infligió a más de dos docenas de religiosas: “Bueno, creo que se equivoca. Creo que se equivoca. Realmente creo que se equivocan. Y añadió, por supuesto: “¿Quién soy yo para juzgar las historias de Rupnik?” (¿Quién se lo ha pedido?) “Como cristianos, se nos pide que no juzguemos”.

¿En serio? Ruffini no parece darse cuenta de que su propia opinión (expresada tres veces) de que pedir esas expulsiones es “erróneo” y “no cristiano” está en contradicción lógica con su condena general de juzgar. En esto, sigue tristemente el ejemplo de su “jefe”, que también habla a menudo de no juzgar, pero condena incansablemente -desde la distancia- a los “rígidos”, a los “retrógrados”, a los seminaristas a los que les gustan las galas, a los amantes de la Misa Tradicional en latín, a los que se oponen al aumento de la inmigración, etc.

En cuanto a la cuestión concreta de retirar las obras de Rupnik, probablemente sea mejor dejar las decisiones en manos de las autoridades, que pueden tener en cuenta las condiciones locales en los lugares donde se exponen las obras de Rupnik. Pero el cardenal de Boston Sean O'Malley, jefe de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores, pidió con razón la semana pasada que el Vaticano dejara al menos de utilizar las obras de Rupnik en su sitio web y en sus publicaciones. La Iglesia sigue teniendo, por decirlo suavemente, una mala reputación en materia de abusos sexuales. Debe a las víctimas de todo el mundo tomar todas las medidas posibles para demostrar la gravedad de los abusos y la blasfemia de Rupnik.

Pero no nos detengamos en nuestro examen de las cuestiones sobre “juzgar” en estos asuntos meramente terrenales, porque hay un juego mayor, de hecho eterno, en marcha.

En un acto en conmemoración de las víctimas de la mafia, al principio de su “pontificado”, Francisco habló con valentía y acierto sobre cuestiones últimas: “Hombres y mujeres de la mafia, por favor, cambiad de vida, convertíos, dejad de hacer el mal... El poder, el dinero que tenéis ahora de tantos negocios sucios, de tantos crímenes mafiosos, dinero manchado de sangre, poder manchado de sangre, no podréis llevároslo con vosotros a la otra vida. Todavía estáis a tiempo de no acabar en el infierno, que os espera si seguís por ese camino”.

Merece la pena citar estas palabras porque la postura minimalista sobre “no juzgar” suele ser que, independientemente de otros juicios que tengamos que hacer, no deberíamos juzgar si la gente va a ir al Infierno. Pero algunos lo hacen, tal vez incluso -como la Iglesia ha creído durante mucho tiempo- muchos. Francisco condicionó acertadamente este juicio: si no te arrepientes, te condenarás. Pero dijo claramente lo que puede suceder cuando el Señor venga a juzgar a los vivos y a los muertos.

Es fácil hablar de la mafia. Pero muy pocas personas son mafiosas. Jesús, los grandes santos y escritores espirituales, y la mayoría de los papas modernos han advertido que no nos engañemos pensando que, por no ser monstruos morales, no estamos también en peligro. Tenemos que tener cuidado a la hora de juzgar a los demás, sí, pero estar aún más atentos a nosotros mismos.


The Catholic Thing

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