martes, 6 de agosto de 2024

CUANDO EL JUICIO FINAL FUE ELIMINADO DE LA LITURGIA CATÓLICA

Estamos ante un nuevo caso de pérdida de un elemento plurisecular de la Misa con la “reforma litúrgica” que supuso el concilio Vaticano II. 

Por Una católica (ex)perpleja


Hace unos años compré un CD con la Grosse Messe en C Menor de Mozart. Cuando lo escucho, imagino a los coros celestiales cantando ante el trono de la Majestad de Dios. Qué profundidad y gravedad. Cuánta belleza. Recientemente me hice con otro CD con la Misa de Requiem, también de Mozart, y últimamente escucho en bucle la secuencia del Dies Irae.

¿Conocen el Dies Irae? En la web de la RAE se dice que la expresión latina “dies irae” se traduce como “el día de la ira”, y son las primeras palabras de una secuencia que se recitaba en las Misas de difuntos. Sí, se recitaba (y se rezaba), porque, ¿alguno de ustedes la ha escuchado en alguna misa de exequias celebrada según el misal de Pablo VI? Yo sólo lo he escuchado una vez, precisamente en una Misa de Requiem celebrada por el rito tradicional, cantado en gregoriano a varias voces por el coro entre el tracto y el Evangelio.

Veamos qué dice el texto de esta secuencia, su historia, cuándo se recitaba y por qué ya no se canta donde se solía, y si ha sobrevivido a la “reforma litúrgica postconciliar” de alguna manera.

Vale la pena reproducir el texto completo, por su belleza y contundencia:

¡Será un día de ira, aquel día en que el mundo se reduzca a cenizas, como predijeron David y la Sibila!

¡Cuánto terror habrá en el futuro cuando el Juez haya de venir para hacer estrictas cuentas!

La trompeta resonará terrible por todo el reino de los muertos, para reunir a todos ante el trono.


La muerte y la naturaleza quedarán espantadas, cuando todo lo creado resucite para responder ante su Juez.

Se abrirá el libro escrito que todo lo contiene y por el que el mundo será juzgado.

Entonces, el Juez tomará asiento, todo lo oculto se mostrará y nada quedará impune.

¿Qué alegaré entonces, pobre de mí? ¿De qué protector invocaré ayuda, si ni siquiera el justo se sentirá seguro?


Rey de tremenda majestad, Tú que salvas sólo por tu gracia, sálvame, fuente de piedad.

Acuérdate, piadoso Jesús, de lo que has hecho y sufrido por mí; no me condenes en ese día.

Por buscarme, te sentaste agotado; por redimirme, sufriste en la cruz, ¡que tanto esfuerzo no sea en vano!

Justo Juez de los castigos, concédeme el regalo del perdón antes del día del juicio.


Sollozo, porque soy culpable; la culpa sonroja mi rostro; perdona, oh Dios, a este suplicante.

Tú, que perdonaste a María y escuchaste la súplica del ladrón, dame a mí también esperanza.

Mis plegarias no son dignas, pero Tú, que actúas con bondad, no permitas que arda en el fuego eterno.

Colócame entre tu rebaño, y sepárame de los impíos, situándome a tu derecha.


Confundidos los malditos, arrojados a las llamas terribles, llámame entre los justos.

Te ruego, compungido y de rodillas, con el corazón contrito y deshecho como la ceniza, que cuides de mí en el final.

Será de lágrimas aquel día, en que del polvo resurja el hombre culpable, para ser juzgado.


Perdónanos, entonces, oh Dios: Piadoso Señor Jesús, concédeles el descanso. Amén.

Anteriormente a la “reforma litúrgica” fruto del concilio Vaticano II, la Misa de Difuntos, también denominada Requiem (término que en latín significa descanso, por la primera palabra de su introito: “Requiem aeternam dona eis Domine”), formó parte de la liturgia desde los primeros momentos. Existen evidencias de su celebración ya en el siglo II, aunque bien pudiera ser incluso anterior. Los textos y sus diferentes partes podían variar de una diócesis o, incluso, de una iglesia a otra. 

En el Concilio de Trento se fijaron sus partes y textos: el Misal del papa Pío V prescribía así las secciones del ordinario y del propio:

– Introito: Requiem aeternam 
– Kyrie: Propio de la Misa de difuntos 
– Gradual: Requiem aeternam 
– Tracto: Absolve Domine 
– Secuencia: Dies irae 
– Ofertorio: Domine Iesu Christe 
– Sanctus: Propio de la Misa de difuntos 
– Agnus Dei: Propio de la Misa de difuntos 
– Comunión: Lux aeterna

Con anterioridad, por lo menos hasta el siglo IX, se incluyó el Alleluia; en cambio, la secuencia Dies irae no formó parte de la Misa hasta el siglo XIV: su composición es atribuida al fraile menor de la primera mitad del siglo XIII Tomás de Celano, que fue también uno de los primeros biógrafos de san Francisco de Asís.

Pero la reforma litúrgica posterior al Concilio Vaticano II eliminó la secuencia Dies irae y la trasladó al fin del año litúrgico como himno para la semana que antecede al primer domingo de Adviento. La reforma también introdujo, de nuevo, el Alleluia y sustituyó, en el Agnus Dei, la frase “dona eis requiem” por “miserere nobis” y “dona eis requiem sempiternam” por “dona nobis pacem”

Estamos (¡sorpresa!) ante un nuevo caso de pérdida de un elemento plurisecular de la Misa con la “reforma litúrgica” que supuso el concilio Vaticano II. 

El infame Annibale Bugnini, secretario de la comisión que trabajó en la “reforma” de la liturgia que siguió al concilio Vaticano II y auténtico artífice de la misma, explicó en su obra “La reforma de la liturgia” el razonamiento de los “reformadores” de la siguiente manera: 
Se deshicieron de textos que olían a una espiritualidad negativa heredada de la Edad Media. Así eliminaron textos tan familiares e incluso amados como el Libera me, Domine, el Dies irae y otros que enfatizaban demasiado el juicio, el miedo y la desesperación. Estos los reemplazaron con textos que instan a la esperanza cristiana y dan una expresión más efectiva a la fe en la resurrección”.
La idea de que los textos en cuestión “enfatizan demasiado” en la “desesperación” es una caracterización muy errónea. Los textos de la antigua Misa de Difuntos hablan de la misericordia de Dios y del don de la salvación, en el contexto de la culpa humana y la justicia de Dios, derramando auténtico consuelo y esperanza cristiana. 

El Dies Irae, como el resto de los cantos de la tradicional Misa de Difuntos, incluyen algunos de los más antiguos, solemnes y conmovedores de la Iglesia. Expresan la seriedad, la gravedad de la muerte y buscan la misericordia de Dios para los que han muerto. Para muchos fue impactante que el Dies Irae y otros cánticos fueran eliminados de la Misa de Difuntos en la reforma litúrgica que siguió al concilio Vaticano Segundo. Entre ellos, y como triste anécdota (cito la fuente para quienes piensen que se trata de leyendas urbanas como la del ceremoniero de Pablo VI), explica el reputado vaticanista Sandro Magister cómo el 3 de junio de 1971, después de la misa de conmemoración de la muerte de Juan XXIII, dicho papa comentó: “¿Cómo es posible que en la liturgia de los difuntos ya no se hable de pecado y expiación? Falta totalmente la imploración a la misericordia del Señor. También esta mañana, para la misa celebrada en las Grutas [vaticanas], aun teniendo textos hermosísimos, faltaba en ellos el sentido del pecado y el sentido de la misericordia. ¡Pero tenemos necesidad de esto! Y cuando llegue mi última hora, ¡pedid misericordia para mí al Señor, porque la necesito!”

Y en 1975, después de otra misa en memoria de Juan XXIII: “Ciertamente, en esta liturgia faltan los grandes temas de la muerte, del juicio…”. Afirma Magister también que, sin ser explícita la referencia, “Pablo VI se lamentaba, entre otras cosas, de la exclusión de la liturgia de los difuntos de la grandiosa secuencia Dies irae que, efectivamente, en la actualidad no se recita ni se canta en las misas, sobreviviendo sólo en los conciertos, con música de Mozart, Verdi y otros compositores”.

La presencia del Dies Irae en la Misa de réquiem no es una cuestión del pasado o del presente, sino de la Doctrina Católica sobre las postrimerías. Tampoco se trata de una cuestión estética, de la magnificencia del canto polifónico o de estilos de música barroca, clásica o romántica. Ateniéndonos al texto, no puede decirse que le falten apelaciones a la misericordia de Dios; pero sí es muy cierto que hace referencias al juicio final, a la terrible majestad de Dios y la rendición de cuentas. Temas que brillan por su ausencia en las nuevas misas de exequias, pero que son el momento adecuado para recordar a los asistentes a un funeral que habrá un juicio; uno personal y uno final, y que todos tendremos que rendir cuentas ante Jesucristo. Aquí, habrá quien piense que ya se “habla” de esto en todas las misas de domingo y solemnidades, al rezar el Credo, cuando decimos que Jesucristo ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Y es cierto. Pero por algo, digo yo, la Iglesia establecía que se cantase también el Dies Irae en las Misas de Requiem, recordando que existe para todos un destino eterno, sea de salvación o de condenación.

Cierto que no todas las misas de exequias según el misal de Pablo VI son iguales (ése es uno de los grandes problemas de este misal); en la misa novus ordo, el tono y la predicación de cada misa de exequias depende del sacerdote y de los fieles asistentes. El sacerdote puede optar por enviar al finado al cielo directamente o hablar del purgatorio y la esperanza cristiana en la vida eterna (como si siempre fuera bienaventurada); y los fieles, si tienen una formación católica conservadora, pueden escuchar la enseñanza católica sobre el purgatorio o pueden, si están en ambientes progresistas o rurales de esos que conocemos todos, rechazarla y escandalizarse de que se hable no solamente sobre el infierno, sino incluso sobre el purgatorio. 

Pongamos los pies en la tierra: ¿pueden imaginar este texto recitado o cantado en sus parroquias, con los fieles entendiendo su significado? ¿Qué dirían de “el fuego eterno” y “las llamas terribles”? ¿Qué pensarían de tenerse que arrodillar “compungido y con el corazón contrito” ante Jesucristo que es Juez, cuando la opinión personal del mismísimo santo padre es que “el infierno está vacío” y cuando la jerarquía católica sólo habla de la misericordia de Dios, pero no de su Justicia?

Para el Dr. Kwasniewski, el rito latino Tradicional y el rito según el misal de Pablo VI representan dos ofrendas radicalmente diferentes por los muertos: una, que tomaba la muerte con mortal seriedad, que se preocupaba por el destino del alma del difunto y nos permitía sufrir; otro, el novus ordo, que dejó de lado la muerte con tópicos y promesas vacías. El contraste entre las vestimentas negras del viernes, el Dies irae y los sufragios susurrados y la casulla blanca coronada por una estola del sábado y los sentimientos amplificados de buena voluntad universal parecían personificar el abismo que separa la fe de los santos frente al modernismo prematuramente envejecido. La reflexión final de Kwasniewski al respecto es digna de mención: “Me encontré pensando: el milagro más grande de nuestros tiempos es que la fe católica ha sobrevivido a la reforma litúrgica”. A lo que yo añadiría que es también un milagro que la liturgia tradicional haya sobrevivido a tantos intentos por prohibirla, por destruirla.


InfoVaticana


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