16 de Junio: San Juan Francisco de Regis, confesor
(✞ 1640)
El fervorosísimo misionero de los pobres Juan Francisco de Regis, de la Compañía de Jesús, fue natural de una aldea de Francia llamada Fontcuberta, que está en el obispado de Narbona.
Nació de padres nobles y ricos, y desde su niñez fue muy inclinado a socorrer a los pobres.
Habiendo entrado en la Compañía de Jesús a los diecinueve años de edad, hizo tales progresos en la virtud, que le llamaban “la Regla viva de San Ignacio”.
Bien enseñado en las letras humanas y divinas y ya ordenado como sacerdote, fue destinado al apostólico ministerio de evangelizar a los pobres.
Predicaba dos y tres veces por día; dormía dos o tres horas en el duro suelo, su alimento de todos los días era pan y agua, y en los últimos diez años de su vida jamás se quitó el áspero cilicio con que traía afligida su carne.
Partía a sus misiones en tiempos de hielos muy rigurosos, llegándole la nieve algunas veces a la rodilla y otras veces, hasta la cintura; pero como él estaba tan abrasado de amor a Dios y deseoso de padecer por la eterna salud de las almas, todo lo llevaba con paciencia y con alegría.
Jamás los rigores del frío, los vientos, los precipicios y la aspereza de las montañas fueron un estorbo para sus intentos.
No hubo pueblo, aldea, choza ni cabaña en los obispados de Puy, Viena, Valencia y Viviers, donde no predicase la divina palabra.
En Fai dio vista a dos ciegos; en Marlhes libró a un furioso endemoniado, en Montfancon asistió con admirable caridad a los apestados y por sus oraciones cesó el contagio; y durante una gran hambruna y carestía que afligió en Puy, multiplicó tres veces el trigo destinado para el sustento de los pobres.
Había fundado en varias principales ciudades algunas casas de recogimiento para las mujeres arrepentidas; no es fácil decir los malos tratamientos que por esta causa padeció, porque fue calumniado, abofeteado, azotado, arrastrado y no pocas veces perseguido de muerte.
Lo llamaron una vez unos hombres de vida licenciosa diciendo que se querían confesar con él; más el santo sabiendo por divina revelación que llevaban intención de matarle, les habló con tanto espíritu de Dios, que en efecto, confesaron con grandes sentimientos y lágrimas sus pecados.
Finalmente, después de haber convertido a penitencia a innumerables herejes calvinistas y pecadores, y alcanzándoles la gracia señaladísima de la perseverancia, a los cuarenta y cuatro años de edad descansó en la paz del Señor.
Su muerte fue muy llorada por todos, especialmente por los pobres, de los cuales siempre iba rodeado diciendo que eran la porción más escogida del rebaño de Jesucristo.
Fue canonizado el 16 de junio de 1737 por Clemente XII.
Reflexión:
El Señor ha querido ilustrar el sepulcro de San Juan Francisco de Regis con innumerables y estupendos prodigios. La Basílica dedicada a San Juan Francisco de Regis donde descansan los restos del santo, se encuentra en la aldea de Lalouvesc, que es una población célebre por el concurso de peregrinos que acuden de muchas provincias para hallar remedio para toda suerte de enfermedades; y el feliz suceso de tantas curaciones milagrosas que el santo está obrando atrae peregrinos de muchas otras regiones apartadas. Al pie de aquel famoso sepulcro pueden también hallar seguramente los incrédulos, la fe y la salud de sus almas, viendo por sus ojos las maravillas que obra el Señor para acreditar la gloria de aquel gran Santo.
Relicario de San Juan Francisco de Régis en la Basílica de Saint-Régis en Lalouvesc
El Señor ha querido ilustrar el sepulcro de San Juan Francisco de Regis con innumerables y estupendos prodigios. La Basílica dedicada a San Juan Francisco de Regis donde descansan los restos del santo, se encuentra en la aldea de Lalouvesc, que es una población célebre por el concurso de peregrinos que acuden de muchas provincias para hallar remedio para toda suerte de enfermedades; y el feliz suceso de tantas curaciones milagrosas que el santo está obrando atrae peregrinos de muchas otras regiones apartadas. Al pie de aquel famoso sepulcro pueden también hallar seguramente los incrédulos, la fe y la salud de sus almas, viendo por sus ojos las maravillas que obra el Señor para acreditar la gloria de aquel gran Santo.
Oración:
¡Oh Dios! Que adornaste con admirable caridad y con una invencible paciencia a tu confesor, el bienaventurado Juan Francisco, para que pudiese sufrir tantos trabajos por la salvación de las almas; concédenos benigno, que enseñados por sus ejemplos y protegidos por su intercesión, merezcamos el premio de la vida eterna. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
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