4 de Mayo: Santa Mónica, viuda, madre de San Agustín
(✞ 387)
Santa Mónica, gloriosa madre de San Agustín, fue de nacionalidad africana e hija de padres cristianos, que la criaron con toda honestidad y virtud.
Cuando era niña se levantaba de noche a rezar las oraciones que su madre Facunda le enseñaba, y era tan amiga de hacer limosna que de su propia comida quitaba parte para dar a los pobres.
Deseó perseverar en virginidad; pero condescendió con la voluntad de sus padres, que la casaron con un varón llamado Patricio, el cual, aunque era hombre noble, era gentil.
Tuvo mucho que sufrir con él Santa Mónica, más fue tal su prudencia, sufrimiento y buen término, que no solo ablandó el carácter áspero y colérico del marido, sino que también le ganó para Jesucristo.
Más le costó rendir a su propio hijo San Agustín, porque siendo mozo se enredó en los vicios y liviandades y en los desatinos de los herejes maniqueos, y la santa madre derramaba ríos de lágrimas por su hijo, y clamaba de día y de noche sin cesar al Señor, suplicándole que le sacase de aquella profundidad de errores y torpezas en que estaba.
Era esto de manera que no podía reposar ni sosegar en espíritu, y así acudiendo una vez a su santo Obispo, rogándole que enseñase y convenciese a su hijo, el buen Obispo la consoló diciendo:
- Por vuestra vida, señora, que no es posible que perezca un hijo de tantas lágrimas.
San Agustín quiso dejar la ciudad de Cartago, donde leía retórica y pasar a Roma para valer más.
Procuró la santa estorbar el viaje de Agustín por todos los medios que pudo, y al fin él la engañó y se fue a Roma, donde tuvo una grave enfermedad, de la cual le libró el Señor por las oraciones de su buena madre, la cual determinó cruzar el mar y buscarle por Italia.
Lo halló en Milán, a donde había sido enviado de Roma para enseñar retórica, y en aquella ciudad, con la comunicación y sermones de San Ambrosio, se convirtió y bautizó a los treinta y cuatro años de edad.
Volviendo, pues, Santa Mónica, muy consolada y alegre con su hijo San Agustín, para África, y habiendo llegado a la ciudad de Ostia aguardando embarcación, hablando a solas con su hijo del amor y deseo de las cosas celestiales, le dijo que nuestro Señor le había cumplido su deseo de verlo cristiano, y cayó luego enferma tan gravemente, que a los nueve días pasó de esta vida mortal a la vida perdurable, siendo de edad de cincuenta y seis años.
Desde que murió esta santa se hizo memoria de ella con singular veneración en toda la Iglesia.
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