11 de Mayo: San Mamerto, Obispo
(✞ 477)
Entre los santísimos prelados que ilustraron la Iglesia de Dios en el siglo V, uno fue el glorioso San Mamerto, Obispo de Viena en el Delfinado.
En aquel tiempo desolaban todo el país grandes calamidades y azotes del cielo.
Se sucedían unos a otros los terremotos, incendios y guerras: las fieras, llenas de pavor por los temblores de la tierra, dejaban sus cuevas de los montes y se llegaban a las poblaciones con gran espanto de la gente; la cual a vista de estos azotes hacía penitencia de sus pecados y se disponía a la festividad de la Pascua de Resurrección para recibir dignamente la Comunión Pascual, esperando alcanzar el remedio de tantos males.
Concurrieron pues todos contritos a la Iglesia, a celebrar el misterio en la Vigilia de la gloriosa noche: pero habiéndose incendiado varias casas principales de la ciudad, huyeron del templo despavoridos.
Solo el santo Obispo quedó en la Iglesia, implorando con entrañables gemidos la divina misericordia, y fue tan grande la eficacia de sus lágrimas, que rápidamente se apagó aquel gran incendio y los fieles volvieron para continuar su penitencia en los oficios divinos.
En esta ocasión ordenó el santo Obispo tres días de rogativas públicas acompañadas de ayunos y oraciones, en los días que preceden a la fiesta de la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo, a los cuales concurrió toda la ciudad con gran compulsión, lágrimas y gemidos, y desde entonces se vieron libres de las calamidades que les oprimían.
San Mamerto también halló las preciosas reliquias de San Julián y San Ferreolo, ilustres mártires que padecieron en la sangrienta persecución de Diocleciano y Maximiano; las cuales trasladó a un magnífico templo que habían construido.
Finalmente, después de haber gobernado santamente su Iglesia algunos años, identificándola con sus virtudes y milagros, murió en la paz del Señor y su sagrado cadáver fue sepultado con gran veneración en la Iglesia de los Santos Apóstoles, extramuros de la ciudad de Viena, desde donde se trasladaron después sus reliquias a la Basílica Constantiniana de Santa Cruz de Orleans.
Así permanecieron en gran veneración hasta el siglo XVI, cuando los hugonotes durante sus sacrílegas irrupciones del año 1562, entrando en Orleans, quemaron la cabeza y huesos del Santo que estaban en diferentes cajas y dispersaron sus cenizas.
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