30 de Mayo: San Fernando, rey de Castilla y de León
(✞ 1252)
El gloriosísimo rey San Fernando fue hijo de don Alfonso IX y de doña Berenguela, la cual le crió con sus pechos, y así, con la leche, parece que mamó sus santas virtudes.
Jamás dejó de obedecerla como a una madre; y como algunos de los ricos hombres murmuraran que después de ser rey estaría tan rendido a su madre, dijo el santo:
- Cuando deje de ser su hijo, dejaré de serle obediente.
Poseía en altísimo grado todas las prendas reales, y con sus virtudes tenía tan ganados a sus vasallos, que era más rey de sus corazones que de las ciudades de su reino.
Tomó en sus manos la espada para hacer guerra a los moros que tiranizaban gran parte de España; pacificó los reinos de Castilla y de León, hizo tributarios a los reinos de Valencia y de Granada, conquistó los de Murcia, Córdoba, Jaén y Sevilla, y varios príncipes de África solicitaron su amistad con decentes partidos.
En treinta y cinco años que peleó se contaron siempre sus batallas por sus victorias y sus empresas por sus triunfos.
- Nunca desnudé la espada -decía él- ni cerqué ciudad ni castillo, ni salí a empresa, que no fuese mi único motivo el dilatar la fe de Cristo; y por la mayor gloria y servicio de Dios.
Fernando no rehusaba ningún trabajo de la guerra, como si fuera soldado particular, hasta dormir en el duro suelo, y hacer las centinelas por su turno con los demás soldados en el sitio de Sevilla.
Cuidaba mucho del alivio de sus vasallos, y no quería imponer nuevos tributos; y cuando se lo aconsejaban sus ministros con buen pretexto de hacer guerra a los moros, respondía:
- Más temo las maldiciones de una viejecilla pobre de mi reino, que a todos los moros de África.
Ganada la ciudad de Sevilla, dispuso una solemísima procesión de toda la gente lucida del ejército, de la nobleza, del clero y de los obispos, viniendo al fin la venerable efigie de nuestra Señora de los Reyes en un carro triunfal de plata.
Los templos y oratorios que edificó en honor a la Virgen Santísima pasaron de dos mil.
Finalmente después de un gloriosísimo reinado, conociendo el santo monarca que llegaba a su fin, antes de que lo mandasen los médicos, se confesó para morir y pidió la Sagrada Eucaristía, la cual recibió arrojándose de la cama y postrándose sobre la tierra con una soga al cuello.
Se despidió después de la reina Juana y de sus hijos, pidió humildemente a los circunstantes que si tenían alguna queja de él, le perdonasen; y respondiendo que no tenían ninguna que perdonar, alzó ambas manos al cielo diciendo:
- Desnudo nací y vine a la tierra y desnudo vuelvo a ella.
Mandó luego que cantasen el tedeum, y en el segundo verso que dice “A ti eterno Padre venera toda la tierra”, inclinó la cabeza y entregó su espíritu a Dios.
Reflexión:
Dicen los historiadores: “Cuando murió el Rey Don Fernando en todo el reino hubo un gran sentimiento, los hombres se mesaban las barbas y las mujeres principales se arrancaban los cabellos, y sin atender al decoro de las personas, salían por las calles llorando y poblando de clamores el aire. Todos oraban y decían: 'Ojalá no hubiese nacido o no hubiese muerto el príncipe'. Y hasta el mismo Alhamar mandó cien moros con antorchas encendidas a sus exequias”. No nos olvidemos pues de rogar incesantemente en nuestras oraciones al Señor que nos dé Reyes o gobernadores como San Fernando, que merezcan las bendiciones y no las maldiciones de sus pueblos.
Oración:
Oh Dios, que concediste al Bienaventurado Fernando, tu confesor, que pelease tus batallas y que venciese a los enemigos de tu fe, concédenos por su intercesión la victoria sobre nuestros enemigos corporales y espirituales. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Cuidaba mucho del alivio de sus vasallos, y no quería imponer nuevos tributos; y cuando se lo aconsejaban sus ministros con buen pretexto de hacer guerra a los moros, respondía:
- Más temo las maldiciones de una viejecilla pobre de mi reino, que a todos los moros de África.
Ganada la ciudad de Sevilla, dispuso una solemísima procesión de toda la gente lucida del ejército, de la nobleza, del clero y de los obispos, viniendo al fin la venerable efigie de nuestra Señora de los Reyes en un carro triunfal de plata.
Los templos y oratorios que edificó en honor a la Virgen Santísima pasaron de dos mil.
Finalmente después de un gloriosísimo reinado, conociendo el santo monarca que llegaba a su fin, antes de que lo mandasen los médicos, se confesó para morir y pidió la Sagrada Eucaristía, la cual recibió arrojándose de la cama y postrándose sobre la tierra con una soga al cuello.
Se despidió después de la reina Juana y de sus hijos, pidió humildemente a los circunstantes que si tenían alguna queja de él, le perdonasen; y respondiendo que no tenían ninguna que perdonar, alzó ambas manos al cielo diciendo:
- Desnudo nací y vine a la tierra y desnudo vuelvo a ella.
Mandó luego que cantasen el tedeum, y en el segundo verso que dice “A ti eterno Padre venera toda la tierra”, inclinó la cabeza y entregó su espíritu a Dios.
Reflexión:
Dicen los historiadores: “Cuando murió el Rey Don Fernando en todo el reino hubo un gran sentimiento, los hombres se mesaban las barbas y las mujeres principales se arrancaban los cabellos, y sin atender al decoro de las personas, salían por las calles llorando y poblando de clamores el aire. Todos oraban y decían: 'Ojalá no hubiese nacido o no hubiese muerto el príncipe'. Y hasta el mismo Alhamar mandó cien moros con antorchas encendidas a sus exequias”. No nos olvidemos pues de rogar incesantemente en nuestras oraciones al Señor que nos dé Reyes o gobernadores como San Fernando, que merezcan las bendiciones y no las maldiciones de sus pueblos.
Oración:
Oh Dios, que concediste al Bienaventurado Fernando, tu confesor, que pelease tus batallas y que venciese a los enemigos de tu fe, concédenos por su intercesión la victoria sobre nuestros enemigos corporales y espirituales. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
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