“El grito del padre Jesús María rompe el silencio con la claridad de la voz de un verdadero discípulo de Cristo”, escribió el arzobispo Viganò en defensa del sacerdote africano misericordiado por Bergoglio.
La carta abierta del padre Janvier Gbénou -vergonzosamente expulsado del Opus Dei y apartado del estado clerical por su fidelidad al Magisterio Católico y su abierta oposición a la apostasía de la secta bergogliana- puede parecer a primera vista ingenua e inútil.
Yo mismo, al leer la lista -aunque parcial- de las desviaciones y herejías de Bergoglio, me pregunté de qué serviría dirigirse a los cardenales y obispos del Orbe -a los que yo mismo he apelado repetidamente- para pedir una corrección pública de un apóstata manifiesto.
Con una mirada sobrenatural, comprendemos cuán ciertas y actuales son las palabras de Nuestro Señor: “Os digo que si callan, gritarán las piedras” (Lc 19,40).
Callan los cardenales, callan los obispos, calla el clero y calla el pueblo. Callan los cómplices de la apostasía y de la fornicación, pero callan también los que se encuentran bajo chantaje o amenaza porque deben su legitimidad a la arbitrariedad de un usurpador al que reconocen como “papa”. Permanecen silenciosos los que denuncian los efectos de la crisis pero no quieren reconocer sus causas, que comparten culpablemente, empezando por el Vaticano II y su liturgia herética.
Silenciosos incluso aquellos que, por defender la Verdad Católica, han sido condenados al ostracismo por la Iglesia durante cincuenta años, pero esperan beneficiarse del éxodo de fieles tras la promulgación de Traditionis Custodes.
Silencioso incluso aquel cardenal, bajado de Val Camonica, que invalidó el Cónclave de 2013. Silencioso también aquel otro cardenal (salvado in extremis de la muerte gracias a la valiente intervención de una Verónica) a pesar de haber confiado a amigos la invalidez del Cónclave.
Finalmente, los fieles callan, y no por cobardía o pusilanimidad, sino porque están escandalizados y ahora decepcionados por una Jerarquía totalmente esclavizada al enemigo.
El grito del Padre Jesusmary rasga el silencio con la sencillez de las palabras de un niño, con la claridad de la voz de un verdadero discípulo de Cristo. Y este grito resuena en el vacío desolador de una Iglesia atormentada, entre las bóvedas de un templo desierto y profanado por sus propios Ministros.
Corresponde a los pocos que han permanecido fieles sacudirse de su letargo, viendo en ese grito desesperado y dolorido una llamada a devolver a la Esposa del Cordero la dignidad que le ha sido arrebatada por pastores indignos y mercenarios. Porque esta “vox clamantis in deserto” podría ser un llamamiento final con el que la Providencia convoca a los suyos; con el que prepara la dolorosa y severa purificación de los malvados; con el que marca un punto de no retorno antes de la venida de Cristo, como un ladrón en la noche (1 Ts 5,2).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Usted puede opinar pero siempre haciéndolo con respeto, de lo contrario el comentario será eliminado.