1 de Abril: San Hugo, Obispo de Grenoble
(✞ 1132)
El glorioso San Hugo nació de nobles y virtuosos padres, en Castel-Nuovo, en la ciudad de Valencia.
Su padre Odilón, caballero y militar acabó santamente su vida en la Cartuja siendo de cien años edad y recibió los Sacramentos de manos de su hijo Obispo.
El mismo consuelo alcanzó su virtuosa madre.
San Hugo tenía 27 años cuando el legado del Papa le premió para que aceptase el Obispado de Grenoble, y se fue con él a Roma para ser consagrado del sumo Pontífice Gregorio VII. En ese momento estaba en Roma la condesa Matilde, señora no menos piadosa que poderosa, la cual le presentó grandes dones y todo lo necesario para la consagración.
San Hugo halló muy lleno de espinas y malezas el campo de aquella Iglesia de Grenoble, los clérigos llevaban vida relajada, los legos estaban enredados en negociados y usuras, los hombres sin fidelidad, las mujeres sin vergüenza, los bienes de la iglesia enajenados, y todas las cosas en suma confusión por lo cual a los dos años, pareciéndole al santo que tenía poco fruto, tomó el hábito de monje de la Orden de San Benito y pasó un año de noviciado en el monasterio llamado Domus Dei (Casa de Dios). Pero cuando se enteró el Papa le mandó volver a su obispado, y él obedeció con presteza y resignación.
Pasados tres años, fue al santo Obispo, guiado por Dios, San Bruno con otros seis compañeros, para comenzar en su diócesis la Sagrada Orden de la Cartuja, y les acogió, animó y acompañó hasta un lugar fragoso y áspero, que se llamaba la Cartuja, donde dieron principio a su Santo Instituto, y San Hugo muchas veces se iba también a aquel lugar sagrado y se quedaba con ellos y les servía en las cosas más viles y bajas de la casa.
Por sus muchos ayunos, oraciones y estudios, Nuestro Señor le probó con un dolor de cabeza y de estómago muy grande, que le duró cuarenta años.
Se hacía leer la Sagrada Escritura en la mesa y prorrumpía en lágrimas con tanta abundancia que le era necesario dejar la comida, o que se dejase la lección.
No perdonó su anillo ni un cáliz de oro que tenía, para remediar la necesidad de los pobres.
Siendo ya viejo, fue en persona a Roma y suplicó a Honorio II que le descargase del Obispado; después hizo la misma instancia ante Inocencio II, más el Papa con razón le negó lo que pedía, porque cuando el santo entró en su Iglesia, la halló muy estragada y perdida y acrecentada en todo.
Finalmente, a los ochenta años de edad el Señor le llevó para sí y le dio el premio de la retribución.
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