Por Eduardo J. Echeverria
En su reciente libro, La vida: Mi relato a través de la Historia, Bergoglio aboga por apoyar legalmente las uniones civiles “entre personas del mismo sexo [homosexuales] que experimentan el don del amor”. ¿En qué sentido, si es que hay alguno, es el “amor homosexual” un don?
La opinión de la Iglesia es que ciertamente no puede ser un don de Dios, ni natural (creacional) ni sobrenatural (sacramental). Según el Catecismo de la Iglesia Católica:
n. 2331. “Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación, y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión”.
“Dios creó el hombre a imagen suya; [...] hombre y mujer los creó” (Gn 1, 27)”.
El comentario de Francisco, a primera vista, no parece considerar el “amor” homosexual como una forma de amor intrínsecamente desordenada. ¿Piensa que el homosexual es capaz de vivir la vocación a la castidad y, por lo tanto, al amor en una relación del mismo sexo? ¿Cómo podría hacerlo? La vocación a la castidad implica la diferenciación sexual entre un hombre y una mujer, que según la antropología cristiana: “La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual” (n. 2337).
El Catecismo explica: “La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer” (n. 2337).
La castidad, por lo tanto, presupone la diferenciación sexual de varón y mujer, de modo que sólo la unión sexual de personas masculinas y femeninas hace que los cuerpos sean en sentido real “una sola carne” (Gn 2, 24), siendo esta última unión orgánica corporal condición necesaria para la existencia de un auténtico amor conyugal.
El “amor homosexual” no es un don, es más, es un falso “amor”, porque es incapaz de cumplir la vocación a la castidad, de perfeccionar el ser de la persona y desarrollar su existencia; y, por lo tanto, de ordenarse a la ley natural, al orden de la Creación y, por lo tanto, a Dios. Como forma desordenada de “amor”, no sólo carece de integración, sino que es una contraintegración en virtud de ser una ofensa a la vocación a la castidad, incapaz de realizar la integridad de la persona y la integralidad del don de sí.
La antropología cristiana debe considerar la realidad de la persona humana, del hombre y de la mujer, en el orden del amor. ¿Por qué? Porque, la persona encuentra en el amor la mayor plenitud de su ser, de su existencia objetiva. El amor es tal acción, tal acto, que desarrolla más plenamente la existencia de la persona. Por supuesto, tiene que ser amor verdadero. ¿Qué significa amor verdadero?.
El amor es un concepto analógico, lo que significa que hay distintas clases de amor: el amor paterno, el amor de hermanos y hermanas, la amistad y, por último, pero no por ello menos importante, el amor entre un hombre y una mujer.
Brevemente, el amor implica atracción por los valores sensorio-sexuales, y espirituales o morales, de la otra persona, por ejemplo, por su inteligencia o sus virtudes de carácter. También existe el “amor de necesidad”, o amor como deseo, y la “benevolencia”. El “amor de necesidad” desea “a la persona como un bien para uno mismo”. El amor como benevolencia consiste en desear el bien de la otra persona. La benevolencia es simplemente desinterés en el amor: 'No te deseo como un bien', sino 'deseo tu bien', 'deseo lo que es bueno para ti'.
Siendo intrínsecamente desordenado, el “amor homosexual” es incapaz de formar una comunidad interpersonal en la que la unidad se manifieste en el “nosotros” maduro.
Puesto que el hombre -varón y mujer- ha sido creado en y para el amor, en consecuencia, la ética sexual es ininteligible sin el amor. Este punto crucial sobre encontrar en el amor la mayor plenitud de su ser, debe aplicarse al amor entre un hombre y una mujer.
El fin es la procreación, la progenie, la familia y, al mismo tiempo, toda la madurez constantemente creciente de la relación entre ambas personas en todos los ámbitos que comporta la misma relación esponsal.
En consecuencia, cuando el Catecismo afirma que los actos sexuales homosexuales están cerrados al don de la vida, es porque tales actos no tienen una unión objetiva en la diferenciación sexual de un hombre y una mujer. “En ningún caso pueden ser aprobados”. Tales actos son “pecado gravemente contrario a la castidad”. Por lo tanto, el “amor homosexual” no es un don.
The Catholic Thing
El comentario de Francisco, a primera vista, no parece considerar el “amor” homosexual como una forma de amor intrínsecamente desordenada. ¿Piensa que el homosexual es capaz de vivir la vocación a la castidad y, por lo tanto, al amor en una relación del mismo sexo? ¿Cómo podría hacerlo? La vocación a la castidad implica la diferenciación sexual entre un hombre y una mujer, que según la antropología cristiana: “La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual” (n. 2337).
El Catecismo explica: “La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer” (n. 2337).
La castidad, por lo tanto, presupone la diferenciación sexual de varón y mujer, de modo que sólo la unión sexual de personas masculinas y femeninas hace que los cuerpos sean en sentido real “una sola carne” (Gn 2, 24), siendo esta última unión orgánica corporal condición necesaria para la existencia de un auténtico amor conyugal.
El “amor homosexual” no es un don, es más, es un falso “amor”, porque es incapaz de cumplir la vocación a la castidad, de perfeccionar el ser de la persona y desarrollar su existencia; y, por lo tanto, de ordenarse a la ley natural, al orden de la Creación y, por lo tanto, a Dios. Como forma desordenada de “amor”, no sólo carece de integración, sino que es una contraintegración en virtud de ser una ofensa a la vocación a la castidad, incapaz de realizar la integridad de la persona y la integralidad del don de sí.
La antropología cristiana debe considerar la realidad de la persona humana, del hombre y de la mujer, en el orden del amor. ¿Por qué? Porque, la persona encuentra en el amor la mayor plenitud de su ser, de su existencia objetiva. El amor es tal acción, tal acto, que desarrolla más plenamente la existencia de la persona. Por supuesto, tiene que ser amor verdadero. ¿Qué significa amor verdadero?.
El amor es un concepto analógico, lo que significa que hay distintas clases de amor: el amor paterno, el amor de hermanos y hermanas, la amistad y, por último, pero no por ello menos importante, el amor entre un hombre y una mujer.
Brevemente, el amor implica atracción por los valores sensorio-sexuales, y espirituales o morales, de la otra persona, por ejemplo, por su inteligencia o sus virtudes de carácter. También existe el “amor de necesidad”, o amor como deseo, y la “benevolencia”. El “amor de necesidad” desea “a la persona como un bien para uno mismo”. El amor como benevolencia consiste en desear el bien de la otra persona. La benevolencia es simplemente desinterés en el amor: 'No te deseo como un bien', sino 'deseo tu bien', 'deseo lo que es bueno para ti'.
Siendo intrínsecamente desordenado, el “amor homosexual” es incapaz de formar una comunidad interpersonal en la que la unidad se manifieste en el “nosotros” maduro.
Puesto que el hombre -varón y mujer- ha sido creado en y para el amor, en consecuencia, la ética sexual es ininteligible sin el amor. Este punto crucial sobre encontrar en el amor la mayor plenitud de su ser, debe aplicarse al amor entre un hombre y una mujer.
El fin es la procreación, la progenie, la familia y, al mismo tiempo, toda la madurez constantemente creciente de la relación entre ambas personas en todos los ámbitos que comporta la misma relación esponsal.
En consecuencia, cuando el Catecismo afirma que los actos sexuales homosexuales están cerrados al don de la vida, es porque tales actos no tienen una unión objetiva en la diferenciación sexual de un hombre y una mujer. “En ningún caso pueden ser aprobados”. Tales actos son “pecado gravemente contrario a la castidad”. Por lo tanto, el “amor homosexual” no es un don.
The Catholic Thing
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