Por el padre Ignacio del Costado de Jesús, Pasionista (*)
Meditación
Terminada la Última Cena, concluido el discurso y recitado el himno de acción de gracias, Jesús salió del cenáculo con sus once Apóstoles y entró en el huerto de Getsemaní. Considerad:
1. Jesús tenía la costumbre de retirarse después de las fatigas del día, para pasar la noche en soledad y oración. Incluso en esta última noche de su vida, no se apartó de su piadosa costumbre. Aprended, pues, la gran importancia de la oración, y no la descuidéis nunca, sobre todo en los sufrimientos y pruebas espirituales. Jesucristo sabía que era en el Huerto donde iba a comenzar su Pasión; que dentro de poco aparecería su traidor con un cuerpo de hombres armados para prenderle. Previó que dentro de pocas horas tendría que volver por el mismo camino, atado con cuerdas y arrastrado por sus enemigos, y, sin embargo, no se inmutó. Su ardiente caridad le hizo seguir adelante y le exhortó a entrar sin demora en el Huerto y a comenzar en seguida a orar y a sufrir. Quedaos perplejos ante semejante ejemplo. El menor problema, o el asunto más insignificante, os distraen de la oración, y la consecuencia de descuidar el fortalecimiento de vuestra alma con ese alimento celestial es que os volvéis débil y lánguido, os hundís y caéis en el pecado. ¡Ah, mi dulce Jesús, por los méritos de Vuestra Pasión concededme un espíritu de oración semejante al Vuestro!
2. Jesús oró con la más profunda humildad. Cayó postrado en tierra ante la majestad de su divino Padre, casi como si fuera indigno de levantar su rostro y sus ojos al cielo; y, sin embargo, era el Hijo de Dios. Con qué humildad debéis orar vosotros, que no sois más que miserables pecadores. Jesús oró con el mayor fervor de espíritu, acompañando Su oración con lágrimas, gemidos y suspiros. En nuestro nombre, pidió las gracias que necesitamos para salvar nuestras almas, aplacó la justicia divina e imploró el perdón de nuestros pecados. Las oraciones frías y lánguidas, como las vuestras, no agradan a Dios. Jesús oró con el más vivo y tierno espíritu de confianza, invocando a su Padre Eterno, llamándole muchas veces “Padre mío”. Dios es nuestro Padre, y nos ama como a un Padre. ¿Puede algún pensamiento ser más eficaz para excitar los más firmes sentimientos de esperanza en nuestros corazones cuando oramos a este Padre tan amoroso? Jesús oró con la más perfecta conformidad a la voluntad divina. Recomendó a su Padre esta afligida naturaleza humana; le presentó todas sus penas y sufrimientos, para excitar su compasión, imploró que se le dispense de beber el amargo cáliz de su Pasión, y, sin embargo, oró para que se cumpla lo que a su Padre le agradaba, para que se haga la voluntad de su Padre y no la suya propia. Aprended a orar con el lenguaje y el espíritu de Jesucristo, y a no querer más que lo que Dios quiere. Finalmente, Jesús oró con perseverancia, continuando en oración por espacio de varias horas. Su alma santísima estaba abrumada por una angustia mortal y, sin embargo, no se turbó ni se impacientó, sino que perseveró constantemente en la oración. Descubrid aquí el verdadero secreto para obtener consuelo en la aflicción: recurrid a Dios, verdadero Consolador, y no os canséis nunca en la oración.
3. Después de que nuestro Amantísimo Jesús suplicase tres veces a su Divino Padre, con los ojos en alto, que si la salvación del mundo podía realizarse sin que Él se entregase a la muerte, se le dispensase de ella, viendo que su oración no iba a ser concedida, sino que, por el contrario, se acercaba la hora de su amarga Pasión y de su ignominiosa muerte, permitió que su humanidad doliente temblase y se estremeciese y se sobrecogió de miedo y angustia. Mirad cómo nuestro dolorido Jesús, pálido, tembloroso y angustiado, gemía, suspiraba y trataba de dar salida al profundo dolor interno que oprimía su corazón. ¡Oh, qué grande fue la caridad de Jesús! Cuando se trató de sufrir por mí, Su amor ansioso anticipó todos los tormentos de Su Pasión. Al menos tened compasión de nuestro Redentor en ésta, Su angustia mortal; haz ofrenda de ti mismo para sufrir algo por amor a Él. Nuestro afligidísimo Señor se dirigió en su agonía a sus Apóstoles, para obtener de ellos algún consuelo en su dolor, y los encontró durmiendo. Una vez más, recurrió a su Eterno Padre, y recibió en su interior la confirmación de que era su voluntad que muriese por la salvación de los hombres. Jesús inclinó su sagrada cabeza, aceptó la muerte y exclamó con perfecta resignación: “Padre, hágase tu voluntad”. Contemplad a qué precio tan caro fue comprada vuestra salvación por Jesús. ¿Podéis afligiros más por tener que sufrir algo para salvar vuestra alma, después de todo lo que Jesús ha soportado por vos?
El fruto
Nunca descuidéis vuestra oración acostumbrada, y cuando os veáis impedidos de hacerla, suplid la deficiencia con deseos, y con frecuentes aspiraciones a Jesús sufriente. Que vuestra oración descanse únicamente en los méritos de Jesucristo, unidla a su oración en el Huerto y ofrecedla con verdadero espíritu de humildad y confianza. Que se os haga familiar la oración “Fiat voluntas tua”, hágase tu voluntad. En el abatimiento del espíritu, en el dolor del corazón y en todos vuestros sufrimientos, recordad la angustia interna y la aflicción soportadas por Jesús en su oración en el Huerto, y se os harán dulces.
Ejemplo
Un verdadero amante está siempre ansioso de mantener en su mente un recuerdo del objeto de sus afectos, por lo que las almas enamoradas de Jesús han descubierto mil maneras ingeniosas de mantener vivo en sus corazones el recuerdo de sus sufrimientos.
San Felipe Neri guardaba siempre cerca de sí una figura de Jesús, desatada de la cruz, para poder dar rienda suelta con mayor libertad a los afectos de su corazón. Por la noche, la colocaba junto a su lecho, para que, en el momento de despertarse, pudiera concentrar todos sus pensamientos en el dulce Objeto de su amor .
El Beato Pablo de la Cruz, cuando estaba solo en su habitación, tenía siempre a su lado una imagen muy devota de Jesús Crucificado, y cuando salía, la llevaba sobre el pecho, para que los sufrimientos de su Redentor estuvieran constantemente en su pensamiento; Y para que tan dulce recuerdo no se borrara nunca de su mente, llevaba sobre el pecho, junto a la piel, una cruz de madera adornada con 186 puntas de hierro afiladas, que le pinchaban continuamente, recordando así los sufrimientos de Jesús Crucificado y excitando su corazón a vivos sentimientos de compasión.
(*) El padre Ignacio (Carsidoni) del Costado de Jesús (1801-1844) fue uno de los Pasionistas que desempeñaron un papel decisivo en la restauración de la Inglaterra Católica en el siglo XIX. Enseñó teología en Roma. Allí se encendió con el celo de su compañero pasionista, el Beato Dominic Barberi (1792-1849), por la conversión de Inglaterra. El Beato Dominic había heredado esta pasión sobrenatural de San Pablo de la Cruz (1694-1775), el fundador de los Pasionistas. En 1831 entró en contacto con la señora Louisa Canning, católica inglesa, y finalmente consiguió implantar la Orden Pasionista en Inglaterra en 1842.
(*) El padre Ignacio (Carsidoni) del Costado de Jesús (1801-1844) fue uno de los Pasionistas que desempeñaron un papel decisivo en la restauración de la Inglaterra Católica en el siglo XIX. Enseñó teología en Roma. Allí se encendió con el celo de su compañero pasionista, el Beato Dominic Barberi (1792-1849), por la conversión de Inglaterra. El Beato Dominic había heredado esta pasión sobrenatural de San Pablo de la Cruz (1694-1775), el fundador de los Pasionistas. En 1831 entró en contacto con la señora Louisa Canning, católica inglesa, y finalmente consiguió implantar la Orden Pasionista en Inglaterra en 1842.
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