31 de Marzo: Beato Amadeo, duque de Saboya
(✞ 1472)
El glorioso y caritativo príncipe Beato Amadeo fue hijo de Luis II y de Ana, hija del rey de Chipre. En medio del fausto de la Corte conservó siempre su corazón sin mancillar y era de condición tan apacible, que se hacía dueño de todos los corazones.
A los diecisiete años fue casado con Violante, hija de Carlos VII de Francia, y habiendo sucedido a su padre en el trono, las virtudes que como a príncipe le adornaban, tomaron nuevo brillo con la diadema.
Derrotó a los turcos, y no se mostró menos valeroso en las victorias y piadoso con los vencidos.
Tuvo gran cuidado de que sus hijos, los príncipes, se criasen en toda virtud y como convenía a su novilísima sangre; y no había a la sazón en Europa, corte más brillante ni mejor ordenada que la suya, ni reino en que más floreciese la paz, la justicia, la virtud y la prosperidad; de manera que su reinado se llamó el siglo de oro.
No paso el santo rey un solo día en que no hiciese algún particular beneficio, y mereciese las bendiciones del cielo y el reconocimiento y amor de sus vasallos.
Empleó todo su tesoro en fundar asilos de beneficencia, y en aliviar por su mano las miserias de los que padecían.
Llamábanle el padre de los menesterosos, y a su palacio, el jardín de los pobres.
Habiéndole dicho un día que las excesivas limosnas que repartía agotaban todas sus rentas, respondió muy alegre el magnífico príncipe:
- Me huelgo mucho de lo que me decís, aquí tenéis el precioso collar de mi Orden, vendedle y socorred también con el precio de él a mis queridos pobres: derramad generosamente en su alivio vuestras limosnas y el Señor derramará copiosamente sobre vosotros sus bendiciones. Haced justicia sin acepción de personas, y poned todo vuestro estudio en hacer que florezca la Religión Católica y sea Dios servido en todo el reino.
Finalmente, habiendo recibido con singular edificación y lágrimas de todos, los santos Sacramentos, trocó la diadema terrenal por la corona eterna de los cielos, y el Señor acreditó su santidad con tantos prodigios, que el obispo de Vercelli, donde murió el santo, refiere ciento treinta y ocho casos, todos muy ilustres, especialmente en los que adolecían de accidentes epilépticos; y San Francisco de Sales aseguró al Papa Paulo V que todos los días obraba Dios nuevos milagros en el sepulcro del santo duque.
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