Santa Catalina de Ricci, virgen
(✝ 1590)
La extática y gloriosa virgen Santa Catalina de Ricci nació en la ciudad de Florencia de la noble familia de Ricci.
Le pusieron en el bautismo el nombre de Alejandrina, que después mudó por el de Catalina cuando se hizo Religiosa.
Cuando la santa niña tenía la edad de 10 años, su madre falleció y su padre decidió confiar a la dirección de una tía suya paterna, Religiosa del Monasterio de San Pedro de Monticelli, situado en los arrabales de Florencia, donde se aficionó tanto a la oración, que aún en el tiempo en que las otras niñas se recreaban, ella tenía todo su placer en estarse arrodillada delante de una imagen de Cristo crucificado, con admirables deseos de participar del amargo cáliz de su Pasión.
Trece años tenía, cuando vistió el hábito religioso de Santo Domingo en el monasterio de San Vicente de Prato, donde satisfizo sus deseos de padecer por su divino Esposo elevado en la cruz; porque fue acometida de una gravísima enfermedad, con fiebres cotidianas y con agudos dolores que padecía en todo el cuerpo, cuya dolencia degeneró en una hidropesía, y en mal de piedra, acompañado de asma.
Sufrió la santa con perfectísima resignación este conjunto de males sin recibir ningún alivio de las medicinas que recetaban los médicos; y al cabo de dos años se le agravaron tanto, que estuvo muchas semanas sin poder dormir un solo momento.
En ese estado, se le apareció en la vigilia de la Santísima Trinidad un santo de la Orden de Santo Domingo, todo resplandeciente, el cual le hizo la señal de la cruz sobre el estómago, y la dejó repentinamente sana y curada de todos sus males; pudiendo desde aquel día practicar los más arduos ejercicios de caridad y de penitencia, y llevar sobre sus desnudas carnes una cadena de hierro y un áspero cilicio.
El Señor la favoreció con muchas visiones celestiales, éxtasis y raptos tan estupendos, que a veces quedaba totalmente elevada de la tierra y suspendida en el aire por largo tiempo.
Fue también enriquecida con el don de profecía, de discreción de espíritus y de milagros; por lo que su nombre y su santidad fue conocida y se celebraba con universal aplauso, no solo en Toscana, si no en toda Italia y en otras regiones.
Finalmente, a los sesenta y ocho años de su vida maravillosa, de los cuales empleó cuarenta y dos en el gobierno de su monasterio, entregó su alma Purísima al celestial Esposo el día 2 de febrero, en que se celebra la fiesta de la Purificación de la Virgen Nuestra Señora, y el señor acreditó la santidad de su sierva con grandes y manifiestos prodigios.
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