25 de febrero: San Tarasio de Constantinopla
(✝ 806)
Nació el Santísimo Obispo Tarasio en la ciudad de Constantinopla de padres tan ilustres por su nobleza como por su Religión y piedad.
Criaron al niño con gran cuidado y entre otros buenos consejos que le daba la madre, no cesaba de advertirle que huyese de toda mala compañía. Por esta causa cuando terminó sus estudios, resplandeció a los ojos de todos por sus virtudes y talentos, y se vio ensalzado hasta la dignidad de cónsul y de primer consejero del reino, en el imperio de Constantino y de la emperatriz Irene su madre.
En la corte, en un ambiente de sensualidad y halagos, había sabido llevar una vida casi monacal. No se envaneció con el falso brillo de la gloria del mundo, ni los atractivos de la corte menoscabaron un punto la entereza de su inocencia y de sus laudables costumbres, y así, por una maravillosa disposición del cielo, a la cual no pudo resistirse el santo, pasó del palacio del emperador a la cátedra patriarcal de Constantinopla, siendo consagrado Obispo el día de la Natividad del Señor, del año 784, para nacer de nuevo y comenzar desde aquel día una nueva vida.
Sacó de su palacio todas las alhajas y muebles preciosos, era el último que se acostaba y el primero que se levantaba, y se mostraba padre de todos, siendo los pobres sus hijos más amados y favorecidos.
Pero a los herejes siempre los aborreció y persiguió como enemigos de Dios y de la Verdad Divina, y empleó todas sus fuerzas para domar las sacrílega osadía de los iconoclastas que por aquellos años, destruían con supersticioso furor las santas imágenes.
Su vida fue un modelo de perfecto desinterés para el clero y el pueblo. En su casa y en su mesa no había nada de la magnificencia que ostentaban sus predecesores. Consagrado al servicio del prójimo, Tarasio apenas permitía que sus criados le sirviesen. Dormía muy poco y en sus ratos de ocio se entregaba a la oración y la lectura espiritual. Prohibió al clero el uso de vestidos preciosos y se mostró particularmente severo por lo que se refiere al teatro. Con frecuencia repartía personalmente alimentos a los pobres; para que nadie se sintiese abandonado, visitaba todos los hospitales y obras de beneficencia en Constantinopla.
A instancias del santo se congregó el séptimo Concilio general, al cual asistió, ocupando en él el primer lugar después de los legados del Papa.
Algunos años más tarde, el emperador Constantino V se enamoró de Teódota, una dama de honor de su esposa, la emperatriz María. La emperatriz madre, Irene le había obligado a casarse con María, de la que el emperador decidió divorciarse. Para ello, intentó ganarse la voluntad del patriarca y le envió a un mensajero para anunciarle que la emperatriz quería envenenarlo. Tarasio respondió al mensajero:
- Di al emperador que estoy dispuesto a morir antes que ayudarle a realizar su propósito.
Entonces el emperador trató de ganarle por medio de halagos. Llamó, pues, al patriarca y le dijo:
- A ti no puedo ocultarte nada, pues te considero como a mi padre. Es indudable que la Iglesia permitirá que me divorcie de una mujer que ha intentado envenenarme. La emperatriz María merece la muerte o la prisión perpetua.
El emperador mostró a Tarasio un vaso con veneno que, según él, la emperatriz había tratado de hacerle beber. Pero el patriarca no se dejó engañar, y replicó que estaba cierto de que Constantino quería divorciarse de la emperatriz porque estaba enamorado de Teódota; además le manifestó que, aun en el caso de que la emperatriz María fuese realmente culpable, el nuevo matrimonio constituiría un adulterio.
El monje Juan, que se hallaba también presente, habló con gran valentía en el mismo sentido que el patriarca; el emperador furioso, les mandó retirarse de su presencia. Después echó a la emperatriz María fuera del palacio y la obligó a tomar el velo.
Como Tarasio se negase a casarle con Teódota, el matrimonio se llevó a cabo ante el abad José, un personaje de la Iglesia de Constantinopla. En adelante Tarasio tuvo que soportar el resentimiento de Constantino, quien le persiguió durante el resto de su reinado.
Se cuenta que el emperador hacía seguir al patriarca en todos sus movimientos, que había prohibido a todos que hablasen con él sin su permiso y que desterró a muchos de los amigos y servidores de Tarasio por dirigirle la palabra. Entre tanto, la emperatriz Irene que quería seguir gobernando, se ganó a los principales personajes de la corte y el ejército, encarceló a su hijo y le mandó sacar los ojos. Irene gobernó durante cinco años, hasta que fue depuesta por Nicéforo, quien usurpó el imperio y la desterró a la isla de Lesbos.
Bajo el reinado de Nicéforo, Tarasio desempeñó sin contratiempos sus deberes pastorales. En su última enfermedad no dejó de celebrar el santo sacrificio, mientras pudo moverse. Poco antes de morir, Tarasio tuvo una visión en la que, según cuenta su biógrafo, que se hallaba con él en ese momento, el prelado parecía responder a las acusaciones de un grupo de hombres que juzgaban cada una de las acciones de su vida. Tarasio se mostraba sumamente agitado al responder a las acusaciones. Esto atemorizó mucho a todos los presentes, pues la vida del patriarca había sido muy íntegra. Pero a la agitación sucedió una gran serenidad y San Tarasio entregó su alma a Dios en medio de una gran paz, después de haber gobernado al patriarcado durante veintiún años.
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