21 de Febrero: San Severiano, Obispo y Mártir
(✟ 452)
Gobernaba el glorioso San Severiano su iglesia de Escitópolis en Palestina, como celoso y vigilante pastor, procurando que su clero fuese delante de los seglares con su ejemplar vida, que las iglesias fuesen bien servidas y adornadas, que el pueblo fuese enseñado en la ley de Dios, que se corrigiesen los vicios, que se acrecentasen las virtudes y creciesen las obras de piedad y que todos los fieles, así seglares como eclesiásticos y religiosos huyesen de toda sombra de herejía y conservasen en toda su entereza la verdadera Doctrina de la Iglesia Católica.
Bajo el reinado de Marciano y de la santa Pulqueria, el santo abad Eutimio y la mayor parte de los monjes de Palestina habían recibido con singular reverencia y sumisión los decretos del Concilio de Calcedonia que condenaba la herejía de los eutiquianos, los cuales ponían mácula sobre la divinidad de Jesucristo, pero no faltó un monstruo del infierno llamado Teodosio, que mal hallado con su vocación religiosa, se divorció de Cristo y comenzó a perturbar los monasterios, y con el favor de la emperatriz Eudoxia, que era viuda de Teodosio el joven, y vivía en Palestina, cobró grandes bríos para hacer guerra a la Iglesia de Dios.
Llegó a tal extremo su osadía, que se sentó en la silla patriarcal de Jerusalén, desterrando de ella al legítimo patriarca Juvenal, y poniéndose luego a la cabeza de un ejército de herejes y bandidos, persiguió dando muerte a los católicos e inundó de sangre toda aquella tierra.
Llegaron también aquellos bárbaros a Escitópolis, y como el santo Obispo Severiano resplandecía como Sol en aquella Iglesia de Cristo, fue una de las primeras víctimas de sus ciego furor, porque después de haberle detenido y atado, lo arrastraron con gran crueldad fuera de la población, y así lo apalearon y sacrificaron con la inhumanidad que es propia de los herejes.
Perdonó el Severiano a sus mortales enemigos, y selló con su sangre la verdadera Fe en Nuestro Señor Jesucristo, alcanzando así la corona de ilustre mártir.
Con el ejemplo de su cristiana fortaleza, se sintieron movidos muchos celosos ministros del Señor a predicar, sin temor a la muerte, la divina palabra a toda aquella cristiandad, por la cual en lugar de arruinarse y deshacerse, se acrecentó, con grande espanto y confusión de los herejes, y señalada gloria de Jesucristo y de su verdadera y divina Iglesia Católica.
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