lunes, 26 de febrero de 2024

26 DE FEBRERO: SAN PORFIRIO, OBISPO


San Porfirio, Obispo

(✞ 420)

Nació el glorioso san Porfirio Tesalónica, de familia muy ilustre opulenta, y habiéndole educado sus padres cristianos en el santo temor de Dios, y en las letras humanas y divinas.

A la edad de veinticinco años se retiró a Egipto, donde se consagró enteramente al servicio de Dios abrazando la vida religiosa en el famoso Monasterio de Sceté.

Perseveró allí cinco años ejercitándose en la humildad y en la penitencia. Visitó después los santos lugares de Jerusalén, y en una maravillosa visión que tuvo en el Monte Calvario, cobró sobrenaturales fuerzas para adelantarse en el camino de la cruz de Cristo, que vio muy gloriosa y resplandeciente.

Repartió después sus bienes a los pobres, puso su asiento en una gruta de las riveras del Jordán, donde aprendió su oficio de curtidor para ganarse el sustento necesario.

Pero llegando la fama de sus grandes virtudes al patriarca de Jerusalén, le sacó de su vivienda, y le mandó que se ordenase sacerdote para que su doctrina y virtudes resplandeciesen con mayor brillo en la Iglesia de Dios.

Por ese tiempo quedó vacante la Silla de Gaza, y todos pusieron sus ojos en el santo sacerdote Porfirio, el cual aceptó aquella dignidad con muchas lágrimas, más con grandísimos frutos y acrecentamiento del rebaño de Cristo. Porque con la divina fuerza de su predicación condujo muchos infieles a la Santa Fe, reprimió a los herejes maniqueos, y destruyó las reliquias de la idolatría que aún habían quedado en su diócesis.

Era varón de Dios, poderoso en obras y palabras y estaba lleno del Espíritu del Señor. A su voz caían por tierra los ídolos de los falsos dioses, los enfermos recobraban la salud, y no parece sino que todos los elementos se mostraban sumisos y  rendidos al imperio de su voluntad.

Finalmente, después de una vida llena de virtudes y maravillas, llegando el santísimo prelado a la edad de setenta y siete años muy quebrantado por sus penitencias y consumido por el ardor de su celo, descansó en la paz del Señor, con la singular consolación de dejar su ciudad y diócesis no solamente limpias de toda la pestilencia de las herejías que las contaminaban, sino también purificadas de los vicios de los paganos y hermoseadas con el resplandor de las cristianas virtudes.


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