San Euquerio, Obispo y Confesor
(✝743)
El bienaventurado San Euquerio nació en Orleans, ciudad principal de Francia, de padres nobles, ricos y piadosos, y aunque estaba dotado de los dones naturales que el mundo estima, mucho mayor era el adorno y atavío de su alma, y así huyendo de las tempestades del siglo, se acogió al puerto seguro de la Religión, y en el monasterio Cemético tomó el hábito de monje.
Fue tan grande la luz de su santa vida, que muriendo el Obispo de Orleans, que era su tío, todo el pueblo envió una embajada a Carlos Martel (que aunque no era rey, gobernaba el reino de Francia como si lo fuera) suplicándole que les diese a Euquerio por Obispo.
No se puede creer la pena que sintió el santo cuando lo supo, pero bajó la cabeza y llorando él, y llorando los monjes, partió del monasterio rumbo a Orleans, y allí fue colocado en su cátedra con gran regocijo de todo el clero y el pueblo.
Hizo el santo su oficio de pastor con gran vigilancia y cuidado, y todos le querían y reverenciaban como a padre, y lo alababan por todas partes.
Más todo esto no le impidió padecer muchas penurias, porque cuando reprendió a Carlos Martel porque se metía con los bienes de la Iglesia como si fuera dueño de ellos, mal aconsejado el príncipe por ministros codiciosos y lisonjeros, desterró al Santo Obispo a la ciudad de Colonia.
Allí fue recibido como un ángel venido del cielo, y regalado y servido tanto, que Martel, arrepentido, le envió al duque Roberto, amigo suyo, para que le guardase, y el duque, conociendo los méritos de Euquerio, le recibió con suma alegría y le entregó su hacienda para que la repartiese a los pobres a su voluntad.
Más el santo no quiso del duque sino que le dejase libremente en la iglesia de San Trudón, donde olvidado de todos los cuidados de la tierra, se entregó enteramente a las cosas del servicio divino.
Seis años pasó en aquel retiro, llevando una vida enteramente celestial; multiplicó sus penitencias, austeridades y vigilias, y pasaba los días y gran parte de las noches en la oración.
Fue tanta la fuerza de su buen ejemplo, que con su vida santísima los monjes de aquel monasterio de vieron movidos a la imitación de las heroicas virtudes del santo prelado porque no les parecía sino ver en él un venerable anacoreta venido del desierto o un ángel revestido de carne humana.
Finalmente, queriendo el Señor premiar los trabajos de su siervo fidelísimo, le llamó para sí, del destierro a la patria feliz de los bienaventurados por una muerte preciosa.
Su tránsito fue el día 20 de febrero, Y al poco tiempo ilustró el Señor el sepulcro del santo con muchos y estupendos milagros.
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