¿Qué hacen los curas el sábado por la mañana? ¿Y por qué, en lugar de hacer lo que sea que estén haciendo, no hacen algo más importante, como confesar?
Mientras leía artículos sobre la crisis en la Iglesia, reflexionaba, una vez más, sobre mis propias experiencias con algunos sacerdotes (de los más antiguos) del Novus Ordo, respecto al tema de la Confesión.
Hubo uno que me dijo en la cara: “Hoy en día no hacemos esas cosas”, esperando que me fuera sin agobiarle con “esa cosa molesta”: el Sacramento de la Confesión. Creo que se quedó atascado en 1969. Tuve que -escuchen esto- insistir hasta que el tipo decidió acceder, no sin antes revolear los ojos, y consentir en escuchar mi confesión.
No, padre. No te dejaré irte tan fácilmente. Te obligaré a hacer tu trabajo, porque eres sacerdote.
Luego hubo otro tipo que trataba mis pecados como “irrelevancias”, que -te aseguro- no lo eran, y me dejaba con esa extraña sensación de que, o bien el tipo tenía que escuchar cosas sucias y despreciables todos los días en el confesionario, o tenía cosas sucias y despreciables viviendo permanentemente en su propia mente, y tenía miedo de la gente que es de pensamientos y hábitos más limpios. Te aseguro que no sufro de escrúpulos. La experiencia me pareció, bueno, espeluznante. Además, este tipo era muy mayor. Vaya, los seminarios de los sesenta debieron ser toda una experiencia.
Pero los curas que realmente me irritan son los que simplemente no están. Como por ejemplo: fuera de la iglesia pone el aviso: “Confesiones a tal hora”, y vas a esa hora y no encuentras a nadie en el confesionario. Oye, si abandonas el puesto, la gente se irá, ¿no?
Pues yo no. Me dirijo a la sacristía, llamo a las puertas cerradas hasta que alguien abre, y entonces pido la confesión. Ya me ha pasado un par de veces. Literalmente tienes que ir y sacarlos a la rastra. Ambos sacerdotes eran (¡¡otra vez!!) tipos mayores. Me estremezco al pensar donde ha quedado su fe.
Una variante más suave de esto es esa declaración aireada, “confesión a pedido”. Suena bien, pero es malo. Siempre disponible en teoría significa nunca disponible en la práctica.
Escucha, Padre Perezoso: No quiero tener que sentir que te distraigo del cuidado de las almas. No quiero tener que llamar por teléfono (si es que eso existe) para acordar una hora para mi confesión. No quiero ir hasta la iglesia y que me digan “el padre no se encuentra bien, está fuera, tiene otro compromiso o aun no ha llegado, pero inténtelo de nuevo y le diremos por que no estará la próxima vez”. No debería sentir que mi deseo de recibir un Sacramento tan importante para mi salvación eterna es una imposición o una lotería.
Usted debe estar disponible a tal o cual hora (razonable), y los fieles haremos que funcione. Joder, ¿qué hacen todos ellos todo el sábado por la mañana? ¿Y por qué, en lugar de hacer lo que sea que hacen, no hacen algo más importante, como confesar?
Grandes santos como el Padre Pío y el Cura de Ars fueron confesores incansables. No pido diez horas al día, pero una hora un sábado por la mañana y más posibilidades a la hora de comer si la iglesia está en un barrio de oficinas, me parece lo mínimo.
Pero, por otra parte, ¿creen realmente estos hombres en el Sacramento de la Confesión? Si lo hicieran, puedes apostar tu última camisa a que encontrarían tiempo para estar en el confesionario. No girarían los ojos como aquel anciano de hace años, pero creo que muchos piensan lo mismo.
No me malinterpreten. Veo a muchos buenos sacerdotes aquí en Inglaterra, y mi corazonada es que los más jóvenes tienden a ser claramente mejores que los mayores. Pero la realidad sobre el terreno es que, con demasiada frecuencia, uno tiene que hacer cosas extras, como arrastrar al sacerdote fuera de la sacristía, para que le escuchen en confesión.
A veces tenía la sensación de que no estaba buscando confesarme. Estaba cazando un confesor.
Pero bueno, seguro que el padre Perezoso está muy ocupado en comités inútiles, ecuménicos esto e interreligiosos lo otro.
Cómo me gustaría que el Padre Perezoso tuviera la fe en su lugar.
Mundabor
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