jueves, 1 de febrero de 2024

MONS. AGUER: LA APOSTASÍA PRESIDENCIAL

No juzgo la subjetividad del presidente Milei, sino el sentido profundo de su gesto. Con todo respeto, es probable que, así como no comprendió el ser cristiano, tampoco comprenda el ser judío.

Por Mons. Héctor Agüer


El periodismo se ocupa abundantemente de las medidas del gobierno actual y de las reacciones de la sociedad; también de algunos aspectos de la personalidad del presidente Javier Milei, como su amor a los perros, a los que considera sus “hijos de cuatro patas”, y de su noviazgo con Fátima Florez. Pero no toma en cuenta la dimensión religiosa. A ella pretendo referirme en esta nota.

El artículo 2 de la Constitución Nacional, impone al gobierno federal la obligación de sostener el culto “Católico, Apostólico, Romano”. Hasta la reforma de 1994, el presidente de la Nación debía ser católico. El actual presidente está bautizado, y fue alumno de un Colegio Católico; lo cual no significa que tenga fe y que conozca y recuerde el Credo y la Doctrina de la Iglesia. Llama la atención que en lugar del Tedeum inaugural de sus funciones (como siempre ha sido) se celebró un encuentro interreligioso, en la Catedral de Buenos Aires. En esa oportunidad era notoria su emoción al escuchar la intervención del rabino. Trascendió recientemente que está estudiando para hacerse judío. Si esa decisión suya se concreta, deberá someterse al rito de la circuncisión. Aun cuando no viva prácticamente la religión católica, podría quizá tener fe y recordar – porque en el colegio algo habrá aprendido – el Credo. Su cambio de religión tiene un nombre técnico: apostasía. La palabra es una transcripción exacta del original griego. En el mundo clásico apostasía equivalía a defección, alejamiento, abandono de un partido. El Diccionario de la Real Academia Española traduce apostatar (el verbo que corresponde al sustantivo) en su primera acepción: “negar la fe de Jesucristo recibida en el Bautismo”.

El tránsito al judaísmo por parte del presidente, implica un incomprensible volverse atrás. Es razonable que un judío se haga cristiano, no al revés. Estoy pensando en términos de teología bíblica: el Antiguo Testamento, es decir la Torá, los Nebiyim y los Ketubim de Israel constituyen un anuncio, un prólogo, una profecía del Evangelio propuesto por el Mesías. En este sentido, se comprende un dicho de Jesús en su diálogo con la mujer Samaritana, que leemos en Juan 4, 22: la salvación (sōtēria) viene de los judíos (ex tōn ioudaiōn). Pero el judaísmo poscristiano, cuyo texto principal es el Talmud, es profundamente anticristiano.

En los Hechos de los Apóstoles, y en las Cartas de San Pablo se atestigua la persecución que la Iglesia naciente sufrió de los judíos. La historia posterior ha sido gravemente accidentada. El judaísmo talmúdico ha aspirado a dominar el mundo: una realización secular y tergiversada de la vocación prometida a Abraham y a su descendencia. No juzgo la subjetividad del presidente Milei, sino el sentido profundo de su gesto. Con todo respeto, es probable que, así como no comprendió el ser cristiano, tampoco comprenda el ser judío.

Está por verse, si su apostasía se concreta, qué implicancias atribuye a esa nueva posición. Es notable que el presidente adhiere al orden natural: el derecho a la vida desde la concepción y el sentido de la comunidad familiar. De hecho, su discurso en el globalista Foro Económico Mundial de Davos, contra el aborto, y la ideología de género, es digno de aplauso. Puede hacer mucho bien en una sociedad desquiciada como la nuestra, a causa de la mala política; será una corrección del camino descaminado. La vicepresidente es una garantía que permite conservar una esperanza.

La Providencia de Dios respeta la libertad y la responsabilidad de las causas segundas; como consecuencia permite el mal, que en sus inescrutables designios está de algún modo en función del bien. A propósito de la cuestión religiosa que abordo en esta nota, considero que ha faltado – como desgraciadamente es habitual – que un obispo siquiera se acercara, si no al candidato, sí al presidente electo. Como siempre, la Conferencia Episcopal pifia en sus decisiones y posiciones en relación a la sociedad y los centros donde se gestan las vigencias culturales y sociales. En este caso, me atrevo a pensar que los obispos esperaban que ganara Massa; por eso abandonaron a quien recibiría los votos de la mayoría. ¡Siempre el Episcopado patina, y así nos va! Así le va a la Iglesia, sobrepasada por el ateísmo práctico y la ola de evangelismo.

Como he escrito más arriba, está por verse qué implicancias podría tener el giro religioso del presidente; sin embargo, debe interesarnos su situación personal: estoy persuadido de que desconoce por completo la Doctrina Cristiana; habría que ofrecerle el Catecismo de la Iglesia Católica. Aunque soy un obispo emérito, rápidamente relevado de mis funciones, a los 75 años; y trascurro este atardecer de la vida entre la oración, el estudio, los artículos y otros apostolados en los medios, y la cultura, me ofrezco para conversar con el presidente sobre el tema religioso. Una persona inteligente como él podría comprender el universo doctrinal del catolicismo y revisar su inclinación al judaísmo. Pienso, también, que debería conocer el Evangelio, en el cual resultan evidentes las raíces judías y su carácter de preparación. Entre tanto, el presidente debe hacerse cargo de la prescripción constitucional que impone al Estado la obligación de sostener el Culto Católico, Apostólico, Romano.

+ Héctor Agüer

Arzobispo Emérito de La Plata.



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