Santa Martina, virgen y mártir
(✝ 230)
Nació esta nobilísima virgen en la ciudad de Roma, su padre había sido elevado tres veces a la dignidad de cónsul. Formada desde su niñez en las sagradas letras y en las costumbres cristianas, en el Imperio de Alejandro Severo fue delatada ante los magistrados; los cuales le preguntaron por qué siendo doncella romana había de reconocer por Dios a un judío condenado por sus crímenes a muerte de cruz y no había de ofrecer incienso al gran Apolo. Respondió ella: Llevadme al templo de Apolo y veréis como en nombre de Jesús reduzco a polvo ese demonio que tanto veneráis.
Condujéronla, pues, al templo de aquel ídolo, y apenas lo divisó, alzó los ojos y las manos al cielo diciendo: Jesucristo, Señor mío, muestra que eres omnipotente Dios a la vista de este pueblo ciego. Y diciendo estas palabras, sintióse un espantoso terremoto que llenó a todos de horror, desplomóse una parte del templo y cayó hecha pedazos la estatua de Apolo. Pero los ministros del emperador, así como el populacho gentil, atribuyeron el suceso a una poderosa fuerza mágica de la cristiana virgen y la condenaron a los más atroces suplicios.
Azotáronla primero con palos nudosos, rasgaron su rostro con uñas de hierro; y entonces fue cuando la vieron cercada de un resplandor celestial que desarmó a los mismos verdugos, los cuales echándose a sus pies, confesaron en altavoz que también eran cristianos.
El fiero presidente ordenó que allí mismo le cortasen la cabeza, y arrastraron a la santa virgen al templo de Diana. Más lo mismo fue entrar en el templo, que salir de él con espantoso ruido el espíritu infernal que presidía en la estatua de la diosa y caerse esta reducida a polvo.
Mandó el juez traer la cabeza de la santa Martina diciendo que tenía en ella sus encantamientos; y habiendo sido conducida después al anfiteatro, soltáronle un león muy grande, para que la despedazase y la devorase, pero viéndola el terrible león, comenzó a bramar sin querer arrojarse sobre la santa virgen, y llegando a ella, se echó a sus pies y comenzó a lamérselos blandamente, sin hacerle ningún daño. Entonces levantó su voz la santa Martina y dijo: ¡Maravillosas son, oh Señor, tus obras! Y a los presentes añadió: ¿No veis como los ángeles de Dios refrenan la crueldad de las fieras?
Viendo el presidente semejante prodigio, mandó regresar al león a la jaula; y cuando iba a ella, arrebató a Limeneo, pariente del emperador, y lo despedazó.
Probó todavía el bárbaro tirano otros suplicios, atormentando a la santa virgen con el hierro y con el fuego, hasta que rugiendo de coraje, al ver que de todos salía victoriosa, mandó sacarla fuera de la ciudad y cortarle la cabeza.
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