San Julián, Obispo de Cuenca
(✝ 1208)
San Julián, obispo y patrón de la Iglesia de Cuenca, nació en Burgos, de honrados y virtuosos padres, y el cielo ilustró su nacimiento con prodigiosas señales de su futura santidad y dignidad; porque mientras le bautizaban, apareció un ángel con la mitra y el báculo pastoral, y dijo: Julián ha de ser su nombre.
Y en efecto, habiendo pasado Julián con la pureza de un ángel del cielo los años de su niñez y de su mocedad, fue elevado al sacerdocio, y a la dignidad de Arcediano en Toledo, y finalmente a la silla episcopal de Cuenca.
Predicaba con tan grande unción y gracia la divina palabra que los oyentes decían: nunca habló así otro hombre.
No tenía en su palacio más que un capellán, que fue el santo Lesmes, el cual hacía los oficios de paje, limosnero, mayordomo y secretario del santo Obispo.
En sus correrías apostólicas convirtió a innumerables moros, y corrigió en muchas poblaciones los siniestros resabios que en ellas había dejado la morisma.
Todas sus rentas eran para los pobres, y para sustentarse hacía él unas cestillas, que luego compraban los fieles, y las guardaban como joyas de su santo Obispo. Recompensóle el Señor la caridad que usaba con los menesterosos, apareciéndole una vez Jesucristo entre los pobres y honrándole con el nombre de amigo suyo.
Un día halló colmado de trigo el depósito que estaba vacío y en otra ocasión vio entrar por la ciudad una recua numerosa cargada de trigo, que sin guía se dirigió al palacio del caritativo prelado.
Finalmente, a los ochenta años de edad, entendiendo que llegaba el fin de sus días, revistióse de sus vestiduras pontificales para recibir los últimos sacramentos, pero luego se rodeó de un áspero cilicio, se cubrió de ceniza y se tendió en el duro suelo, reclinada la cabeza sobre una piedra.
Entonces vio a la Virgen Santísima, que coronada de rosas y acompañada de un coro resplandeciente de santas vírgenes, venía a recibir su alma purísima para llevarla a los cielos.
A los 319 años después de su muerte se halló el sagrado cuerpo tan entero como el día que falleció, y las vestiduras pontificales tan nuevas como se acabasen de labrarse. Estaba vestido de pontifical con mitra de raso blanco labrada de oro, con báculo, cáliz y vinajeras, todo de plata. Tenía al lado un ramo de Palma tan verde y fresco como si el mismo día se hubiera cortado, exhalando una suavidad peregrina y admirable.
Hízose la traslación del santo cadáver con una procesión solemísima, y nuestro Señor obró muchos prodigios; pues ese día hubo de catorce milagros, como consta por jurídica información.
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