San Francisco de Sales, Obispo, Confesor y Doctor
(✝ 1622)
San Francisco de Sales nació en el castillo de Sales en el ducado de Saboya. Siendo niño, repartía a los pobres lo que le daba para su entretenimiento la condesa, su madre; y llegado a la edad competente, aprendió las letras humanas y divinas en el colegio que tenían en París los Padres Jesuitas, y tuvo por maestro de teología al sapientísimo padre Maldonado, y por maestro de las lenguas hebrea y al famoso Genebrardo. Comulgaba cada ocho días, ceñíase el cilicio tres días a la semana, y siendo prefecto de la Congregación de María Santísima, hizo votos de perpetua virginidad.
De París pasó a la universidad de Padua para estudiar jurisprudencia, y escogió por confesor al insigne padre Posevino de la Compañía de Jesús.
Allí fue donde algunos malignos compañeros de escuela le llevaron a la casa de una dama ruin, de cuya tentación hubo de librarse el castísimo mancebo tirándole a la cara un tizón que halló a mano.
Allí fue donde algunos malignos compañeros de escuela le llevaron a la casa de una dama ruin, de cuya tentación hubo de librarse el castísimo mancebo tirándole a la cara un tizón que halló a mano.
Habiéndose ordenado sacerdote, le confiaron el ministerio de la palabra, y en su primer sermón convirtió trescientos pecadores.
Andaba de aldea en aldea y de choza en choza, padeciendo fríos, lluvias, hielos, insultos y persecuciones de muerte por ganar almas para Cristo. Siempre iba entre los lobos aquel cordero mansísimo, pero con su caridad mudaba los lobos en corderos.
Cuando entró en Tonón no había más que siete católicos en toda la ciudad; y poco después pasaban ya los seis mil; y no paró hasta reducir a la verdadera fe los protestantes de Ger, de Gaillac y del Chablais. El mismísimo hereje Teodoro Beza se convenció y lloró; aunque por haber diferido su conversión, murió apóstata en Ginebra.
El rey de Francia Enrique IV ofreció al santo el obispado de París, y el capelo cardenalicio, más rehusó él estas dignidades, y sí admitió la mitra de Ginebra, fue porque el sumo Pontífice se lo mandó con riguroso precepto.
Visitó a pie todas las parroquias poniéndose mil veces en peligro de muerte, predicó muchas Cuaresmas, fue como el oráculo de su tiempo y escribió muchos libros de piedad y entre ellos la Introducción a la vida devota, del cual se dice, que son más las almas que ha convertido que las letras que tiene; y el Tratado del amor de Dios, suficiente para encender en el amor divino los corazones más fríos y helados.
Fundó además la Orden de la Visitación, inspirando a sus Religiosas un espíritu de suavidad y caridad de Cristo, que jamás ha padecido menoscabo.
Finalmente, después de increíbles trabajos y méritos, a la edad de 56 años, murió el santo en el humilde aposento del hortelano de la Visitación.
Su corazón precioso y conforme al de Cristo se conserva en una urna de oro que mandó labrar el rey Luis XIII por haber recobrado la salud en el mismo instante que se le mostró aquella sagrada reliquia.
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