Hoy el Santoral Tradicional recuerda a Santa Inés, virgen y mártir, y a los Santos Augurio y Eulogio Diáconos y mártires
Santa Inés, virgen y mártir
El año 291 nació esta gloriosísima niña y fortísima mártir de Cristo de padres cristianos, ricos y nobles. Catorce años tenía, y ponderaban su extraordinaria hermosura hasta en la corte imperial. Enamorado de ella el hijo del gobernador de Roma, llamado Procopio, envío a la doncella un riquísimo presente, y usó de todo linaje de halagos, promesas y amenazas para alcanzarla por esposa. Respondió ella que quería ser leal a otro esposo mucho más noble, el cual solo le pedía por dote la virginidad. Por donde entendiendo el gobernador que Inés era cristiana, le concedió veinticuatro horas de tiempo, para escoger una de dos cosas: o dar la mano a su hijo, y ser una de las primeras damas romanas, o resignarse a morir en los más afrentosos y dolorosos suplicios.
- No es menester tanto tiempo -respondió Inés- lo que me está mejor es morir, y coronar mi virginidad con la gloria del martirio.
- Irás, pues, al lugar infame -replicó el prefecto- y morirás sin ser virgen.
- Esas son las infamias que os inspiran vuestros dioses -repuso la niña- pero no las temo, porque hay quien me librará de ellas.
Cargáronla, pues, de cadenas, y lleváronla como arrastrando al templo de los ídolos, y así le movieron por fuerza la mano para que ofreciese incienso a los dioses, y ella al levantar la diestra hizo la señal de la cruz, Por lo cual de allí fue conducida al lugar de infamia; más un resplandor celestial atajó los pasos de los mozos deshonestos que se le llegaron, y el hijo del prefecto, que osó entrar en aquel sitio, cayó repentinamente muerto. Consternado el padre de este joven, rogó a Inés que, si podía, le resucitase; y la niña oró y el mancebo resucitó, confesando delante de todos que Jesucristo era Dios. Al ver estos prodigios, los sacerdotes de los ídolos conmovieron al pueblo contra la niña cristiana, diciendo que era una gran hechicera y sacrílega, Por lo cual el teniente del gobernador dio sentencia de que fuese quemada. Encendióse la hoguera y con asombro de todos apareció la niña sin lesión en medio del fuego. Entonces, temiéndose una sedición del pueblo, mandó el presidente que asimismo fuese degollada, y atravesándole el pecho un verdugo, voló el alma de Inés a su celestial Esposo. Pusieron su santo cuerpo en una heredad de sus padres, fuera de la puerta Nomentana, que ahora se llama de Santa Inés, donde muchos cristianos concurren a hacerle reverencia.
(✝ 259)
Entre los mártires más preclaros de la España romana se destacan el Obispo de Tarragona San Fructuoso y sus diáconos Augurio y Eulogio. Murieron en Tarragona, bajo la persecución de los emperadores Valeriano y Galieno, el año 259.
De las actas del martirio de San Fructuoso, obispo, y sus compañeros:
Cuando el Obispo Fructuoso, acompañado de sus diáconos, era conducido al anfiteatro, todo el pueblo sentía compasión de él, ya que era muy estimado no sólo por los hermanos, sino incluso por los gentiles. En efecto, Fructuoso era tal como el Espíritu Santo afirmó que debía ser el Obispo, según palabras de san Pablo, instrumento escogido y maestro de los gentiles. Por lo cual, los hermanos, que sabían que su Obispo caminaba hacia una gloria tan grande, más bien se alegraban que se dolían de su suerte.
Llegados al anfiteatro, en seguida se acercó al Obispo un lector suyo, llamado Augustal, el cual le suplicaba, entre lágrimas, que le permitiera descalzarlo. Pero el bienaventurado mártir le contesto:
“Déjalo, hijo; yo me descalzaré por mí mismo, pues me siento fuerte y lleno de gozo, y estoy cierto de la promesa del Señor”.
Colocado en el centro del anfiteatro, y cercano ya el momento de alcanzar la corona inmarcesible más que de sufrir la pena, pese a que los soldados beneficiarios le estaban vigilando, el Obispo Fructuoso, por inspiración del Espíritu Santo, dijo, de modo que lo oyeran nuestros hermanos:
“No os ha de faltar pastor ni puede fallar la caridad y la promesa del Señor, ni ahora ni en el futuro. Lo que estáis viendo es sólo el sufrimiento de un momento”.
Después de consolar de este modo a los hermanos, los mártires entraron en la salvación, dignos y dichosos en su mismo martirio, pues merecieron experimentar en sí mismos, según la promesa, el fruto de las Santas Escrituras.
Cuando los lazos con que les habían atado las manos se quemaron, acordándose de los Santos Mártires de la oración divina y de su ordinaria costumbre, alegres y seguros de la resurrección y convertidos en signo del triunfo del Señor, arrodillados, suplicaban al Señor, hasta el momento en que juntos entregaron sus almas.
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