martes, 19 de diciembre de 2023

EL DOGMA CLIMÁTICO

¿Los hombres vamos a conseguir que no llegue el fin del mundo bajando 1,5º la temperatura del planeta? ¿Vamos a contradecir la Palabra de Dios?

Por Pedro Luis Llera


Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro (3,8-14):
No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. El día del Señor llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados, y la tierra con todas sus obras se consumirá. Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y piadosa ha de ser vuestra vida! Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables.

Francisco a la Cumbre del Clima: “Escuchemos el gemido de la Tierra”

Dice el papa:
“Estoy con vosotros porque, ahora más que nunca, el futuro de todos depende del presente. Os lo pido de corazón: ¡elijamos la vida, elijamos el futuro! ¡Escuchemos el gemido de la Tierra, escuchemos el grito de los pobres, escuchemos las esperanzas de los jóvenes y los sueños de los niños! Tenemos una gran responsabilidad: garantizar que no se les niegue su futuro», prosiguió Francisco en su potente discurso a los líderes de la Cop28.

Hoy el mundo necesita alianzas que no son contra nadie, sino a favor de todos. Es urgente que las religiones, sin caer en la trampa del sincretismo, den un buen ejemplo trabajando juntas: no por sus propios intereses o los de un partido, sino por los intereses de nuestro mundo. Entre ellos, los más importantes hoy son la paz y el clima”.
Dando ejemplo como líderes religiosos, el santo padre invita a todos a mostrar cómo cualquier cambio es posible “para ser testigos de estilos de vida respetuosos y sostenibles y pedimos en voz alta a los líderes de las naciones que se preserve la casa común”.

Eso de que “cualquier cambio es posible”, si los líderes de las naciones “preservan la casa común” es de un voluntarismo pelagiano que dejaría pasmado a San Agustín.
“Se trata aquí de no aplazar más, no sólo de desear sino de realizar el bien de vuestros hijos, de vuestros ciudadanos, de vuestros países, de nuestro mundo”.
Lo de la preservación de la “casa común”, como si el futuro de la Tierra dependiera de nosotros, es un acto de soberbia antropocéntrica. Nos creemos el ombligo del universo, capaces de destruir el planeta y de salvarlo con nuestras solas fuerzas (pelagianismo total). Y se olvida de que todo está en manos del Creador. Si Dios no lo consiente, ni un pelo caerá de la cabeza climática de su santidad.
“Y también las sociedades en las que viven que, en su interior, se encuentran nefastamente divididas en “bandos”: catastrofistas o indiferentes, ambientalistas radicales o negacionistas climáticos. Es inútil que nos adentremos en estas formaciones; en este caso, como en la causa de la paz, no llevan a ninguna solución. El remedio es la buena política: si un ejemplo de concreción y cohesión viene del vértice, beneficiará a las bases”.
Este parrafito del santo padre apesta a despotismo, a tiranía globalista. O sea, que no vamos a entrar en debates entre negacionistas y catastrofistas. Las decisiones se toman desde el “vértice”, desde arriba, para beneficiar a las bases, pero sin contar con las bases. El papa, igual que los líderes del Foro de Davos o de la ONU y sus agencias, nos quieren salvar, queramos nosotros o no. Se trata de un pseudomesianismo tiránico puramente horizontal, terrenal, que nos ofrece un futuro utópico de sostenibilidad y resilencia. Y ¿cuáles son esas medidas que hay que tomar desde el vértice? ¿Prohibición de los coches y de los combustibles fósiles? ¿Restricciones de movimiento de la población? ¿aborto, eutanasia y eugenesia para reducir la población? ¿Cartillas de racionamiento para controlar el consumo e imponer un determinado tipo de alimentación a la población?

La Tierra no gime, su santidad. Los burros rebuznan, los búhos ululan, los pajarillos cantan y los necios profieren sandeces. Pero la Tierra no gime, ni ladra, ni llora, ni habla ni sufre. Déjese de metáforas personificadoras, porque rozan la idolatría y dan la sensación de que nuestro planeta fuera un dios al que adorar y rendir sacrificios. Por ejemplo, los niños abortados; los ancianos y enfermos eliminados por la eutanasia.

Cada vez que alguien me quiere salvar, pongo el trasero contra la pared. Salvador no hay más que uno: Jesucristo. Y Cristo no predicó contra el cambio climático ni ofreció un mundo terrenal utópico, un nuevo paraíso terrenal: nos ofreció la vida eterna, la bienaventuranza de los santos en el cielo. Y para ellos predicó la conversión, el Reino de Dios; y que la felicidad y la libertad se consiguen obedeciendo la voluntad de Dios y cumpliendo sus Mandamientos. Y para que pudiéramos cumplir los mandamientos y salvarnos, nos dejó los sacramentos. El primero de todos, el bautismo, que nos hace hijos adoptivos de Dios en Jesucristo. Y después la confesión de los pecados y la Santa Misa. La felicidad y la libertad se alcanzan comulgando en gracia de Dios: esa es la unión del alma con Dios, que anticipa la bienaventuranza en el cielo.

Todas las almas de los hombres son inmortales. Pero las de los justos, además de inmortales, son divinas. Los justos, los humildes; los pobres que saben que sin Dios no pueden hacer nada y que sus vidas están en manos de su Creador y Señor; los que tienen hambre y sed de justicia; los que lloran a causa de tanto pecado, de tanta oscuridad, de tanto mal… Los guerreros de Dios, los hijos de María, vivirán y triunfarán, aunque mueran.

El día del Señor llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados, y la tierra con todas sus obras se consumirá.

Este mundo desparecerá cuando Dios quiera. Y si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y piadosa ha de ser vuestra vida! Nosotros esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, donde habite la justicia. Y mientras esperamos, seamos santos e irreprochables ante Dios.
Colosenses 1
“Porque en Cristo fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por Él y para Él; Él existe con anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia”.

Juan 1
En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.…

Mateo 24
Luego, en seguida, después de la tribulación de aquellos días, se oscurecerá el sol, y la luna no dará su luz, y las estrellas caerán del cielo, y las columnas del cielo se conmoverán.

30 Entonces aparecerá el estandarte del Hijo del hombre, y se lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y majestad grande.

31 Y enviará sus ángeles con poderosa trompeta y reunirá de los cuatro vientos a los elegidos, desde un extremo del cielo hasta el otro.

Porque como en los días de Noé, así será la aparición del Hijo del hombre.

38 En los días que precedieron al diluvio comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que entró Noé en el arca;’

39 y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrebató a todos; así será a la venida del Hijo del hombre.
Cristo es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Dios lo creo todo para Él y, cuando llegue el momento, Cristo volverá el gloria y majestad y habrá un cielo nuevo y una tierra nueva donde habite la justicia.
Apocalipsis 21
1 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido; y el mar no existía ya.

3 Oí una voz grande, que del trono decía: He aquí el tabernáculo de Dios entre los hombres, y erigirá su tabernáculo entre ellos, y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos,

4 y enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado.

5 Y dijo el que estaba sentado en el trono: He aquí que hago nuevas todas las cosas. Y dijo: Escribe, porque éstas son las palabras fieles y verdaderas.

6 Díjome: Hecho está. Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin. Al que tenga sed le daré gratis de la fuente de agua de vida.

7 El que venciere heredará estas cosas, y seré su Dios, y él será mi hijo.

8 Los cobardes, los infieles, los abominables, los homicidas, los fornicadores, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el estanque que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte.
Sería curioso escuchar a un Papa decir que no hay infierno. O que no hay un “más allá”. O que los hombres vamos a conseguir que no llegue el fin del mundo, bajando 1,5º la temperatura del planeta. ¿Vamos a contradecir la Palabra de Dios?

“Nosotros somos más que Dios. Nuestra voluntad prevalecerá sobra la voluntad de Dios”, se jactan los impíos.

Sería llamativo que un Papa negara que el “cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados, y la tierra con todas sus obras se consumirá”. Y que si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, en lugar de llamar a la santidad y la piedad, llame a abandonar los combustibles fósiles y la ingesta de carne de vacuno.

¿Se imaginan a un Papa negando la vida eterna y proponiendo un futuro utópico, sostenible y resiliente en un planeta verde?

La Salvación es para los que creen en Cristo. ¿No sería mejor llamar a las otras religiones a la conversión a Cristo? ¿Para qué les va a servir firmar documentos contra el cambio climático?
“Y, con la ayuda de Dios, salgamos de la noche de la guerra y de la devastación ambiental para transformar el futuro común en un amanecer luminoso”.
¿Qué amanecer luminoso ni qué niño muerto? Acabar con las guerras y la devastación ambiental solo se podrá conseguir cuando todos los pueblos se arrodillen ante Cristo. Es el pecado quien provoca las guerras. Todo mal viene del pecado. Y el único que quita el pecado del mundo es Cristo. ¿Por qué no se lo dice el santo padre con claridad y por caridad a los mahometanos, a los budistas, a los hinduistas, a los animistas y a todos los que viven en el error y en la idolatría.

Maldita la falta que hace una conversión ecológica. Hace falta una conversión a Cristo. En consecuencia, hay que anunciar la conversión de los pecados, el bautismo para todos los que no estén bautizados; la confesión sacramental frecuente; la asistencia a la Santa Misa y la comunión en estado de gracia. Arrodillémonos ante el Salvador, ante Jesús Sacramentado. Cristo es la Hostia. Adoradlo.


Santiago de Gobiendes


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