Los necesitamos en la madrugada de la vida,
los necesitamos de nuevo al final;
Sentimos su cálido abrazo de amistad,
los buscamos cuando probamos las penas de la vida.
En el altar cada día los contemplamos,
y las manos de un rey en su trono
no son iguales a ellos en su grandeza;
su dignidad se sostiene por sí sola;
Y cuando somos tentados y vagamos
por caminos de vergüenza y pecado,
es la mano de un sacerdote la que nos absolverá
no una vez, sino una y otra vez;
Y cuando tomamos la pareja de la vida,
otras manos pueden prepararnos el banquete,
Pero las manos que nos bendecirán y nos unirán
son las hermosas manos de un sacerdote.
Dios las bendiga y las santifique
por la Hostia que sus dedos acarician;
¿Cuándo puede un pobre pecador hacer algo mejor que
pedirle que lo guíe y bendiga?
Cuando nos llegue la hora de la muerte
que nuestro valor y fortaleza se acrecienten
Al ver alzadas sobre nosotros en la unción las
hermosas manos de un sacerdote.
-Autor desconocido-
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