Por Luis Medina
Nota del editor: Al leer la lista de los nuevos "Cardenales Dubia", nuestros lectores probablemente reconocerán todos los nombres menos éste.
La notable historia del Cardenal Íñiguez está entrelazada con el legado del Cardenal Posadas Ocampo y el turbulento contexto de la sociedad mexicana. Sus viajes ejemplifican su compromiso con la fe y la justicia, lo que los convierte en figuras influyentes en la historia moderna de la Iglesia Católica.
El ascenso de Posadas Ocampo al cargo de cardenal, conferido por Juan Pablo II, marcó un momento significativo en su carrera eclesiástica. Fue asignado para dirigir la Arquidiócesis de Guadalajara, un bastión histórico del Catolicismo Tradicional y un epicentro vital del movimiento cristero. El seminario de Guadalajara, reconocido por sus contribuciones a la Iglesia moderna, debió parte de su éxito a los dedicados esfuerzos de Íñiguez.
Poco después de la elevación de Posadas Ocampo a cardenal, tomó una decisión crucial que moldearía el curso de la vida y el ministerio de Íñiguez. Reconociendo la necesidad de un liderazgo fuerte, el cardenal Posadas Ocampo nombró a Íñiguez, entonces rector del seminario, obispo de Ciudad Juárez. Sin embargo, antes de profundizar en el viaje de Íñiguez, es esencial comprender el contexto más amplio del papel del Cardenal Posadas Ocampo en la sociedad mexicana.
Los primeros años de la década de 1990 en México estuvieron marcados por transiciones turbulentas. En 1992, después de décadas de tensión entre el gobierno mexicano y la Iglesia Católica, la constitución mexicana reconoció formalmente los derechos de la Iglesia Católica. Esto marcó un cambio significativo, ya que antes de este reconocimiento, la Iglesia había enfrentado severas restricciones desde la década de 1860, con las llamadas “Leyes de Reforma” despojándola de representación legal e incluso negando a los sacerdotes el derecho a votar. Al mismo tiempo, estaban en marcha las negociaciones para el TLCAN, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, encaminadas a abrir la economía de México a los mercados internacionales. En la región sur de Chiapas, la teología de la liberación estaba comenzando a echar raíces, reflejando los cambios sociales más amplios que ocurrían en México.
El cardenal Posadas Ocampo enfrentó estos tiempos tumultuosos, defendiendo los derechos de la Iglesia y denunciando la corrupción y las injusticias dentro del gobierno. Trágicamente, su viaje se vio truncado cuando fue asesinado mientras se dirigía al aeropuerto de Guadalajara. La versión oficial afirmó que había quedado atrapado en un fuego cruzado entre el Cartel de Tijuana y el Cartel de Sinaloa. Sin embargo, la Iglesia ha cuestionado constantemente esta versión oficial, considerando el asesinato como un símbolo de impunidad en México. Cuando hubo que llenar la vacante dejada por el cardenal Posadas Ocampo, Juan Pablo II recurrió a Íñiguez, reconociendo no sólo su inquebrantable ortodoxia sino también su reputación como uno de los obispos más vocales en exigir justicia del gobierno.
La valiente denuncia del cardenal Posadas Ocampo contra funcionarios gubernamentales de alto rango y la posterior continuación de este camino por parte de Íñiguez al denunciar las injusticias subraya su compromiso compartido de defender los valores de la Iglesia Católica. Si bien Íñiguez es conocido por promover el legado de los mártires cristeros, es esencial reconocer que este movimiento fue iniciado técnicamente por el Cardenal Posadas Ocampo.
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El viaje de Íñiguez comenzó en el pueblo de Yahualica, Jalisco, el 28 de marzo de 1933. Yahualica está situada en el corazón de las Tierras Altas, el epicentro mismo de la Guerra Cristera (1926-1929). Esta región no sólo era incondicionalmente católica sino que también jugó un papel importante en la resistencia armada durante la Guerra Cristera. El camino educativo de Íñiguez lo llevó al seminario menor y mayor de Guadalajara, donde se sumergió en el estudio de la Teología y la Filosofía. Su búsqueda de conocimiento finalmente lo llevó a Roma en 1952, donde se matriculó en la prestigiosa Universidad Pontificia Gregoriana. En Roma, prosiguió diligentemente sus estudios y finalmente obtuvo una licenciatura en Filosofía y un doctorado en Teología.
El 27 de octubre de 1957, Íñiguez fue ordenado sacerdote, marcando el comienzo de su dedicación de por vida a la Iglesia y sus enseñanzas. Posteriormente regresó a Guadalajara, donde emprendió un notable recorrido dentro del seminario. De 1961 a 1988 desempeñó diversos cargos, entre ellos el de Profesor, Formador, Director Espiritual, Prefecto de Disciplina, Prefecto de la Facultad de Filosofía, Vicerrector y, finalmente, Rector. Sus contribuciones y liderazgo fueron fundamentales para el éxito y la prominencia del seminario durante este período.
Sin embargo, el camino de Íñiguez dio un giro trascendental cuando fue nombrado Obispo Coadjutor de Ciudad Juárez el 3 de marzo de 1988. Su ordenación episcopal se llevó a cabo el 30 de abril del mismo año, presidiendo como obispo de esa diócesis Monseñor Manuel Talamás Camandari.
El punto de inflexión en la vida de Íñiguez y su ascenso a mayor prominencia se produjo con el trágico asesinato del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo el 23 de mayo de 1993. Como dije, después de este impactante evento, Juan Pablo II nombró a Íñiguez como nuevo Arzobispo de Guadalajara, el 21 de abril de 1994. Este fue un nombramiento importante, ya que Guadalajara era una sede cardenal en ese momento, y marcó la responsabilidad de Íñiguez de dirigir una arquidiócesis importante.
Durante los siguientes diecisiete años, Íñiguez sirvió como Arzobispo de Guadalajara, liderando a los fieles y navegando por los complejos desafíos que enfrentaban la Iglesia y la sociedad. Su mandato coincidió con un período de cambios y agitación significativos en México, marcado por la corrupción política, el surgimiento de la ideología de género, debates sobre el aborto y ataques al cristianismo y a la Iglesia. A lo largo de estos tiempos tumultuosos, Íñiguez emergió como un firme defensor de la Fe, la Tradición y las Enseñanzas de la Iglesia. Su inquebrantable compromiso con estos principios lo convirtió en una figura destacada en la defensa de los valores católicos.
En particular, Íñiguez también se hizo conocido por su feroz oposición a la masonería, una organización que percibía como una amenaza para la Iglesia y sus enseñanzas. Su firme postura contra la masonería provocó múltiples incidentes en los que fue envenenado, poniendo su vida en grave peligro. A pesar de estos desafíos y amenazas, Íñiguez perseveró en su misión de defender la Fe y la Iglesia.
Una de las contribuciones duraderas del episcopado de Íñiguez fue su dedicación a promover la memoria de la Guerra Cristera y sus mártires. Gracias a sus esfuerzos, la Guerra Cristera salió del olvido y el silencio, y los mártires y santos del movimiento cristero fueron beatificados y canonizados, permitiendo que sus historias inspiraran a futuras generaciones de católicos.
Incluso a la edad de 90 años, Íñiguez sigue siendo una figura activa e influyente en la Iglesia, defendiendo firmemente la Fe, la Iglesia y la Tradición. Su compromiso de brindar refugio y protección a la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro en su Arquidiócesis en 2008 refleja su inquebrantable dedicación a preservar el rico patrimonio de la Iglesia Católica.
Sin embargo, el viaje del cardenal Íñiguez no ha estado exento de controversias. Ha utilizado valientemente su posición para abordar cuestiones sociales apremiantes, incluidas las medidas de bloqueo gubernamentales. Ha enfatizado la importancia de preservar las libertades individuales y los derechos de la Iglesia, independientemente de cualquier emergencia de salud pública.
Además, el cardenal Íñiguez ha criticado abiertamente lo que podrían llamarse “imposiciones farmacéuticas”. Ha expresado su preocupación por la influencia de las empresas farmacéuticas y su impacto en las políticas de salud pública. Su postura plantea cuestiones importantes sobre la intersección de los intereses corporativos y la salud pública, destacando la necesidad de transparencia en los procesos de toma de decisiones.
Además de estas controversias, el Cardenal ha enfrentado acusaciones del gobierno de interferir en las elecciones al hacer una promoción activa de los candidatos provida, lo que subraya aún más su voluntad de participar en la arena política para defender la postura de la Iglesia en cuestiones de la defensa de la vida.
Estas controversias sirven como testimonio del compromiso inquebrantable del cardenal Íñiguez con sus principios y su voluntad de enfrentar cuestiones desafiantes, incluso cuando eso lo coloca en desacuerdo con las autoridades políticas. A lo largo de su vida y ministerio, ha demostrado dedicación a defender los valores y enseñanzas de la Iglesia Católica, independientemente de los desafíos y controversias que puedan surgir. Su voluntad de hablar sobre estos asuntos críticos ha solidificado aún más su legado como un intrépido defensor de la Fe y una figura prominente en el diálogo continuo de la Iglesia con la sociedad.
En conclusión, la historia del Cardenal Íñiguez es un extraordinario viaje de fe, dedicación y compromiso inquebrantable con la Iglesia Católica y sus valores. Desde sus primeros años en el corazón de la Guerra Cristera hasta su destacado papel como Arzobispo de Guadalajara, Íñiguez ha dejado una huella indeleble en la Iglesia y la sociedad mexicanas. Su intrépida defensa de la Fe, su denuncia de la injusticia y la promoción del legado de los mártires cristeros continúan inspirando a los católicos y constituyen un testimonio de su legado perdurable.
One Peter Five
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