Por Bruno M.
En este blog y en InfoCatólica en general, hemos señalado en varias ocasiones las preocupantes afirmaciones de algunos de los colaboradores más cercanos a Francisco: desde mons. Paglia a mons. Sánchez Sorondo, el cardenal Kasper, el cardenal Hollerich, el (ya casi) cardenal Víctor Manuel Fernández, el nuevo arzobispo de La Plata o los nuevos miembros favorables a la eutanasia, el aborto o los anticonceptivos de la Pontificia Academia para la Vida. Debido a la confusión que suele acompañar a sus palabras, no siempre es fácil decir en qué creen exactamente estos eclesiásticos, pero caben pocas dudas de que esas creencias se apartan sustancialmente de lo que la Iglesia siempre ha enseñado sobre varios temas.
Para completar este elenco de colaboradores, me ha parecido oportuno traer al blog el último artículo del “padre” Spadaro SJ en el diario italiano Il Fatto Quotidiano. En el artículo, el jesuita y director de La Civilta Cattolica hace gala de lo que podríamos llamar el nuevo arrianismo, que, sin negar expresamente la divinidad de Cristo, lo concibe en la práctica como un mero ser humano, falible y lleno de defectos y limitaciones como los demás hijos de Adán.
El artículo se refiere al Evangelio donde se relata el episodio de la curación por nuestro Señor de la hija de una mujer cananea, que estaba atormentada por un demonio. En el texto evangélico, se describe cómo Jesús se hace de rogar antes de concederle a la mujer lo que pide, algo que la Tradición de la Iglesia siempre ha interpretado como un ejemplo de la pedagogía de Jesús, que quiere suscitar una mayor fe en la cananea. Como decía San Agustín, Cristo actuó así con ella “no para negarle su misericordia, sino para encender su deseo”.
La escena que nos pinta Spadaro, en cambio, es completamente diferente. Cuando la mujer le suplica, “Jesús permanece indiferente” ante el asombro de sus discípulos. “A Jesús no le importa” y le da a la cananea una “respuesta airada e insensible”, en la que se manifiesta que “la dureza del Maestro es inquebrantable”, porque “Jesús hace de teólogo” (algo que, en el vocabulario de Spadaro, es netamente negativo) y considera que “la misericordia no es para ella”.
Por si esto fuera poco, cuando la cananea dice “¡Señor, ayúdame!”, reconociendo así su autoridad, Jesús “responde de manera burlona e irrespetuosa hacia esa pobre mujer”, con “una caída de tono, de estilo y de humanidad”. Según Spadaro, “Jesús parece cegado por el nacionalismo y el rigorismo teológico”. No hay aquí una pedagogía de Jesús, como en la interpretación de los padres de la Iglesia, sino más bien una manifestación de graves defectos y limitaciones del propio Jesús, por contagio de su tiempo, que le impiden responder con misericordia.
Ante esa falta de humanidad de Jesús, las palabras de la cananea, diciendo con humildad que también los perritos comen los mendrugos que caen de la mesa de sus amos, lo cambian todo. Son “pocas palabras, pero bien planteadas y capaces de trastornar la rigidez de Jesús, de confundirlo, de ‘convertirlo‘ a sí mismo”.
Es decir, aunque la hija es curada por Jesús, la verdadera salvadora es la mujer, porque “también Jesús aparece curado y al final se muestra libre de la rigidez de los elementos teológicos, políticos y culturales dominantes de su tiempo”. Era Jesús el que necesitaba ser curado de algo mucho más grave y, cuando recibe esa curación y “le da la razón” a la mujer pagana, ese hecho “es la semilla de una revolución”.
La explicación de Spadaro es, evidentemente, opuesta a la que siempre ha dado la Iglesia. En lugar de aparecer como Maestro, Jesús aparece como discípulo; en lugar de liberar, es “liberado de su rigidez”; en lugar de suscitar la fe y la conversión en la cananea, es Jesús el que necesita convertirse; en lugar de ser el Amor mismo hecho carne, Jesús actúa de forma burlona, irrespetuosa, indiferente y airada; en lugar de ser la Verdad encarnada, muestra que es un hombre equivocado y “cegado” más, que al final tiene que dar la razón a la mujer; en vez de ser el único que conoce al Padre y nos lo revela, “hace de teólogo” y mete la pata hasta el fondo; en lugar de ser el Logos mismo, la sabiduría divina y eterna, Cristo comparte los prejuicios de su tiempo hasta que una mujer le saca de ellos y consigue que, por fin, opine lo mismo que el “padre” Spadaro.
En ningún momento se dice que Jesús no sea Dios, pero, en la práctica, tal como lo entiende el “padre” Spadaro, no hay nada de divino en Él: es pecador, ignorante, obstinado, rígido, mundano, inhumano, necesitado de conversión y un ciego que guía a otros ciegos. Se consigue así un criterio perfecto para desechar todo lo que resulta incómodo o demasiado “poco moderno” del Evangelio, atribuyéndolo simplemente a cosas en las que Jesús se equivocó, “cegado” por la mentalidad de su tiempo, algo que nosotros podemos juzgar con la ventaja de vivir en una época mucho mejor que la suya.
Desgraciadamente, esta idea no es algo aislado ni mucho menos exclusivo del célebre jesuita. En esencia es lo mismo por lo que, en pontificados anteriores, fueron condenados o desautorizados Pagola, Queiruga, Arregui, Küng, Boff, Jon Sobrino y tantos otros hasta llegar a Loisy o Tyrrell. El nuevo arrianismo, en efecto, es hijo del modernismo y no se coloca en el terreno racional de las afirmaciones dogmáticas, sino en el terreno puramente emotivo de lo que se sugiere y se da a entender (siempre contra la fe y a favor del mundo), la omisión sistemática de la divinidad de Cristo y todo elemento sobrenatural del Evangelio, la increencia práctica, el sentimiento de superioridad sobre todo lo antiguo y la risita satisfecha y engreída frente a la Tradición y la fe de los fieles.
El resultado, como puede verse en el artículo en cuestión, es bastante pobre, contradictorio y a menudo ridículo. Al menos yo no he podido evitar reírme al ver que el “padre” Spadaro atribuye a Cristo precisamente las cosas de las que acusa a sus enemigos, como la “rigidez” o la fidelidad a las verdades teológicas. Soy tan viejo que aún recuerdo tiempos en que ser comparado con Cristo era un elogio, pero parece que ahora hay otros estándares.
La falta de coherencia y racionalidad del nuevo arrianismo del “padre” Spadaro y compañía, sin embargo, hace que sea aún más disolvente que el antiguo y mucho más peligroso, porque no se sujeta a nada exterior a él, incluida la razón. La Tradición, la Escritura y el Magisterio solo tienen valor para estos autores en cuanto se puedan retorcer para adaptarse a la mentalidad modernista y resultan irrelevantes cuando obviamente se oponen a esa mentalidad. Se trata de una nueva fe, irracional y dogmática, para la cual lo nuevo y progresista siempre es mejor que lo antiguo y todo, absolutamente todo, incluido el mismo Jesucristo, debe hincar la rodilla ante la posmodernidad salvadora y omnisciente.
Espada de Doble Filo
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