Por Jonathan Sturel
También sostengo que las declaraciones del papa ponen en peligro a nuestro país, así como al resto de Europa y al mundo cristiano.
Este mundo cristiano, que ya ha renunciado en gran medida a proclamarse cristiano, se ha visto obligado por todas las fuerzas políticas e ideológicas del continente europeo a abandonar su identidad.
En este contexto de desequilibrio entre un mundo europeo despojado de su vitalidad y de sus defensas culturales y espirituales y un Tercer Mundo conquistador que sabemos que nunca se integrará y que aumentará tanto su dinámica demográfica como su exposición cultural y religiosa, nuestro mundo, si abre sus puertas como recomienda este papa, se está condenando a muerte.
La posición de este papa, amigo de las fuerzas globalistas, es contraria a los intereses vitales de nuestros países. Como católicos, entre las enseñanzas que meditamos desde hace dos milenios está la que nos advierte contra dejar entrar al lobo en medio de los corderos.
Tal como están las cosas, nuestros países son corderos debilitados en un estado de virtual colapso espiritual, demográfico y cultural. Abrirlos a los vientos migratorios equivale a provocar su desaparición prematura en el momento en que son más vulnerables, es decir, los menos capaces de defenderse contra el desequilibrio antes mencionado.
Como católico, quiero defender y proteger mi hogar, mi familia, mi país, nuestro futuro, nuestra seguridad y nuestra tranquilidad, porque ese también es mi deber como católico.
Como tal, me desvinculo totalmente de las posiciones delirantes del papa Francisco, que habla aquí menos como un papa encargado de defender a sus fieles que como un agente del ídolo globalista que está presionando para su disolución.
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