sábado, 8 de julio de 2023

SINODALIDAD, 'INSTRUMENTUM LABORIS' Y LA BATALLA CULTURAL

Litúrgicamente, todo salió muy bien. Ella dirigió el oficio de manera competente, leyó las Escrituras, predicó una pequeña homilía y me encontré diciendo: “¿Qué hay de malo en todo esto?”

Por Gavin Ashenden


Fue hace cuarenta años que entré en un servicio de la Comunión Anglicana en Canadá y me encontré con la primera mujer sacerdotisa anglicana en la liturgia. Estaba bastante emocionado. No hacía mucho que había salido de la universidad de teología anglicana y nadie había entendido bien de qué se trataba todo este alboroto. El tema del sacerdocio se había presentado de manera muy simplista: “Si los hombres pueden, ¿por qué las mujeres no?”.

Mi experiencia ese día fue a la vez poderosa y extraña. Me encontré experimentando un choque severo e incomprensible entre la racionalidad y la intuición, cabeza versus corazón, que iba a servir de comentario sobre el futuro tanto de la Iglesia como de la sociedad.

De hecho, me ha llevado cuarenta años comprender las implicaciones de ese momento y “unir los puntos”.

Incluso ahora, muy pocos son capaces de unir los puntos entre el deseo de la Iglesia de aplacar una cultura secular progresista y y lo que parece ser la paradójica depravación sexual combinada con un grado de control y exclusión social ejercido contra los cristianos y los tradicionalistas en general.

La depravación puede parecer una palabra dura de usar. Pero las “marchas del orgullo” en particular parecen celebrar la superación de las fronteras de la desviación sexual a nuevos límites. El pasado mes de junio, en la última celebración del “mes del orgullo” en Nueva York se vio a una multitud de “gente del alfabeto”, compuesta por drag queens con los pechos artificiales desnudos, gritando con júbilo: “estamos aquí, somos queer y venimos por tus hijos”. Mientras tanto, al otro lado de Estados Unidos, en Seattle, la “procesión del orgullo” estaba compuesta por hordas de ciclistas desnudos que exhibían sus genitales con alegría frente a los niños inocentes.

Tenemos derecho a preguntarnos si existe una conexión entre esta cultura sexualizada y agresiva y el hecho de emprender un acto de síntesis cultural con una sub cultura anticristiana a través del “proceso de sinodalidad”. La pregunta que debemos hacernos es si la sinodalidad parece tener la energía para convertir la cultura secular a la fe, o si las prioridades de la cultura secular subvierten la fe y la cambian.

Teniendo en cuenta lo que ha estado sucediendo en el Reino Unido en el ámbito de la educación sexual a medida que descubrimos que a los niños de primaria se les enseña sobre la masturbación en las clases de educación sexual, nunca podremos decir que "ellos" ocultaron que el proyecto progresista era en última instancia, sobre la sexualización de nuestros hijos. Los cantos homosexuales de Nueva York decían la verdad.

Pero, ¿qué tiene eso que ver con la sacerdotisa anglicana canadiense?

La Iglesia se enfrenta a un dilema. ¿Cómo debería reaccionar ante la cultura progresista secular? ¿Puede aprender de ella a evangelizar sin dejarse atrapar y cambiar por ella?

La respuesta que demuestra la experiencia de las iglesias protestantes es que han subestimado gravemente la fuerza y ​​la ambición de la cultura progresista. Después de todo, un movimiento que consideraron simplemente “sobre la equidad” ha resultado no ser metafísica o teológicamente neutral.

Lo que ha alarmado a tantos católicos es que el proceso sinodal y su última expresión, el Instrumentum Laboris, parece, a sabiendas o no, estar dirigiendo a la Iglesia Católica por la misma trayectoria y hacia los mismos resultados que han llevado las iglesias protestantes.

Uno de los fenómenos más extraños del proceso sinodal es la falta de comentarios sobre la capitulación del protestantismo ante lo que ha resultado ser un movimiento social anticristiano. La Iglesia Anglicana ha adoptado cada vez más los valores morales y filosóficos del nuevo secularismo de tendencia izquierdista, pero las desastrosas consecuencias heterodoxas no parecen haber tenido mucho impacto en los católicos, aunque el proceso sinodal se embarca en un viaje en la misma dirección.

Una vez más, el tenor de la ideología y el lenguaje se basa en la cultura de la terapia, pero en cambio el lenguaje es ahora una mezcla más sofisticada de lo terapéutico y lo político.

El ofrecimiento y proceso de acompañamiento y “salida” a los márgenes para escuchar las historias y verdades del feminismo y de las orientaciones sexuales alternativas ha llevado a una entrega a otra filosofía y a lo que ha resultado ser otra religión.

Lo que me lleva de vuelta a mi primer encuentro con la sacerdotisa detrás del altar.

Fue una experiencia extraña y perturbadora. Racional y superficialmente estaba encantado. “Por fin”, pensé, “puedo ver y juzgar de qué se trata todo este alboroto. Aquí vamos”.

Litúrgicamente, todo salió muy bien. Dirigió el oficio de manera competente, leyó las Escrituras, predicó una pequeña homilía, ofreció algunas intercesiones y me encontré diciendo: “¿Qué hay de malo en todo esto?”

Y luego se movió detrás del altar como celebrante y la mejor manera que puedo describir lo que pasó fue decir que mi estómago se volteó y sentí algo como vértigo e indigestión severa. Experimenté un conflicto entre mente y corazón, racionalidad e instinto, profano y santo.

Mi mente estaba profundamente ofendida. “¿Que pasa contigo?” Me pregunté a mí mismo. “¿Es mi inconsciente secretamente misógino? Si no, compórtate entonces. O te explicas o paras con todo eso”.

Uno de los problemas de ser mezclas compuestas de consciente e inconsciente como seres humanos es que el inconsciente o instintivo no puede usar un lenguaje racional. Y por eso es muy difícil para la mente tener una idea de lo que está pasando cuando algo está mal. Puedes escuchar las campanas de alarma, pero no sabes por qué están sonando.

Esta extraña perturbación enmarcó las tensiones de lo que seguiría mientras la Iglesia lidiaba con las demandas y suposiciones del feminismo.

No hay espacio aquí para más que unas breves reflexiones. Pero quizás una de las primeras debería ser el hecho de que el lenguaje que elijamos para expresarnos o analizar nuestro juicio determinará en parte nuestras conclusiones. Lo que nos lleva por supuesto al lenguaje y proceso de la sinodalidad.

El lenguaje de la sinodalidad utiliza un tono de voz y un lenguaje de “encuentro” particular, extraído principalmente de la cultura de lo que podríamos llamar psicopolítica.

El “acompañamiento” y la “integración de los alienados” es una mezcla de las preocupaciones y prioridades de la psicoterapia, y el análisis y la prescripción marxista. El “acompañamiento” se hace eco del espíritu no crítico y no directivo con asesoramiento de modelo rogeriano (por ejemplo). El reconocimiento y el empoderamiento del inmigrante, si bien tiene débiles ecos en las preocupaciones de los Profetas, es un pilar de la redistribución de las relaciones de poder de la política progresista de izquierda.

De hecho, la ordenación de mujeres en el protestantismo resultó ser a la vez causa y síntoma de la secularización de la fe en Occidente.

En pocas palabras, las mujeres que fueron ordenadas eran feministas. Las mujeres occidentales de las últimas tres generaciones se han visto sumergidas en el feminismo a través de la cultura y la educación.

Aunque el feminismo es complejo y ahora ha alcanzado su cuarta ola de desarrollo sofisticado, siempre contuvo ciertas características integrales.

Estaba comprometido con el relativismo filosófico. Reflejando el mantra de que los hombres y las mujeres eran intercambiables, esto fue acompañado por una visión del mundo que sugería que todas las visiones eran tan buenas como las demás. Esto jugó un papel poderoso en socavar las afirmaciones absolutistas del cristianismo y la Iglesia. Su preferencia por el universalismo hizo casi imposible cualquier ejercicio del don del discernimiento y la distinción entre el bien y el mal.

Ni la terapia ni la preferencia secular por culpar del mal a las desventajas sociológicas permitieron el reconocimiento del mal metafísico.

Durante mucho tiempo ha habido una lealtad entre el feminismo y la rehabilitación política y ética homosexual. Así que no debería sorprender que la causa de la ordenación de mujeres vaya de la mano con la normalización de la identidad, la cultura y el “matrimonio” homosexual. Escuchar y acompañar sólo puede tener el efecto de frenar la crítica y el análisis teológico y metafísico. Lo hace promoviendo un intercambio de categoría filosófica. La santidad se cambia por curación psicológica y utopismo político. Las categorías del juicio de la Iglesia, arraigadas en la Escritura y la Tradición, se convierten en expresión de opresión e injusticia. Todo esto se logra simplemente haciendo del acompañamiento, la escucha y el no juzgar el lenguaje del encuentro y el acompañamiento.

En otras palabras, el lenguaje de la investigación determina el contenido del resultado.

¿Cómo ha afectado eso al último documento que el proceso sinodal ha generado para que examinemos y reflexionemos, Instrumentum Laboris?

En nuestro próximo artículo examinaremos lo que está ofreciendo a la Iglesia como receta para “abrirnos camino hacia un futuro renovado”.


Imagen: La Reverenda Kay Goldsworthy con el Reverendísimo Roger Herft Arzobispo de Perth en el servicio de consagración de su Ordenación como la primer 'obispa' anglicana de Australia en la Catedral de San Jorge el 22 de mayo de 2008 en Perth, Australia. La Archidiáconisa Goldsworthy, de 51 años, fue una de las primeras mujeres en ser ordenadas dentro de la Iglesia Anglicana en 1992 cuando fue consagrada como Sacerdotisa


Catholic Herald


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