Por Roberto Marchesini
El/la transexual Rikkie Valerie Kollé es Miss Holanda 2023, y he aquí sus declaraciones: “Lo he conseguido. Es increíble, ahora puedo llamarme Miss Holanda 2023. Ha sido un viaje educativo y hermoso... Estoy tan feliz que no soy capaz de describirlo. Enorgullecer a mi comunidad [obviamente lgbt+] y demostrar que se puede. Y sí, soy trans y quiero compartir mi historia, pero también soy Rikkie y eso es lo que me importa. Lo he hecho sola y he disfrutado de cada momento”.
Algunas reflexiones en caliente. Primer apunte: Kollè no es la primera persona trans que gana un certamen de belleza nacional: en 2018 Ángela María Ponce Camacho se convirtió en Miss España y participó en Miss Universo, sin llegar a la final. Normalmente no hago apuestas, pero este año Kollè podría incluso ganar ese título. ¿Por qué? Porque el/la dueño/a del concurso Miss Universo es el/la millonario/a tailandés/tailandesa Jakkaphong Jakrajutatip; trans, obviamente. Cabe mencionar que quien abrió el concurso a las personas trans es Donald Trump: cuando –allá por el 2012- se descubrió que Miss Canadá, Jenna Talackova, era genéticamente un varón, fue excluida del concurso. Tras las quejas del excluido/a y después de consultar con la Alianza de Gays y Lesbianas contra la Difamación, Trump lo/la readmitió en el concurso y cambió las reglas para la siguiente edición.
En resumen: no parece absurdo pensar que, a partir de ahora, los podios de los principales certámenes de belleza serán prerrogativa de los transexuales y que las mujeres, por muy bellas y talentosas que sean, tendrán que conformarse con participar. Ni la belleza (aunque sea fruto de retoques quirúrgicos y fotográficos) ni el talento, de hecho, han llevado a Kollé a la codiciada corona: la motivación del premio reza: “Tiene una historia fuerte y una misión clara”. ¿Qué misión? Probablemente la misma que llevó a la cantante austriaca Conchita Wurst a ganar Eurovisión 2014. La misma que llevó al ambiguo grupo Måneskin al mismo podio hace dos años; quienes, por quién sabe qué extraña razón (no creo que de naturaleza musical), también ganaron el Festival de San Remo y una serie bastante larga de premios y galardones. En resumen: todo el asunto tiene todo el aire de una operación a lo grande para cambiar la actitud, sobre todo de los más jóvenes, hacia el “inconformismo sexual”. No se trata, pues, de concursos de belleza o de música, sino de episodios de un Show de Truman en el que todos somos protagonistas involuntarios.
Segundo punto: el pensamiento se dirige automáticamente a otras competiciones femeninas en las que han participado personas trans. Me refiero a competiciones deportivas femeninas dominadas ampliamente por atletas transexuales: ciclismo, natación e incluso Artes Marciales Mixtas (MMA), el brutal deporte de combate en el que está permitido que los atletas transexuales golpeen e incluso rompan los huesos de las mujeres (y nadie lo denuncia). Si los hombres tienen que compartir su mundo con las mujeres, las mujeres tienen que hacer sitio a los transexuales. Así funciona lo políticamente correcto: siempre hay una minoría que es más minoría que la tuya. Cae el telón sobre el feminismo, se levanta el telón sobre el transexualismo.
Conviene repasar el proceso revolucionario con el siempre útil esquema de Hegel: la tesis produce su contrario, la antítesis; de la lucha entre los dos contrarios surge la síntesis que, a su vez, se convierte en tesis. Y el proceso vuelve a empezar. Hay, pues, un movimiento continuo en el que nada es estable, nada es inmóvil, sino que todo es continuamente superado, anulado, contradicho; es un movimiento eterno en el que la realidad es siempre provisional y está destinada a ser destruida. Así, cada fase del proceso revolucionario (obrerismo, feminismo, etc.) está destinada a ser superada por una nueva fase, por un nuevo -ismo: inmigracionismo, homosexualismo, transexualismo... Quienes creen haber recibido justicia o el debido reconocimiento del proceso revolucionario están destinados a ser pronto olvidados y acusados a su vez.
Tercer y último punto: ¿cuál es el objetivo último de estos fenómenos? ¿Cuál es la lógica de todo este complejo fenómeno? Se podría pensar que se trata de la sexualidad tradicional, la “cisexualidad”, por utilizar el lenguaje woke. No es tan sencillo. Recuerdo, por ejemplo, el caso de Sephora Ikalaba, la chica nigeriana que se convirtió, en 2017, en Miss Helsinki. Con el debido respeto a la chica, ni siquiera en su caso es posible atribuir la victoria a la belleza: si para Kollè la motivación tenía que ver con su “historia y misión”, en el caso de Ikalaba viene a la mente de forma natural algo relacionado con su pigmentación.
Casi parece que, para el mundo mediático contemporáneo, sea necesario premiar y aplaudir a cierta parte de la humanidad, independientemente de sus méritos, a costa de otra. ¿Qué parte debe ser castigada o penalizada? ¿Tener una sexualidad “conforme”, es decir, tradicional? Esto no explica el caso Ikalaba. ¿Tener la piel blanca? No explica el caso Kollé.
La única explicación posible es que se quiera penalizar a cualquiera que encarne la cultura tradicional, que es por cierto la cultura surgida del cristianismo.
Es la misma historia de siempre: el motor de la modernidad es el odio a Cristo. Bien nos lo dijo el buen Maestro: “Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo” (Jn 15,18-19).
Brujula Cotidiana
Brujula Cotidiana
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