Por el padre Claude Barthe
Ahora debemos tratar de devolver al centro de la Iglesia lo que se ha relegado a la periferia, en este caso la formación de los sacerdotes según un modelo Tradicional.
Vivir en la dinámica de lo provisional
Para participar en una reflexión sobre una verdadera reforma de la Iglesia, insistimos en el hecho de que debemos apuntar a una situación futura, que aún no ha comenzado, es decir, a un proceso de transición hacia un retorno al orden (magisterial, litúrgico), partiendo de una situación actual, en la que los que son conscientes del desorden, en nombre del instinto de fe, se han visto obligados a organizarse para salvar lo que se puede salvar (conservar el catecismo, la liturgia, las vocaciones).
Pero estas salvaguardias hay que tomarlas con vistas al objetivo que hay que alcanzar, una restauración en el pleno sentido de la palabra. Para ello, hay que convencerse de que por el momento se está en una “dinámica de lo provisional”. Así se expresa el hermano Roger de Taizé, cuya perspectiva, la de un humeante romanticismo ecuménico, no es evidentemente la nuestra, salvo por la denuncia de un peligro de acomodación, que es entonces su argumento clave: en Taizé, existe la convicción de que lo que nos caracteriza “un día tendrá que desaparecer”, que nuestros elementos organizativos actuales son “instrumentos que nos permiten mantener la esperanza”, que no son más que “datos provisionales” [1].
Este peligro existe hoy por parte de sacerdotes y obispos, que dirigen una Iglesia modelada por el “espíritu del Concilio” y que no llegan a imaginar que éste desaparecerá algún día. En el mejor de los casos, reducen sus esfuerzos por superar la crisis a intentos reformistas, sin un cuestionamiento radical (es decir, tratando de ir a las raíces de la propia crisis), intentos que, con la fuerza de la revolución, siempre resultan decepcionantes. Pero este peligro existe también en todos aquellos que, en mayor o menor medida, han entrado en la “oposición” -liturgia, teología, catequesis, escuelas católicas, seminarios- y que no parecen imaginar -ya no lo hacen- que un día puedan salir de la situación de marginalidad, en la que se encuentra confinada su acción, tolerada (FSSPX) u oficialmente validada, pero como una realidad fuera de la norma común (institutos ex-Ecclesia Dei).
Hay que considerar cómo las comunidades tradicionales (y también las conservadoras, como la Comunidad de Saint-Martin) dependen de hecho histórico de la fundación por Mons. Lefebvre en Friburgo, Suiza, en 1969, y luego en Ecône en 1970-71, de una casa de formación sacerdotal, causa y elemento esencial de la constitución de una comunidad [2]. El seminario era así el corazón de una asociación sacerdotal (llamada, según el antiguo Código de Derecho Canónico, "pía unión") de derecho diocesano, erigida en 1970 en la diócesis de Friburgo y suprimida en 1975. Con la internacionalización de esta sociedad, se fundaron otros seminarios en Alemania, Estados Unidos y Argentina. Cuando se crearon los institutos Ecclesia Dei como sociedades apostólicas de derecho pontificio a partir de 1988, reprodujeron este esquema, cada uno con su propio carisma, de sociedades destinadas principalmente a la formación tradicional (liturgia, filosofía, teología) de sacerdotes en seminarios concebidos para este fin, Wigratzbad, Gricigliano, Courtalain, etc., en función de la celebración de la Misa Tradicional.
Esta especificidad siempre atrae a nuevos candidatos, y en gran número -al menos en relación con el contexto de colapso propio de los seminarios diocesanos-, pero su identidad litúrgica, que es su corazón, también los empuja a las periferias, lo que significa que los sacerdotes, formados en estos seminarios, tienen un apostolado, ciertamente relativamente importante [3], pero que sin embargo es bastante distinto del apostolado "ordinario" de las parroquias y diócesis.
Sobre la importancia de las periferias
Esta clara división en territorios separados impide o dificulta considerablemente una tradicionalización litúrgica y catequética de todo el espacio eclesial, sin que ello signifique la adopción inmediata en las parroquias ordinarias del rito antiguo. Pero esta tradicionalización litúrgica representará el corazón de la transición eclesial que hay que promover. Es, si se quiere, el gran bocado a digerir, siendo el resto -filosofía, teología, homilías, catequesis tradicional- en general “lo que acompaña” a la liturgia.
De ahí el mayor interés actual de estos ámbitos periféricos: las parroquias personales dedicadas a la Liturgia Tradicional, que están canónicamente integradas en el paisaje diocesano y, en algunos raros casos, pueden incluso estar confiadas a sacerdotes diocesanos; las parroquias “ordinarias”, en las que los sacerdotes diocesanos han adoptado la Liturgia Tradicional, la mayoría de las veces junto a la nueva liturgia; diócesis en las que estas zonas periféricas se han multiplicado, como Fréjus-Tolone en Francia y Albenga en Italia, entre las más significativas, pero una y otra han sido objeto de “medidas disciplinarias”. Además, es en estas diócesis donde podrían encontrarse y se encontrarán seminarios dispuestos a comprometerse en este camino de tradicionalización, en tiempos de mayor libertad, como sucedió, por ejemplo, en la diócesis de Ciudad del Este, en Paraguay, con su floreciente seminario San José, abierto en 2004, pero puesto de nuevo en funcionamiento diez años más tarde.
En cualquier caso, es necesario infundir en el clero diocesano -si la metáfora no pareciera inapropiada- sacerdotes con formación Tradicional. Una evolución en este sentido supone un doble movimiento, por parte de los obispos y por parte de las comunidades tradicionales o muy conservadoras.
Por parte de los obispos, supone una oficialización de sacerdotes de este tipo, bien formados y ordenados en comunidades tradicionales, bien educados en las diócesis y auto-reclutados, por así decirlo, pero cuya práctica litúrgica ha sido rechazada o mantenida al margen hasta ahora. Asimismo, esto supone una auténtica integración de las comunidades tradicionales o más conservadoras en el apostolado oficial. Si es cierto que, para entrar decididamente en un proceso de transición, la práctica del usus antiquior como forma eminente de la liturgia será un criterio para el inicio de una rehabilitación, no es menos cierto que una lex orandi perenne es el signo de una lex credendi inalterada.
Permítasenos referirnos a una pequeña obra, “La messe à l'endroit. Un nouveau mouvement liturgique” [4] [La Misa en el lado recto. Un nuevo movimiento litúrgico], en el que se tratan los elementos de una “reforma de la reforma”, es decir, de un proceso gradual de transición, más o menos rápido, de un estado “ordinario” de la liturgia parroquial a un estado Tradicional (orientación hacia el Señor, reanudación progresiva del uso de la lengua litúrgica latina, comunión en los labios, uso del canon romano, uso del ofertorio tradicional), todo ello ayudado por la presencia paralela y considerada como normal -mejor, normativa- de la forma Tradicional del rito romano.
Pero también es importante que los grupos, institutos, comunidades, mantenidos al margen, acepten los riesgos de perder su identidad, lo que implica inevitablemente ser “devueltos al centro”. Estos riesgos son muy reales, la experiencia lo demuestra: normalización no es cientificidad.
Estas comunidades tradicionales, insistimos, han surgido concretamente de la crisis actual como una especie de paliativo. Es evidente que la inmensa mayoría de los jóvenes que acuden a ellas para entrar en el clero, habrían entrado normalmente en el clero diocesano, y esta observación vale también para las comunidades más conservadoras fundadas después del Concilio. Si, por lo tanto, se considera a estas comunidades como viveros de sacerdotes formados tradicionalmente, pueden ser capaces de abastecer a las diócesis y parroquias con dichos sacerdotes, siempre que se establezca un alto grado de fluidez. Tales comunidades podrían eventualmente ayudar a los sacerdotes diocesanos, que así lo deseen, a completar o rectificar su formación, a ser, en una palabra, lugares de... reciclaje. E incluso más adelante, como hicieron en el pasado las congregaciones especializadas en la formación del clero diocesano (la Sociedad de San Sulpicio) o las congregaciones capaces de realizar este servicio (Eudistas, Espiritanos, Lazaristas), hacerse cargo de los seminarios diocesanos, velando por que la corrección doctrinal se combine con el cultivo de una competencia científica adecuada desde el punto de vista teológico, histórico, exegético.
La evocación de los hijos de M. Olier, de Saint Jean Eudes, de Claude Poullard des Places, de M. Vincent, remite a las comunidades que animaron esta parte esencial -el corazón de la misma- de la Contrarreforma, a saber, la formación del clero y la creación de seminarios. Evidentemente, la “temperatura” cristiana de nuestro tiempo no puede compararse, por desgracia, al fuego abrasador del “siglo de los santos”, según la expresión del padre Amelote, biógrafo de Condren. Sin embargo, es evidente que las intuiciones de estos grandes fundadores, que no necesariamente fueron seguidas hasta el final y pueden ser ampliadas, siguen siendo de gran interés.
Es el caso de la formación de los seminaristas en una comunidad de sacerdotes vinculada a una parroquia, la de Saint-Nicolas-du-Chardonnet de Adrien Bourdoise y la de Saint-Sulpice de Jean-Jacques Olier. ¿No era la idea, que había animado al cardenal Lustiger, de crear un sistema específico de formación de los seminaristas -idea que ya no se desarrolló plenamente- en lugares vinculados a las parroquias, con cursos seguidos en una escuela con rango de universidad? Porque, si está claro que la formación de los sacerdotes de hoy debe ser esencialmente la formación espiritual, filosófica y teológica deseada por la reforma tridentina, también debe adaptarse a un contexto completamente diferente, no sólo de los siglos XVII y XVIII -o incluso de épocas todavía muy ricas en potencial eclesial, como los años treinta y cincuenta-, sino también diferente incluso de la situación inmediatamente posterior al Concilio, cuando, en medio del incendio, la urgencia de la salvaguardia prevalecía sobre cualquier otra consideración.
Notas:
Notas:
[1] Frère Roger, Dynamique du provisoire [Dinámica de lo provisional], Presses de Taizé, 1965 ? p. 100.
[2] Mons. Lefebvre enseñó una espiritualidad sacerdotal calcada de la Escuela francesa, recibida a través de Claude Poullard des Places y del Padre Libermann, fundador y refundador respectivamente de los Padres del Espíritu Santo, y ello hasta la audacia teológica de esta escuela. Igualmente, la calificación del carácter sacerdotal como una cierta participación en la unión hipostática.
[3] En dicha ciudad francesa, el apostolado dominical de los sacerdotes de la FSSP y el de los sacerdotes de la FSSPX reúnen cada uno más fieles que las misas de la catedral.
[4] Carnet Hora Decima, éditions de l’Homme Nouveau, 2010. (https://hommenouveau.aboshop.fr/common/product-article/19)
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